En la historia impartida en los colegios, así como en los relatos orales de nuestras casas, casi todos conocemos los terribles momentos que vivió el país en el contexto de la llamada Guerra del Pacífico (1879-1883) librada entre Chile y la alianza de Perú y Bolivia, quedando luego sólo peruanos y chilenos en el escenario bélico. Una guerra que dejó desolación y barbarie, y que nos hizo ver también las debilidades de nuestro sistema político y de quienes ejercían el poder. La mala conducción y el desorden interno agravaron la situación nacional, mientras muchos hombres de gran convicción acudían al frente de batalla para entregar sus vidas. Sobre la falta de políticos idóneos en nuestro devenir nacional y en el curso de la guerra, el célebre Manuel Gonzáles Prada escribiría:
“Sin especialistas, o más bien dicho, con aficionados que presumían de omniscientes, vivimos de ensayo en ensayo: ensayos de aficionados en Diplomacia, ensayos de aficionados en Economía Política, ensayos de aficionados en Legislación y hasta ensayos de aficionados en Tácticas y Estrategias. El Perú fue cuerpo vivo, expuesto sobre el mármol de un anfiteatro, para sufrir las amputaciones de cirujanos que tenían ojos con cataratas seniles y manos con temblores de paralítico. Vimos al abogado dirigir la hacienda pública, al médico emprender obras de ingeniatura, al teólogo fantasear sobre política interior, al marino decretar en administración de justicia, al comerciante mandar cuerpos de ejército… Cuánto no vimos en esa fermentación tumultuosa de todas las mediocridades, en esas vertiginosas apariciones y desapariciones de figuras sin consistencia de hombre, en ese continuo cambio de papeles, en esa Babel, en fin, donde la ignorancia vanidosa y vocinglera se sobrepuso siempre al saber humilde y silencioso! (Gonzáles Prada, Manuel. “Discurso en el Politeama”. En: Pájinas [sic] Libres)
En el contexto de la guerra muchas injusticias fueron cometidas por el ejército invasor. En el caso puntual de Chiclayo se recuerda la Expedición de Patricio Lynch, Comandante en Jefe de la División de Operaciones del Norte, cuya función era la de cobrar cupos y afectar la estructura productiva norcosteña para cortar así los recursos que podrían haber sido usados por el país.
Las tropas chilenas entraron a Chiclayo el día 26 de setiembre del año de 1880. Varios vecinos se dirigieron a otras poblaciones saliendo de la ciudad, pese a ello el sistema de cupos se impuso, y (aunque difícilmente se encuentre registro completo de ello en documentos) se tomaron medidas drásticas ante quienes se oponían a los requerimientos de las fuerzas de ocupación.
En este tiempo debió producirse el incendio del antiguo Palacio Municipal, golpeándose el corazón político de la ciudad (el siguiente incendio ocurriría en el año 2006, destruyéndose la estructura edificada en 1920, es necesario señalar que este último incendio es más lamentable por ser un delito cometido por connacionales).
En 12 de abril del año 1881 el ejército chileno volvió a ingresar a Chiclayo. Ya para agosto de 1883 se tienen comunicaciones de Lynch sobre la desocupación de los departamentos del norte, pero aún en setiembre de ese año acontecían persecuciones contra montoneros de Chiclayo.
Los hijos chiclayanos que acudieron al escenario bélico supieron honrar sus deberes, así tenemos los conocidos nombres de Elías Aguirre, a quien la muerte le alcanzaría a bordo del Huáscar en Angamos; y José Andrés Torres Paz, joven estudiante de la Universidad de san Marcos quien caería muerto durante la defensa de Lima en el campo de Miraflores.
Hace unos días, caminando por el centro de nuestra ciudad, pasé por la casa del héroe Elías Aguirre (en la calle del mismo nombre, antes llamada Calle Real) y en el patio de dicha vivienda volví a observar el monumento de mármol que lleva grabadas las palabras: “CHICLAYO A LOS ILUSTRES HIJOS DEL DEPARTAMENTO DE LAMBAYEQUE QUE SUCUMBIERON EN LA GUERRA NACIONAL DE 1879” Palabras que resaltan, pero ¿a cuántos de ellos les conocemos?
Este monumento fue el primero que se ubicó en la Plazuela Elías Aguirre en el año de 1895. Tras la instalación del actual pedestal y el busto del héroe en 1924, este monumento fue trasladado al patio de esta vivienda. En sus cuatro lados aparecen grabados los nombres de aquellos caballeros que honrando a su tierra natal, cayeron abatidos en los campos de batalla por la defensa nacional.
- En Angamos, el 8 de octubre de 1879: Elías Aguirre y Diego Ferré.
- En la Batalla de San Francisco o Dolores, el 19 de noviembre de 1879: Guillermo Pareja y Leopoldo Vallejos.
