El avión se retrasó. Doce y treinta y entraba al salón el Dr. Humberto Maturana. A pesar del pomposo título, dista el profesor de la imagen estereotipada que tenemos del profesor universitario: hablar sereno, bufanda que por lado y lado cae hasta la cintura, cabellos blancos resaltados solemnemente por sus negras vestimentas. “No creó que logre llenar sus expectativas, ni las mías”, dijo, y una carcajada al unísono distendió el ánimo del auditorio que se dispuso atento a escuchar la charla del académico.
“La educación desde la biología cultural” es el título de la conferencia dictada en las dependencias de Inacap este 10 de julio. En ella trato el tema de la educación desde una perspectiva sugerente: el amor, como emoción primera conque surge la vida, es la que se ha reproducido desde la familia ancestral. Así, donde aprenden los niños es en el convivir diario y la educación no sería más que la expansión de ese vivir. Antes de desenredar la madeja de argumentos que conducen esa tesis, responderemos a la siguiente pregunta: ¿quién es Humberto Maturana?
Científico, biólogo, pensador
Humberto Maturana es Premio Nacional de Ciencias 1995 y académico del Departamento de Biología de Facultad de Ciencias de Universidad de Chile. Sus inicios como estudiante se encuentran en Escuela de Medicina de la Universidad de Chile bajo la guía del Profesor Gabriel Gasiç. Más tarde, en Inglaterra (1954) y bajo la dirección del profesor J. Young comenzó a comprender a los seres vivos no como conglomerados de propiedades o componentes con importancia funcional, sino como entes dinámicos, autónomos, en continua transformación.
En 1956, aceptado en la Universidad de Harvard como candidato al Ph. D. en biología, se interesó en la neuroanatomía y la fisiología de la visión, pero su interés biológico general fue siempre la comprensión del modo de operar sistémico del sistema nervioso y la organización sistémica de los seres vivos. Obtuvo su doctorado en 1958 con una tesis sobre estructura del nervio óptico de la rana (Rana pipiens).
A partir de 1970, Maturana trabajó en el desarrollo de la llamada “biología del conocimiento” así como en las implicaciones de la teoría de la autopoiesis en distintos ámbitos de la fenomenología biológica, en particular en el antropológico social, en el origen de lo humano, y la evolución biológica. Su último desarrollo conceptual es la “biología del amor”, en la que postula que las emociones se especifican el curso de las relaciones del organismo en el medio, y de hecho constituyen un factor guía en el devenir de la historia evolutiva de los seres vivos. Con el desarrollo de este tema, nos deleito en su conferencia.
Amor y educación
Desde un comienzo, como buen biólogo, Maturana quiso remitirse a los orígenes de la humanidad. “La historia humana evolutiva comienza hace tres millones de años y nosotros somos el presente de linajes de primates bípedos. Ellos son los australophitecus.”. En ellos se encontraría el origen de la familia ancestral; y en su sobrevivencia y en su manera de relacionarse con el medio, aún encontramos vestigios en nuestras actuales familias. Los linajes, según Maturana, se conservan según un modo de vivir, en la reproducción sostenida que se aprende de una generación a otra. Es en el placer de juntarse, en la reunión con los otros donde el niño aprendería a convivir y sólo el lenguaje, como modo de coordinar los haceres y las emociones, permitiría esto. Por esto mismo, el profesor fue enfático al señalar: “La educación es una transformación en la convivencia, por lo mismo, todos somos igualmente inteligentes, pues las dificultades son de la emoción y de la convivencia y no de la inteligencia”.
Si aún parecieran demasiado oscuras estas afirmaciones, debiéramos remitirnos a la siguiente distinción propuesta por Maturana: Educación es distinto que Enseñar. Educación se refiere a modos de conducirse, involucra emociones, y, en ese sentido, requiere la participación de otros en el proceso. La enseñanza, en cambio, se relaciona con los saberes y estos no serían más que manipulaciones del enseñado por medio de materias.
¿Qué resulta de esto? Que si de generación en generación vamos educando a nuestros hijos a través de relaciones de amor, emoción que ya estaría presente en el primer linaje humano, encontraríamos respuesta para un gran cambio en nuestro entorno. La educación debe estar centrada en la conducción de esta particular emoción y si ella es transmitida de linaje en linaje, lograríamos mejorar no sólo la misma educación, sino a la sociedad en su conjunto.
Si embargo, el profesor, interrogado sobre las posibilidades de este cambio, respondió intransigente, “este es un cambio que no sólo debo hacer yo, sino que es un deber de todos”. Sólo en la reflexión y en la capacidad de diálogo con las autoridades políticas y con instituciones educativas es posible realizar metamorfosis. Finalmente, si lo pensamos, el discurso de este destacado científico logra una cercanía tal con nuestro sentir, que aunque podamos criticarlo, no nos deja de indiferentes ante sus palabras.
Tomado de:
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