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EL PENSAMIENTO MÍTICO

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ALGUNOS CONCEPTOS SOBRE EL PENSAMIENTO MÍTICO EN EL PERÚ

Todas las antiguas culturas del Perú tuvieron una rica mitología, tanto en la Costa, como en la Sierra y la Selva. La mitología de los Mochicas, de la costa Norte del Perú, predecesores de los incas en cientos de años, se puede apreciar en los dibujos de sus ceramios. No pueden ser sino de corte mítico las imágenes de tantos seres fantásticos y animales con rasgos antropomorfos. Cabe afirmar lo mismo sobre la cultura Nazca, de la Costa Sur, contemporánea de la anterior. Y ni qué decir de los –aún más antiguos– seres felínicos esculpidos en las estelas de piedra de Chavín.

La tradición incaica anterior a la llegada de los españoles en el siglo XVI fue importante, quizá las más conocida, pero de ninguna manera fue la única que se desarrolló en el vasto espacio andino. En verdad, cada región del Perú tuvo su propio ciclo mítico. Ello sucedió, por ejemplo, en el caso de Huarochirí, en la sierra de Lima, cuya rica mitología fue conservada en un antiguo manuscrito quechua del siglo XVII, traducido y estudiado por el antropólogo y novelista José María Arguedas.

Hoy mismo, pese a la irrupción de la modernidad, no deja de haber pensamiento mítico en el Perú. Me refiero, por ejemplo, a la tradición mítica que cultiva la población del Sur del Perú que habla los idiomas quechua y aimara. Y me refiero también, por cierto, a todas las tradiciones de la Amazonía peruana –el vasto espacio selvático del Perú–, algunas de las cuales todavía no han sido “contactadas” por la cultura de Occidente, para emplear el lenguaje de los etnólogos.

La visión mítica se encuentra también en el mundo considerado “moderno”, y en un nivel cotidiano. Se siente el eco del viejo dios Pachacámac de la Costa Central, asociado a los terremotos, en la procesión del Cristo o Señor de los Milagros de Lima, que es la más grande del mundo católico. Por otro lado, en el área del Cusco, la procesión del Qoyllor Riti se realiza en dirección a una cruz que se encuentra en el nevado Ausangate. En ella, el Dios cristiano, simbolizado por la cruz, oculta en realidad a una deidad más antigua, que es el Apu del cerro. De manera semejante a lo que ocurría con las hierofanías de las más antiguas tradiciones del Viejo Mundo anteriores a la era cristiana, los hombres andinos creían que las cumbres nevadas de las montañas eran dioses. Y en verdad parecen dioses, cuando uno tiene la ocasión de estar frente a esas descomunales moles blancas, que reinan con prestancia y con una belleza casi irreal sobre su entorno.

Los mitos han legado también símbolos iconográficos imperecederos, que son recreados en las artes plásticas. Me refiero, por ejemplo, al Amaru, o serpiente mágica, cuyos trazos todavía pueden verse en algunas piedras incaicas de la ciudad del Cusco.

El Perú es una tierra geográficamente compleja, de una gran riqueza cultural e idiomática, y de una notable tradición histórica, que se remonta a miles de años atrás. Precisamente los mitos, y sus supervivencias, son algunos de los puentes que vinculan a los peruanos de hoy con su espléndido pasado.

Nueva York, julio de 2008

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EL CORREGIMIENTO DE CAJAMARCA

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BOSQUEJO HISTÓRICO DEL CORREGIMIENTO DE CAJAMARCA
ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVII

Hugo Pereyra Plasencia

(Publicado -con mapas- en el “Boletín del Instituto Riva-Agüero”, Nro. 23, Lima, 1996)

ANEXOS DOCUMENTALES

Anexo Nº 1: Tasa del repartimiento cajamarquino de Melchor Verdugo autorizada por el marqués de Cañete en 1557 (Véase la versión publicada en el Boletín del Instituto Riva-Agüero).

Anexo Nº 2: Relación de los pueblos de indios del área de las siete guarangas, según las visitas de Diego Velázquez de Acuña (1571-1572) y del corregidor Diego de Salazar (1578) (Véase la versión publicada en el Boletín del Instituto Riva-Agüero).

