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“QUE LA PATRIA OS PREMIE”

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Hace poco se conmemoró un nuevo aniversario patrio, recordando un 28 de julio como la fecha en que Don José de San Martín pronunciaba la Independencia Nacional. Este momento histórico no rompió nuestras cadenas del imperio español, pues aún faltarían varios años más para vencer militarmente a las tropas realistas. El 28 de julio, desde el centro del poder virreinal, representa la solemne proclama para pelear, la proclama para no desviarnos de la ruta de la libertad.

El camino sería largo para conseguirnos una Patria, la cual no era ya la de Manco Capac ni la de Francisco Pizarro, sino un mestizaje de culturas.

El español Benito Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales: Trafalgar, escribiría un bello pasaje con la noción de Patria, para ilustrarnos:

“Me representé a mi país como una inmensa tierra poblada de gentes, todos fraternalmente unidos; me representé la sociedad dividida en familias, en las cuales había esposas que mantener, hijos que educar, hacienda que conservar, honra que defender; me hice cargo de un pacto establecido entre tantos seres para ayudarse y sostenerse contra un ataque de fuera, y comprendí que por todos habían sido hechos aquellos barcos para defender la patria, es decir, el terreno en que ponían sus plantas, el surco regado con su sudor, la casa donde vivían sus ancianos padres, el huerto donde jugaban sus hijos, la colonia descubierta y conquistada por sus ascendientes, el puerto donde amarraban su embarcación fatigada del largo viaje; el almacén donde depositaban sus riquezas; la iglesia, sarcófago de sus mayores, habitáculo de sus santos y arca de sus creencias; la plaza, recinto de sus alegres pasatiempos; el hogar doméstico, cuyos antiguos muebles, transmitidos de generación en generación, parecen el símbolo de la perpetuidad de las naciones; la cocina, en cuyas paredes ahumadas parece que no se extingue nunca el eco de los cuentos con que las abuelas amansan la travesura e inquietud de los nietos; la calle, donde se ven desfilar caras amigas; el campo, el mar, el cielo; todo cuanto desde el nacer se asocia a nuestra existencia, desde el pesebre de un animal querido hasta el trono de reyes patriarcales; todos los objetos en que vive prolongándose nuestra alma, como si el propio cuerpo no le bastara […]”

Hace unos días en reunión con unos amigos argentinos y chilenos conversábamos sobre los personajes del proceso independentista de la América Española, como no recordar a don José de San Martín, a Bernardo O’Higgins, a Manuel Belgrano y tantos otros; todos ellos quienes pensaron precisamente en la “Patria grande”, como americanos libres. Como bien sentenciaba San Martín: “Libres o muertos, jamás esclavos”.

El mejor homenaje que se les puede hacer a estos notables hombres es conocer más a profundidad sus vidas, sus dilemas y cómo supieron sobreponerse a las dificultades para luchar por un ideal mayor, la libertad.

Recordaba así a don Manuel Belgrano, hombre de letras quien se hizo militar en la guerra de independencia. Fue Belgrano un verdadero adelantado para su época, un impulsor del trabajo agropecuario y de la necesidad de las escuelas públicas para brindarle oportunidades de desarrollo a la población. Hace eco en mi mente una de sus frases que pinta su carácter: “Mucho me falta para ser un verdadero padre de la Patria. Me contentaría con ser un buen hijo de ella”.

¿Esta frase tiene parangón actualmente? Aquellos hombres desinteresadamente entregaron sus patrimonios, la tranquilidad de sus familias, la seguridad de sus posiciones sociales, todo por legarnos un suelo libre ¿hemos sabido corresponder a su gesta?

En fechas como éstas solemos ver las banderas desde balcones y en lo alto de las viviendas, pero quienes cumplen con ello ¿se esfuerzan por ser mejores ciudadanos? La bandera no es elemento decorativo, la bandera nacional es símbolo de identidad, de la unidad de la Patria. De nada sirve izar una bandera si los peruanos entre sí no se sienten como un “nosotros” sino como un “ellos” y los “otros”.

San Martín conocía de las discriminaciones, por el color de la piel, por el dinero que cada quien lleva en los bolsillos o por el lugar de nacimiento, por ello el 27 de agosto del año 1821 expidió un importante Decreto señalando que:

“En adelante no se denominarían los aborígenes, Indios o Naturales: ellos son hijos y Ciudadanos del Perú, y con el nombre de Peruanos, deben ser conocidos”.

Prestemos atención a lo aquí anotado, una revisión de archivos del siglo XIX nos presenta la realidad de una sociedad dividida por orígenes, por castas, en donde el dinero y los compadrazgos también servían en parte para aminorar la exclusión. En ese tiempo las voces directas eran: “español”, “mestizo”, “indio”, “indio principal” (en alusión a la nobleza indígena, que también la hubo y se mantuvo), y muchas otras etiquetas usadas para ubicar a la población por sectores. Conociendo de ello, San Martín decidió que todos los indígenas sean llamados “peruanos”, quedaba claro entonces que la voz “peruano” ya podría ser usada para todos los nacidos en este suelo patrio. Sin embargo, en la práctica (y vuelvo a la revisión de los libros de registro del siglo XIX) dicho término sólo fue aplicado para los indígenas, es decir ¿los demás qué eran? Siguió usándose, para quienes no eran considerados indígenas, las categorías de “blanco”, “mestizo”, etcétera. La división en grupos poblaciones no se extinguió ¿cuántas de esas divisiones sociales permanecen en nuestras mentalidades? ¿Tan difícil es que todos simplemente seamos peruanos?

