Estimados blogueros:
En el próximo tiempo se cumplen 500 años de la muerte del Cardenal Cisneros, el gran jerarca de la Iglesia Española del siglo XVI. A continuación unas interesantes líneas de Juan Bedoya, escritas el 27.08.2019 , en el Diario El País, aparecidas bajo el título de “Sigüenza celebra los 500 años del Lutero español”.
Me ha llamado la atención el alto nivel de reformador que tuvo el Cardenal Cisneros, incluso cuando tuvo que ser regente del Reino Español. Su visión y papel parece haber sido superior al que en su dia tuvo Richeliu para Francia, y si se hubiera extendido fuera de España capaz habría evitado la división ocasionada en la Reforma Protestante Alemana.
Que disfuten…
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Por: Juan Bedoya
Quinientos años atrás vivieron hombres que cambiaron el mundo, o lo complicaron, según se mire, sobre todo en el omnipresente cristianismo europeo. Francisco Jiménez de Cisneros, Martín Lutero, Ignacio de Loyola, Erasmo de Rotterdam, Tomás Moro, Gioralano Savonarola, Bartolomé de Las Casas, el emperador Carlos I, el papa Borgia… Entre todos, el más viejo era el cardenal Cisneros, y también el más poderoso, dos veces regente de España, primado de Toledo, reformador de la orden franciscana, inquisidor guerrero, austero hasta la exageración, adelantado de la gran reforma católica que dictó el Concilio de Trento (finalmente una contrarreforma), visionario, un estadista. A él le debe España, entre otras reformas modernizadoras, el que se identifique a los ciudadanos con un apellido. Las personas se conocían hasta entonces con un mote sobre el lugar de procedencia, un oficio o alguna característica rara. Los hermanos podían tener diferente apellido. Semejante caos administrativo lo resolvió una ordenanza de Cisneros fijando el apellido del padre a todos sus descendientes. Es apenas una muestra de su importancia como gobernante.
El próximo otoño se cumple el quinto centenario de su muerte y Sigüenza lo conmemora con una completísima exposición en tres escenarios imponentes: el museo local, su catedral, una de las mejores de España, y en otros 11 lugares en la ciudad en la que el famoso prelado inició sus pasos sacerdotales. La muestra se titula Cisneros, de Gonzalo a Francisco y permanece abierta los siete días de la semana, hasta el 31 de octubre.
“Sigüenza y su catedral debían a Cisneros un reconocimiento y una actualización. Incomprensiblemente, había pasado demasiado desapercibido. Él fue todo o casi todo en la ciudad, en la diócesis y en la catedral, hasta alcalde mayor. Todos los sábados impartía justicia desde la entonces llamada Puerta de la Cadena de la catedral. Sigüenza fue clave en la trayectoria de Cisneros y en su misma conversión. Hasta tal punto su figura ha venido pasando desapercibida que ni tan siquiera tiene una calle en Sigüenza”, explica Jesús de las Heras, deán de la catedral e impulsor de la muestra.
Para ser el jerarca más famoso de la Iglesia católica, tanto y más que cualquier Pontífice romano, al cardenal Cisneros solo le ha faltado un Alejandro Dumas que lo presentase tan malvado como el autor de ‘Los tres mosqueteros’retrata al cardenal Richelieu en novelesco combate con cuatro espadachines justicieros. La comparación es tan sugerente que son muchos los historiadores que la sostienen aún hoy. Lo hizo nada menos que Marcel Bataillon en su libro ‘Erasmo y España’, publicado en Francia en 1937, y lo acaba de repetir Josep Pérez en Cisneros, el cardenal de España, editado en 2014 por la Fundación Juan March. “Por sus dotes y personalidad, Cisneros representa un momento decisivo en el destino de su patria. Así lo estimaron los contemporáneos de los primeros Austrias. Así también lo entendieron, en el siglo XVII, los historiadores franceses, quienes, al esbozar un paralelo entre los dos cardenales estadistas, no dudaron en admitir la superioridad del castellano”, escribe el último de los hispanistas franceses.
Al final de su vida, Richelieu era un hombre impopular y odiado; Cisneros, en cambio, había nacido pobre (ni siquiera se sabe a ciencia cierta en qué lugar de Castilla) y murió de mala manera en Roa (Burgos) una fría tarde del invierno de 1517, cuando acudía a Tordesillas a entregar el poder a Carlos I de España y V de Alemania, que llegaba por primera vez a la pieza principal de su enorme imperio. La corte que rodeaba al joven emperador lo entretuvo varias semanas –después de desembarcar en Asturias, lo llevaron por caminos tan tortuosos que tardó veinte días en ir de Villaviciosa a Tordesillas-, con la certeza de que el cardenal gobernador, cumplidos los 81 años, estaba agonizando sin remedio, pero seguros de que, si lograba reunirse unas horas con Carlos I, lo iba a poner sobre aviso de las muchas corrupciones y cohechos que escondían sus asesores.
