Relativismo lingüístico: origen, problemas y actualidad

Introducción

La película “Arrival” (2016) de Denis Villeneuve presentó a los espectadores un problema sobre el cual más de uno ha pensado alguna vez: si seres de otros planetas, con otras culturas, otro idioma y formas de vida nos llegaran a visitar, ¿podríamos eventualmente comprenderlos? La premisa detrás de esta pregunta es lo que se conoce como relativismo lingüístico y, como aún no tenemos contacto extraterrestre, suele aparecer en situaciones más cotidianas como en el encuentro de dos personas con culturas o lenguas distintas. En esta nota abordaremos su definición, su origen y veremos si es una postura que puede defenderse en la actualidad.

 

Resumen

-El relativismo lingüístico postula que la lengua que uno habla determina la forma en que vemos el mundo. Esta postura tiene su origen en el siglo XVIII y se relaciona con el surgimiento de las naciones y la historia del arte. Se asumió que la lengua contenía el espíritu y la intención de los pueblos que la hablaban.

En el siglo XX, Edward Sapir y luego su alumno Benajim Whorf se convierten en las figuras visibles de este pensamiento. Encontraron argumentos en las lenguas nativas de América. Además, postularon dos maneras de abordar el tema: una versión fuerte, llamada también determinismo lingüístico, y una versión débil.

-En el mismo siglo, el relativismo lingüístico fue una hipótesis fuertemente criticada desde la filosofía y las ciencias cognitivas. La primera encuentra muy difícil de justificar que una lengua pueda determinar nuestra forma de pensar. La segunda crítica pone a la biología por encima de la cultura: la biología es la loza donde la cultura se desarrolla y organiza. En la actualidad, se ha cambiado el abordaje: la lengua no determina nuestra forma de pensar, pero sí puede aumentar nuestra pericia en ciertas tareas cognitivas.

 

 

¿Qué es el relativismo lingüístico?

El relativismo lingüístico defiende la influencia de la lengua materna en nuestros procesos cognitivos. De acuerdo con esta perspectiva, un hablante organiza en su mente el mundo que percibe desde las categorías de la lengua que habla. Si dicha lengua tiene o no ciertas categorías, el hablante procesa el mundo desde la presencia o ausencia de las mismas. En resumen, las lenguas serían “lentes” que determinan la manera en que vemos el mundo. Revisemos dos ejemplos para hacernos una idea más clara de esta propuesta.

La lengua Piraha, hablada en la Amazonía brasileña, es un caso especial para los investigadores de distintas áreas. Para los interesados en el relativismo lingüístico, les son llamativas las categorías que usan para referirse a cantidades. Por ejemplo, esta lengua no cuenta con números: carecen de términos específicos más allá del número uno. Ellos cuentan uno, varios y muchos. Experimentos, realizados en la década pasada, principalmente por Peter Gordon, investigador de la Universidad de Columbia, dan cuenta de que esta caracterización es correcta y que no pueden operar con números abstractos. Según el relativismo lingüístico, estarían inhabilitados para operar matemáticamente como lo harían hablantes de lenguas occidentales porque su lengua no tiene los términos adecuados para llevar a cabo esta actividad.

Otro caso relevante fue presentado por Benjamín Whorf a finales de los años 30s, uno de los fundadores de esta perspectiva, al estudiar la lengua de los nativos hopi de Norteamérica. Whorf advierte que en esta lengua no hay distinciones específicas de tiempo. Para ellos, no hay diferencia entre “él corre”, “está corriendo” y “corrió”. Usan únicamente el término “wari” que lo traduce como “hay correr”. Asimismo, no hacen distinciones modales, es decir “él correrá” o “él correría” se expresan ambos con el término “warinki”, traducido por este autor como “hay correr diría yo”. De estos ejemplos, Whorf concluye que los hopi no segmentan el tiempo de la misma manera que las lenguas europeas. Es más, ni siquiera están interesados en esto: su atención recae en la veracidad de la acción realizada y cómo el enunciador da cuenta esto. De esta idea, Whorf infiere, además, que el espacio, tiempo y la materia, en el sentido de Newton, no son intuiciones universales, sino más bien recetas culturales que encuentran su origen en la forma en que las lenguas indoeuropeas organizan el tiempo en pasado, presente y futuro. Esto es  anteponer la cultura a la biología.