Veremos recorrer también en estas fechas los grandes paseos con la bandera, conducida por autoridades civiles y militares ¿en qué piensan al conducirla? La misión de toda autoridad es velar por los intereses de la población a la que representa, y no hacer mal uso del cargo que temporalmente se ostenta. Que mayor prueba de cumplimiento del deber y desapego por la figuración pública que la de José de San Martín quien, tal y como había anunciado, entregó su cargo de Protector del Perú en el momento en que quedó instalado nuestro primer Congreso Constituyente en el año 1822.

Hoy muchos dan batalla pero para aferrarse al poder, sin llegar a entender que es temporal, esa es la falta de vocación de servicio. Hay quienes se sienten “caudillos del pueblo”, hoy denominados “candidatos natos”, aquellos que siempre postularán a un puesto público, aquellos a quienes no les importa cambiar de tienda política cuantas veces sea necesario con tal de alcanzar una posición política. Erróneamente muchos de estos individuos se sienten salvadores de la Patria.

Don José de San Martín era, como buen líder (palabra tan venida a menos en el mundo político), muy exigente con la tropa a su cargo. Así, los granaderos del Ejército Libertador tenían un Código de Honor, entre los delitos por los cuales los oficiales serían expulsados de las filas del ejército se encontraba:

“Por cobardía en acción de guerra, en la que aún agachar la cabeza será reputado tal.

Por falta de integridad en el manejo de intereses, como no pagar a la tropa el dinero que se le haya suministrado para ella.

Por hablar mal de otro compañero con personas u oficiales de otros cuerpos”.

El honor fue la divisa de muchos de estos hombres a quienes les debemos el esfuerzo por entregarnos una Patria, nuestro pago es la responsabilidad de engrandecerla. Ningún desfile o izamiento importaría si ello no lo tenemos muy en claro.

Les invito a meditar una última frase del Generalísimo José de San Martín, pronunciada antes de partir con las tropas en camino hacia nuestro país en 1820: “Os ruego que aprendáis a distinguir los que trabajan por nuestra salud, de los que meditan nuestra ruina”.

¿Habremos aprendido a distinguir o viviremos en espejismos?

* Escrito de mi autoría, publicado en El Dominical de La Industria. Año XLI. Nº 2022. 09 de agosto de 2015.

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“Luchadores de la Independencia”, mural de Teodoro Núñez Ureta.


DEBERES SAGRADOS QUE CUMPLIR: DIA DE LA BANDERA

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* Discurso pronunciado el día 5 de junio del 2015 en el Patio de Honor del Colegio Manuel Pardo de Chiclayo, invitado como ex alumno.

 

A las 5:30 de la mañana de aquel 7 de junio del año de 1880 se iniciaba en Arica la epopeya del Morro, un suceso de nuestra historia trascendente en el tiempo y que todos conocemos desde nuestros primeros años en las aulas, pero ¿nos hemos detenido realmente a reflexionar sobre lo que encierra la efeméride que cada año recordamos? Es para mí una satisfacción tener a cargo el discurso en este mismo patio en el que 13 años atrás fui un estudiante como ustedes.

A querido el calendario reunirnos este viernes 5 de junio para recordar el “Día de la bandera”, en esta perfecta formación para meditar en lo ocurrido hace 135 años, pero más aún para redescubrir lo que la gesta del Morro de Arica significa el día de hoy. No es un capricho que esta ceremonia en nuestro querido Colegio Manuel Pardo se realicé un 5 de junio, precisamente el mismo día en que el Coronel Francisco Bolognesi respondió al oficial chileno Juan de la Cruz Salvo las palabras que han quedado grabadas en la mente de todo peruano: “Tengo deberes sagrados que cumplir”, dejando muy clara su determinación a no rendirse y permanecer en la defensa de la plaza de Arica, junto a los oficiales y soldados a su cargo. En aquella jornada bélica el plan era llegado el momento hacer estallar todo el Morro, pero las minas no lograron detonarse; y, aunque sabiéndose superados en número de combatientes, aquellos hombres no dejaron de cumplir con su deber, defender su posición y con ello a la Patria.

Recordemos en este día la figura de un Francisco Bolognesi, Coronel en situación de retiro quien a los 62 años de edad, conociendo del estallido de la guerra, decide reincorporarse al Ejército peruano. Recordemos a un Alfonso Ugarte, de quien tenemos en mente el salto del Morro con la bandera en sus manos para evitar caiga en manos del adversario, pero también recordemos que la figura de Ugarte es la de un civil, un acaudalado comerciante, que no se evade en la grave situación que vivía el país, sino que por el contrario se enrola y con su propio dinero decide armar soldados.

Bolognesi, Ugarte, y tantos otros peruanos pudieron en el momento crítico simplemente responder “esta guerra no es para mí”, pero no lo hicieron; junto a tantos civiles que se presentaron en los campos de batalla. Ello es lo que vuelve a dichos hombres héroes, el hecho de que pese a conocer el peligro y las grandes dificultades deciden entregarse a una causa mayor, la defensa de su Nación.

Esa Nación de la que cada uno de nosotros, presentes esta mañana, hacemos también parte y que hoy en día nos lleva a nuevas batallas, ya no en campos minados o al sonido de compases militares, ni frente a un ejército extranjero; sino en batallas dentro de nuestras mismas ciudades. Es la batalla por el ejercicio pleno de la ciudadanía, es la batalla por el compromiso cívico de construir un mejor presente. Ser ciudadano no sólo representa exigir derechos y protestar por ellos, lo cual dentro de los cauces democráticos es perfectamente válido y necesario, mas nunca olvidemos que ser ciudadano también encierra cumplir deberes para con nuestra comunidad política, para con nuestra ciudad y el país ¿hemos llegado a ese nivel de compromiso?

