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¿LA FIESTA DE LOS CORRUPTOS?

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¿Todos son corruptos? ¿Cuánto más soportará el país? ¿Qué pasará con las investigaciones? Son algunas de las tantas preguntas que deambulan hoy en la mente de los peruanos. El fenómeno de la corrupción nos viene ganando la batalla, desde el Gobierno Nacional hasta los Gobiernos Regionales y Locales pareciera que la peste avanza sin un punto claro de inflexión para controlar el robo, el aprovechamiento de puestos públicos, los sobornos  y la consabida práctica del que muy pocas veces o nunca se encuentren responsables claros para ser sancionados.

Hoy por hoy, malos funcionarios (de esos que abundan, también en este territorio de Lambayeque) quieren hacernos creer que el país va muy bien, que sus indicadores macroeconómicos son estables y que el progreso va llegando paso a paso a más hogares ¿es cierto aquello? Pregúntese y medite usted mismo.

Nuestro “progreso” se ve seriamente opacado por el avance de la corrupción, algo que así señalan los informes de Transparencia Internacional. Esta organización elabora anualmente el Índice de Percepción de la Corrupción, donde cien (100) puntos es ausencia de corrupción y más cerca a cero (0) es más corrupto. De un total de 166 países evaluados, éstos son los resultados para Perú en los últimos años:

AÑO

PUNTAJE

(más cerca al 0 = más corrupto)

PUESTO

2011

38 puntos 83
2015 36 puntos

88

2016 35 puntos

101

 

Es más que notorio nuestro mal desempeño. Hemos caído en puntaje y hemos descendido en los puestos (ahora somos el vergonzoso país N° 101 de un total de 166). Es decir en los últimos años ¿qué hicimos para combatir la corrupción? Empeoramos. No es coincidencia que nuestros ex Presidentes: Alejandro Toledo, Alan García y Ollanta Humala estén investigados en el último mega escándalo Odebrecht, algo que supimos no gracias a nuestro sistema judicial o anticorrupción nacional sino cuando el problema fue detectado en los Estados Unidos y la empresa se decidió a colaborar con el Departamento de Justicia de ese país. Si el escándalo no hubiese estallado allá ¿se hubiese remecido el país aquí? ¿Hubiese llegado al punto de tener orden de prisión preventiva un ex Presidente? ¿Funciona nuestro sistema anticorrupción? Comisiones van y vienen, informes se hacen ¿pero se cumplen?

Espero realmente que caigan todos los implicados, aunque algunos de sus ciegos partidarios traten de salvar a malos funcionarios. En una democracia real nadie debe tener coronas a la hora de enfrentar responsabilidades.

Pero esta plaga no es nada nueva, y tampoco nació con la gran corruptela mafiosa de tiempo del ex Presidente Fujimori y el asesor Montesinos (junto a muchos otros aduladores que les rodearon y se beneficiaron), esto tiene raíces más profundas. Uno de los mejores trabajos sobre la materia es el de Alfonso Quiroz Norris (+) titulado “Historia de la corrupción en el Perú”, libro que invito a todos a leer y releer. Los nombres de algunos hoy investigados ya aparecen ahí, pero sus prácticas son de mayor data. Hoy se habla del financiamiento dudoso de muchos candidatos de izquierdas y derechas (porque la corrupción ha alcanzado a todos) que hicieron campaña con dinero de las empresas que luego serían beneficiadas. Quiroz encuentra documentación al respecto, así en el siglo XIX sobre nuestro político Nicolás de Piérola:

“el adelanto de mil libras a Moncloe [nombre clave de Nicolás de Piérola, descifrado en claves de archivo] que autorizamos […] lo hicimos en vista de los muchos servicios que hemos recibido hasta ahora de sus manos, y en general consideramos que no sería buena política rehusarle este monto, siendo él líder de un partido político grande, y que puede que vuelva en el futuro a ocupar el primer plano”.

Y así fue, Piérola volvió a ser Presidente del Perú ¿nos resulta familiar?

¿El tiempo pasado fue mejor? Difícilmente. Lo más probable es que tan acostumbrados a una visión histórica limitada, olvidamos lo que ocurrió antes. La corrupción no es una práctica de las últimas décadas, es de mucho atrás, tal vez tan lejana llegando hasta nuestro idealizado mundo prehispánico (de señores enterrados) y a las páginas cargadas de personajes históricos tratados con bondad por el simple hecho de haber ocupado altos cargos (el libro de Quiroz presenta en redes de corrupción hasta próceres, también locales). La corrupción está presente siempre y en todas las sociedades, la gran pregunta es ¿qué hacen las sociedades para defenderse de esta enfermedad? Algunas detectan y sancionan a tiempo. En el caso de nuestra sociedad peruana, la respuesta no es nada clara ni contundente.

