Leland Gaunt
Este personaje es el principal. Nunca nos queda claro si es un demonio, un djin o es un ser trascendental de otro de los mundos donde se desarrolla el universo de la Torre Oscura. Sobre esto último es donde yo pondría mis fichas. Es bastante probable que, así como It, el demonio de Rose Madder, los fantasmas de Un saco de huesos y los vampiros de Salem´s Lot, sea uno de los monstruos de otro mundo, allá donde no llega la luz del Haz, debilitado por el bucle infinito del ataque del Rey Carmesí y la búsqueda de Roland Deschain.
Leland llega a Castle Rock a activar las semillas latentes del odio, el caos y la muerte. Aunque King haya mencionado que esto es el cierre de una trilogía que viene después de La mitad oscura y el relato de El perro de la polaroid, todavía no estoy seguro si hay una clara continuación porque sorprendentemente aún no he leído esos dos escritos.
Pero, ¿cuál es el argumento de la novela? El cómo las bromas adecuadas, en el momento correcto y para las personas correctas, pueden desencadenar los demonios que cada uno lleva dentro. Sí, cada uno lleva muchos y algunos quizá nunca los descubran, pero para otros ahí están rondando siempre o vienen en su ayuda cuando más lo necesitan y tienen que asesinar a un violador por defensa propia o matar a un perro rabioso porque o eres tú o eres él, por poner algunos ejemplos.
A eso voy, a lo que estoy llamando “demonios” no es otra cosa que un impulso de supervivencia. Uno que puede ser desviado y nos lleva a las perturbaciones del humano. Esto es algo que muchas personas aún no entienden. Las perturbaciones no tienen cura, solo quedan dormidas. Es parte de nuestro código genético, así como el miedo o el placer.
Ya, eso representa Leland. Es la llave que abre la caja de pandora de cada individuo que osa visitar su tienda y se lleva un objeto valioso a cambio de unas cuantas monedas, pero con la condición de jugarle una broma específica a quien se lo indique. Así, Leland no es autor directo de todos los males que explotan al final de la novela, pero sí el titiritero.
Este es uno de mis personajes favoritos. Principalmente porque no hay exageraciones ni se juega con una suerte absurda que tendría que tener para que las cosas se den como tal. Leland juega a ser dios y puede saberlo todo de sus títeres. No hay azar porque él conoce todos y cada uno de los pasos que acontecerán.
Este es quizá el placer más escondido de aquellos que trabajamos constantemente con la incertidumbre, con el mundo del azar: el poder saberlo y controlarlo todo.
Pero, como no todo puede ir tan bien como me gustaría, (y probablemente para que la mayoría de los lectores no puedan indignarse) las cosas no terminan bien para Leland, porque -oh sorpresa-, hay cosas que no pudo controlar, lo que hace que el personaje se humanice, que muestre sentimientos, por tanto manipulable e imperfecto. Se equivocará tanto que tiene que huir, revelando o quizá no, su verdadera forma -u otra identidad-, pero claramente ya no humana.
Leland es el péndulo de la obra, sobre el balanceo de un impulso inicial que no conocemos y que asumimos que es la maldad de ver el mundo arder, irá tocando todos los extremos irremediable e intermitentemente. Lo único malo, al final el péndulo pierde fuerza, porque en ese mundo también hay gravedad y eso disminuye la aceleración hasta la inercia.
Leland, el maligno hasta cierto punto perfecto, pierde.
¿Todos tenemos fallas? O por ahí hay algún ser humano que se comporta como una asíntota y está en el límite de los no errores y es lo más cercano que podremos conocer de la perfección. A veces me quedo pensando en esas cosas, últimamente aún más.
¿Te recomiendo leer La tienda?
La verdad es un libro extenso, y ya de pura naturaleza hay algunas partes que son algo pesadas y aburridas. Si estás pasando un vacío lector o una caída de la voluntad de lectura no lo hagas. Algo así me está pasando ahora con El idiota de Dostoievski, pero aún no quiero rendirme.
Por el contrario, si andas de buena racha, adelante. Es una novela maravillosa con un final decepcionante (que sorprendentemente a algunos les gusta). Para considerarme una persona a la que le gustan los finales felices, donde los conflictos se cierran, esta novela sería la excepción. Me hubiera gustado que la perfección de Leland no se vea mellada y que irremediablemente haya arrasado con todo y se haya ido impune.
Porque hay momentos donde se debe tener bastante claro el exceso de poder y este hubiera sido el ejemplo más potente que puedo imaginar, pero no, no se dio así.
Un desperdicio más.
Nos vemos el jueves con otra reseña, espero que te encuentres bien.
R.