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El “final” de una pandemia

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…Desde el oscuro puerto subieron los primeros cohetes del regocijo oficial. La ciudad les saludó con una larga y sorda exclamación. Cottard, Tarrou, aquellos y aquellas que Rieux había amado y perdido, todos muertos o culpables, se habían olvidado. El viejo tenía razón, los hombres eran siempre los mismos, Pero era su fuerza y su inocencia, y aquí es, por encima de todo dolor, Rieux sentía que se unía a ellos. En medio de los gritos que redoblaban su fuerza y su duración, que se escuchaban hasta el pie de la terraza, a medida que los haces de fuego multicolores se elevaban más numerosos en el cielo, el doctor Rieux decidió redactar la narración que se acaba aquí, para no ser de los que se callaban, para testificar a favor de estos apestados, para dejar al menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les había sido inflingida, y para decir sencillamente lo que se aprende en medio de las plagas, que hay en los hombres más cosas que admirar que cosas que despreciar.

Escuchando los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux se acordaba que esta alegría estaba siempre amenazada, pues el sabía lo que esta multitud alegre ignoraba, y que se podía leer en los libros, que el bacilo de la peste ni muere ni desaparecerá nunca, que puede estar
durante decenas de años dormido en los muebles o en la ropa, que espera con paciencia en las habitaciones, en los baúles, las bodegas, los pañuelos y los papeles, y que, tal vez, llegará el día en que por desgracia y el conocimiento de los hombres, la peste despertará sus ratas y las enviará a morir en una ciudad feliz.

Fuente: Camus, Albert (1947) La Peste. Disponible AQUÍ (español) y AQUÍ (francés).