Los defensores del relativismo lingüístico usan estos ejemplos para sostener que la lengua materna y sus pautas lingüísticas determinan lo que un individuo percibe en el mundo y cómo piensan. Además, tomando en cuenta que estas pautas cambiarían los modos de percibir y pensar, tendrían visiones del mundo básicamente diferentes y, en muchos casos, mutuamente incompatibles. Este último punto es el que los críticos tienden a atacar primero.

 

 

Cuál es el origen de esta noción

Se suelen mencionar tres momentos de desarrollo de esta hipótesis. El primero, en el siglo XVIII en Europa, vinculado al origen de las naciones; el segundo, a inicios del siglo XX, en terrenos de la Historia del arte; y el tercero, a mediados del mismo siglo, en los trabajos de antropología desarrollados en América del norte.

En primer lugar, Ludwig von Bertalanffy, padre de la teoría de los sistemas complejos, identifica el relativismo lingüístico con el surgimiento de las naciones y el pensamiento romántico alemán. Ve en la figura de Willem Von Humboldt al iniciador de esta perspectiva. Para Bertalanffy, el sabio alemán fue el primero en plantearse si el uso de una lengua crea cultura o si una cultura determina una lengua. Humboldt pensaba que cada lengua trae consigo una imagen del mundo. Esta organización no sería arbitraria, sino estaría motivada por el espíritu de los pueblos y sus intereses. Así, una lengua contiene la visión del mundo de sus hablantes siendo así el vehículo de una cultura. Con ello, defiende una relación intrínseca entre lengua y cosmovisión denominada en alemán weltanschauung.

En segundo lugar, se toma en cuenta las impresiones del historiador del arte vienés Alois Riegl, quien gozó de fama a inicios del siglo XX. En su libro “El culto moderno a los monumentos: caracteres y origen” de 1903, una obra fundamental en la historia del arte y en el trabajo de restauración, introduce por primera vez la noción de Kunstwollen, traducida como “intención artística”. A partir de esta idea aborda el arte primitivo y su carácter poco realista. Sin embargo, y en esto difería de diversas posturas de la época, consideraba que esta tendencia no representaba falta de habilidad o de recursos para llevar a cabo el trabajo artístico, sino que albergaba una intención artística distinta a la nuestra. Esto se sustentó, más adelante, con ejemplos del arte gótico frente al canon clásico: era impensable que el arte gótico careciera de recursos, sino que tenía una intención distinta constituida por la cultura de la que provenía. Con esto se advertía que los productos culturales, como el arte o la lengua, contienen las intenciones del grupo al que pertenecen.

En tercer lugar, a mediados del siglo XX, Edward Sapir, antropólogo y lingüista estadounidense,  y luego su alumno, el lingüista de la Universidad de Yale, Benajmin Whorf, fueron sus principales defensores. Ellos encontraron argumentos en las lenguas nativas de América. Si bien se discute actualmente si realmente ellos defendieron esta postura, se suele usar sus nombres como sinónimo de la misma. Así, en 1954 y gracias a Harry Hoijer, un lingüista alumno de Whorf, se acuña la hipótesis Sapir-Whorf.

Estos autores estaban interesados en averiguar hasta qué punto una lengua, con su gramática y palabras, determina la visión del mundo de una comunidad lingüística específica. Para ellos, la lengua y sus características forman el pensamiento. Con el tiempo, esta hipótesis fue tratada de manera distinta por los investigadores que les siguieron, dando lugar a dos versiones de la misma: la radical y la laxa. La primera asume que las categorías lingüísticas limitan y determinan las categorías cognitivas. En su versión extrema, solo podemos percibir lo que la lengua advierte. A esta se le denominó también determinismo lingüístico. La segunda postula, de una manera menos radical, como lo indica su nombre, que las categorías lingüísticas solo influyen en el pensamiento, principalmente, práctico.

 

 

 

 

Las críticas al relativismo lingüístico

Ahora revisaremos dos críticas al denominado relativismo lingüístico. La primera es una crítica desde la filosofía propuesta por Donald Davidson; la segunda proviene de las ciencias cognitivas y es defendida por el lingüista John H. Mc Whorther.

