A continuación un interesante artículo de Enrique Gil Calvo, profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, aparecido el 11.08.2009 en el diario español EL PAIS.
—-
Por: Enrique Gil Calvo
El cambio de ciclo político global que significó la llegada del primer presidente negro a la Casa Blanca ha impuesto también un giro copernicano en la manera de ejercer el poder hegemónico de Estados Unidos a escala planetaria. Si utilizamos la convencional distinción entre poder duro y poder blando que popularizó Joseph Nye, está claro que semejante inversión en la metodología imperial ha supuesto pasar del uso preponderante que hacía George W. Bush de la amenaza militar, como principal palanca para vencer toda posible resistencia doblegando la voluntad de propios y extraños, a un uso secundario aunque no por eso menos significativo de la misma por parte de Barack Obama, quien confía ante todo en la fuerza de la palabra para conseguir sus objetivos políticos convenciendo a los demás de la conveniencia de sus designios.
Obama deja traslucir en cambio un mensaje inequívoco de sincera y auténtica veracidad
Y para reflejar el contraste entre ambas estrategias de dominación, nada mejor que comparar dos concretas demostraciones de poder que manifiestan su opuesta forma de concebirlo y ejercerlo. Por parte de Bush, su tour de force ocurrió el 1 de mayo de 2003, cuando se escenificó su desembarco, con una cazadora de piloto de combate rotulada con el rango de “Comandante en Jefe”, a bordo del cazabombardero Navy One en la cubierta del portaviones Abraham Lincoln bajo un estandarte con la leyenda “Misión cumplida”. Ostentación de poderío militar en estado puro, como exaltación de gloria bajo un virtual arco del triunfo tras el fin del paseo militar que supuso el bombardeo, invasión y ocupación de Irak. Y por parte de Obama, su equiparable pero contrapuesta demostración de fuerza tuvo lugar el pasado 4 de junio, cuando pronunció su celebre discurso en la Universidad Islámica de El Azahar en El Cairo, frente a un público de estudiantes, académicos y autoridades, ante los que manifestó su voluntad de reconocer al Islam y de contener a Israel. Un discurso sobre el que habrá de volver una y otra vez.
No obstante, si hilamos algo más fino, advertiremos que este contraste entre el halcón y la paloma, entre el poder duro y el light, es más aparente que real. Es verdad que resulta impensable por parte de Obama un abuso de poder imperial como el Anschluss de Irak arbitrariamente decidido por Bush (pero ahí está su refuerzo de la ocupación de Afganistán, que puede suponer para él lo que representó Vietnam para Kennedy y Johnson). Ahora bien, al decir que conviene matizar no me refiero al poder duro, que siempre será esgrimido por un presidente estadounidense aunque sea de forma tan discreta como lo hace Obama, sino al soft power, que no es en absoluto inofensivo, irrelevante o light. En realidad, también George Bush esgrimió todo su poder blando, y lo hizo además con mucho mayor descaro que ningún otro presidente estadounidense hasta la fecha. ¿O es que acaso su fingido aterrizaje en el portaviones, disfrazado de Top Gun, no fue una demostración de poder blando: una puesta en escena pura y dura, como deliberado montaje de política-ficción? De hecho, incluso la propia invasión de Irak, retransmitida en directo como un acontecimiento mediático y un espectáculo de masas, no fue en realidad más que un ostentoso ejercicio de guerra virtual (según la denomina Michael Ignatieff): unas grandes maniobras militares de tiro al blanco, con abundante derroche de medios, de inermes víctimas ajenas (aunque luego también propias) y de hollywoodenses efectos especiales. Una mal llamada guerra que no tenía objetivos militares sino exclusivamente políticos, pues lo que se pretendía era escenificar una costosa producción de infoentretenimiento (programas informativos diseñados y editados para impresionar favorablemente a la audiencia), como eficaz método de seducir y cautivar electores. Es la técnica de la manipulación informativa conocida como storytelling, o arte de contar medias verdades o mentiras enteras como si fueran historias entretenidas, en el que era experto y maestro consumado su Doctor Spin particular, el gurú electoral Karl Rove.
