Ante la pregunta sobre cómo le gustaría ser recordado, el Papa Francisco respondió: “[como] un pobre desgraciado al que el Señor le tuvo mucha misericordia” [1]. Evidentemente, será imposible cumplir este deseo. En un mundo cada vez más secular, el prolífico magisterio de la misericordia, la justicia social y el desarrollo humano integral de Francisco lo ha colocado como una figura prominente no solo entre quienes compartimos la fe de la Iglesia, sino entre una gran cantidad de actores clave a nivel global.
Su claridad en afirmar que “el mercado solo no garantiza el desarrollo humano integral ni la inclusión social” en Laudato si’ [2], sus críticas a “la economía de la exclusión y la inequidad, esa economía [que] mata” en Envagelii gaudium [3], y su reconocimiento de que “el derecho de algunos a la libertad de empresa […] no puede estar por encima de los derechos de los pueblos y de la dignidad de los pobres” en Fratelli tutti [4], son algunos ejemplos de cómo Francisco desafió sin ambigüedades la injusticia social a nivel global. En medio de lo que denominó la “globalización de la indiferencia”, emergió como una voz de esperanza para aquellos que habitan en la diferentes periferias del mundo.
Las ideas de Francisco han trascendido el ámbito pastoral y han inspirado corrientes académicas, como aquellas que promueven una visión de desarrollo humano más integral, que autoras como Séverine Deneulin han vinculado con las propuestas de Amartya Sen [5, 6]. Si, como afirma Francisco, “todo está interconectado”, un verdadero desarrollo humano no puede entenderse sin la dimensión relacional de los seres humanos, el cuidado de los ecosistemas que constituyen nuestra “casa común”, y la recuperación del “aguijón ético” que incomoda los sentidos comunes instalados en el imaginario colectivo por el “paradigma tecnocrático” y su adoración acrítica del poder de la ciencia y la técnica [7, 8].
En su búsqueda por la justicia, Francisco apostó también por desafiar estructuras que excluyen a distintos grupos, tanto en la jerarquía eclesiástica como en los espacios laicos. Promovió la participación activa de las mujeres en cargos de responsabilidad, defendió enfáticamente los derechos de las poblaciones indígenas, rechazó la discriminación hacia personas homosexuales y transgénero, y denunció la criminalización de las poblaciones migrantes.
El llamado de Francisco es a trabajar por el bien común, construyendo modelos sociales y económicos alternativos que sitúen la dignidad humana en el centro. Nos exhorta reemplazar la “cultura del descarte” por una “cultura del encuentro”. Para ello, es fundamental escuchar atentamente el “clamor de los pobres y de la tierra” y evitar “escuchar solamente a las élites económicas”. Su magisterio transformador nos ofrece una esperanza activa frente a las injusticias, que nos convoca a vivir la misericordia y la compasión de Jesús en acciones concretas hacia un desarrollo verdaderamente humano e integral.
Referencias
[1] https://youtu.be/xpBf-enOde4?si=KBgMWQA5Jehyk9Jn
[5] https://doi.org/10.7440/res67.2019.06
[6] https://undpress.nd.edu/9780268205706/integral-human-development/
[7] https://www.vatican.va/content/francesco/es/apost_exhortations/documents/20231004-laudate-deum.html
[8] https://youtu.be/NOLoJWqc_P4?si=ooQYXdhXIrg16Pac
Autor:
Jhonatan Clausen, profesor del Departamento de Economía de la PUCP. Director del IDHAL PUCP.
Nicolás Barrantes, profesor del Departamento de Economía de la PUCP. Investigador del IDHAL PUCP.
Las opiniones presentadas en este artículo no necesariamente reflejan la posición institucional del IDHAL ni de la PUCP.