La Patria no es únicamente la expresión de la culinaria, de las acciones en el deporte, o poner una mano al pecho, la Patria encierra compromiso que se demuestra en el respeto a sus símbolos, respeto de la bandera nacional, pero no como un emblema únicamente de la historia pasada sino como el símbolo que demanda concretas acciones de parte de nosotros en el presente. Esta comunidad, de la que me honro en ser parte, tiene también “deberes sagrados que cumplir” y responsabilidades que honrar. Docentes y alumnos tienen que ser ejemplo de vida cívica en su entorno, sino de nada nos bastará izar nuestra bandera. Hoy las batallas se libran contra la corrupción que aparece en los distintos espacios de nuestra vida cotidiana, se libra contra la injusticia de no dar a cada quien lo que le corresponde, se libra contra la desigualdad de oportunidades y las exclusiones para alcanzar una mejor calidad de vida. Como comunidad manuelpardina y vicentina tenemos también nosotros el deber sagrado que cumplir de encarar esas situaciones donde se presenten.

Me dirijo de modo especial a nuestros estudiantes, próximos a emprender nuevos caminos, nunca olviden que su formación debe hermanar la teoría y la praxis, y que todo lo aprendido demanda de ustedes una aplicación en el espacio social en el que se encuentren; nunca evadir los problemas, sino por el contrario hacerles frente pues están formados para ello. Recordar por lo tanto siempre que ustedes son responsables y artífices del esperado bien común.

Tal y como nos enseñó un célebre maestro universitario, Luis Jaime Cisneros: “El Perú es también la suma de todo aquello que aún no hemos conseguido”. Es pues de todos nosotros esa tarea.

 

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Desfile en el Colegio Manuel Pardo, 5 de junio del 2015.


HEROES EN EL SILENCIO: CHICLAYO Y EL MONUMENTO A LOS CAIDOS EN LA GUERRA DEL PACIFICO

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En la historia impartida en los colegios, así como en los relatos orales de nuestras casas, casi todos conocemos los terribles momentos que vivió el país en el contexto de la llamada Guerra del Pacífico (1879-1883) librada entre Chile y la alianza de Perú y Bolivia, quedando luego sólo peruanos y chilenos en el escenario bélico. Una guerra que dejó desolación y barbarie, y que nos hizo ver también las debilidades de nuestro sistema político y de quienes ejercían el poder. La mala conducción y el desorden interno agravaron la situación nacional, mientras muchos hombres de gran convicción acudían al frente de batalla para entregar sus vidas. Sobre la falta de políticos idóneos en nuestro devenir nacional y en el curso de la guerra, el célebre Manuel Gonzáles Prada escribiría:

“Sin especialistas, o más bien dicho, con aficionados que presumían de omniscientes, vivimos de ensayo en ensayo: ensayos de aficionados en Diplomacia, ensayos de aficionados en Economía Política, ensayos de aficionados en Legislación y hasta ensayos de aficionados en Tácticas y Estrategias. El Perú fue cuerpo vivo, expuesto sobre el mármol de un anfiteatro, para sufrir las amputaciones de cirujanos que tenían ojos con cataratas seniles y manos con temblores de paralítico. Vimos al abogado dirigir la hacienda pública, al médico emprender obras de ingeniatura, al teólogo fantasear sobre política interior, al marino decretar en administración de justicia, al comerciante mandar cuerpos de ejército… Cuánto no vimos en esa fermentación tumultuosa de todas las mediocridades, en esas vertiginosas apariciones y desapariciones de figuras sin consistencia de hombre, en ese continuo cambio de papeles, en esa Babel, en fin, donde la ignorancia vanidosa y vocinglera se sobrepuso siempre al saber humilde y silencioso! (Gonzáles Prada, Manuel. “Discurso en el Politeama”. En: Pájinas [sic] Libres)

En el contexto de la guerra muchas injusticias fueron cometidas por el ejército invasor. En el caso puntual de Chiclayo se recuerda la Expedición de Patricio Lynch, Comandante en Jefe de la División de Operaciones del Norte, cuya función era la de cobrar cupos y afectar la estructura productiva norcosteña para cortar así los recursos que podrían haber sido usados por el país.

Las tropas chilenas entraron a Chiclayo el día 26 de setiembre del año de 1880. Varios vecinos se dirigieron a otras poblaciones saliendo de la ciudad, pese a ello el sistema de cupos se impuso, y (aunque difícilmente se encuentre registro completo de ello en documentos) se tomaron medidas drásticas ante quienes se oponían a los requerimientos de las fuerzas de ocupación.

En este tiempo debió producirse el incendio del antiguo Palacio Municipal, golpeándose el corazón político de la ciudad (el siguiente incendio ocurriría en el año 2006, destruyéndose la estructura edificada en 1920, es necesario señalar que este último incendio es más lamentable por ser un delito cometido por connacionales).

En 12 de abril del año 1881 el ejército chileno volvió a ingresar a Chiclayo. Ya para agosto de 1883 se tienen comunicaciones de Lynch sobre la desocupación de los departamentos del norte, pero aún en setiembre de ese año acontecían persecuciones contra montoneros de Chiclayo.