Anexo Nº 3: Documentos tempranos sobre el obraje de la villa de Cajamarca (1579-1603). (Se acompaña en esta versión electrónica)

Anexo Nº 4: Visita del obraje de la Villa de Cajamarca en 1642 (extracto de la parte inicial del documento). (Se acompaña en esta versión electrónica)

Anexo Nº 5: Relación de las doctrinas (curatos) en 1766, según Cosme Bueno. Corregimientos de Cajamarca y Huamachuco. (Se acompaña en esta versión electrónica)

“Al llegar a este pueblo [de Cajamarca] descubri desde un alto la poblacion mas vistosa que e visto en el Peru, donde e visto muchas […] Es un parayso todo él, y por eso lo eligio el inga Atabalipa para su corte donde esta su palacio real. La tierra es tan fértil que se siembra todos los años y no se cansa. Es abundantissima de todo genero de semillas y en su contorno ay crias de todo ganado y saca para todo este reyno. El temple es de una primavera y el hibierno mas apazible porque no ay yelos […] Este fue el primer pueblo que se conquisto en la sierra y de aqui se entablo el miedo para lo restante del Peru. Aqui sono la primera voz de la trompeta del Evangelio. Aqui fue donde se bautizo el primer yndio y se salvo, que fue el inga, y luego lo degollaron. Aqui se descubrio la primera muestra de la riqueza de esta tierra y tan quantiosos quintos reales como refieren las historias. Y quando llegué a este pueblo vide tanto numero de españoles, gente crezida, rica y noble y tantos yndios que me causaron admiracion y jusgué que avia sido orden de Dios que tantas obejas viesen su pastor y él las conociese y remediase y consolase…”

Carta de Andrés García de Zurita, obispo electo de Trujillo, al rey Felipe IV (Cajamarca, 31 de agosto de 1651) (1)


1. INTRODUCCION

Marco temporal y espacial

Este trabajo tiene como principal interés el estudio de la formación y consolidación temprana del sistema colonial en el espacio del corregimiento de Cajamarca entre los siglos XVI y XVII.

Los datos referentes al siglo XVIII serán utilizados en función del tema central antes mencionado. En primer lugar, con el propósito de completar la información que no aparezca en los documentos quinientistas o seiscientistas, particularmente en lo referente a casos de estructuras de desgaste lento (en el sentido que Braudel le da a este término). En efecto, el hecho de encontrar ciertas estructuras parciales en el siglo XVIII -como podría ser el caso de lenguas regionales o de dialectos del quechua en la región cajamarquina- podría dar pie a señalar que estas mismas estructuras existían también entre los siglos XVI y XVII. Es evidente que este recurso debe ser tomado con las precauciones del caso, pues hay estructuras que, pese a la lentitud de su cambio, llegan a transformarse en lo esencial. Incorrecto sería, por ejemplo, identificar la religiosidad de los habitantes de Cajamarca en el siglo XVIII -ya fuertemente cristianizada- con los cultos nativos que encontraron en esta región los encomenderos y frailes doctrineros del siglo XVI.

En segundo lugar, los datos del siglo XVIII serán muy útiles a la hora de completar series -sobre todo demográficas- de corte secular. Sólo de esta manera será posible realizar apreciaciones de conjunto con el objetivo de percibir si hay rupturas o continuidades en una perspectiva de larga duración.

Cajamarca colonial en la historiografía.

Cajamarca no ha escapado al tratamiento usual que la historiografía ha dado a las regiones del país. Durante las últimas décadas, este tratamiento ha atravesado por una primera fase caracterizada por el predominio de la historia institucional y acontecimiental (años cincuenta y sesenta), por un segundo momento en el que fueron privilegiados los aspectos etnohistóricos (localizado aproximadamente en la década del setenta y la mayor parte de los ochenta) y, finalmente, un tercer período (el actual) que pone mayor énfasis en los temas de historia económica y social.

Representativo de la primera fase es el historiador cajamarquino Horacio Villanueva Urteaga con sus monografías sobre historia colonial cajamarquina que han abarcado diversos temas. Resulta evidente, en su caso, un tratamiento tradicional de las fuentes. Los intereses de este investigador han abarcado temas tan variados como la fundación de localidades, los curacazgos, y la historia de la Iglesia en Cajamarca. También ha desplegado significativos esfuerzos en la identificación y publicación de fuentes manuscritas (2). Aunque no está especializado en el tema que nos toca, viene al caso mencionar aquí al Dr. José Antonio del Busto quien, en 1969, publicó una interesante biografía de Melchor Verdugo (3).

En cuanto a la segunda etapa, llaman particularmente la atención los trabajos de Waldemar Espinoza y de María del Pilar Remy, quienes canalizaron su interés básicamente hacia el estudio de las “permanencias” del mundo prehispánico en la época colonial (4). Se trata de historiadores que tienen como referencia un marco teórico bastante más rico y amplio que el de la fase previa, pero que interrogaron a los documentos con relación a ciertos temas característicamente etnohistóricos. Entre sus temas favoritos, cabe mencionar el de los criterios de organización étnica y la historia de los cultos religiosos. Ello, aparentemente, casi sin haber reparado en que los mismos documentos que manejaron -interrogados de otra manera- son auténticas minas para el estudio de la época colonial temprana y de sus estructuras en formación. Quien quizá rompió un tanto con esta tendencia reduccionista fue María Rostworowski, con su interés -marginal, aunque evidente- sobre la actividad económica de los encomenderos (5).

