En un contexto en el que los partidos políticos están desprestigiados, la ciudadanía apoyando mayoritariamente al ing. Fujimori, manteniéndose la crisis económica y la violencia política, la competencia electoral disminuye, la incertidumbre electoral desaparece y los resultados pueden ser incluso no respetados (recuérdese la amenaza de Fujimori en el sentido de que él se opondría a cualquier resultado que configure un escenario igual al de antes del golpe del 5 de abril). En este cuadro, podemos señalar que la lista de Nueva Mayoría/Cambio 90, obtuvo una victoria electoral, sin llegar a constituir un triunfo político que liquide definitivamente a los partidos políticos, como era el deseo de Fujimori.
Este apoyo electoral puede leerse de dos maneras. La primera, comparándola con las elecciones en la primera vuelta electoral de 1990. Allí Cambio 90 obtuvo el 32% de los votos válidos, alcanzando el 65%, en la segunda vuelta electoral, con el soporte del Apra y la izquierda. Esta vez la lista oficial llega alrededor del 50% de los votos válidos. Es decir, pierde parte de los electores de la segunda vuelta que regresaron a sus antiguas preferencias, pero logran mantener otra importante franja de ellos. Gracias a esto la lista oficial ha obtenido, según todos los indicios, la mayoría absoluta del Congreso Constituyente. La experiencia de la última década nos enseña que las mayorías parlamentarias gobiernistas han estado básicamente subordinadas al ejecutivo. Así sucedió en el gobierno de Belaúnde (80-85) y de Alan García (85-90). En esta oportunidad no hay nada que nos lleve a pensar lo contrario. El autoritarismo de Fujimori señala ese rumbo.
Otro hecho relevante: el reacomodo electoral, iniciado en 1989, prosigue. El ciclo electoral iniciado en 1978 y en el que sucedieron 3 elecciones presidenciales y parlamentarias, así como 4 municipales, estableció un sistema de partidos que gruesamente era conformado por una derecha (AP, PPC), un centro (Apra) y una izquierda (IU). En todas aquellas elecciones estas agrupaciones obtuvieron, en su conjunto, alrededor del 95% de los votos válidos. El electorado peruano varió sus votos en uno u otro sentido, pero siempre alrededor de este espectro. No había espacio para otras agrupaciones. Otros pequeños partidos y grupos independientes con las justas sumaban el 5% de los votos.
La década de los ochenta fue, sin embargo, la década perdida y de la peor crisis que se recuerde. Crisis económica y violencia política fueron los ingredientes para que los partidos políticos fueran sometidos a cuantiosas demandas que no supieron o pudieron resolver. El punto crítico, llegó el año 89 con el triunfo de Ricardo Belmont, en Lima, y meses después con el arrollador triunfo de Fujimori. En adelante, los partidos políticos no han podido recuperarse y a esta elección llegaron disminuidos o con pocas posibilidades. Fujimori les ha arrebatado una parte de su electorado. Sin embargo, este no es el fin de los partidos. El triunfo oficial es el de mayor margen que presenta la historia entre el primero y el segundo lugar, sostiene Manuel D’Ornellas, en Expreso. Eso es ver el resultado de un solo lado. Si se quiere hacer historia, hay que decir que Manuel Prado en 1939 derrotó ampliamente a José Quesada, obteniendo más de 70% de los votos. Se puede aducir que aquellas elecciones no fueron libres. Pero ¿no es esta también la razón por la que ahora no participan la mayoría de los partidos políticos¬? En realidad, no se trata de eso. En esta oportunidad, no se presentaron los partidos políticos más importantes que, desprestigiados y todo, hubieran variado el resultado del domingo último. ¿Hubieran ganado a la lista oficial? Probablemente, si participaban separados no. Pero, con toda seguridad que Nueva Mayoría/Cambio 90 no tendría mayoría. Por ello, Fujimori hizo todo lo posible por sacarlos del juego y lo logró.
En esta oportunidad su lista compitió con grupos menores y con grandes desventajas propias y ajenas, que no tenían por qué entusiasmar al elector. Esto determina que el resto de listas se divida la otra porción de la torta electoral, pero en partes poco significativas. Entre los cuatro subsiguientes partidos obtienen entre el 5% y el 10% como rango de preferencias. Es decir, Cambio 90 tiene la mitad y el resto se lo reparten nuevas agrupaciones. No existe pues en las listas no gubernamentales una segunda fuerza que siendo minoría tenga un porcentaje significativo, como sí ocurrió en toda la década pasada. Esto no sólo es válido en términos numéricos sino también en términos cualitativos. Ninguna de las agrupaciones políticas tiene la suficiente ascendencia sobre el resto como para poder constituir una oposición al régimen. La oposición la harán las pocas figuras individuales que habitan en las nueve listas.
