La misteriosa palidez de los retratos de Francisco de Goya
Las Pinturas negras constituyen la sección final de la carrera de Goya y el contrapunto perfecto con su obra anterior. Por ejemplo, la comparativa entre el boceto para el cartón dedicado a La pradera de San Isidro y la tenebrosa Romería de San Isidro demuestra tanto la asombrosa evolución del pintor aragonés como su enorme versatilidad con el manejo del trazo, la luz y el color.

Sin embargo, hay un dato vinculado con la luz y la atmósfera real donde tuvieron lugar estas pinturas. Durante los años en que Goya pintó sus célebres Pinturas negras, Europa sufría todavía los efectos del enfriamiento global causado por la erupción del volcán Tambora en abril de 1815. Algunos estudiosos del clima y restauradores sostienen que los tonos cenizos y amarillentos de esas obras podrían estar relacionados con la falta de luz natural y con pigmentos alterados por la humedad de aquella “noche perpetua”.

Información de esta naturaleza permite inscribir en distintas líneas y vectores a la historia del arte y no tratarla de manera aislada a diversos fenómenos relacionados al momento de su producción.
