Para quienes venimos siguiendo el impacto de la COVID-19, no nos queda duda alguna sobre el elevado costo que esta crisis –como otras anteriores- tiene para las mujeres, en especial para aquellas que deben asumir responsabilidades familiares. También tenemos claro que el reingreso de las mujeres en las actividades productivas será lento, y atravesará varias negociaciones, una primera en el ámbito familiar y una segunda en el ámbito laboral propiamente.
En aquellas familias en donde hay dos adultos responsables, la negociación será con la pareja, y por tanto creemos pertinente reflexionar sobre quién estará en mejores condiciones para salir a laborar fuera de la casa.
Si lo analizamos desde una perspectiva médica o de salud pareciera que los hombres están en condiciones de mayor vulnerabilidad que las mujeres frente a la COVID-19[1], por lo que cabe preguntarse si para salvaguardar su salud, nuestras parejas –los hombres de la casa- estarían dispuestos a asumir las responsabilidades familiares y la tarea doméstica consiguiente, para así permitir que las mujeres nos reinsertemos al ámbito productivo.
De otro lado, es probable que en la familia prime una racionalidad más bien del orden económico, quién de las 2 personas adultas estará en una mejor posición para aportar con el ingreso para cubrir las necesidades familiares, y en este supuesto las mujeres -en la mayoría de casos- no podemos mostrar ventajas comparativas. Dada nuestra sobre representación en empleos de baja productividad, baja remuneración, en micro y pequeñas empresas y con una extendida falta de protección legal y social, nuestra empleabilidad es precaria y el aporte que podremos hacer es probablemente menor que el de nuestros pares masculinos. (INEI, 2018, Brechas de género)
Sin embargo, la decisión final puede tener poco que ver con los dos ítemes anteriores, y estar más relacionada con la posición de las mujeres en las relaciones de poder con sus parejas. Y ahí me parece interesante preguntarnos cuánto hemos podido transferir de manera efectiva a nuestras parejas la carga del cuidado de nuestro entorno familiar cercano (niños y niñas, personas adultas mayores, personas enfermas con COVID-19 o no, personas con discapacidad); cuánto hemos podido lograr que las personas adultas responsables de nuestras familias asuman las labores domésticas de limpieza, cocina, lavado, desinfección, etc. Si la respuesta es poco o nada, es muy probable que no estemos en condiciones siquiera de llegar a la segunda negociación con la empresa o persona empleadora, y más lejos aún de reinsertarnos a la actividad productiva.
[1] Un artículo muy documentado al respecto es el de Daniela Meneses. ¿Cuestión de sexo? En: https://elcomercio.pe/opinion/columnistas/cuestion-de-sexo-por-daniela-meneses-noticia/