 

Los hijos chiclayanos que acudieron al escenario bélico supieron honrar sus deberes, así tenemos los conocidos nombres de Elías Aguirre, a quien la muerte le alcanzaría a bordo del Huáscar en Angamos; y José Andrés Torres Paz, joven estudiante de la Universidad de san Marcos quien caería muerto durante la defensa de Lima en el campo de Miraflores.

Hace unos días, caminando por el centro de nuestra ciudad, pasé por la casa del héroe Elías Aguirre (en la calle del mismo nombre, antes llamada Calle Real) y en el patio de dicha vivienda volví a observar el monumento de mármol que lleva grabadas las palabras: “CHICLAYO A LOS ILUSTRES HIJOS DEL DEPARTAMENTO DE LAMBAYEQUE QUE SUCUMBIERON EN LA GUERRA NACIONAL DE 1879” Palabras que resaltan, pero ¿a cuántos de ellos les conocemos?

 

Monumento 1


Este monumento fue el primero que se ubicó en la Plazuela Elías Aguirre en el año de 1895. Tras la instalación del actual pedestal y el busto del héroe en 1924, este monumento fue trasladado al patio de esta vivienda. En sus cuatro lados aparecen grabados los nombres de aquellos caballeros que honrando a su tierra natal, cayeron abatidos en los campos de batalla por la defensa nacional.

  • En Angamos, el 8 de octubre de 1879: Elías Aguirre y Diego Ferré.
  • En la Batalla de San Francisco o Dolores, el 19 de noviembre de 1879: Guillermo Pareja y Leopoldo Vallejos.
  • En Ancón, el 24 de abril de 1880: Pedro Ruiz.
  • En Tacna o Batalla del Alto de la Alianza, el 26 de mayo de 1880: Miguel Orbegoso y Bernardo Bocanegra.
  • En Arica, el 7 de junio de 1880: José León
  • En San Juan, en la defensa de Lima, el 13 de enero de 1881: Daniel Garcés, Antonio Lora Ojeda, Hipólito Orbegoso, Manuel Labenita, Francisco Vallejos, Manuel Seclén, Alejo Guevara, Francisco Suárez, Calixto Soto, Sebastián Paz, Carmen Pichincha, David Arbulú, Nicolás Niquen, José M. Losada, Eduardo Uchofen, Juan Rodríguez, Manuel Vilela, Francisco Bravo, Lorenzo Palleza y Teodosio Ramírez.
  • En el Morro Solar, el 13 de enero de 1881: Jacinto Pastor.
  • En Chorrillos, el 13 de enero de 1881: Bernardo Patazca, Pedro Gómez, Santiago Uchofen y Juan M. Balcázar.
  • En Miraflores, el 15 de enero de 1881: Juan M. Fanning, José A. Torres Paz, Mariano Pastor, Natalio Sánchez, Martín Martínez, Manuel Gonzáles, Francisco Esquén, Francisco Rosado, José Falen, Rosendo Yzaga, Pedro Sambrano, J. Espinoza, Antonio Rojas, José Valverdi, N. Yrigoyen.

 

Todos ellos lambayecanos y muchos nacidos en la misma provincia de Chiclayo. De entre estos nombres podemos reconocer, además de Elías Aguirre y José Andrés Torres Paz; a Pedro Ruiz Gallo, destacado inventor que tratando de perfeccionar un sistema de torpedos murió en una explosión, o a Diego Ferré quien se inmoló al lado de Miguel Grau.

He podido identificar en este pedestal a Leopoldo Vallejos, quien fuera bautizado en nuestra desaparecida iglesia Matriz como José Leopoldo Francisco Manuel del Espíritu Santo, un 09 de octubre del año 1854, siendo hijo de don Camilo Vallejos y Manuela Rivas. Su padre se negó a pagar el cupo de guerra, razón por la cual su comercio ubicado en la Calle Real (hoy Elías Aguirre) fue incendiado. Leopoldo caería muerto enfrentando al ejército enemigo en el sur del país el 19 de noviembre de 1879.

También se reconoce el nombre de J. Espinoza, quien es Juan de Dios Espinoza Estrada, joven chiclayano bautizado un 18 de junio del año de 1859. Fue hijo de Manuel Espinoza y de doña Melchora Estrada. Si bien el monumento señala que Juan de Dios falleció en la Batalla de Miraflores, conocemos otros documentos del archivo del Congreso de la República que indican su deceso en la Batalla de San Juan el 13 de enero de 1881, teniendo el grado de Sargento Primero. El Congreso le reconoció en 1905 como “acreedor a la gratitud nacional”, este joven sólo tenía 21 años cuando le alcanzó la muerte.

Estos chiclayanos, muchos jóvenes, supieron cumplir con su deber entregando su vida misma en los campos de batalla. Aunque el curso de la guerra ya avizoraba la derrota, a ellos no les importó ello ni el desorden político que vivimos durante este tiempo, y sus nombres merecen bien nuestro recuerdo.

En nuestro querido Chiclayo, muchas calles llevan ya los nombres de héroes y de otros individuos que fueron parte de la vida política y económica del departamento, pero ¿cuántas autoridades se han preocupado por estos hijos de Lambayeque? Durante nuestras ceremonias cívicas de aniversario ¿quiénes se acuerdan de visitar este monumento en la casa de Aguirre? O ¿quiénes se acuerdan de honrar la última morada de aquellos combatientes que sobrevivieron a la guerra? Aquí me refiero al Mausoleo que se encuentra en el Cementerio El Carmen ¿podemos ser tan indiferentes para con quienes honraron con sus pasos en el desierto, en los morros, y en los reductos de la guerra, a nuestra ciudad y a nuestro departamento?

