EL CRISTIANO COMO AGENTE DE CAMBIO DE SU SOCIEDAD

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Somos cristianos porque somos hijos de Dios y seguidores de Cristo, como tales, en comunidad de bautizados formamos parte de la Iglesia; precisamente la voz Iglesia proviene del griego ecclesia que significa Asamblea. En el pasado griego ser parte de la Asamblea era actuar en la vida de la comunidad y decidir sus destinos, ahí interactuaban los ciudadanos; no participaban los desterrados por ostracismo, sanción que se imponía a quienes habían actuado contra la polis, contra la comunidad abusando de su poder, el exilio de esos individuos era el resguardo contra la tiranía.

Cabe la pregunta ¿nuestra Asamblea eclesial cómo se articula hoy en día con la comunidad política? Muchos lectores pueden estarse preguntando ¿puede la Iglesia hacer vida política? La respuesta es afirmativa siempre y cuando tengamos muy en claro el significado mismo de la palabra política. Concretamente la política es la búsqueda del bien común, desde todos los espacios en los que nos encontremos, vale decir, hablar de política no es prerrogativa exclusiva de un gobierno determinado, ni de un municipio, ni de un partido político o un individuo en particular que se diga político. Todos ellos son partes de la política, pero ésta es mucho más amplia y nos concierne a todos, en tanto somos integrantes de una comunidad. El compromiso de los cristianos en dicha comunidad es doble, y no pueden simplemente ponerse al margen de ello, el Evangelio tiene que iluminar el camino de las acciones que emprendemos en nuestra vida no sólo de modo individual sino también en comunidad. Lamentablemente muchos laicos y pastores parece que le tienen miedo a la palabra “política”.

Lo que aquí señalo tiene el amplio respaldo de los tantos documentos, que guiados por el Evangelio, sucesivos Papas y Obispos han sabido comunicarnos. Así llamamos Doctrina Social a la orientación de la Iglesia, guiada por las Escrituras y la tradición para enfocar los numerosos problemas del mundo contemporáneo buscando soluciones. La Iglesia no es una institución anquilosada en el tiempo, por el contrario entra en el diálogo y debate de los problemas actuales. Los cierto es que muchos cristianos desconocemos parte de estos temas por descuido o porque no han sabido ser transmitidos a la feligresía, pareciera que algunos escogieran qué documentos no mencionar ¿por qué sentirnos incómodos ante textos de nuestra propia Iglesia?

La Iglesia sí está llamada a actuar en política, pero no favoreciendo a un bando determinado, sino ubicándose en un “justo medio” amparada en la Verdad Revelada. Se equivocan aquellos que piensan en un Iglesia estática únicamente en los ritos, se equivocan también quienes quieren recluir su cristianismo en las paredes de los templos, hay que exteriorizarlo no para imponer sino para convencer buscando hacer de esa vida comunitaria un signo de cristianismo.

Al respecto el Papa Juan Pablo II, en el año 1991 publicó su Carta Encíclica Centesimus Annus, conmemorando el centenario de otra importante Encíclica la Rerum Novarum (“De los cambios políticos”) escrita en 1891 por el Papa León XIII en un tiempo en el que el socialismo formaba ya sus grupos políticos y se discutía la lucha de clases frente a los capitalistas ¿la Iglesia iba a quedarse inerme ante un escenario de violencia y de severas injusticias sociales? Cuestionando el actuar de unos y otros, la Iglesia a través del Papado habló. De igual modo lo hizo Juan Pablo II en 1991 al referirse a la relación entre la Iglesia y la política:

“La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado” (Carta Encíclica Centesimus Annus, 1991, 46).

La voz de los pastores fuerte y clara, sobre todo cuando los más graves problemas lo demandan, es un aliciente para la feligresía. De visita en la ciudad de Arica, amigos chilenos me obsequiaron un documento publicado por su Conferencia Episcopal, al respecto el texto se manifiesta sobre la situación de inequidad y exclusiones de su sociedad pues guardar silencio ante ello sería traicionar el mensaje evangélico:

“El barrio en que vivimos, el colegio y la universidad en que estudiamos, las redes sociales que tenemos, el apellido que heredamos, distorsionan radicalmente lo que en teoría debería ser un escenario donde todos tengamos las mismas oportunidades. La partida desigual y la competencia descontrolada no hacen sino ampliar la brecha cuando se llega a la meta. El resultado final es que nos encontramos en un país marcado por la inequidad” (Conferencia Episcopal de Chile, Humanizar y compartir con equidad el desarrollo de Chile, 2012, p. 31).

Este documento en el caso del episcopado chileno, entre tanto otros que podríamos citar, es sin duda una herramienta de impulso para el trabajo de los laicos, renovando el compromiso por una sociedad más justa.

