Nuestra bandera

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Si bien ya sabía de su importancia, tome conciencia de su valía el 14 de mayo de 1988, recuerdo ,aun siendo niño, ver como las vendían en miniatura para ser agitadas conforme el paso del entonces Papa Juan Pablo II por la avenida Venezuela, rumbo a cumplir con su agenda político-pastoral. Al flamearlas o intentar hacerlo, pues muchas de ellas eran de plástico, percibí un doble empoderamiento por parte de los concurrentes; uno al empuñar la bandera y otro al sentir que teníamos en nuestro territorio a una especie de salvador ante un país que se caía a pedazos. Para aquella época, el conflicto armado interno se había intensificado de forma notoria, es así que justamente, el mismo día de la llegada del Papa, en horas de la mañana se produjo la masacre de decenas de campesinos en Cayara (Ayacucho) por parte del Ejército peruano. Ese mismo año, cuando flameaban las banderas por 28 de julio, el Comando Rodrigo Franco hace su mediática aparición reivindicando el asesinato del abogado Manuel Febres quien meses antes había decidido patrocinar legalmente a uno de los cabecillas más importantes de Sendero Luminoso, Osman Morote. Para esa fecha, los errores del entonces (parafraseando a Evo Morales) más delgado y aparentemente antiimperialista Alan García, se hacían más evidentes, más palpables; es así que como parte de la “revolución en democracia”, el anuncio de la estatización de la banca, producida exactamente un año antes, el 28 de julio de 1987, como forma de intentar controlar la inflación que para aquella fecha ya resultaba agobiante produjo el rechazo de gran parte de la población pero principalmente de los grupos de poder marcando la aparición política del ahora nobel Mario Vargas Llosa. Es sintomático que en respuesta a esta medida la bandera se agitara en tres frentes distintos, tanto simbólica como fácticamente pues el mismo día y a la misma hora en que Vargas Llosa conmovía a los seguidores del movimiento “Libertad”, flameaba también a pocas cuadras en el Sétimo Congreso de la Confederación Campesina, así como a 10 minutos de este evento, donde Alan García defendía las medidas adoptadas en un mitin eminentemente aprista. Tres discursos diferentes, tres ideologías claramente diferenciadas, tres formas de percibir un mismo suceso y una misma protagonista: la bandera peruana, la misma ya sea tomada por una postura neoliberal, izquierdista o el extraño hibrido que significaba y significa el aprismo, buscaba enarbolar su verdad, anulando las otras, el símbolo patrio como sinónimo de postura política-económica que nos sacaría del atraso, de la pobreza, del caos, del terror.

Cargar la bicolor puede tener infinidad de significados y simbolismos, dependiendo de quien la ostente así como del contexto político-social en el cual nos situemos; rememoremos así que en décadas pasadas y a partir de la migración del campo a la ciudad al producirse las ocupaciones (comúnmente llamadas invasiones), las personas que las realizaban colocaban una bandera al lado de sus improvisadas viviendas como sinónimo de legitimidad, de que lo realizado se transformaba en una especie de conquista de un determinado espacio, en busca de una nueva y mejor vida en la “gran ciudad”. En los noventas, una imagen paradigmática: 6 de abril de 1992, un día después del autogolpe de Estado por parte del naciente dictador Alberto Fujimori, en las afueras de la casa de Roberto Ramírez del Villar, un grupo de diputados y senadores hacían causa común con el entonces presidente de la Cámara de Diputados denunciando el inicio de un gobierno de facto. La arremetida de la policía contra los allí presentes, muestra la imagen de un joven Aurelio Loret de Mola (quien años más tarde como ministro de Defensa fuera sindicado como responsable de la muerte de un estudiante y de los heridos en Puno en un estado de emergencia) al lado de otros tres diputados tomados de los brazos, mostrando una bandera mientras intentaban mantenerse en pie ante un rochabus que los empapaba. La blanquiroja, mojada también, quería evocar entonces el reclamo por el retorno al Estado de Derecho, a la democracia; aquella era sinónimo de rebelión frente a un Gobierno que se presentaba como dictatorial.