El filósofo estadounidense, y profesor por muchos años en la Universidad de California, Donald Davidson, siempre estuvo en contra del relativismo lingüístico, pero sobre todo de la idea que según él le daba sustento: los esquemas conceptuales. Esta es la manera en que describe las redes de significados y categorías que organizarían nuestra forma de ver el mundo. El siguiente cuadro es ejemplo de este tipo de acercamiento:

 

 

 

El cuadro anterior muestra cómo tres lenguas organizan información del mundo. Vemos como el francés tiene tres términos para dar cuenta de árbol, bosque y selva. Asimismo, vemos que el alemán tiene tres palabras para segmentar dicha información. Por último, el ruso solo tiene dos palabras para lo que el alemán y el francés tres. Lo importante para el relativista reside en la segmentación fijada por cada lengua. Es decir, para este, el hablante que tenga la categoría “skov” presentaría problemas para reconocer la distinción entre “bosque” y “selva” que realiza el francés, por ejemplo.

Davidson veía además que el relativismo lingüístico se alimentaba de problemas que surgen al realizar trabajos de traducción. Para los defensores del relativismo, la aparente imposibilidad para traducir algunos términos justificaba la presencia de estas redes conceptuales que organizan el mundo de manera distinta. Por ello, Davidson debía resolver estos problemas para traer abajo al relativismo. Estos son sus argumentos.

En primer lugar, para Davidson es imposible alegar la total incomprensión de una lengua con otra porque estaría en contra de la misma definición de lengua. Si alguien reconoce algo como lengua, implica necesariamente su posibilidad de traducción. Esta puede ser más complicada o más sencilla, pero es imposible que no se llegue a establecer una traducción. En este caso, la historia de conquistas y colonias desarrolladas entre pueblos sería su demostración. Algunos podrían alegar, que tal vez solo algunas secciones de la lengua son difíciles de traducir y no todas. La resolución de este comentario lo dejamos para el segundo argumento.

En segundo lugar, Davidson admite que pueden existir algunos términos que sean más complicados de traducir que otros, pero que de ninguna manera es imposible realizar dicho trabajo. La razón principal es que si hay problemas con un conjunto de términos, ya contamos con una gran número de los mismos para realizar la labor en cuestión. Un ejemplo de esto sería el término “saudade” del portugués. El mismo se traduce como “nostalgia”. Para los relativistas lingüísticos, reducir el término a “nostalgia” no le hace justicia a lo que evoca. Sin embargo, muchos autores usan los recursos de la lengua para darle una traducción más precisa. Quizá uno de los mejores sea el propuesto en 1660 por el escritor portugués Manuel Melo: bien que se padece y mal que se disfruta. Qué sucedió acá: se diluye la aparente dificultad haciendo uso de los recursos que tiene la lengua. Como vemos, existen argumentos desde la filosofía en contra del relativismo lingüístico.

El lingüista estadounidense John Mc Whorther, profesor de la Universidad de Berkeley y autor del libro “The language Hoax”, critica también el relativismo lingüístico, pero desde la biología. Para él, la biología antecede a la cultura. Para demostrar esta postura recurre a la información de la vista y de los colores. Para la física, los colores son franjas del espectro electromagnético que desencadenan la experiencia del color. El ojo humano puede percibir hasta siete millones de colores. Las lenguas del mundo, a su vez, tienden a segmentar este espectro de manera particular. Por ejemplo, las lenguas románicas como el español organizan 10 campos de color: blanco, negro, rojo, azul, verde, amarillo, gris, marrón, rosa y violeta. Los últimos tres no existieron en la época del latín, sino representan innovaciones comunes en las lenguas románicas.

La organización de los colores varía de lengua en lengua. Por ejemplo, los dani de Nueva Guinea usan solo dos palabras para hablar del espectro en general. Con estos simples datos, es evidente que la diferencia en la estructuración cultural de los colores no guarda relación con la percepción de los mismos. Es así que el léxico codifica aspectos del color que ya son notorios para el sujeto en lugar de volver notorios estos. Una persona puede percibir los colores, y la realidad que esto implica, sin que sus categorías lingüísticas hayan codificado dicho elemento. Entonces podemos afirmar que nuestros sentidos están por encima de la clasificación léxica que se realiza.