En suma, Bush utilizaba su poder duro al servicio de su poder blando, como mejor forma de interesar y ganarse al público espectador. Entonces, ¿qué diferencia hay entre el ejercicio del poder que hace Obama y el que hizo Bush? ¿O es que no hay ninguna, pues ambos tratan de quedarse con nosotros manipulando la información con técnicas de storytelling? A mi juicio, existen claras diferencias entre ambas versiones de poder blando, por mucho que las dos recurran en común al discurso mediático. Algunas de estas diferencias son morales, porque allí donde Bush sólo pretendía con su discurso engañar, tergiversar y ocultar, Obama deja traslucir en cambio un mensaje inequívoco de sincera y auténtica veracidad. Otras diferencias son funcionales o técnicas, pues la eficacia estética y mediática del discurso de Obama es muy superior a la que nunca logró Bush, a juzgar por el crédito que el público le presta y la confianza que está mereciendo de la audiencia, quizás en parte debido a su experta explotación de las redes sociales de Internet.
Pero la superioridad del poder blando de Obama se debe a razones conceptuales, más que psicológicas o tecnológicas. Se trata de dos poderes blandos completamente distintos, pues el de Bush recurría al poder emocional de la imagen, que sólo afecta al homo videns de Sartori como impresionable y estupefacto espectador, mientras que el de Obama apela al poder lógico de la palabra, que interpela tanto al homo sapiens como al zoón politikón. El infoentretenimiento del storytelling, del que tanto se usa y abusa en la teledemocracia o democracia de audiencia, frente a la oratoria ciceroniana del discurso conceptual (según glosó Charlotte Higgins, crítica literaria de The Guardian, como causa del triunfo electoral de Obama en noviembre pasado). Es el contraste magistralmente expuesto en un libro premonitorio escrito hace más de 20 años, Divertirse hasta morir, del desaparecido Neil Postman, donde se contraponían dos formas de comunicación política: el estupefaciente y manipulador infoentretenimiento actual, denunciado por el título del libro, frente a la oratoria de los padres fundadores de la República estadounidense, culminada en la figura de Abraham Lincoln. Ese mismo Abraham Lincoln que hoy es el guía espiritual de Barack Obama, cuando diseña la estructura lógica de sus discursos destinados a hacer pensar al oyente para que cuestione y modifique su actitud ante la realidad.
Y para advertir la diferencia entre ambas modalidades de soft power, nada mejor que partir de una afirmación atribuida a Karl Rove, el contador de historias que montaba el escenario para George Bush. En un artículo del diario The New York Times publicado en 2004, Ron Suskind relató que, tras objetarle la falta de realismo de su política, Karl Rove contestó: “ustedes creen que las decisiones surgen del análisis de la realidad, pero el mundo ya no funciona así; ahora somos un imperio, y cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad” (Christian Salmon, Storytelling, pág. 185, Península, 2008). Pero para crear una nueva realidad, de propiedad privada, hay que destruir la anterior realidad, de propiedad pública: es lo que hizo la política de tierra quemada practicada por Bush, que como el caballo de Atila destruyó la hierba bajo sus cascos allí por donde pisaba. Pero Barack Obama no pretende destruir la realidad para reconstruirla a voluntad de acuerdo a su interés privado. Por el contrario, intenta respetar la realidad en nombre del bien común y en bien del interés general. Y eso tampoco significa permanecer en un tibio término medio equidistante frente a las injusticias de la realidad. Antes al contrario, Obama opta por intervenir con discursos como el de El Cairo. Y lo hace no para crear otra nueva realidad imaginaria como la de Rove y Bush sino para proponer al público otra nueva definición de la realidad común en la que convivimos todos. Una nueva definición de la realidad que, si llegara a ser compartida por las partes en juego, po-dría contribuir a transformarla en dirección a un futuro más justo. Pero con ello nos salimos de la estrecha definición del poder blando que maneja Nye para entrar en la mucho más compleja definición de poder simbólico que propuso Pierre Bourdieu: la capacidad de proponer y hacer compartir una nueva interpretación más justa de la realidad.
Deja un comentario