De otro lado, no existe, en varias de ellas, grandes diferencias con la lista del régimen. Al interior de estas agrupaciones el PPC ha mantenido su porcentaje histórico, pero en un escenario en donde no participa AP y Libertad, con quienes comparte más o menos el mismo electorado. Esto significa si no un fracaso una imposibilidad de crecer, incluso en condiciones favorables. Como antes, sus mayores porcentajes los logra en las zonas urbanas y costeñas. Sus militantes pueden haber crecido nacionalmente, pero sus electores son los mismos. En cuanto al MDI, tampoco logró captar el voto de la mayoría de partidos de izquierda que no participó, logrando una votación menor, pero que le permite sobrevivir. La oposición al gobierno se encuentra así mayormente fuera del congreso.
A lo largo de los análisis se ha jugado mucho con el porcentaje de ausentismo. Esta cifra se le endosa, gratuitamente por lo demás, a Sendero Luminoso. Habría que señalar lo siguiente. El Perú, antes de la aparición pública de Sendero Luminoso, tenía porcentajes altos de ausentismo. Por ejemplo, en el año 78, éste llega al 16% y en las elecciones presidenciales de 1980 se empinó hasta el 21%. Este no tenía otra explicación sino la antiguedad del Registro Electoral, motivo por el cual, cuando éste se renovó el año 85, el ausentismo disminuyó sustancialmente: 9%. En adelante éste ha crecido, por la falta de depuración sistemática del registro, por las migraciones forzadas de contingentes de personas en el interior del país producto de la violencia política, llegando el año 90 a algo más del 22%. Esta vez, las compañías encuestadoras han proyectado un 25%. Creemos que éste puede crecer sustancialmente. Según algunos pronósticos en varios distritos de Lima, donde antes hubo una alta participación, el porcentaje se sitúa alrededor de esa cantidad, como en Miraflores, zona que está lejos de ser senderista. Si lo ponderamos con otros distritos más pobres de Lima, cuyos porcentajes de ausentismo es siempre mayor, Lima estaría por encima de esta cantidad señalada. Y si a su vez esta cifra se la promedia con las de provincias estamos delante del mayor porcentaje de ausentismo de los últimos años. En Lima ¿la gente dejó de votar por adhesión a SL? Creemos que no. El ciudadano, al margen de las razones técnicas ya señaladas líneas arriba, puede haber dejado de votar por desconocimiento, apatía y falta de credibilidad en el acto electoral.
Si esto es así, y los pronósticos no fallan, estamos delante de un fenómeno muy grave. Y no es sólo el desprestigio de los partidos políticos, sino de la política en su conjunto y los actos que se derivan de ella lo que lleva al ausentismo. Cuando tenemos este panorama, la masa ciudadana confía ya no en instituciones sino en salidas al margen del ordenamiento político: son proclives a adherirse rápidamente a caudillos mesiánicos o a salidas autoritarias rápidas. Las mediaciones institucionales desaparecen.
Donde sí se puede encontrar una cierta actitud política activa en contra el proceso es en los llamados votos nulos y blancos. Habría que añadir, sin embargo, que las experiencias históricas en llamar a este tipo de votación con un ejecutivo con apoyo popular y una oposición dividida, nunca ha dado buen resultado. Varias agrupaciones como Apra, PUM, PCP y UNIR llamaron a votar de esa manera. La suma más alta de esta cifra, en la década pasada, fue la del año 80 en las elecciones presidenciales: 22%. En las demás elecciones, éstas estaban alrededor del 15%. La cifra comparativa se debe estimar, sin embargo, con las últimas elecciones, es decir con las de 1990, cuando participaban todas las fuerzas políticas y que hoy permanecen en el escenario, participando o no. En el año 90, primera vuelta, los votos blancos y anulados sumaron 15%. En la segunda vuelta los votos blancos y nulos disminuyeron al 9,5%. Según las compañías encuestadoras en esta oportunidad, los nulos y blancos se encuentran alrededor de 23%. Siendo ligeramente más alto del histórico del año 80, es mucho más alto que la del año 90 segunda vuelta, sin llegar a la altura deseada por los grupos que proponían esta alternativa. Parece ser, sin embargo, que este porcentaje de ausentismo será alto en provincias y, particularmente, en las llamadas zona de emergencia. Si tomamos como referencia los departamentos de mayor pobreza a nivel nacional y lo comparamos con la última elección, esa es la tendencia: Huancavelica pasa de 36% a 60.4%, Puno de 19% a 44.7%, Ancash de 23% a 35%. Curiosamente Ayacucho ha subido ligeramente al igual que Apurimac. Es posible que en ambos casos estas cifras se incrementen cuando empiecen a llegar los votos de las provincias más alejadas. Así ocurrió en los procesos anteriores.
Todo ello nos lleva a hacer el siguiente ejercicio. ¿A cuánto asciende la cantidad de ciudadanos que se han ausentado o han votado en blanco o nulo? En 1978 este porcentaje llegó a 30%, en 1980: 38%, en 1985: 21%, en 1990, primera vuelta: 31% y segunda vuelta: 27%. Leídas estas cifras, con las observaciones antes señaladas sobre el registro electoral, podemos señalar que en esta oportunidad estas cifras podrían empinarse hasta en un 40%. Cifra preocupante.
(Caretas, 26 de Noviembre de 1992)