La pregunta que surge inmediatamente es: ¿la organización cultural de los colores es arbitraria, es decir, no motivada? Es decir, ¿cada cultura organiza sus taxonomías sobre el mundo a su antojo? Si esto fuese así, dejaríamos abierta la puerta al relativismo y llegaríamos a pensar que la cultura determina nuestras percepciones.

Desde los años 70 y tras examinar 90 idiomas se llegó a ciertas conclusiones sobre este punto. Para empezar, usen muchas o pocas palabras para el nombre de los colores, las lenguas siempre abarcan todo el espectro cromático. Asimismo, se observó que existen 11 puntos referenciales para el color, incluso en las lenguas que no tienen términos para nombrarlos. Sobre esta base, el detalle, aumento o reducción de términos para los colores se sigue sistemáticamente. Es decir, existe una “jerarquía implicativa” en el léxico de los colores. Esto quiere decir que encontraremos el color morado en el léxico de una lengua si es que ya está presente el azul, el blanco y el rojo. No es posible encontrar lenguas donde se codifica el morado, sin que se hayan nombrado primero al azul, al blanco o al rojo: solo pueden aparecer colores de cierto tipo si es que antes están otros más básicos. Esta jerarquización es universal y está en relación con aspectos biológicos de nuestra percepción. Podemos indicar, entonces, que el léxico del color no determina la experiencia, pero su organización manifiesta los intereses del grupo cultural sin dejar de seguir patrones universales de organización.

 

Qué se piensa actualmente sobre el relativismo lingüístico

En la actualidad, hay un resurgir del relativismo lingüístico. Sin embargo, todas sus versiones han cambiado en la manera de abordarlo. Ya no se habla propiamente de pensar o de la imposibilidad de percibir aspectos del mundo que no estén en las categorías de la lengua, sino de realizar determinadas “tareas cognitivas”. Es decir, los relativistas lingüísticos actuales plantean que la influencia de la lengua tiene lugar en ciertos aspectos prácticos.

En el 2006, la profesora Diana Deutsch y sus colaboradores de la Universidad de San Diego, en California, encontraron, en un experimento, una relación entre el oído absoluto y los hablantes de lenguas tonales.

Vayamos por partes. Por un lado, el oído absoluto se define como una capacidad para reconocer una nota musical sin contexto y de manera precisa. Muy pocas personas tienen esta capacidad. Incluso entre músicos aparece en una relación de uno entre mil. Un ejemplo clásico de esto es el músico argentino Charly García, quien puede reconocer, con alta precisión, la nota en la que una cuchara resuena al golpearse con la mesa o la nota en la que vibra el timbre de una puerta.

Entonces, las lenguas tonales son los sistemas lingüísticos que utilizan el tono como un rasgo que distingue significados. El mandarín, lengua que utilizan los sujetos de este experimento, distingue la secuencia «ma» según el tono con que se pronuncie: tenemos «caballo» (tono alto y sostenido, sin variación), «madre» (tono ascendente), «cáñamo» (tono medio que baja y vuelve a subir, terminando alto) o «regañar» (tono neutro y corto).  Es decir, hay cuatro significados de “ma” según la forma en que usan el tono.

Estos investigadores descubrieron que existe una probabilidad mucho mayor en los hablantes de mandarín de tener oído absoluto que en los hablantes del inglés. En su estudio, analizaron a 88 estudiantes de primer año del Conservatorio de Música de Pekín y a 111 estudiantes de primer año del Eastman School of Music de Rochester, Nueva York; cada uno, nativo de dicha lengua. Lo que esto evidencia es que los hablantes de lenguas tonales que se dedican a la música identifican mejor las notas musicales, esto quizás por la práctica que se tiene al momento de hablar.

Si bien muchos factores han sido discutidos sobre esta investigación, como, por ejemplo, el carácter innato del oído absoluto, parece que el relativismo lingüístico se vuelve a asomar desde investigaciones empíricas ya no relacionadas al pensamiento en general, sino en tareas cognitivas más puntuales.

