LA REFLEXIÓN COMO ACTO EN LA EMOCIÓN Y POSIBLE SOLO EN EL LENGUAJE.

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El lenguaje posibilita la reflexión, sin lenguaje no hay reflexión posible. La reflexión es un acto en el desapego que suelta una certidumbre, una verdad, una creencia, etc. La reflexión ocurre en el lenguaje como conducta de distinción, de la distinción que el observador hace al mirar su circunstancia, y surge como acción desde la emoción de desapego, en la que “se suelta lo que se tiene, para poder, así, mirarlo” (Maturana 1996: 299). El acto de reflexionar es un acto muy especial. “Es un acto de soltar la certidumbre” (López y otros 2003: 71).

La reflexión en el lenguaje ocurre cada vez que nuestras interacciones nos llevan a describir nuestras circunstancias al gatillar en nosotros un cambio de dominio que define una perspectiva de observación. Esto ocurre principalmente de dos maneras:

a) Por falla en el fluir de nuestros actos en algún dominio de nuestro mundo cultural, al interrumpirse nuestro acoplamiento estructural en ese dominio de éste.
b) Porque el operar en el amor (la simpatía, el afecto, la preferencia) nos lleva a mirar las circunstancias en que se encuentra el ser u objeto amado y a valorarlas desde ese amor (preferencia).

La primera manera de pasar a la reflexión en el lenguaje no es necesariamente social ; la segunda si es social , el amor en cualquiera de sus formas, involucra las fuentes mismas de la socialización humana y, por lo tanto, al fundamento de lo humano.
Lo significativo de la reflexión en el lenguaje es que nos lleva a contemplar nuestro mundo y el mundo del otro, y a hacer de la descripción de nuestras circunstancias y las del otro parte del medio en que conservamos identidad y adaptación. La reflexión en el lenguaje nos lleva a ver el mundo en que vivimos y a aceptarlo o rechazarlo concientemente (Maturana 1999: 30).

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