En el Perú, ni en el departamento de Lambayeque, ni en esta ciudad de Chiclayo se tiene claro ¿qué hace la sociedad por ser mejor? Somos muy proclives a señalar y escandalizarnos por las denuncias en la esfera pública gubernamental, pero ¿y la corrupción del día a día? Esa corrupción del soborno al policía, el regalo al funcionario público para que agilice el trámite, esa corrupción de hablar a media voz por “lealtad” institucional (concepto tan mal empleado) ¿o será más bien callarse para evitarse problemas? Esos son los pactos cotidianos, las alianzas, la asociación con la corrupción de la que no que queremos hablar.

Vemos esas prácticas ante nosotros, en nuestras oficinas, en nuestros trabajos ¿y qué hacemos? ¿Ser silenciosos cómplices? Cien veces es preferible perderlo todo, a ser uno más de los cabizbajos aduladores mediocres que deambulan como sombras por nuestras instituciones públicas y privadas.

 

¿Qué podría pasar ahora?

Pues, son varios los riesgos que corremos. En primer lugar, que las investigaciones sean más de lo mismo. Mucho de “operativo”, noticias, rumores y habladas; pero nunca llegar a sentencias firmes y correctas ¿tendremos que vivir acostumbrados a que los casos prescriban a falta de celeridad? La burla de la injusticia sólo consagra la impunidad en este país.

En segundo lugar, los hoy llamados “investigados” podrían esperar, dar tiempo, que los temas se diluyan. Mejor dicho, que se dispare a otros, a los que fueron “mandos medios” (ya vimos cómo algunos de los funcionarios detenidos en el caso Odebrecht, han empezado a cambiar de versiones, incluso se han retractado de ser “colaboradores eficaces” ¿qué les hace cambiar de idea? ¿Qué les presiona o qué se negocia? Y así, dando tiempo al tiempo, volver “triunfales” cuando la gente haya olvidado (muy propio de los connacionales y la limitada mirada histórica). Es que ¿resucitarán los políticos hoy investigados? ¿Seguirán sintiéndonos eternos candidatos y dueños de los partidos políticos?

En tercer lugar, no faltará quienes quieran sacar ventaja de la situación. Y aquí es donde aparecen los “nuevos mesías”, aquellos que van a luchar (en sus altisonantes discursos) contra todos los males del país, especialmente contra la corrupción, pero ¿cómo lo harán? Tal vez ni ellos mismos lo saben, azuzan, se movilizan, pero las ideas les escasean. Son construcciones del momento, alianzas vagas, llamados al pueblo, muy mediáticos algunos (pocas veces se conoce quienes los subvencionan y no son claros en sus cuentas). Hay que tener cuidado con esos “mesías” que aparecen casi de la nada, de aventura en aventura.

 

¿Creen que he sido demasiado pesimista? No lo creo. Es necesario hurgar en la herida para que el enfermo reaccione y se decida a sanar. Somos una sociedad enferma, por falta de CIUDADANÍA.

Escribo estas líneas sin endulzarle la historia a nadie. El Perú, Lambayeque y Chiclayo están enfermos. Vamos de golpe en golpe sin reaccionar de verdad, todo queda limitado al escándalo del momento. Digo todo esto, no sin dejar de señalar que en más de una ocasión hemos buscado proponer y corregir con fundamentos aquellos males que debilitan la vida en comunidad: la desidia institucional, la apatía de la gente, el mero griterío sin propuesta concreta, o la falsa adulación de unos solapando los grandes errores de otros.

En 2013 fuimos parte del entonces Movimiento Cívico de Chiclayo, conglomerado de instituciones que buscaron hacer frente a la corruptela y caos que vivía nuestra ciudad. Así se organizó una multitudinaria marcha el 1 de marzo de 2013. En algún video de los preparativos ha de estar registrado el momento en el cual señalaba que lo importante era mantener la unidad, pues ¿qué pasaría luego de la marcha? Propusimos así que se organicen Mesas de Trabajo abordando entre los ejes la gobernabilidad, los proyectos para la ciudad (como el aún deficiente saneamiento básico), la transparencia, etcétera. Integrando por rubros a las distintas organizaciones: los gremios empresariales, universidades, Colegios Profesionales, colectivos ciudadanos, medios de comunicación; cada uno según su experiencia en una Mesa. Se lograron armar, pero no resistieron para darle continuidad y todo se perdió ¿es que acaso no estamos preparados para trabajar unidos en determinado tema? ¿Aún son muy pocos los que brindan su tiempo sin recibir ninguna compensación económica y sólo la satisfacción de no vivir en una aldea sin rumbo?