 

 

 

 

 

Felipillo y Martinillo. Los dos intérpretes en la conquista del Tawantinsuyo

Introducción

Un punto central en todo el proceso de conquista del Tawantinsuyo por parte de los españoles fue cómo se comunicaron estos con sus pares andinos. Es conocido el hecho de que Huayna Capac tuvo una entrevista con el conquistador Pedro de Candía en el norte del Perú. De ese primer encuentro (que, según cuentan algunos testimonios, el inca entendió que los españoles “comían oro”) los foráneos incorporaron intérpretes al proceso de conquista. ¿Cuántos fueron?, ¿cómo los integran a las filas españolas?, ¿fueron fieles a los extranjeros o libraron su propia batalla en tan particulares circunstancias?, serán algunas de las preguntas que resolveremos en la siguiente nota.

 

Resumen

-El primero a comentar será Felipillo. Él fue el intérprete, también denominado indio “lengua”, que acompañó a Francisco Pizarro y Diego de Almagro durante la conquista de Perú y Chile. Era un indio del norte del Perú y se incorporó a la expedición de Francisco Pizarro durante la segunda incursión exploratoria del conquistador en territorio incaico. Esto fue hacia 1526 cuando el traductor tenía veintidós años de edad. Acompañó a Hernando de Soto y Hernando Pizarro en la primera entrevista de los españoles con Atahualpa, estuvo presente en la matanza del 16 de noviembre de 1532 en Cajamarca, y fue el traductor principal del proceso por fratricidio, idolatría y rebelión que sirvió para consolidar el ajusticiamiento del Inca en 1533.

-Poco tiempo después, los cronistas indican que Felipillo actuó a favor del Tahuantinsuyo durante la expedición española a Chile. Este informó a los nativos locales que atacaran a Diego de Almagro, a sus hombres españoles y a los nativos americanos fieles a la corona, ya que eran asesinos y solo buscaban oro. Cuando Almagro descubrió los motivos de traición de Felipillo y obtuvo su confesión acerca de malinterpretar, a propósito y por interés propio, el mensaje de Pizarro a Atahualpa en Cajamarca, ordenó a sus soldados capturarlo y destrozar su cuerpo con caballos frente al curaca de la región.

-El segundo a comentar es Martinillo. Él fue un traductor peruano que, como conocedor del quechua y el español, ejerció las funciones de intérprete durante la conquista del Imperio Inca, y más tarde durante el período colonial del Perú. Nació en el norte del Perú aproximadamente en el 1518 y murió en Sevilla, España en 1549.

-Martinillo era sobrino de Maisavilca, la “curaca” de Poechos y fue confiado a Francisco Pizarro durante su exploración en esas tierras. Martinillo tenía en ese momento poco más de catorce años y desde que Pizarro entró en la región de Poechos en 1532, se presume que nació en 1518. Investigadores, como Waldemar Espinosa, indican que era muy hábil con los idiomas y dominaba el idioma “sec”, hablado por su etnia Tallán de Piura y entendía el quechua, en su variedad norteña. En las guerras civiles entre “conquistadores”, estuvo del lado de los Pizarro y después de la muerte de Francisco Pizarro por los almagristas, se unió a las filas de las tropas del gobierno y durante la Batalla de Chupas, entre Cristóbal Vaca de Castro y el Hijo de Almagro, comandó, con coraje, una multitud de tropas indígenas. A su regreso a Cuzco, sin embargo, las cosas fueron mal para Martinillo. Un funcionario español lo denunció como seguidor de Gonzalo Pizarro y la investigación encontró que había servido en sus filas como caballero y no como un simple intérprete como siempre había afirmado. La condena fue ejemplar: doscientos azotes en Cuzco, cien en Lima y, luego, el exilio perpetuo en Panamá. Fue el fin de la acomodada situación de Martinillo. Aunque, el indígena intentó jugar una carta más. Soportado el tormento y trasladado a Panamá, navegó hacia España con la intención de defender su caso ante la corona. Su esposa y una hija se unieron a él en Sevilla, pero su físico se vio debilitado por el sufrimiento y murió en el trayecto en 1549, a la edad de treinta años.