No pasaría mucho tiempo para que la misma ondeara en todo el Perú y básicamente en Lima. 13 de setiembre del mismo año, muchas casas amanecieron embanderadas como sinónimo de esperanza, de búsqueda de justicia, de anhelos de paz y sobretodo del fin, o comienzo del fin, de la angustia, de la permanente tensión, del terror. Un día antes, uno de los mayores genocidas de la historia republicana, Abimael Guzmán había sido capturado marcando el principio del fin de Sendero Luminoso. La colocación de las banderas surgió de la misma sociedad civil, fue un acto espontáneo por el cual se daba a entender que el Perú le ganó a la muerte, a la sangre inocente, al terror, el estandarte se tornaba así más blanco que rojo al asemejar a la bandera de la paz.

A inicio de un nuevo siglo, en 2000 y luego de realizada la segunda vuelta electoral en unos comicios descaradamente fraudulentos, el 29 de mayo, en la Plaza Mayor de Lima se llevó a cabo un hecho bastante significativo: el lavado de la bandera peruana. Es así que por iniciativa de diversos colectivos, todos los viernes a partir de esa fecha, todo aquel que quería participar ,provisto de bateas, detergente y, obviamente, de banderas peruanas, se apostaba frente a Palacio de Gobierno para protestar simbólicamente frente al ilegal continuismo de un proyecto cargado de corrupción, abiertamente antidemocrático, antipolítico, como señalara el maestro Carlos Iván Degregori, y violatorio de los derechos fundamentales concretizado en la figura de Fujimori, Montesinos y en el movimiento “Perú 2000”. La bandera como símbolo de un país azotado por los males históricos en el inicio de un nuevo milenio personifica ese estado de cosas por lo que era imperioso su lavado, lavado mediante el cual se buscaba quitarle las terribles manchas ocasionadas por el Gobierno y sus aliados de turno, se quería recuperarla de las manos de quienes le habían faltado, de quienes a través de su comportamiento, la habían violado, flagelado, deshonrado; se buscaba entonces que aquella volviera a las manos de quienes se oponían a lo oprobioso, a las manos del pueblo organizado que tenía como gran objetivo la purificación de la misma.

Podríamos seguir citando decenas de casos en los cuales se quiere identificar a este símbolo patrio con una causa en particular, así de un acto como el anterior se pasó a la confrontación directa en la marcha de los Cuatro Suyos, el 28 de julio de 2000. Aquella fecha, mientras Fujimori juramentaba ante un Congreso parcialmente vacio, las banderas se agitaban en el espectacular enfrentamiento con la policía antimotines, entre el agua lanzada por los rochabuses, los gases lacrimógenos, y las arremetidas constantes de las fuerzas del orden, la bandera personificaba a la rebelión, al levantamiento, a la insurgencia frente a una injusticia legalizada, la bicolor flameba casi invisibilizada, además de por los medios de comunicación, por el humo producto de los incendios en lo que ahora es la Corte Superior de Justicia de Lima, así como la desgracia que significó lo ocurrido en el Banco de la Nación. En esos momentos Lima era una sucursal del infierno, la bandera que se enarbolaba entonces era de búsqueda de la justicia a través de la desobediencia ciudadana.

Cinco años más tarde, contra el organizador de la marcha se “sublevaría” Antauro Humala, hermano del ahora presidente de la Republica. Banderas flameaban reclamando una supuesta traición, increpando el “robo de la democracia” por parte del Gobierno personificado en la figura de Alejandro Toledo. Una rebelión, ilegal y percibida como ilegitima por casi toda la población; sin embargo para muchos pobladores de Andahuaylas no lo fue tanto, sumidos históricamente en la pobreza, carestía y el olvido por parte del Estado, además de la indiferencia y discriminación por parte de sus compatriotas (especialmente los capitalinos), la bandera teñida de sangre por el homicidio de cuatro policías, personificaba para ellos la rebelión contra el olvido, el grito eterno de los marginados en pos de igualdad, de progreso, de reconocimiento.