Lambayeque tiene tantas universidades, tantos Colegios Profesionales, gremios empresariales y un largo etcétera. Pero las últimas lluvias han puesto en evidencia la debilidad de todos, como siempre la reacción llega solamente luego del desastre. E incluso así, ya en medio del pantano ¿qué vemos? Pobladores contentos caminando por las calles, comiendo muy a voluntad en los elegantes restaurantes del centro de la ciudad donde precisamente aún los desagües siguen reventando ¿ese es el buen modo de vivir? Pareciera que libremente cada quien se busca su malestar. Ni siquiera las empresas de la ciudad se han preocupado por limpiar el tramo de vereda que les corresponde, con lo cual los pantanos de ayer son hoy torbellinos de tierra fétida ¿y así progresamos?

¿Por qué sacar a colación todo ello? Pues por la sencilla razón que el camino del atraso es la fuerza de la costumbre, y estas ciudades se están (mal) acostumbrando a vivir así. Ya sabemos de la lentitud e inoperancia de las autoridades, pero ¿qué están haciendo el resto de ciudadanos por vivir mejor aunque sea en su barrio?

Las autoridades viven perdidas en “su micro mundo”, aunque no faltarán algunos que trabajan bajo esas gestiones y que intentan ocultar los desaciertos. Craso error. Olvidan todos esos funcionarios que ellos no trabajan para la “gestión de fulano o mengano”, ellos trabajan para la población, son nuestros servidores públicos, no maquilladores del trabajo u omisión de las autoridades de turno. En plena emergencia, se espera para reaccionar, se espera a la llegada breve del Presidente de la República y eso se ve como un “gran logro” ¿cuántos Alcaldes y autoridades del Gobierno Regional han estado participando de reuniones en los respectivos Centros de Operaciones de Emergencia antes de las lluvias? ¿Cuántos han considerado o reclamado por drenajes pluviales en los proyectos que realizan? ¿Cuántos consideraron fenómenos climáticos en sus Planes de Gobierno? Sobran las respuestas ¿y ahora se nos quiere hacer creer que todo marcha bien? Como siempre esta ciudad se sentará a esperar. El sol seca la lluvia y el viento se lleva el polvo ¿eso es un plan de acción?

Todo ello tiene perfecta relación con las corruptelas, la costumbre del mal vivir es la puerta a la corrupción. Siendo tan conformista el individuo construye su propia permisividad y ahí nacen lemas como “que robe, con tal que haga obras” ¿así de fácil?

Se acostumbra el poblador a conseguir todo fácil en la vida, gracias al “contacto”, al amigo, al familiar, con el regalo de por medio o la tarjeta para el acomodo. Y el ciclo de la corrupción se reconstruye. Desde esa corrupción ministerial (donde se creen muy técnicos y acreditados) que daba luz verde a los expedientes dudosos para hacer obras de alcantarillado en los últimos años junto a malos funcionarios locales, hasta la corrupción del día a día, del compadre o del amigo ¿así queremos tener un mejor país?

 

¿Hay una esperanza? Puede que sí, sobre todo en la juventud. Pero una juventud realista, que no idolatre sino que reflexione, que no salga a las calles por el simple hecho de gritar algo (las marchas no cumplen su finalidad si no se lleva bajo el brazo una propuesta concreta, un cambio en tal o cual norma, una iniciativa legal, un proyecto; caso contrario sólo es indignación sin solución, o es simplemente servirle de soporte a alguien más) sino que construya y reforme desde cada uno de sus espacios con responsabilidad. No repitan los errores de los mayores, conózcanlos para enmendar a tiempo.

* Escrito de mi autoría, publicado como Representante de la Red Latinoamericana de Jóvenes por la Democracia en el Perú. Semanario Expresión Nº 1000, febrero de 2017.

 

“Diogenes mit der Laterne auf dem Markt Menschen suchend” (Diógenes buscando un hombre honesto).
Obra de Jacob Jordaens, año 1642. 