1. Felipillo de Tumbes

Felipillo fue el intérprete, también denominado indio “lengua”, que acompañó a Francisco Pizarro y Diego de Almagro durante la conquista de Perú y Chile. Se le puso ese nombre por el rey de España de aquel entonces.

En la actualidad, el nombre Felipillo es usado a veces como sinónimo de traición. Sin embargo, el comportamiento de Felipillo, el personaje histórico, se explica por diversas razones. Entre ellas está el hecho de que no pertenecía a la etnia dominante en el Imperio Inca, sino a un grupo sometido por la aristocracia reinante. Esto, dentro de la lógica andina, explica por qué su actitud hacia el Inca era distinta a la de un seguidor.

1.1 Lugar de origen y lengua materna 

Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento y existe una discrepancia sobre su lugar de origen. Historiadores, como Waldemar Espinoza, proponen que nació en el norte del imperio incaico. Los cronistas Guamán Poma de Ayala y Buenaventura de Salinas y Córdoba coinciden en que era un indio Huancavilca, etnia perteneciente al actual Ecuador. Garcilaso de la Vega afirma que era natural de la isla de Puná y Agustín de Zárate sostiene que había nacido en Poechos. Para otros cronistas, como Juan de Betanzos, él era un nativo de Tumbes y, según otros, era de la etnia Tallán, en la actual Piura.

Felipillo no era quechua hablante nativo. Él aprendió esta lengua en Tumbes de boca de los nativos que la usaban como segunda lengua. Ahí fue que aprendió español básico de los soldados de Francisco Pizarro.

1.2 Adhesión al contingente español

Se incorporó a la expedición de Francisco Pizarro durante la segunda incursión exploratoria del conquistador en territorio incaico hacia 1526, cuando tenía veintidós años de edad. Entonces, algunos jóvenes indígenas se unieron a los españoles en Tumbes con objeto de aprender castellano y servir de intérpretes. Felipillo fue bautizado, como se mencionó, con el nombre del rey español.

Francisco Pizarro le tomó afecto y lo llevó a Panamá donde lo hizo su hombre de confianza, le dio un caballo y lo bautizó. Este último acto era un gran honor para un indio porque equivalía a igualarse como hermano de sus amos según la mentalidad europea de aquella época. Después acompañó a los castellanos a la Península Ibérica entre 1528 y 1530, cuando el extremeño pactó con la Monarquía Católica las mercedes correspondientes a las tierras por conquistar.

1.3 Participación en la conquista

En 1531 formó parte de la expedición que partió desde España al Perú. Acompañó a Hernando de Soto y Hernando Pizarro en la primera entrevista de los españoles con Atahualpa, estuvo presente en la matanza del 16 de noviembre de 1532 en Cajamarca, y fue el traductor principal del proceso por fratricidio, idolatría y rebelión que condenó al Inca en 1533.

Después de que Francisco Pizarro capturó al inca Atahualpa en la batalla de Cajamarca en 1532, Felipillo fue el principal traductor entre ellos durante su primera reunión. Puesto que Felipillo pertenecía a una tribu rival, y estaba teniendo un romance con una de las esposas de Atahualpa, indica Juan de Betanzos, que deliberadamente tradujo los mensajes de Pizarro de manera imprecisa al inca Atahualpa.

Los historiadores coinciden en que la interpretación proporcionada por Felipillo está lejos de ser fiel o incluso útil para los españoles. Algunos aseguran que llegó a hablar en términos desfavorables acerca de la doctrina católica, la Biblia, y toda la presencia española en su tierra. Solo el Inca Garcilaso de la Vega defiende la actuación de Felipillo en Cajamarca.​

1.4  Final de su vida

Según Agustín de Zárate, en Historia del descubrimiento y conquista de las provincias del Perú (1555), el indígena se enamoró de una de las mujeres que acompañaban a Atahualpa y provocó la muerte de éste para disfrutar de su amor sin problemas con las autoridades.