Tal y como sentenció el político francés Camille Sée: “Dicen que la historia se repite, lo cierto es que sus lecciones no se aprovechan”.

La historia no se hace con discursos, la historia se enaltece con acciones. Este pedestal de mármol, casi apartado de la vida cotidiana de nuestra ciudad, guarda los nombres de aquellos que merecen nuestra evocación y la emulación de su acción patriótica. La resistencia e indiferencia que han mostrado las generaciones, para darle digno agradecimiento a quienes nos precedieron, no logrará ser más fuerte que este pedestal de mármol grabado con los nombres de héroes en el silencio.

 

Monumento 2

 Imagen propia. Año 2015.

* Mi artículo publicado en el Diario La Industria el domingo 26 de abril de 2015.


MONSEFU: UNA MIRADA A LA HISTORIA LOCAL EN TIEMPOS DE FIESTA

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Fue el realista ruso Liev Tolstói quien afirmó “Pinta tu aldea y serás universal”, eso es lo que busco hacer en este breve artículo. Yo, nacido en Chiclayo, de alguna forma soy hijo de Monsefú por mi ascendencia y por ser el espacio vital en buena parte de mi desarrollo personal. En esta ocasión le obsequio a nuestra ciudad algo no tangible, algo no bebible, algo no bailable, le obsequio algunos destellos para alumbrar pasajes de su devenir histórico, una historia que va más atrás del mentado 1888, cuando un 26 de octubre de aquel año la villa de Monsefu pasó a ser ciudad. Espero que los gustosos de la historia se sientan parte de estas líneas, y los más desafectos conozcan un poco más del suelo que pisan cada día.

Mi basamento está en las fuentes escritas y parte de la oralidad, una presentación de procesos y pasajes de la historia tal vez no muy difundidos, partiendo en el coloniaje por ser área de mi mayor interés. Empecemos el viaje.

 

LA MUDANZA DEL PUEBLO. CALLANCA Y MONSEFÚ

Es conocido el dato de que la cuna de Monsefú estaría en el cerro San Bartolo y los terrenos de Alicán en Callanca y que luego la población fue mudada hacia la ubicación que mantenemos, aproximadamente a inicios del siglo XVII.

Las poblaciones indígenas originarias vivían dispersas, para poder adoctrinarlas en la religión católica, hacerlas trabajar y cobrarles el tributo era necesario concentrarlas en una sola ubicación, a esto se dedicaron las autoridades virreinales en un proceso iniciado por el Virrey Don Francisco de Toledo. De esta manera se conforman las “reducciones de indios” o “pueblos de indios”, en este proceso mucho tuvo que ver el Doctor Gregorio Gonzáles de Cuenca, Oidor de la Audiencia de Lima, con sus “Ordenanzas sobre Caciques e Indios Principales” de 1566, Gonzáles de Cuenca visitó el norte en ese tiempo y a él se debe la conformación de los pueblos indígenas como parte del reordenamiento administrativo de la zona, podemos decir que es aquí cuando nacemos como pueblo concentrado en las inmediaciones de Callanca.

Según indica el extinto historiador Jorge Zevallos Quiñones (Apuntes históricos de la ciudad de Saña en el corregimiento y valle de su nombre), Callanca para el año de 1583 contaba con 716 tributarios siendo su Encomendero Don Pedro Olmos de Ayala. Hacia 1593 tenía “una buena Iglesia y una cofradía”. La presencia de una “buena Iglesia” en Callanca nos permitiría marcar la importancia que tuvo este lugar, pero este dato aún es materia de estudio.

 

Zevallos dice que para el año de 1607 “lluvias torrenciales destruyen el pueblo y derribaron la Iglesia y las sementeras” y es aquí cuando una población ya mermada es llevada en reducción a lo que conocemos como Monsefú por una Real Provisión, es decir una orden del gobierno virreinal.

Así tenemos ya a Monsefú con sus parcialidades: la del Cacique, la del Segunda Persona, la de Guzmán, y la de forasteros.

 

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Junto a mis abuelos Pablo Vallejo Flores y Graciela Uceda Diez, faldas del San Bartolo, año 2006. Foto propia.

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Hoy aún vemos al cerro San Bartolo como sitial emblemático (que urge sea revalorado y no quede como un potrero abandonado), dicho nombre debió ser “San Bartolo de Callanca”, pues todo pueblo recibía el nombre de algún santo patrono tutelar, en el caso de Monsefú sería “San Pedro de Monsefú”.

El llamar al cerro mismo San Bartolo nos haría ver la extirpación de idolatrías, los antiguos cerros y huacas ya no deberían ser objeto de culto, y la nueva religión bautizaría a estos lugares con nombres propios del santoral católico.

 

LA ÉLITE GOBERNANTE. CACIQUES, PRINCIPALES Y NOTABLES

El ordenamiento virreinal no destruyó a las viejas autoridades sino que las mantuvo para que sean nexo entre las autoridades de la corona española y la población indígena del común. Es así como los viejos Caciques fueron mantenidos en sus puestos y adoptados como súbditos del rey de España, pero no como súbditos ordinarios sino como parte de la nobleza misma, una nobleza india con privilegios. La élite indígena no pagaba tributos, y entre sus prerrogativas estaba la de poder montar a caballo o tener asientos preferenciales en las iglesias, por ejemplo. Debemos recordar también que tenían fueros especiales para sus trámites judiciales pudiendo apelar al mismísimo Rey de España. De igual modo fueron luego asimilados a la oficialidad de las Milicias de Naturales, es decir, rangos militares en las compañías marciales de la “República de Indios”, llamada así por el orden virreinal.

