Wilkommen in Pozuzo – Continuación

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A la mañana siguiente despertamos sabiendo que sería un día complicado. Nos sentamos en el comedor dispuestos a preparar nuestros cuerpos para la ocasión. Andrés nos había invitado a conocer su criadero de peces y a hacer luego una caminata por el bosque, hacia la zona de las casas típicas.
Llegamos al restaurante y nos enncontramos con unas tías que desayunaban. Andrés nos pidió que las esperaramos, porque querían ir con nosotros. Así lo hicimos.
Al parecer, las tías estaban haciendo tiempo, pues su desayuno les llevó casi una hora.
Cuando, al fin, terminaron, entramos al camino que conduce a la ribera, al final del cual, como se podría esperar, se encuentra el río pozuzo. Sin embargo, como no vimos el puente que debería esperar nuestro paso, formulamos nuestra inquietud. Sólo obtuvimos como respuesta una risa sonora y maliciosa.
Al llegar al borde mismo del río, sobre un gran tronco viejo, se encontraba nuestro medio de transporte: una caja de madera con poleas apoyadas sobre un cable de acero, el cual cruzaba el río y se ataba en algún lugar, al otro lado.
Rápidamente, Andrés tomó su lugar, sentado sobre un balde de aceite de camión volteado, e invitó al primer voluntario a subir. Evelyn lo hizo.
Le tomé la foto correspondiente -en este caso, la de despedida-, y se inició el trayecto. A la mitad del cauce, se detuvieron por un minuto, para luego continuar hasta el final, donde una pequeña escalera de palos de eucalipto ayudó al descenso.
Andrés regresó y me dispuse a subir al curioso dispositivo, hecho con sus propias manos. Una vez arriba, quise regresar, pero era tarde, habíamos despegado.
Igualmente, al llegar a la mitad, nos detuvimos.
¿Quieres volar? -me preguntó Andres.
¿Cómo dices? -le contesté, preocupado.
Apoyate en la caja y mira al río fijamente, sin dejar que la corriente se lleve tu punto de vista -dijo.
Así lo hice, y cuando conseguí fijar la vista -que no es fácil-, sentí que la caja se elevaba por los aires, alejándose del nivel del río, cada vez más lejos.
Estamos subiendo! Agárrate que te caes! Me gritó Andrés, soltando otra de sus carcajadas.
Quité la vista del agua y estábamos nuevamente ahí, sobre el río en una caja de madera, siguiendo el hilo de acero hasta el final, donde nos esperaba Evelyn.
Andrés hizo lo propio con las tías.

Continuará…

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