EL TERRORISMO DEL SILENCIO

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Da escalofríos la gracia con la cual varios jóvenes pueden confundir el rostro del infame Abimael Guzmán con el de cualquier director de cine. Son sucesos de hace unas décadas, no es tiempo remoto, esto es historia reciente ¿qué está pasando? ¿Por qué tal desconocimiento? Hemos creído que obviar la enseñanza de una etapa de nuestra historia nacional sería suficiente para curar las heridas del terror.

Algunos ultramontanos se han limitado a enfilar su puntería contra el Informe Final que elaboró la Comisión de la Verdad y Reconciliación, el cual es una política de Estado ¿habrán leído bien dicho documento? Claramente identifica a Sendero Luminoso como el máximo responsable de las matanzas desatadas, pero también se reconoce responsabilidad en agrupaciones políticas y miembros de las fuerzas del orden que cometieron excesos ante la población que debían proteger ¿eso es herejía?
El 4 de enero de 1994, en Chiclayo fue asesinado Gilberto Díaz, presidente de las rondas campesinas, le dispararon dos veces y fue acuchillado por tres encapuchados ¿quién lo asesinó?
Hemos llegado a la mezquindad de debatir si fueron, o no, 69 mil las víctimas de estos terribles años ¿acaso siendo menor la cifra de muertos y desaparecidos seremos un mejor país?

Saltan muchas preguntas, los todavía presos por terrorismo ¿han renunciado a sus consignas de lucha armada? Las víctimas de la violencia ¿han sido reconocidas? ¿Cómo avanzan los procesos de reparación? A todo esto se enfrentarán los ahora jóvenes. El reto es que desde las escuelas y universidades se aborde el tema, pero no como una anécdota, sino empezando a formar ciudadanos conscientes y capaces de decir: ¡Nunca más terrorismo!

Esto no se trata de derechas o de izquierdas, esto se trata de mostrar un poco de respeto por el dolor, que no puede verse como ajeno; es el dolor de peruanas y peruanos que padecieron el terror subversivo. Habría que recordar la gran Marcha por la Paz, que fue convocada por Henry Pease, en 1989, bajo el lema de “No matarás, ni con hambre, ni con balas”. Ahí se encierra el verdadero reconocimiento de la dignidad humana.

* Publicado en Peru.21 Norte, el 27 de enero del 2012.


Imagen: Mario Molina

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