Entonces, extendió el rumor de que el Inca estaba reuniendo secretamente un ejército para atacar a los españoles y malinterpretó declaraciones de testigos para lograr su objetivo. Esta versión ha sido aceptada por cronistas como Pedro Cieza de León, Antonio de Herrera Tordesillas, Felipe Guamán Poma de Ayala y Buenaventura de Salinas y Córdoba. El inca Garcilaso de la Vega también hace referencia al supuesto engaño de Felipillo, en el manuscrito titulado Segunda parte de los comentarios reales de los incas: Historia general del Perú (1617), pero advierte de que el joven indio hablaba tan mal la lengua de los incas como comprendía el castellano. Por tanto, su traducción pudo caer en varios despropósitos, a voluntarios o no, como también lo indica Juan de Betanzos.

Los mismos cronistas indican que Felipillo actuó a favor del Tahuantinsuyo durante la expedición española a Chile. Este les dijo a los nativos locales que atacaran a Diego de Almagro, a sus hombres españoles y nativos americanos fieles, ya que eran asesinos y solo buscan oro. Así los instó a atacarlos o huir. Cuando Almagro descubrió los motivos de traición de Felipillo y su confesión acerca de malinterpretar a propósito el mensaje de Pizarro a Atahualpa, ordenó a sus soldados capturarlo y destrozar su cuerpo con caballos frente al curaca de la región.

2. Martinillo de Poechos

Martinillo fue un traductor peruano que, como conocedor del quechua y el español, ejerció las funciones de intérprete durante la conquista del Imperio Inca, y más tarde durante el período colonial del Perú. Gracias a este trabajo, llegó a obtener una posición bastante acomodada dentro de la Colonia temprana. Nació en el norte del Perú aproximadamente en el 1518 y murió en Sevilla, España en 1549.

2.1 Lugar de origen y lengua materna

Investigadores, como Waldemar Espinosa, indican que era muy hábil con los idiomas y dominaba el idioma “sec” , hablado por su etnia Tallán de Piura, específicamente, la lengua de sechura, y entendía el quechua, en su variedad norteña. En pocos meses logró dominar bastante bien el castellano, por lo que fue contratado por Hernando Pizarro, como intérprete en su visita al campo cuando se dirigía a entrevistarse con Atahualpa. El cronista y testigo de la Conquista, Miguel de Estete asegura que fue él quien acompañó a fray Vicente de Valverde cuando se presentó al inca y trató de impartir la fe cristiana en el accidentado encuentro en Cajamarca. Los otros conquistadores presentes en el evento aseguran, sin embargo, que el intérprete, en esta ocasión, fue otro, el ya mencionado Felipillo. Es un clásico tema de debate esta imagen.

Martinillo, sin embargo, obtuvo la confianza del soberano cautivo que dependía de él para comunicar a Pizarro su oferta de rescate y para lidiar con los tiempos y métodos. Lo que sí está confirmado es que Martinillo no estaba presente en Cajamarca cuando el Inca fue ejecutado. Había acompañado a Hernando de Soto en la exploración para verificar algunos rumores sobre la presencia de un ejército hostil y la función de intérprete fue ejercida por Felipillo quien más tarde sería objeto de infames acusaciones por este trabajo realizado, según algunos, con abierta mala fe.

 

2.2 Adhesión al contingente español

Martinillo era sobrino de Maisavilca, la “curaca” de Poechos y fue confiado a Francisco Pizarro durante su exploración en esas tierras. Martinillo tenía en ese momento poco más de catorce años y desde que Pizarro entró en la región de Poechos en 1532, se presume que nació en 1518.

Aún no se ha establecido de manera definitiva si Maisavilca era un cacique local o uno impuesto por el incario, pero dado su rango social, debía hablar quechua con fluidez. Martinillo se crió en un entorno quechuahablante, sin que esta sea su lengua madre.

Martinillo permaneció entonces al lado de sus nuevos apoderados españoles a quienes sirvió fielmente. Ya siendo parte del contingente español, participó en violentos enfrentamientos durante la marcha al Cuzco, cuando Manco Inca fue elegido como Sapa Inca. Mientras Felipillo se había alineado con Diego de Almagro, Martinillo se puso incondicionalmente del lado de los Pizarros a quienes serviría fielmente durante toda su vida. Su lealtad fue reconocida y Pizarro, ahora gobernador del Perú, lo recompensó con una importante “encomienda” que lo convirtió en el indígena más rico de la Colonia. La ambición de Martinillo, a partir de ese momento, no conoció límites y su ansiedad por ser hispano lo empujó a imitar en todo a sus benefactores. Vestido al estilo europeo, solo se movía a caballo y logró casarse con una española, Luisa de Medina, con la que tuvo tres hijos.