- En Ancón, el 24 de abril de 1880: Pedro Ruiz.
- En Tacna o Batalla del Alto de la Alianza, el 26 de mayo de 1880: Miguel Orbegoso y Bernardo Bocanegra.
- En Arica, el 7 de junio de 1880: José León
- En San Juan, en la defensa de Lima, el 13 de enero de 1881: Daniel Garcés, Antonio Lora Ojeda, Hipólito Orbegoso, Manuel Labenita, Francisco Vallejos, Manuel Seclén, Alejo Guevara, Francisco Suárez, Calixto Soto, Sebastián Paz, Carmen Pichincha, David Arbulú, Nicolás Niquen, José M. Losada, Eduardo Uchofen, Juan Rodríguez, Manuel Vilela, Francisco Bravo, Lorenzo Palleza y Teodosio Ramírez.
- En el Morro Solar, el 13 de enero de 1881: Jacinto Pastor.
- En Chorrillos, el 13 de enero de 1881: Bernardo Patazca, Pedro Gómez, Santiago Uchofen y Juan M. Balcázar.
- En Miraflores, el 15 de enero de 1881: Juan M. Fanning, José A. Torres Paz, Mariano Pastor, Natalio Sánchez, Martín Martínez, Manuel Gonzáles, Francisco Esquén, Francisco Rosado, José Falen, Rosendo Yzaga, Pedro Sambrano, J. Espinoza, Antonio Rojas, José Valverdi, N. Yrigoyen.
Todos ellos lambayecanos y muchos nacidos en la misma provincia de Chiclayo. De entre estos nombres podemos reconocer, además de Elías Aguirre y José Andrés Torres Paz; a Pedro Ruiz Gallo, destacado inventor que tratando de perfeccionar un sistema de torpedos murió en una explosión, o a Diego Ferré quien se inmoló al lado de Miguel Grau.
He podido identificar en este pedestal a Leopoldo Vallejos, quien fuera bautizado en nuestra desaparecida iglesia Matriz como José Leopoldo Francisco Manuel del Espíritu Santo, un 09 de octubre del año 1854, siendo hijo de don Camilo Vallejos y Manuela Rivas. Su padre se negó a pagar el cupo de guerra, razón por la cual su comercio ubicado en la Calle Real (hoy Elías Aguirre) fue incendiado. Leopoldo caería muerto enfrentando al ejército enemigo en el sur del país el 19 de noviembre de 1879.
También se reconoce el nombre de J. Espinoza, quien es Juan de Dios Espinoza Estrada, joven chiclayano bautizado un 18 de junio del año de 1859. Fue hijo de Manuel Espinoza y de doña Melchora Estrada. Si bien el monumento señala que Juan de Dios falleció en la Batalla de Miraflores, conocemos otros documentos del archivo del Congreso de la República que indican su deceso en la Batalla de San Juan el 13 de enero de 1881, teniendo el grado de Sargento Primero. El Congreso le reconoció en 1905 como “acreedor a la gratitud nacional”, este joven sólo tenía 21 años cuando le alcanzó la muerte.
Estos chiclayanos, muchos jóvenes, supieron cumplir con su deber entregando su vida misma en los campos de batalla. Aunque el curso de la guerra ya avizoraba la derrota, a ellos no les importó ello ni el desorden político que vivimos durante este tiempo, y sus nombres merecen bien nuestro recuerdo.
En nuestro querido Chiclayo, muchas calles llevan ya los nombres de héroes y de otros individuos que fueron parte de la vida política y económica del departamento, pero ¿cuántas autoridades se han preocupado por estos hijos de Lambayeque? Durante nuestras ceremonias cívicas de aniversario ¿quiénes se acuerdan de visitar este monumento en la casa de Aguirre? O ¿quiénes se acuerdan de honrar la última morada de aquellos combatientes que sobrevivieron a la guerra? Aquí me refiero al Mausoleo que se encuentra en el Cementerio El Carmen ¿podemos ser tan indiferentes para con quienes honraron con sus pasos en el desierto, en los morros, y en los reductos de la guerra, a nuestra ciudad y a nuestro departamento?
Tal y como sentenció el político francés Camille Sée: “Dicen que la historia se repite, lo cierto es que sus lecciones no se aprovechan”.
La historia no se hace con discursos, la historia se enaltece con acciones. Este pedestal de mármol, casi apartado de la vida cotidiana de nuestra ciudad, guarda los nombres de aquellos que merecen nuestra evocación y la emulación de su acción patriótica. La resistencia e indiferencia que han mostrado las generaciones, para darle digno agradecimiento a quienes nos precedieron, no logrará ser más fuerte que este pedestal de mármol grabado con los nombres de héroes en el silencio.
Imagen propia. Año 2015.
* Mi artículo publicado en el Diario La Industria el domingo 26 de abril de 2015.