Los sinónimos no existen
En el Perú, la expresión constitucional “incapacidad moral permanente” se ha convertido en el centro de una controversia jurídica y política. La misma demuestra cómo los términos aparentemente sinónimos pueden dividir a toda una nación. El artículo 113 de la Constitución de 1993 del Perú establece que el presidente puede ser vacado por “incapacidad moral o física”, una fórmula heredada del constitucionalismo decimonónico. Durante años, los legisladores interpretaron el adjetivo moral como sinónimo de “mental”, es decir, asociado a la pérdida de las facultades psíquicas del gobernante. Esto se entiende, además, por aparecer junto a “física” en la formulación clásica. Sin embargo, a partir de 2000, el Congreso empezó a emplear la expresión en su sentido ético: moral pasó a ser sinónimo de honestidad o probidad.
Esa sustitución semántica transformó la lectura del texto constitucional. Al considerarse en ciertos contextos equivalentes moral y ética, el Parlamento amplió el significado original y empezó a usar esta causal para destituir presidentes acusados de corrupción o mala conducta, incluso sin sentencia judicial. Así, lo que en el siglo XIX significaba “incapacidad mental permanente” pasó a significar “falta de integridad moral”. El caso de Pedro Pablo Kuczynski en 2018 y el de Martín Vizcarra en 2020 evidencian cómo un matiz léxico alteró el equilibrio entre poderes del Estado.
El jurista Domingo García Belaunde señaló que esta reinterpretación “rompe el principio de legalidad” porque transforma un concepto médico en uno político, y permite que el Congreso actúe como juez moral del presidente. El equívoco nace precisamente por tratar dos acepciones de moral, una la psicológica y otra la ética, como sinónimas. Esta confusión semántica, heredada de una redacción ambigua, ha provocado crisis institucionales repetidas y ha demostrado que, en el lenguaje del derecho y en las lenguas en general, ningún sinónimo es inocente.
El estudio del significado lingüístico ha demostrado que las lenguas no se componen de equivalencias perfectas, sino de matices que reflejan diferencias culturales, pragmáticas y contextuales. En ese sentido, es posible afirmar que no existen los sinónimos en sentido absoluto, puesto que ninguna palabra puede sustituir a otra en todos los contextos sin alterar el significado. Tal como señala una nota en Castellano Actual (Universidad de Piura, 2019), la llamada sinonimia absoluta “apenas se presenta en la lengua, ya que cada término adquiere valores particulares según el contexto de uso”. Por ello, la noción de sinonimia debe entenderse como una coincidencia aproximada, bastante ligera, pero nunca idéntica.

En primer lugar, toda palabra conlleva connotaciones y matices afectivos que impiden la sustitución total. Dos términos pueden compartir un referente denotativo, pero difieren en su carga emocional o en el registro social al que pertenecen. Por ejemplo, “casa” y “hogar” aluden al mismo espacio físico, aunque la segunda expresa una dimensión afectiva ausente en la primera. Asimismo, “chibolo” y “niño”, si bien tienen el mismo referente, la manera en que se presenta el mismo tiene ya un tono distinto. Según el artículo publicado en Yorokobu (2018), “cada palabra posee su propio aroma”, lo cual implica que el hablante no elige entre sinónimos de manera arbitraria, sino que selecciona el término que mejor se ajusta a la intención comunicativa del momento. De este modo, la aparente equivalencia se deshace en un nivel connotativo.

En segundo lugar, la variación contextual, social y geográfica refuerza la imposibilidad de la sinonimia perfecta. Un caso ilustrativo es el de las palabras “carro” y “coche”, que designan el mismo objeto: un vehículo automotor. Pero difieren según la región y el registro lingüístico. En la mayor parte de América Latina, carro es el término común y neutro, mientras que en España se prefiere coche, y en algunos países del Cono Sur se usa incluso auto. A pesar de compartir el mismo referente, cada vocablo activa asociaciones distintas: carro puede sonar informal o incluso arcaico en el español peninsular, mientras que coche puede parecer afectado o foráneo en contextos latinoamericanos. Esta variación muestra que el significado lingüístico no depende solo del objeto designado, sino del entramado cultural y regional en el que se produce el acto de habla.

Finalmente, la precisión semántica en los lenguajes especializados demuestra que ninguna lengua tolera equivalencias absolutas. En el discurso técnico o científico, cada término adquiere un valor delimitado que no puede reemplazarse sin pérdida de rigor. El artículo de Yorokobu (2018) menciona que en la aviación “no es posible confundir ‘pista’ con ‘carril’ ni ‘retirada’ con ‘despegue’”, pues la seguridad depende del uso exacto del vocabulario. Esta restricción semántica confirma que la sinonimia se desintegra ante la necesidad de precisión referencial. De la misma manera, “incapacidad moral permanente” trae problemas por su poca precisión en el uso de un tiempo a la actualidad.
En conclusión, la aparente existencia de sinónimos se desvanece cuando se examina el lenguaje desde sus dimensiones pragmáticas, geográficas y técnicas. Puesto de otra manera, no existen sinónimos en el discurso aunque la escritura y el diccionario nos creen la ilusión de que sí. Las palabras no son duplicados intercambiables, sino unidades únicas dentro de una red de valores contextuales. Por tanto, afirmar que los sinónimos no existen no es negar la semejanza entre términos, sino reconocer que el significado es siempre una cuestión de diferencia.
Bibliografía usada para este texto
a) https://yorokobu.es/los-sinonimos-no-existen/
b) https://www.udep.edu.pe/castellanoactual/existe-la-sinonimia/
c) https://victorselles.com/los-sinonimos-no-existen/