EL VOTO POR EL OLVIDO

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Luego de la encuesta propalada el domingo pasado por los medios de comunicación, vemos el panorama de forma más clara: La campaña de demolición contra uno de los candidatos a la presidencia, orquestada por los grupos de poder tanto económicos como mediáticos, está logrando su cometido. Se ve una vez más cómo –tal como ocurre a lo largo de la historia de nuestro país- el dinero, el poder, los intereses creados y la manutención de éstos se impone a lo que debería ser una norma generalizada en el proceder ciudadano y encontrarse anclado en el imaginario social de todos los peruanos: la Memoria. Memoria para recordar el autogolpe de Estado de abril de 1992, golpe que defendió encarnizadamente el ahora reaparecido y reciclado Hernando de Soto, autogolpe que puso los cimientos para la posterior dictadura o democradura, como mejor prefiera llamarse, de mediados y finales de los noventas.

La gente parece haber olvidado el asesinato de un niño abrazado a su padre en Barrios Altos, la matanza de los estudiantes y un profesor de la Universidad Enrique Guzmán y Valle, los crímenes sin nombre del Santa, la persecución y muerte de dirigentes sindicales , entre los que se encontraba el recordado Pedro Huillca, cuyo reclamo era por mejoras laborales -que hasta hoy parecen no llegar aun así se grite a los cuatro vientos desde Palacio de Gobierno del mal llamado “milagro peruano”-, la gente parece no recordar la gran cantidad de detenidos -desaparecidos, las ejecuciones extrajudiciales, el gatillo fácil al que se recurría cuando se producían motines en las cárceles, las esterilizaciones forzadas de miles de mujeres como parte de un supuesto plan de control de la natalidad, el control de los medios de comunicación, de cuyo olvido hace gala la Asociación Nacional de Radio y Televisión que en su último comercial -que más se asemeja a un microprograma con aires de publirreportaje al gobierno actual- proclama el respeto a la libertad de empresa y de expresión, libertades que se vieron seriamente afectadas durante el Fujimorato, recurriendo a la SUNAT en el primer caso como arma para atacar a las empresas que no le seguían el juego al Gobierno y en el segundo acabando con los sindicatos, persiguiendo a las organizaciones de estudiantes, ninguneando a los críticos del Régimen tal como ocurrió durante la campaña de 2000 al impedir difundir sus propuestas por los canales de señal abierta y de cable a los candidatos que competían con Fujimori como fueron los casos de Alberto Andrade -quien jamás pudo recuperarse de los ataques recibidos-, Luis Castañeda y Alejandro Toledo; tampoco parece que se recuerda el control del Poder Judicial y su sometimiento servil al Ejecutivo, la proliferación de los mal llamados diarios chicha que además de aniquilar opositores desviaban la atención de los temas de interés nacional- recordemos sino al invento de la prensa llamado “El monstruo de los cerros”.

Que todo esto sea desconocido o ignorado por parte de la población más joven parece –siendo bastante flexibles claro esta-entendible, pero ¿qué hay respecto de las personas mayores y/o de quienes vivieron en carne propia aquella época? Dicen algunos quienes votarán por Keiko Fujimori, que lo harán por convicción o porque no les queda de otra, que la candidata no debe cargar con los “pecados” del padre, sin embargo, cabe señalar que no fueron únicamente los crímenes de su padre, fueron también los crímenes de ella ; Keiko asumió el cargo de primera dama luego de que se suscitaran los problemas entre sus padres por la denuncia de Susana Higuchi por el mal uso de la ropa donada por el Gobierno de Japón por parte de la madre y la hermana de quien fuera su cónyuge; al ostentar el cargo tenía acceso directo al día a día de Palacio, a lo que ahí se tramaba y cocinaba, y en el remoto caso que no fuera así, la misma candidata despejó las dudas en el debate presidencial de la primera vuelta electoral al decir: “Represento al Fujimorismo , al gobierno que con eficiencia y capacidad de gestión pudo resolver los grandes y pequeños problemas en nuestro país”. Por ello, suena risible que diga no saber si Montesinos ha cometido delito alguno, que luchará por las madres de familia cuando avaló que a miles de mujeres se les quitara la posibilidad de traer vida, que diga que cree en la democracia cuando en los noventas el Perú se caracterizó por una institucionalidad aparente que en realidad era una dictadura, que luchará por los jóvenes cuando durante el Fujimorato todo aquel que alzaba su voz de protesta era tildado de terrorista, que respetará la ley cuando se cambió la Constitución para favorecer a los intereses del Régimen e inclusive se intentó denunciar tratados de derechos humanos, que brindará seguridad cuando durante el lapso 95-2000 los niveles delincuenciales aumentaron de forma más que alarmante Pero más aún cuesta creer que muchas personas de diversos estratos socio-culturales voten por una persona con tales antecedentes, sopesando la manutención de una supuesta seguridad económica en oposición a la memoria de tantas víctimas de crímenes, atropellos y abusos.

El triunfo de Keiko Fujimori supondría el reconocimiento al genocidio, reconocimiento a un asesino juzgado en un proceso histórico a nivel mundial en el cual se determinó su autoría mediata por los crímenes cometidos; no se trata aquí de elegir el mal menor entre dos candidatos, es el no permitir que retorne -ya que el 90% del equipo de Keiko es el que mismo que cogobernó con su padre- la corrupción, la injusticia, el descaro, la guerra sucia, el pan y circo, el servilismo hacia los poderosos de siempre y el ninguneo a los más necesitados, en especial, el no regreso de la injusticia hecha persona que nos muestra un rostro sonriente y amigable mientras que su pasado habla por sí solo.

Keiko tuvo la oportunidad de marcar distancias de su padre, mas no lo hizo cuando debía, ¿error de estrategia?, ¿de juventud? Debió reconocer los excesos -por no decir barbaridades- y marcar un antes y un después. Parece ser que tampoco tiene memoria, al menos una que le permita separar lo bueno de lo malo. A fin de cuentas, la candidata del Fujimorismo no es culpable de que un peruano no recuerde el dolor de otro peruano, o que quizá no le convenga hacerlo. El no recordar, el olvidar como mal estructural. Olvidar no como paso a perdonar o lograr una verdadera reconciliación nacional sino el olvidar como paso a la impunidad, como paso a la injusticia. Memoria para recordar lo que fue y lo que pudo ser, memoria que debería servir para aprender de los errores del pasado y no volver a cometerlos. Lamentablemente parece que la historia, una vez más, esta condenada a repetirse.

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