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REFLEXIONES DE UN 08 DE DICIEMBRE: HISTORIA LOCAL, POLÍTICAS CULTURALES Y ALGO MÁS

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Parece que la vorágine de la vida moderna (o de lo que aparenta serlo) y el ruido del desordenado tránsito en nuestras calles (al menos en aquellas que aún pueden transitarse) han llevado a que muchos chiclayanos olviden parte de su historia compartida. Este desconocimiento tiene una estrecha relación causal con la inexistencia de adecuadas políticas culturales en nuestro entorno.

En la gran mayoría de centros educativos poco es lo que se habla sobre la historia local. Guiados únicamente por el diseño curricular nacional, por ejemplo, todos conocen que el 28 de julio del año 1821 don José de San Martín proclamó la independencia del país, pero muy pocos ciudadanos conocen que en Chiclayo su Cabildo ya se había declarado independiente desde el 31 de diciembre de 1820 ¿qué pasa con los conocimientos sobre el espacio local?

Una de las atribuciones de los Gobiernos Regionales, según su Ley Orgánica, es:

“Diversificar los currículos nacionales, incorporando contenidos significativos de su realidad sociocultural, económica, productiva y ecológica y respondiendo a las necesidades e intereses de los educandos” (Artículo 47° literal c).

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¿Cuánto se viene haciendo por diversificar nuestra malla curricular en Lambayeque? ¿Se han logrado incorporar componentes de nuestra historia local? Reza el adagio, nadie valora lo que no conoce.

Paradójicamente, en los discursos electorales y en los planes de gobierno suelen abundar las menciones a la historia local, la verdad es que muchos datos en dichas propuestas políticas parecen extraídos del portal de Wikipedia. La mayoría de candidatos cree que los planes de gobierno son monografías de la etapa escolar, muchos datos esparcidos pero sin enfocar el problema ni posibles soluciones. A esto se suma la mala política del doble discurso, por un lado las autoridades alaban nuestro acervo histórico, pero ¿qué hacen por salvaguardarlo y revalorarlo?

Si en realidad estuvieran preocupados por preservar la memoria histórica de nuestras comunidades hace mucho tiempo se hubiera potenciado el recurso humano y destinado más recursos económicos para el Archivo Departamental de Lambayeque, lugar en donde se encuentran depositados los legajos y documentos que narran nuestra historia desde el siglo XVI. El Archivo se encuentra hacinado en un local nada apropiado y requiere la atención urgente de las autoridades políticas, aquí ya no bastan los compromisos de palabra sino las acciones concretas, algo que hasta el momento no se evidencia. Estamos dejando morir las evidencias para el estudio de nuestra historia, esa de la que tanto nos jactamos en los discursos.

Actualmente ya se vienen destinado recursos económicos para la preservación y estudio de nuestro pasado prehispánico, en buena hora que esto se haga, tenemos un territorio con gran riqueza patrimonial donde se ubicaron civilizaciones que nos han dejado un gran legado. A lo largo del tiempo esto no se había entendido, por ello hasta entrado el siglo XX el ideal de modernización se basaba en la destrucción de las huacas, política promovida por muchas respetables gestiones municipales. Esto ha cambiado y nuestras huacas vuelven a tener voz.

Sin embargo, no debemos olvidar que también hay otras épocas en nuestro devenir histórico ¿qué pasa con el patrimonio material e inmaterial del tiempo virreinal y el republicano?

Señalemos un claro ejemplo, el territorio del actual Chiclayo (que comenzó siendo una reducción de indígenas bajo las parcialidades de Cinto y Collique) empezó a organizarse alrededor del Convento de Santa María de los Valles de Chiclayo y su iglesia Matriz, encargados ambos a la Orden Franciscana desde el siglo XVI. Actualmente el recinto de la iglesia Matriz no existe pues fue destruido por una gestión municipal a mediados del siglo XX, sólo queda su recuerdo en algunas fotografías. Del convento sólo nos ha quedado un ruinoso patio, la mayor parte de la edificación también fue destruida ¿alguna institución se ha preocupado por impulsar un plan de restauración? Así es como se encuentra golpeado el corazón mismo de la ciudad de Chiclayo, esperando que los pocos muros que subsisten se desplomen solos ¿quién se hará responsable cuando esto ocurra?

Suelo mostrar en mis clases universitarias fotografías del antiguo parque principal de la ciudad, cuando aún existían los recintos mencionados, al ver las imágenes los estudiantes piensan que se trata de alguna población vecina, muy pocos han oído hablar de la iglesia Matriz, del convento, de las razones que llevaron a construir la nueva Catedral (luego de la revolución que lideró José Balta y que se libró en nuestras mismas calles peleando en contra del dictatorial gobierno de Mariano Ignacio Prado en el año 1868). Son muchos los datos que parecen no estar en los programas escolares ni universitarios ¿cómo podemos entonces lograr que la población se vincule más con la ciudad y la construcción de una identidad?

Para muchos la historia de Chiclayo y sus calles es sólo la historia de personajes que murieron en la guerra del Pacífico, una historia de las heroicidades, pero por ejemplo ¿cuántos conocen que dentro de la casona que fuera de la familia del héroe Elías Aguirre se encuentra un monumento de mármol que contiene los nombres de varios chiclayanos que cayeron en dicha guerra? Varios de ellos eran civiles que murieron peleando, lejos de su tierra ¿cuántos han sido honrados? Nuestras autoridades han obviado muchos datos de la historia.

