Mi Alma Felina
Empezaré por el principio: mi gato ha muerto y soy el culpable de su muerte. No recuerdo la edad que tenía al morir, ni siquiera recuerdo cómo llegó a casa; mi mente es frágil y se lo debo a los galones de alcohol que acaban crónicamente con mis neuronas prefrontales sin piedad. Aunque olvidar que ha muerto sería bueno.
Lleva semanas bajo tierra o quizás en algún basurero pudriéndose, eso tampoco lo sé, porque apenas le pagué a la veterinaria por la inyección letal salí corriendo. “No te preocupes, yo me encargo”, me dijo ella. Aun así, pude besarlo y cruzar nuestras pupilas en ese momento tan extrañamente triste que ahora me impulsa a escribir para este único felino que me ha dejado el alma herida. Y digo “extrañamente triste” porque ya he criado otros gatos y sus muertes solo fueron episodios sucintos en mi vida; pero Sebastián me ha lastimado, su muerte me ha dejado sangrando.
¿Qué pudo haber pasado? Tal vez porque éramos tan similares y vaya que sí. El era un gato común y callejero; y yo soy más común que callejero. Yo suelo aislarme envuelto en mis pensamientos y el se aislaba lamiéndose sus partes. El era indiferente con quien lo quería y yo quería a la que me era indiferente. Sí, mi alma iba en sintonía con ese ser. Junto a Sebas yo tenía un alma felina.
Si tan solo aquel funesto día hubiera despertado a tiempo para atender a mi gato. Si tan solo lo hubiera orinado encima para desinflamarle los golpes como decía mamá. Si tan solo castraba a mi gatito a tiempo, él no se hubiera ido a perseguir sus instintos y nunca le hubieran dado tremenda paliza que en sólo unos días le provocaría una penosa muerte. ¿Por qué fueron tan salvajes con él? ¿No podían dejarlo ir con alguna advertencia? ¡Malditos! Los culpo y me culpo.
Hoy lo soñé, fue tan vívido. Sebas aún estaba aquí jugando y mordiéndome los dedos, de a pocos iba acomodándose al pie de mi cama preparándose para dormir. Me has dejado gato roñoso y, si existiera un cielo de gatos, mi alma felina buscará a la tuya y te ha de encontrar.