A fines de la década, la bandera quedaría ensangrentada nuevamente. 5 de junio de 2009, 33 compatriotas muertos, de ellos 24 eran policías y 09 nativos, más de 100 heridos como consecuencia de la aplicación de decretos legislativos que disponían de la propiedad de la tierra de los pueblos amazónicos en clara violación de los artículos 2º, 3º, 4º, 5º y demás del Convenio Nº 169 de la OIT de 1989 referido a los Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes. El denigrante spot publicitario propalado días siguientes a los hechos por parte del Gobierno quedaría corto ante las palabras del entonces presidente García : “Esas personas no son ciudadanos de primera clase que puedan decir, 400 mil nativos a 28 millones de peruanos, tú no tienes derecho a venir por aquí; de ninguna manera eso es un error gravísimo, quien piensa de esa manera quiere llevarnos a lo irracional y al retroceso primitivo”, palabras que sacan a relucir el eterno enfrentamiento entre dos países dentro de uno mismo. Por un lado, el Gobierno portando la supuesta bandera de la modernidad, del progreso, del crecimiento; del otro, los comuneros defendiendo sus tierras, su hogar, su modus vivendi los cuales sentían les serían arrebatados. Quedan en la memoria las terribles imágenes de los enfrentamientos y de las victimas de ambos lados así como un postal en especial, previa al enfrentamiento: las fuerzas del orden frente a los pobladores en el puente de Corral Quemado, aquellos con la bandera peruana en el uniforme, estos portando una bandera “oficial” pues tenía el escudo nacional en el medio, bandera como reclamo, como lucha ante el despojo legalizado, contra la violencia física y moral por parte de un Gobierno que los visibiliza sólo para discriminarlos, para denigrarlos.

Observo banderas flamear en todo el vecindario, la mayoría de ellas colocadas por incuestionada costumbre o por temor a una multa, es 2012 y dicen que más que nunca hay motivos para celebrar las fiestas patrias, que debemos estar orgullosos de ser peruanos, que se crece en lo económico, que nuestra comida conquista al mundo, que una marca con el nombre de un país por quién lucharon miles de personas a lo largo de la historia, muestra lo mejor de nosotros al orbe. Por más que lo intento no logro entender, pareciera que los interlocutores de lo señalado vivieran en un mundo paralelo, me cuesta entender que no se logre o se quiera percibir que precisamente en el mes patrio se produjo la muerte de varios compatriotas a causa del Proyecto Conga, victimas entre las cuales se encontraba Cesar Medina Aguilar quien falleció 6 días antes de su cumpleaños, precisamente su desconsolada madre declaraba: “Me hubiese quedado con él. Mi hijo ha sido bien noble y ha estado pasando con su mochila por ahí a recoger el cuaderno de su amigo y ahí le han dado su balazo, le ha caído en la sien y lo matan a mi hijo. Él ha sido mi hijito el mayor. Quiero que se haga justicia para un muchacho inocente, mi hijo no ha sido callejero ni malo con nadie, y ahora dónde lo tenga diosito en sus manos, en su presencia. Me lo mataron, me lo quitaron, me lo llevaron como si hubiese sido cualquier cosa”. Cesar tenía 16 años, era 8 años mayor que Javier Ríos Rojas, niño asesinado por el Grupo Colina en la masacre de Barrios Altos hace 20 años al intentar proteger a su padre con quien murió abrazado, grupo cuyos integrantes se han visto beneficiados recientemente por un fallo ilegitimo de la Corte Suprema de Lima, incluso uno de ellos Alberto Pinto obtuvo su libertad hace unos días, enunciando cuando salía de prisión que no se arrepentía de nada. Es un mes particularmente sombrío, al constatar también como la Iglesia sigue teniendo un inmenso poder en el país ejemplificado en el retiro de sus títulos a la mejor universidad del país, decisión comunicada un viernes 20 de julio, viernes elegiaco para muchos (en especial para los que pertenecemos a esta casa de estudios) en el cual sin embargo se produjo, después de mucho tiempo, el lavado de la bandera nacional, lavado que buscaba limpiarla de la injusticia institucionalizada, de la ausencia de memoria colectiva, de asesinos sin misericordia como el grupo paramilitar referido; un símbolo patrio que nuevamente busca ser purificado para que así flamee como muestra de respeto por la vida, de justicia verdadera, de dignidad real para todos, de inclusión, de tolerancia, de aprecio por los demás, de reconocimiento en el otro, bandera que debe lucir a media asta, porque más allá de los sueños de cambio y la esperanza en un mejor porvenir, hoy, al igual que ayer, estamos de luto, hoy 28 de julio de 2012 al igual que en el no tan lejano 14 de mayo de 1988, y a menos de una década del bicentenario, no hay nada que festejar.

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