Ese trabajo eclesial no puede olvidar que la única opción es Cristo y los pobres. Si queremos una sociedad más justa, necesitamos una Iglesia más justa, y aquí estamos inmiscuidos todos los bautizados. Sólo por poner un ejemplo ¿cómo reclamar mejoras nacionales si a quienes trabajan en nuestro hogar les pagamos menos de lo debido? ¿Cómo presentarnos así a la celebración dominical? La Iglesia requiere de nuestro compromiso como fieles, y a la vez requiere de pastores que sepan conducir a esa feligresía, que sean auténticos líderes cristianos de sus comunidades, no en rebeldía sino manifestándose con claridad ante las injusticias. Juntos, fieles y sacerdotes, como una misma comunidad religiosa, empezaremos a generar los cambios preocupándonos por el prójimo:

“Aunque se deban a todos, los presbíteros tienen encomendados a sí de una manera especial a los pobres y a los más débiles, a quienes el Señor se presenta asociado, y cuya evangelización se da como prueba de la obra mesiánica. También se atenderá con diligencia especial a los jóvenes y a los cónyuges y padres de familia. Es de desear que éstos se reúnan en grupos amistosos para ayudarse mutuamente a vivir con más facilidad y plenitud su vida cristiana, penosa en muchas ocasiones” (Concilio Vaticano II. Decreto Presbyterorum Ordinis. Sobre el Ministerio y la Vida de los Presbíteros).

El Concilio Vaticano II buscó el aggiornamento de la Iglesia, en tiempo de Juan XXIII y Pablo VI, es decir la actualización y enfoque hacia los problemas del mundo moderno; tenemos que volver a la comunidad cristiana inicial, aquella en que se compartía lo que uno tenía, aquella en que se anunciaba el Evangelio pese a la persecución. Hoy en día somos cristianos libres ¿usamos esa libertad en beneficio de nuestra comunidad? Hemos visto lo ocurrido en Kenia con la matanza de más de un centenar de jóvenes cristianos y otras tantas muertes ocasionadas por grupos extremistas en África y Oriente Medio por el sólo hecho de ser cristianos. Nosotros tenemos el privilegio de estar en una sociedad democrática (o en proceso de construcción democrática) ¿sabemos valorar ellos? ¿Protegemos nuestras instituciones? ¿Hacemos vida en comunidad? Es egoísmo dejar que otros resuelvan los problemas, es egoísmo puro cruzarnos de brazos. En la medida de nuestras posibilidades y en distintos escenarios los ciudadanos estamos llamados a la acción por una sociedad mejor, para cristianos y no cristianos la tarea es la misma, con la diferencia que aquellos que nos decimos Iglesia tenemos una mayor responsabilidad ¿cómo decirnos seguidores de Cristo y ser al mismo tiempo partícipes de la injusticia o de la corrupción? Muchos han querido confinar el cristianismo como si se tratase de un manual de usos y costumbres, y ello es un error. Sacerdotes y laicos tenemos que abrir bien los ojos, porque nuestra sociedad inmediata lo requiere, reflexionemos en nuestro accionar:

“Ya no se puede decir que la religión debe recluirse en el ámbito privado y que está sólo para preparar las almas para el cielo […] Por consiguiente, nadie puede exigirnos que releguemos la religión a la intimidad secreta de las personas, sin influencia alguna en la vida social y nacional, sin preocuparnos por la salud de las instituciones de la sociedad civil, sin opinar sobre los acontecimientos que afectan a los ciudadanos ¿Quién pretendería encerrar en un templo y acallar el mensaje de San Francisco de Asís y de la beata Teresa de Calcuta? Ellos no podrían aceptarlo. Una auténtica fe – que nunca es cómoda e individualista – siempre implica un profundo deseo de cambiar el mundo, de transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por la tierra [] Todos los cristianos, también los Pastores, están llamados a preocuparse por la construcción de un mundo mejor” (Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium del Santo Padre Francisco sobre el anuncio del Evangelio en el Mundo Actual. 2013, 182-183).

Para buscar la construcción de ese mundo mejor, para hacer política como construcción del bien común, no necesitamos llegar a un puesto de gobierno, basta con actuar con justicia a la luz del Evangelio en la posición en que nos hallemos. Hay que hacer buena política en nuestra familia, en nuestro barrio, en nuestra Hermandad y Orden religiosa, en el Seminario, en la Parroquia a nuestro cargo, en la universidad en la que estemos, en la oficina, en el gremio, en la empresa y etcétera. Esa buena política es manifestación de la interiorización personal que cada uno haga del Evangelio, como nos señaló Cristo: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”. Y como tantas veces ha repetido el Papa Francisco, no podemos ser cristianos de sacristía, ni cristianos de etiqueta, sino cristianos en las calles. Desde cada lugar en el que nos encontremos el compromiso es mayor.

* Mi artículo publicado en el Diario La Industria el domingo 10 de mayo de 2015.

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“Le Sermon sur la Montagne” – Philippe de Champaigne


 

 

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