La historia de España (y de la Iglesia romana en España) habría sido distinta si se hubiera celebrado aquel encuentro. Además de la necesidad de combatir la corrupción, Cisneros iba a pedir al emperador que reformase el Estado dotándolo de fuerzas frente a los nobles; que sanease la hacienda y la economía; que mejorase el funcionamiento de la administración y de la justicia, y que crease un auténtico servicio público. Es lo que él mismo había hecho cuando, cumplidos los 60 años, ejerció en Sigüenza, entre 1476 y 1484, de canónigo capellán mayor de la catedral, provisor del obispado y alcalde mayor. De su vida anterior se sabe poco. Su nombre de pila era Gonzalo, había estudiado en Cuéllar, Roa, Alcalá y, sobre todo, en Salamanca. Se especializó en leyes y cánones. Durante nueve años (1456-1465), vivió en Roma. A su regreso a España fue arcipreste de Uceda y canónigo de Sigüenza donde Gonzalo cambia de nombre. Se llamará el resto de su vida Francisco, en honor del poverello de Asís. La conversión es radical, evangélica. Entra en el convento franciscano de La Salceda e inicia una reforma a fondo. Pobreza, austeridad, espiritualidad. Cuando cumplidos los sesenta años (en 1492) es llamado por la reina Isabel la Católica a ser su confesor, y tres años más tarde, cardenal primado de Toledo, el Papa le llama la atención por vivir una austeridad impropia de un Príncipe de la Iglesia. Desde entonces, Cisneros se vio obligado a compaginar el boato del cargo con la regla franciscana. Nunca fue objeto de maledicencias en una iglesia nada ejemplar, dominada por curas ignorantes, vagos y concubinarios y dirigida por obispos más preocupados por el poder y el lujo, que por las almas de sus fieles.
Se ha escrito que la Reforma luterana habría sido innecesaria, al menos en lo relativo a los escándalos del clero, de haber tenido tiempo Cisneros de llevar a cabo sus deseos. Murió ocho días después de que Lutero clavase sus famosas tesis en la puerta de la catedral de Wittemberg (Alemania). Para entender las consecuencias de la reforma protestante en España es imprescindible estudiar la prerreforma de Cisneros.
“Con su devoción austera y concentrada fue mucho más parecido a Lutero, Zuinglio o Calvino que a su coetáneo español, el papa Alejandro VI, pero buena parte de sus reformas adelantaron lo que el Concilio de Trento iba a decretar muchas décadas después”. Es la conclusión de Diarmaid MacCulloc, el gran historiador de Oxford (Historia de la Cristiandad. Debate, página 629).
No tiene la actual jerarquía de la Iglesia romana especial simpatía por el cardenal Cisneros. Visto en conjunto, su biografía es desconcertante. Abandonó una carrera destacada para entrar en una de las órdenes religiosas más rigurosas, los Franciscanos Observantes, tomó el nombre de Francisco como símbolo de pobreza, se apartó del mundo como un eremita. Pero su fama de entrega espiritual le obligó, en contra de su criterio (hubo un tiempo en que los sacerdotes íntegros no querían ser obispos), a convertirse en confesor de la reina Isabel y se encontró ocupando los cargos más altos de Castilla en la Iglesia y la comunidad política. Iba camino de ser el Calvino español (quizás mejor Lutero), y acabó en un adelantado de Trento.
No hay historiador que no se extrañe por cómo un fraile austero y de extrema espiritualidad supo utilizar sus inigualables posibilidades de acción de formas que hoy no parecen coherentes. “Siendo al mismo tiempo defensor de la pobreza apostólica y primer estadista de España, gastó dinero con generosidad como principal patrón del lugar de estudio más avanzado de la época: fundó la Universidad de Alcalá con sus propios recursos y financió la edición de gran número de libros dirigidos a presentar los escritos de sus místicos favoritos al público alfabetizado. Al mismo tiempo, fue responsable de quemar miles de libros y manuscritos no cristianos y se convirtió en Inquisidor General en 1507, el mismo año en que fue nombrado cardenal” (MacCulloch en su imponente Historia de la Cristiandad).
Lo que vino después, a su muerte, fue mucho peor. Suele creerse que Carlos I pensó en maquinar para hacer papa a Cisneros. El cardenal no lo quería. Era demasiado viejo (camino de los 80 años). En todo caso, nada habría sido igual en la cristiandad. Quizás se habría evitado el Cisma de Occidente, que tanta sangre hizo derramar sobre Europa, y la colonización americana se habría realizado con mayor misericordia. Cisneros protegió a Bartolomé Las Casas, quiso traer a Alcalá a Erasmo, que rechazó la invitación porque no se fiaba del entorno cardenalicio, y era partidario de la mano dura pero también del perdón. Cuando murió, todo se fue al traste. Como dijo el gran pedagogo Juan Luis Vives: “Vivimos en tiempos tan difíciles que es peligroso hablar o guardar silencio”.
Con Cisneros al mando es impensable que se hubiera producido el terrible saco de Roma por tropas imperiales que mataron, violaron, robaron y humillaron la ciudad pontifical aquella primera semana de mayo de 1527. Aquel brutal incidente marcó los siglos posteriores del catolicismo español e hizo insoportables a los inquisidores que sucedieron a Cisneros.
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