EL CRISTIANO COMO AGENTE DE CAMBIO DE SU SOCIEDAD

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Somos cristianos porque somos hijos de Dios y seguidores de Cristo, como tales, en comunidad de bautizados formamos parte de la Iglesia; precisamente la voz Iglesia proviene del griego ecclesia que significa Asamblea. En el pasado griego ser parte de la Asamblea era actuar en la vida de la comunidad y decidir sus destinos, ahí interactuaban los ciudadanos; no participaban los desterrados por ostracismo, sanción que se imponía a quienes habían actuado contra la polis, contra la comunidad abusando de su poder, el exilio de esos individuos era el resguardo contra la tiranía.

Cabe la pregunta ¿nuestra Asamblea eclesial cómo se articula hoy en día con la comunidad política? Muchos lectores pueden estarse preguntando ¿puede la Iglesia hacer vida política? La respuesta es afirmativa siempre y cuando tengamos muy en claro el significado mismo de la palabra política. Concretamente la política es la búsqueda del bien común, desde todos los espacios en los que nos encontremos, vale decir, hablar de política no es prerrogativa exclusiva de un gobierno determinado, ni de un municipio, ni de un partido político o un individuo en particular que se diga político. Todos ellos son partes de la política, pero ésta es mucho más amplia y nos concierne a todos, en tanto somos integrantes de una comunidad. El compromiso de los cristianos en dicha comunidad es doble, y no pueden simplemente ponerse al margen de ello, el Evangelio tiene que iluminar el camino de las acciones que emprendemos en nuestra vida no sólo de modo individual sino también en comunidad. Lamentablemente muchos laicos y pastores parece que le tienen miedo a la palabra “política”.

Lo que aquí señalo tiene el amplio respaldo de los tantos documentos, que guiados por el Evangelio, sucesivos Papas y Obispos han sabido comunicarnos. Así llamamos Doctrina Social a la orientación de la Iglesia, guiada por las Escrituras y la tradición para enfocar los numerosos problemas del mundo contemporáneo buscando soluciones. La Iglesia no es una institución anquilosada en el tiempo, por el contrario entra en el diálogo y debate de los problemas actuales. Los cierto es que muchos cristianos desconocemos parte de estos temas por descuido o porque no han sabido ser transmitidos a la feligresía, pareciera que algunos escogieran qué documentos no mencionar ¿por qué sentirnos incómodos ante textos de nuestra propia Iglesia?

La Iglesia sí está llamada a actuar en política, pero no favoreciendo a un bando determinado, sino ubicándose en un “justo medio” amparada en la Verdad Revelada. Se equivocan aquellos que piensan en un Iglesia estática únicamente en los ritos, se equivocan también quienes quieren recluir su cristianismo en las paredes de los templos, hay que exteriorizarlo no para imponer sino para convencer buscando hacer de esa vida comunitaria un signo de cristianismo.

Al respecto el Papa Juan Pablo II, en el año 1991 publicó su Carta Encíclica Centesimus Annus, conmemorando el centenario de otra importante Encíclica la Rerum Novarum (“De los cambios políticos”) escrita en 1891 por el Papa León XIII en un tiempo en el que el socialismo formaba ya sus grupos políticos y se discutía la lucha de clases frente a los capitalistas ¿la Iglesia iba a quedarse inerme ante un escenario de violencia y de severas injusticias sociales? Cuestionando el actuar de unos y otros, la Iglesia a través del Papado habló. De igual modo lo hizo Juan Pablo II en 1991 al referirse a la relación entre la Iglesia y la política:

“La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado” (Carta Encíclica Centesimus Annus, 1991, 46).

La voz de los pastores fuerte y clara, sobre todo cuando los más graves problemas lo demandan, es un aliciente para la feligresía. De visita en la ciudad de Arica, amigos chilenos me obsequiaron un documento publicado por su Conferencia Episcopal, al respecto el texto se manifiesta sobre la situación de inequidad y exclusiones de su sociedad pues guardar silencio ante ello sería traicionar el mensaje evangélico:

“El barrio en que vivimos, el colegio y la universidad en que estudiamos, las redes sociales que tenemos, el apellido que heredamos, distorsionan radicalmente lo que en teoría debería ser un escenario donde todos tengamos las mismas oportunidades. La partida desigual y la competencia descontrolada no hacen sino ampliar la brecha cuando se llega a la meta. El resultado final es que nos encontramos en un país marcado por la inequidad” (Conferencia Episcopal de Chile, Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile, 2012, p. 31).

Este documento en el caso del episcopado chileno, entre tanto otros que podríamos citar, es sin duda una herramienta de impulso para el trabajo de los laicos, renovando el compromiso por una sociedad más justa.

