No hay precedente en la historia de las últimas décadas, de un gabinete de inicio de gobierno, de tan corta vida. Ha sido a todas luces una crisis ministerial tan pronta como las tareas que debía de cumplir el gabinete Lerner. El reto para el gobierno del presidente Humala era cómo poner en práctica la tan proclamada inclusión social en medio de un crecimiento económico, allí donde han fracasado los anteriores gobiernos, acrecentando las expectativas, así como los propios conflictos sociales, sobre todo alrededor de los proyectos de inversión minera.
Cómo hacerlo, además, sin partido político de respaldo y con una organización en el Parlamento, Gana Perú, que está lejos de ser una bancada de gran experiencia política y en un contexto en donde los presidentes de los gobiernos regionales, si bien no tienen un partido articulador, se han convertido en señores feudales que demandan cada vez con más fuerza al Estado centralista, afincado en Lima. Así entregó la responsabilidad del gabinete a su hombre de confianza, Salomón Lerner Ghitis que, junto con la primera dama, Nadine Heredia, y su compañero de promoción del Ejército, Adrián Villafuerte, formaba parte del núcleo del poder.
Al lado de la pluralidad política del gabinete, se manifestaron también sus contradicciones, alentadas también desde fuera del gobierno. La derecha quería desaparecer a la izquierda y ésta hacer lo propio con la primera. Diferencias que se hicieron públicas y frecuentes, creando una imagen de desorden y falta de una coherencia mínima para la toma de decisiones. Los sucesos del proyecto minero Conga, en Cajamarca, apenas cumplidos los cien días de gobierno, hicieron saltar por los aires este esquema de pluralidad y de diálogo desde el centro izquierda.
El relevo en el premierato, encabezado por el ex instructor en el Ejército del presidente Ollanta Humala, Óscar Valdés, se debe a la confianza que iba depositando el Presidente sobre el entonces ministro del Interior y a la pérdida de la misma al entonces premier Salomón Lerner de cara a un tema sensible a los militares, en este caso para el núcleo Humala, Villafuerte y Valdés: el de los conflictos sociales y su desborde. Se reemplaza diálogo por orden, variables que el gobierno no encuentra compatibles. Mirada a la que ayudaron los propios dirigentes del movimiento cajamarquino.
El gabinete Valdés no ha dejado de ser plural, pese a tener un tipo de mando distinto. Pero también, el mensaje a los nuevos ministros está dado. Nada de declaraciones que no tengan que ver con su sector, siendo que la línea central del gobierno está concentrada en el presidente Humala. El problema es que el estilo presidencial es de perfil bajo y el tipo de discurso del premier se puede agotar rápido, debido a su inclinación a conceptos y visiones militares de la realidad, como lo ha mostrado en sus declaraciones recientes.
Si el primer gabinete duró menos de un semestre, de diez que se compone el período presidencial, el reto de este nuevo, no es solo durar más, sino mantener la promesa de la inclusión social, en medio de un contexto en donde se reanudarán varios conflictos sociales, con electores quizá decepcionados de las soluciones tomadas teniendo como estandarte el orden.
En consecuencia, el gabinete Valdés no es de derecha ni menos expresa una militarización. El problema es y será más complejo, si fracasa en los objetivos gubernamentales que se hacen cada vez más difíciles de alcanzar, cuanto más quedan irresueltos los conflictos y las expectativas de los electores del presidente Humala se transformen en frustración creciente (La República, 15 de diciembre del 2011).