2.3 Participación en la conquista

Aunque Guamán Poma de Ayala en uno de sus dibujos identifica a Felipillo como el que trata de explicar al Inca lo que dice el sacerdote español, otras referencias históricas señalan que fue Martinillo quien tuvo a su cargo esa labor.

Sin embargo, el historiador Juan José Vega afirma que el intérprete que actuó con el padre Valverde en Cajamarca fue Martinillo. Ratifica así lo escrito por Miguel de Estete, quien oficiaba de secretario de Pizarro y estuvo presente en el acto.

Antes de ese hecho, relatos de la época afirman que luego de ingresar a la ciudad de Cajamarca, el 15 de noviembre de 1532, Pizarro ordenó a Hernando de Soto y a su hermano Hernando Pizarro que se dirigieran a Pultamarca, los actuales Baños del Inca, e invitaran a Atahualpa a cenar esa noche, con la idea de tomarlo preso en dicha reunión. El inca accedió a la cita, pero para el día siguiente. Esto en consonancia con el hecho de que los incas tenían muy reducidas, por cuestión de tradición, las actividades por la noche. Menos aún desatar alguna batalla.

Los primeros en presentarse por parte de los españoles fueron Hernando de Aldana, el ‘lengua’ Martinillo y fray Valverde.

En una investigación sobre Martinillo de Poechos, el historiador José Antonio del Busto indica que Pedro Pizarro, sobrino del conquistador, no marchó con este a Cajamarca y permaneció en San Miguel de Tangarará, la primera ciudad española fundada por Pizarro. Los relatos que hace el cronista Pizarro del viaje de los españoles a la recién fundada ciudad se los contó Martinillo, con quien mantenía una gran amistad.

El mismo Pizarro relata que fue Martinillo quien tradujo la conversación violenta y tirante entre Atahualpa y Hernando Pizarro, y el diálogo entre Atahualpa y Valverde.

En las guerras civiles entre “conquistadores”, estuvo del lado de los Pizarro y después de la muerte de Francisco Pizarro por los almagristas, se unió a las filas de las tropas del gobierno y durante la Batalla de Chupas, entre Cristóbal Vaca de Castro y el Hijo de Almagro, comandó, con coraje, una multitud de tropas indígenas. Su gesto le dio reconocimiento oficial y un aumento en la ya notable “encomienda” que poseía. En las posteriores disputas entre Gonzalo Pizarro y el poder real permaneció fiel al representante de la familia a la que había estado vinculado y fue protagonista de una misión oficial que lo llevó, incluso, a España. De hecho, acudió a Hernando Pizarro, que en ese momento estaba detenido, para ilustrar la situación y acordar alguna acción para transferir a Gonzalo el poder que ya había sido de Francisco. La misión no tuvo éxito y Martinillo fue capaz de regresar a Perú sólo en secreto disfrazándose de esclavo. Cuando Gonzalo Pizarro fue derrotado, Martinillo intentó pasar desapercibido y, por un tiempo, tuvo éxito. En 1548 incluso se le confió una misión oficial con el Inca de Vilcabamba, Sayri Tupac que los españoles estaban tratando de convencer para abandonar el estado de rebelión abierta.

2.3 Final de su vida

A su regreso a Cuzco, sin embargo, las cosas fueron mal para Martinillo. Un funcionario español, el auditor Cianca, quizás motivado por alguna antigua animosidad, lo denunció como seguidor de Gonzalo Pizarro. La investigación encontró que había servido en sus filas como caballero y no solo como un simple intérprete como siempre él había afirmado. La condena fue ejemplar: doscientos Azotes en Cuzco, cien en Lima y luego el exilio perpetuo en Panamá. Fue el fin de la acomodada situación de Martinillo, pero el joven indígena intentó jugar una carta más. Soportado el tormento y trasladado a Panamá, navegó hacia España con la intención de defender su caso ante la corona. Su esposa e hija se unieron a él en Sevilla, pero su físico, debilitado por el sufrimiento, no soportó y murió en el trayecto en 1549, a la edad de unos treinta años.