Somos un país plural en todos los aspectos: social, cultural, económico, religioso, étnico, etcétera. Sin embargo, aun no hemos sabido convivir con esa pluralidad y nos atribuimos egoístamente un grado por encima de los demás, convirtiéndonos en muchos casos en seres “superiores” y, a la vez, despreciables.
Dice el poema Verdades amargas “Si estamos bien, nos tratan con amor, nos invitan, nos adulan más; pero si acaso caemos, francamente solo por cumplimiento nos saludan”. Somos convenidos, egoístas, hipócritas y sobre todo ambicionamos el poder por naturaleza. Nuestra idiosincrasia a la peruana que corre por nuestras sociedades como corre la sangre por nuestras venas nos hace incapaces y reacios a comprender que nadie es “superior” o “inferior” al otro.
Nos vanagloriamos de ser un país en desarrollo, desgraciadamente solo en el sector económico. Socialmente, que depende de la educación, seguimos en la cola arañando el Tercer Mundo, definitivamente si no partimos de una educación para profesores donde a ellos se les extraiga de raíz el complejo de superioridad o inferioridad que la mayoría tiene y por último que lo tenemos todos, no se puede hablar de un cambio. Los que se forman con complejos serán los mismos que formen a la sociedad entrante y, por ende, no podemos ni podremos decir que somos un país en desarrollo, porque si descuidamos los principios y valores que nos son enseñados desde infantes y luego puestos en práctica en el transcurso de nuestras vidas seguiremos tan indiferentes como ahora.
Hoy (10 de diciembre), debe ser la fecha en la que celebremos el reconocimiento de nuestros derechos, y todos, a una sola mano, levantemos la bandera de la libertad, de la igualdad, de la justicia y del respeto, porque todos se merecen los mismos derechos que tú y yo exigimos.
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