Evidentemente no estamos en un paraíso terrenal, que provoca la felicidad constante y permanente en cada uno de nuestros actos. Tampoco estamos ubicados en un mundo oscuro de completo desconcierto que provoca en nosotros desde el miedo y el terror hasta la apatía, el aburrimiento, y la desolación.
Pretender una felicidad completa, es un
lujo que no podemos afrontar. En realidad, es algo antinatural e innoble frente a nuestro creador. Imaginemos que estamos frente a esta realidad (imposible) donde hemos sido invadidos por la alegría y la felicidad permanentes, como un anhelo cumplido que se presenta en cada uno de nuestros actos hasta el final de nuestras vidas. Posiblemente, nos sentiríamos tan abrumados y aburridos por tamaño estado afectivo. E intentaremos finalmente destruir tamaño despropósito de formas dramáticas pero efectivas.
Desde pequeño escuché de mis semejantes adultos que, la naturaleza es sabia. Y esto realmente es así. La naturaleza sabe y nos conoce. No podemos estar en un solo estado emocional, necesitamos de momentos, de cambio, como las estaciones del año. No obstante nuestra identidad se reconoce, a pesar de esta alternancia.
San Agustín nos habló de la “felicidad en espera”, (citado por Portocarrero, G.) como un estado cognitivo-emocional que resulta esencial y trascendente en el momento que pensamos en la “vida eterna” y en la fe de que hay “salvación”, luego de vivir en este “valle de lágrimas” presa de un “sufrimiento” terrenal. Esto implica, que nuestra felicidad se encuentra proyectada hacia después de la muerte del cuerpo. Y acepta con resignación la vida presente que es insufrible. En otras palabras, “estamos hechos para sufrir”.
“Felizmente” esto no es así. “La naturaleza es sabia”. Nuestra vida espiritual que está signada por el deseo de trascendencia está unida a nuestros deseos más terrenales y cotidianos, que muchas veces están presentes en nuestro lenguaje diario y dinámica corporal. Espíritu y cuerpo están unidos. La integración de ambas dimensiones y su consecuente desarrollo y ulterior potenciación (actualizando los deseos y anhelos más esenciales), es probablemente la clave de la “felicidad”. Bien afirma, Gonzalo Portocarrero, (que hay que practicar en nuestra vida la alternancia)… del juego con la lectura, el humor con el razonamiento de los problemas más complejos de la existencia.
Por favor, no seamos serios, ni pensemos que somos “únicos e irrepetibles”, como figuras de cera presas de la solemnidad, los cargos, los emblemas, la responsabilidad; aprisionados varias veces por el conflicto, las penurias, la envidia, y los celos. No frunzamos el ceño, haciéndonos los importantes en este mundo hecho de semejanzas.
Si consideramos que vivimos en un “valle de lágrimas”, donde lo homogéneo es la pesadumbre y el desencanto, junto al exagerado desenfreno; posiblemente la diferencia está en “ser feliz”. Este deber, que grafica claramente una “vida digna”, implica que tracemos un signo de distinción a través de nuestros pensamientos y en nuestras formas de sentir. Si dejamos pasar la envidia y el conflicto (por ejemplo), estamos condenados inevitablemente a la penuria y la infelicidad. Si por el contrario, dejamos traslucir nuestros pensamientos creativos e innovadores evidenciando múltiples estrategias de resolver los problemas (que son inevitables y consustanciales a la vida humana), estamos apostando por la “felicidad” (para los siguientes momentos).
Del mismo modo, si reconocemos nuestros anhelos y reflexiones espirituales más alturados y los combinamos con las reacciones directas y circunstanciales propias de nuestra vida diaria. Cada una en su debido momento. Cada cosa en su lugar. Intensa y solidariamente. Descentrándonos siempre y pensando en el prójimo y en nosotros mismos, de forma equilibrada. Estaremos apostando, por el equilibrio y “la felicidad”, entendida (esta última) como cambiante y flexible, que evita lo perdurable y la congelación rígida de su imagen.
Por eso, los convoco a “reírnos de nosotros mismos”, de nuestros inmensos defectos, y también de nuestras virtudes. Los convoco para tener fe en el cambio. De apostar por lo irrepetible y por el pensamiento innovador y creativo, de gozar con nuestra inocencia (debe quedar alguna ¿no?), de practicar el humor y el juego del lenguaje. En realidad nuestro cumplimiento responsable de nuestras metas, y el desarrollo de nuestro ciclo vital, no debe estar reñido con el humor. Por el contrario, este provoca distensión y sobre todo, reconocimiento de que la realidad es compleja y puede ser vista desde diversas perspectivas. En todas ellas, el hombre se muestra vitalmente desenfadado riéndose frente a las dificultades. En el fondo, es la confianza en toda su plenitud.