Para otros, la historia de Chiclayo está ligada casi exclusivamente con determinados grupos familiares, agentes con presencia en la economía local y nacional, algunos otrora dueños de haciendas, que se vincularon estrechamente con la vida política. Como en todo grupo humano, es claro que entre ellos también hubo caballeros honorables, pero sus nombres no son toda la historia de nuestra ciudad, ni mucho menos de nuestro departamento. No podemos restringirnos a unos cuantos perfiles biográficos.

Nos hemos olvidado que antes de las haciendas ya existían las estancias virreinales dentro de un valle que iba creciendo con más agricultores y ganaderos. Nos hemos olvidado que antes de la actual agroexportación ya exportábamos desde estas tierras nuestro trigo y tabaco, hoy inexistentes. Nos hemos olvidado que la historia de una colectividad no sólo es el relato de los grandes sucesos sino también la expresión de la cotidianeidad, de la vida en comunidad, de sus usos y costumbres ¿cuántos monumentos a la memoria colectiva tenemos en Chiclayo? ¿Cuántas expresiones de recuerdo a los hombres del día a día, a los agricultores, a los artesanos, a los comerciantes y etcétera? Ninguno.

Parece que ya no recordamos a los “industriosos”. Esa es la palabra con la cual en los libros antiguos de los archivos se identificaba a las personas que se ocupaban de diversos negocios. Personas de trabajo, quienes contribuyeron con su esfuerzo, sin necesidad de tener una profesión, a forjar una comunidad pujante, la misma que empezó siendo una reducción, luego un pueblo y después una villa, hasta convertirse en ciudad.

Hoy hemos olvidado buena parte de nuestro origen compartido, mantenemos el acercamiento con nuestra historia local en el plano del discurso, muchas veces con hipocresía, sin existencia de políticas culturales definidas para revalorar ese acervo. En ese desorden y descuido, lamentablemente podremos crecer comercialmente pero sin rumbo definido, sin identidad con el territorio que nos alberga.

Para rescatar una parte de esa historia obviada, los invito a leer la siguiente descripción extraída del libro “Historia de Chiclayo, siglos XVI, XVII, XVIII y XIX”, obra del brillante investigador Jorge Zevallos Quiñones, ya fallecido. Siendo 08 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción, se celebra a La Purísima, Patrona de Chiclayo, para quienes somos creyentes se trata de una advocación de singular importancia, presente desde los orígenes de la cristianización de estas tierras; para los no creyentes esta imagen no deja de ser un símbolo importante, parte del patrimonio histórico de la ciudad.

Por esta razón siempre llevo a los amigos foráneos que me han visitado ante el actual altar de La Purísima en la iglesia Catedral; pero viajemos con el escrito de Zevallos al tiempo de la desaparecida iglesia Matriz, a la cuna misma de la ciudad de Chiclayo, un tiempo perdido y poco conocido:

“El retablo del altar mayor era ‘grande y todo dorado’, con su Sagrario de ‘espejos grandes y pequeños’. En su centro se hallaba la imagen en bulto de Nra. Señora de la Purísima Concepción, Patrona del pueblo desde su fundación. La acompañaban siete bultos tallados representando La Resurrección, San Sebastián, Santa Rosa de Lima, San Marcelo, San Roque, San Francisco y Santo Domingo. ¿Dónde estará, si sobrevive, todo este tesoro de arte sacro? La imagen de La Purísima existe hasta HOY. Es una hermosa escultura de solo cabeza, brazos y pies, o sea de los simulacros que se hacen para vestir. Sobre su origen hay variadas tradiciones que han conservado hasta hoy algunos descendientes de las antiguas parcialidades, siendo la más común la de que perdida, fue vuelta a encontrar en sus terrenos de Cofradía por D. José Leonardo Ortiz a comienzos del siglo XIX. Celebrábase su festividad como hasta hoy el 8 DE DICIEMBRE de cada año, pero era tradicional que los festejos y los cultos empezaran ocho días antes, congregándose en el pequeño pueblo una romería y feria tan grande y heterogénea que en mucho se asemejaba a la notable del pueblo de Guadalupe, que se llevaba a cabo en su Santuario en la misma fecha litúrgica. Las fiestas eran públicamente presididas por el Corregidor y por los Cabildos de Naturales y del pueblo de Lambayeque. Una procesión de luz a luz recorría las calles, con gozos populares de ‘sortijas’, peleas de gallos, corrida de toros, comedias, loas, y farsas de teatro. Las transacciones comerciales eran considerables y de productos muy variados. La Mayordomía de la fiesta conllevaba un gran honor y era amistosamente peleada entre las personas más distinguidas de la nobleza indígena y la sociedad criolla. En 1701 era Mayordomo el General Don Francisco de Seña, chiclayano e hijo de Corregidor, y al año siguiente lo fue el Cacique Principal de la parte de Cinto.

Estas fiestas extraordinarias subsistieron en todo su esplendor aún bien entrada la época republicana, hasta el desastre de la guerra con Chile; HOY en día no queda ni rastros del entusiasmo popular, la fe pública y el ORGULLO CHICLAYANO por honrar en su día a su PROTECTORA PATRONA”. (Zevallos, “Historia de Chiclayo, siglos XVI, XVII, XVIII y XIX”, pp. 82-84).

