Martín Tanaka
Con el triunfo del Partido Conservador en las recientes elecciones en el Reino Unido se hacen diversos obituarios a la “tercera vía”, las políticas que siguió el laborismo durante los gobiernos de Tony Blair (1997-2007) y Gordon Brown (2007-2010), que se presentaban como alternativos tanto al “viejo laborismo” como a las políticas neoliberales impulsadas por Margaret Thatcher (primera ministra entre 1979 y 1990). La tercera vía tenía como postulados centrales la promoción del crecimiento económico mediante mecanismos de mercado, como base para las políticas de integración social (que deben ser eficientes y basadas no solo en un enfoque de derechos, también de responsabilidades); y la propuesta de asumir desde una perspectiva de izquierda los temas tradicionales de la derecha (el respeto a la ley y la preservación del orden, el combate al terrorismo, las políticas de inmigración, por ejemplo).
Estos dos elementos se relacionan con la crisis del laborismo: lo segundo terminó en una política exterior dependiente de los EEUU, que se expresó en el apoyo a la invasión a Irak; lo primero terminó en la desregulación de los mercados financieros, que luego generaron la crisis global de los últimos años. De allí que, paradójicamente, es precisamente cuando se habla de la necesidad de una mayor regulación estatal frente a las tendencias autodestructivas de un mercado librado a su propia dinámica, que la derecha se ha fortalecido.
Me parece importante preguntarnos si lo que se ha enterrado es una experiencia de gobierno laborista, que cometió errores específicos, o si lo que está en cuestión es la filosofía que la inspiró. Si pensamos lo primero, seguiría vigente la aspiración a encontrar un terreno intermedio entre las políticas que privilegian la intervención del Estado como solución a los problemas económicos y sociales, y las que privilegian el funcionamiento autónomo de los mercados y la confianza en que la lógica de la competencia es la que a la larga conduce al bienestar social. Si pensamos lo segundo, solo sería viable postular políticas estatistas de izquierda o políticas liberales, y la vía socialdemócrata sería una ilusión que escondería o el viejo izquierdismo de siempre o una cooptación por parte del neoliberalismo.
En América, a diferencia de muchos países de Europa, el sentido común socialdemócrata parece tener mayor vigencia en la actualidad. La reforma al sistema de salud recientemente aprobada en los EEUU bajo la presidencia de Obama podría entenderse bajo estos parámetros; y la gestión de presidentes como Lula o Tabaré Vásquez (y de los presidentes de la Concertación en Chile) siguen siendo percibidos como alternativas viables y deseables para una cantidad importante de electores. Me atrevería a decir que también en nuestro país, pero, para variar, el problema es que no tenemos actores políticos, partidos que encarnen bien esas ideas.
(*) Tomado del Diario La República Dom, 16/05/2010