Frente a las penurias y la desesperanza, los invito a combatir, a lo que llama Julia Kristeva (citada por G. Portocarrero) “las nuevas enfermedades del alma”: el debilitamiento del deseo, el “aburrimiento mortal”, la pérdida de la ilusión de vivir.
Cabe señalar, que entendemos por “deseo”, lo que anhelamos en nuestra vida, es la expectativa, la proyección de lo que más queremos, la meta, el objetivo, la proyección en el tiempo hacia el futuro, extensión del presente hacia lo que está por venir. Evidentemente, que si encontramos sentido al futuro, en términos concretos; esta “motivará” nuestro comportamiento y “jalará” el presente. En caso contrario, un “presente congelado” nos espera con su respectiva consecuencia, el “aburrimiento mortal” (por ejemplo). La inacción, el desencanto atiborrado de conductas repetitivas fruto de la repetición mecánica de los actos laborales. Los pensamientos (y sentimientos) autoderrotistas, porque la “pérdida de la ilusión por vivir” ha contagiado nuestro espíritu. Nada de lo que hagamos nos provocará satisfacción. Evitaremos el riesgo, la consumación de lo que emprendamos (lo dejaremos todo sin terminar). Eliminaremos toda demostración innovadora fruto de un atisbo de originalidad. Nos sentiremos derrotados de antemano, y la ansiedad y el marasmo, junto a la sensación de vacío, elevara nuestra temperatura espiritual. La pérdida del humor se hace evidente, cuando constreñimos nuestro corazón e intentamos seguir un camino inflexible y rígido sin medias tintas que rompan la norma. Nos volveremos serios y concentrados en nosotros mismos. No nos daremos cuenta de que nuestro lenguaje hiere y no comprende a los demás. Porque el humor se ha perdido y estamos infestados con las “nuevas enfermedades del alma”.
Finalmente, la felicidad es aquella conversación que llevé con mi amigo Helder al medio día de nuestra existencia… “La felicidad no existe, es una ilusión, es como alcanzar la cruz del sur en nuestro hemisferio. O la estrella polar en el hemisferio norte. Y ese camino está configurado con nuestros logros, sueños, y metas”. O aquél juego de palabras de significados ambigüos, que siempre llevamos con mi amigo Dimas, o la solemnidad impostada (espiritual y corporal) de Raúl. O la alegría contagiante y la ilusión por el aprendizaje permanente de Tito. O el gozo que me causa al finalizar este artículo, y la ilusión de que alguien haya encontrado algún sentido a estas reflexiones.
Referencias:
Portocarrero, G. “Los desafíos del proyecto humanista en el mundo de hoy”. En Gaceta Rectoral. Nº 04-2011. Arequipa: Universidad Católica de Santa María.
Héctor Martínez Carpio.
Director del Centro de Desarrollo Académico.
U. Católica de Santa María.
Website: http://blog.pucp.edu.pe/hectormartinez
Arequipa – Perú.
"El que quiere vivir feliz y tranquilo, apártese de la cultura moderna. Al lado del dolor del mundo, y muchas veces en su suelo volcánico, el hombre ha establecido su pequeño jardín de felicidad".
Friedrich Nietzsche
Es una de las cosas más realistas que se puede leer en estos últimos años en los que todos creen tener la felicidad a la vuelta de la esquina sin hacer nada para conseguirla porque según ellos el mundo da vueltas y ya les tocará mientras viven un futuro utópico; muy bueno 🙂
"Hay placer en los bosques sin senderos, hay éxtasis en una costa solitaria. Está la soledad donde nadie se inmiscuye, por el oceáno profundo y la música con su rugido: No amo menos al hombre pero si más a la naturaleza"
Lord Byron.
“El sufrimiento lo purifica todo”…aquella frase me la dijeron muchas veces entre lágrimas, y las diferentes personas que me la dijeron a lo largo de los últimos 20 años eran personas que testimoniaban haber leído a Humillados y Ofendidos de Dostoievsky, de 1861. Definitivamente hay que celebrar el dolor y rechazar la felicidad, como una cuestión edonista en la acepción griega del término.