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Volvamos al estudio serio de la historia, al rescate del patrimonio material e inmaterial de la ciudad de Chiclayo y de nuestro departamento de Lambayeque, en esta tarea se requiere la asociación entre el sector público y el sector privado, el compromiso de las organizaciones de la sociedad civil, de las universidades y los Colegios Profesionales. Las instituciones están llamadas a contribuir para rescatar nuestra memoria colectiva ¿estarán nuestras instituciones a la altura del reto?

Las autoridades y los funcionarios públicos tienen que superar lo actuado, la inversión en infraestructura (siempre y cuando se haga bien) es necesaria para el desarrollo pero no es suficiente ¿cuándo se promoverán políticas culturales? ¿Cuándo abordaremos los saberes locales? ¿Cuándo los chiclayanos, y los lambayecanos en general, conocerán más de su realidad local?

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Imagen de La Purísima, Patrona de Chiclayo

Fotografía propia, año 2009

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¿QUE PENSAMOS DE LAMBAYEQUE?

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Hace unos días sostuvimos una polémica con unos amigos a raíz de los comentarios de un visitante extranjero a Chiclayo. Dicho viajero, agradado por el encanto y la amabilidad de nuestra gente y de la buena culinaria, no dudo en cuestionar el aspecto desordenado de la ciudad, la informalidad del tránsito y la falta de seguridad, entre otros defectos que no reparó en expresar con cierto mal gusto y chabacanería. Puede tener razón en la raíz de los problemas, pero no en la forma en que los planteó. Al no dar alternativas de soluciones, no aportó en nada.

Fuera de esas ironías, cabe cuestionarnos sobre lo que se viene haciendo para cambiarle la cara a nuestro departamento de Lambayeque y a su ciudad capital ¿qué tipo de turismo buscamos? La realidad nos indica que la mayoría de turistas no pernocta aquí, mejor dicho, llegan a contemplar unas horas a Sipan y siguen su ruta. No tenemos una oferta turística organizada, podríamos sacar mejor provecho si existieran corredores turísticos articulando playas, vestigios arqueológicos, reservas naturales y tantos otros símbolos de nuestra identidad.

Tenemos un rico patrimonio prehispánico, pero no podemos sólo concentrarnos en ello. Las etapas virreinal y republicana también son parte de nuestra herencia, lamentablemente las estamos dejando morir. Prueba de ello es el actual estado del Exconvento colonial de Santa María de los Valles de Chiclayo, en pleno centro de la ciudad, cayéndose a pedazos. De igual modo la vieja estación ferroviaria de Pimentel, siempre cerrada. Y qué no decir del Archivo Departamental, que contiene los más valiosos documentos históricos, abandonado por los sucesivos e irresponsables Gobiernos Regionales ¿Ese es el discurso cultural y turístico que tenemos?

No se valora lo que no se conoce. En muchas escuelas y universidades no se enseña historia regional, ni se hace análisis de nuestra realidad sociopolítica ¿Cuánto de Lambayeque conocemos nosotros mismos? ¿Dónde está Lambayeque? Primero tendremos que ubicarnos, para luego poder trazarnos metas concretas en el turismo y demás actividades de desarrollo.

* Publicado en Peru.21 Norte, el 02 de diciembre del 2011.

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CHICLAYO: 177º ANIVERSARIO

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Sorprende el pronto ascenso e importancia que fue tomando la localidad de Chiclayo a inicios del siglo XIX; así la vemos elevada a la categoría de villa en el año 1827. El 15 de abril de 1835 pasó a ser ciudad, y tres días después, el 18 de abril, se creó la provincia de Chiclayo, fecha que conmemoramos.
Es decir, el aniversario no es únicamente de la ciudad de Chiclayo, el festejo es de todos los distritos que integramos la provincia. Lamentablemente no se siente de ese modo cada 18 de abril.

Vivimos en una tierra con gran pasado, turbio presente e inesperado futuro. Estamos dejando morir nuestra historia; prueba de ello está en el mismo corazón provincial, en las ruinas del Ex convento Santa María de los Valles de Chiclayo, desde donde empezaron a articularse las poblaciones originarias. De igual modo nuestro Teatro Dos de Mayo, salvado del incendio de la soldadesca chilena, hoy camina hacia la destrucción por nuestra propia mano. He ahí dos joyas de nuestra corona histórica.
Nuestro presente se muestra turbio, como el agua que nos enloda con cada lluvia. La provincia crece económicamente de manera desordenada, pero ¿culturalmente? Las autoridades trabajan en el cemento, pero no en el cerebro de los pobladores.

El Alcalde de Chiclayo tiene que comprender que es un Alcalde provincial y no sólo el Alcalde para el Cercado de una ciudad. Falta una visión de conjunto para trabajar con los Concejos Municipales de los otros 19 distritos que conforman esta provincia.
Nuestro inesperado futuro puede aún revertirse si recuperamos el principio de autoridad y nos decidimos plenamente a construir una provincia que destierre la corrupción y la improvisación. Para esa tarea, Chiclayo requiere del trabajo de todos sus hijos, de aquellos de sangre y cuna, al igual que los adoptivos ¿qué esperamos los unos y los otros? No se trata sólo de generar dinero, se trata de construir un mejor lugar para vivir.

Que la memoria del preclaro José Leonardo Ortiz, ilustre defensor de nuestra tierra, y el auxilio de la patrona Purísima, nos ayuden para hacer de esta provincia un verdadero piloto del norte ¡Feliz 177º aniversario Chiclayo!

* Publicado en Peru.21 Norte, el 20 de abril del 2012.

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