El cometa y la melancolía de Friedrich

En 1811, un cometa atravesó los cielos de Europa. En medio de aquel asombro, Caspar David Friedrich pintó figuras humanas diminutas frente a horizontes infinitos.

La ciencia diría después que el polvo del cometa alteró los colores del cielo durante semanas; la historia del arte, en cambio, vería en esos tonos fríos el nacimiento del romanticismo cósmico.


El artista no describía el firmamento: lo contenía. En cada trazo de penumbra, una pregunta suspendida entre la fe y el vacío.

 

 El grito y las nubes del fin del mundo

 

Cuando Edvard Munch pintó El grito en 1893, escribió en su diario: “Sentí que un grito infinito atravesaba la naturaleza.” Aquella frase podría no ser sólo metáfora.

Astrónomos noruegos demostraron que, tras el Krakatoa, los cielos del norte se tiñeron de un rojo tan intenso que el artista lo habría visto sobre Oslo, años después de la erupción. Así, el grito no vendría del alma, sino del cielo mismo: una vibración cósmica, un eco del polvo volcánico que seguía suspendido en la estratósfera, iluminando la angustia humana con la luz de una catástrofe lejana.

La misteriosa palidez de los retratos de Francisco de Goya

Qué hay detrás de las Pinturas Negras de Goya?

Las Pinturas negras constituyen la sección final de la carrera de Goya y el contrapunto perfecto con su obra anterior. Por ejemplo, la comparativa entre el boceto para el cartón dedicado a La pradera de San Isidro y la tenebrosa Romería de San Isidro demuestra tanto la asombrosa evolución del pintor aragonés como su enorme versatilidad con el manejo del trazo, la luz y el color.

La pradera de San Isidro - Wikipedia, la enciclopedia libre

 

Sin embargo, hay un dato vinculado con la luz y la atmósfera real donde tuvieron lugar estas pinturas. Durante los años en que Goya pintó sus célebres Pinturas negras, Europa sufría todavía los efectos del enfriamiento global causado por la erupción del volcán Tambora en abril de 1815. Algunos estudiosos del clima y restauradores sostienen que los tonos cenizos y amarillentos de esas obras podrían estar relacionados con la falta de luz natural y con pigmentos alterados por la humedad de aquella “noche perpetua”.

Información de esta naturaleza permite inscribir en distintas líneas y vectores a la historia del arte y no tratarla de manera aislada a diversos fenómenos relacionados al momento de su producción.

Un verano de azufre

Para 1816, Europa se vio cubierta por una capa de frío y azufre producto de una erupción volcánica. Esta ocurrió en 1815 en Indonesia y el volcán se llamaba Tambora.

Hay muchas historias relacionadas a este acontecimiento. Entre ellas, el surgimiento de los relatos góticos, la composición del villancico “Noche de paz” y muchos poemas de Lord Byron. Pero quizá uno de los que mejor atestigüe la magnitud de evento sea la obra pictórica “Ulises comiéndose a Polifemo” de J.M.W Turner, pintor inglés reconocido por su trabajo con los paisajes.

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El pintor nunca supo que el esplendor rojizo de esta obra, datada en 1829, pero iniciada en el 1819, según algunos críticos, se debía al fuerte contenido de azufre que quedó en la atmósfera luego de dicha explosión al otro lado del mundo.