Ese trabajo eclesial no puede olvidar que la única opción es Cristo y los pobres. Si queremos una sociedad más justa, necesitamos una Iglesia más justa, y aquí estamos inmiscuidos todos los bautizados. Sólo por poner un ejemplo ¿cómo reclamar mejoras nacionales si a quienes trabajan en nuestro hogar les pagamos menos de lo debido? ¿Cómo presentarnos así a la celebración dominical? La Iglesia requiere de nuestro compromiso como fieles, y a la vez requiere de pastores que sepan conducir a esa feligresía, que sean auténticos líderes cristianos de sus comunidades, no en rebeldía sino manifestándose con claridad ante las injusticias. Juntos, fieles y sacerdotes, como una misma comunidad religiosa, empezaremos a generar los cambios preocupándonos por el prójimo:

“Aunque se deban a todos, los presbíteros tienen encomendados a sí de una manera especial a los pobres y a los más débiles, a quienes el Señor se presenta asociado, y cuya evangelización se da como prueba de la obra mesiánica. También se atenderá con diligencia especial a los jóvenes y a los cónyuges y padres de familia. Es de desear que éstos se reúnan en grupos amistosos para ayudarse mutuamente a vivir con más facilidad y plenitud su vida cristiana, penosa en muchas ocasiones” (Concilio Vaticano II. Decreto Presbyterorum Ordinis. Sobre el Ministerio y la Vida de los Presbíteros).

El Concilio Vaticano II buscó el aggiornamento de la Iglesia, en tiempo de Juan XXIII y Pablo VI, es decir la actualización y enfoque hacia los problemas del mundo moderno; tenemos que volver a la comunidad cristiana inicial, aquella en que se compartía lo que uno tenía, aquella en que se anunciaba el Evangelio pese a la persecución. Hoy en día somos cristianos libres ¿usamos esa libertad en beneficio de nuestra comunidad? Hemos visto lo ocurrido en Kenia con la matanza de más de un centenar de jóvenes cristianos y otras tantas muertes ocasionadas por grupos extremistas en África y Oriente Medio por el sólo hecho de ser cristianos. Nosotros tenemos el privilegio de estar en una sociedad democrática (o en proceso de construcción democrática) ¿sabemos valorar ellos? ¿Protegemos nuestras instituciones? ¿Hacemos vida en comunidad? Es egoísmo dejar que otros resuelvan los problemas, es egoísmo puro cruzarnos de brazos. En la medida de nuestras posibilidades y en distintos escenarios los ciudadanos estamos llamados a la acción por una sociedad mejor, para cristianos y no cristianos la tarea es la misma, con la diferencia que aquellos que nos decimos Iglesia tenemos una mayor responsabilidad ¿cómo decirnos seguidores de Cristo y ser al mismo tiempo partícipes de la injusticia o de la corrupción? Muchos han querido confinar el cristianismo como si se tratase de un manual de usos y costumbres, y ello es un error. Sacerdotes y laicos tenemos que abrir bien los ojos, porque nuestra sociedad inmediata lo requiere, reflexionemos en nuestro accionar:

“Ya no se puede decir que la religión debe recluirse en el ámbito privado y que está sólo para preparar las almas para el cielo […] Por consiguiente, nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos ¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de San Francisco de Asís y de la beata Teresa de Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. Una auténtica fe – que nunca es cómoda e individualista – siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra [] Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor” (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium del Santo Padre Francisco sobre el anuncio del Evangelio en el Mundo Actual. 2013, 182-183).

Para buscar la construcción de ese mundo mejor, para hacer política como construcción del bien común, no necesitamos llegar a un puesto de gobierno, basta con actuar con justicia a la luz del Evangelio en la posición en que nos hallemos. Hay que hacer buena política en nuestra familia, en nuestro barrio, en nuestra Hermandad y Orden religiosa, en el Seminario, en la Parroquia a nuestro cargo, en la universidad en la que estemos, en la oficina, en el gremio, en la empresa y etcétera. Esa buena política es manifestación de la interiorización personal que cada uno haga del Evangelio, como nos señaló Cristo: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Y como tantas veces ha repetido el Papa Francisco, no podemos ser cristianos de sacristía, ni cristianos de etiqueta, sino cristianos en las calles. Desde cada lugar en el que nos encontremos el compromiso es mayor.

* Mi artículo publicado en el Diario La Industria el domingo 10 de mayo de 2015.

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“Le Sermon sur la Montagne” – Philippe de Champaigne