La tercera fase de los estudios sobre historia colonial cajamarquina se encuentra ya perfilada con nitidez en el trabajo de Carlos Contreras sobre las minas de Hualgayoc en el siglo XVIII (6).

Excepción notable a esta categorización de los investigadores es el historiador cajamarquino Fernando Silva Santisteban, fallecido hace poco, quien atravesó todos los planos de interés en las tres fases antes precisadas. Que conozcamos, el único trabajo específico y panorámico sobre los obrajes cajamarquinos fue escrito por Silva Santisteban (7).

Finalmente, cabría añadir que la información que se pueda obtener de los estudios de índole geográfica y arqueológica, referidos a la región cajamarquina, tiene sólo un interés tangencial para los alcances de este trabajo. No obstante, esta información debe ser tenida en cuenta para llenar los vacíos que aparezcan en las fuentes primarias, particularmente en lo que se refiere a aspectos ecológicos y, en general, frente a la rica e interesante temática sobre la relativa influencia de los factores geográficos en la organización social y económica (8).

Justificación de este trabajo

Salvo el artículo que Teodoro Hampe publicó entre 1986-1987 bajo el título de “Notas sobre población y tributo indígena en Cajamarca (Primera mitad del siglo XVII)”, no existen investigaciones de conjunto sobre el funcionamiento del sistema colonial en Cajamarca para los dos primeros siglos de la época virreinal. Nos referimos, evidentemente, a trabajos que estudien la articulación interdependiente, y en perspectiva secular, de estructuras parciales tanto económicas, políticas, sociales e ideológicas que hayan existido en la región cajamarquina en la época de los reyes Austrias (9).


2. CARACTERÍSTICAS GENERALES DEL CORREGIMIENTO DE CAJAMARCA.

El área que estudiaremos está localizada sólo parcialmente en lo que hoy es el departamento de Cajamarca. Hasta 1759, el corregimiento de Cajamarca incluyó los territorios de once provincias del actual departamento homónimo, y de tres provincias localizadas en la serranía del actual departamento de La Libertad, situadas al occidente del río Marañón. El viejo corregimiento abarcó, asimismo, las entradas a la sierra de lo que actualmente son dos provincias del departamento de Lambayeque (10).

El espacio del corregimiento de Cajamarca nunca incluyó a Jaén de Bracamoros. Esta provincia perteneció, desde el siglo XVI, al ámbito de la Audiencia de Quito (aunque formando todavía parte del virreinato del Perú). En forma definitiva, desde 1739, Quito y sus territorios de Jaén fueron adscritos al recién creado Virreinato de la Nueva Granada. Desde entonces, hasta la Independencia, el ámbito de Huambos (al norte del viejo corregimiento cajamarquino) limitó, pues, estrictamente, con otro virreinato (11).


2.1 Grupos étnicos y encomiendas.

Antes de la llegada de los españoles, el área que estudiamos tuvo tres ámbitos étnicos relativamente diferenciados. Hacia el norte se encontraba Huambos. El centro estaba poblado principalmente por habitantes de las Siete Guarangas de Cuismanco, Chuquimango, Chondal, Bambamarca, Cajamarca, Pomamarca y Mitmas. Hacia el sur se encontraba la etnía Huamachuco. Estos ámbitos étnicos darán posteriormente origen a la “provincias” coloniales de Huambos, Cajamarca (propiamente dicha) y Huamachuco.

Hablamos aquí de ámbitos “relativamente diferenciados” debido al espinoso problema de la “territorialidad discontinua” de la época prehispánica, en particular de las llamadas “islas multiétnicas”, que eran habitadas por colonos de distinta procedencia. Nada más alejado de la noción española de provincia que este peculiar patrón andino de ocupación del suelo, que no tenía otro objetivo que el de optimizar la producción, mediante el aprovechamiento de la mayor variedad posible de pisos ecológicos. Este patrón fue característico de la región cajamarquina en su conjunto (12). Probablemente desde antes de los Incas, y bien entrado el período colonial, confluyeron a este territorio grupos de distinta procedencia geográfica y étnica. Algunos tuvieron su origen en zonas alejadas, localizadas hacia el este del Marañón (Chilchos, Leimebambas, Bracamoros y Chachapoyas), o en la misma costa (Sañas). Hubo también mitmaquna de origen cuzqueño, cañari (Quito), huayacuntu (Piura) y “collasuyu”, que fueron transplantados al territorio de las Siete Guarangas por los Incas. Tampoco hay que olvidar que existieron pobladores de Huambos que vivieron -temporal o permanentemente- en algunos territorios localizados más hacia el sur de sus asentamientos nucleares (cuenca del río Chotano y zona de Cutervo), prácticamente entremezclados con los habitantes de las Siete Guarangas (13).

La estructura jurídica de las encomiendas se superpuso a esta compleja realidad étnica:

a) En 1535, todavía en vida del Marqués Gobernador Francisco Pizarro, el repartimiento de Huambos (que agrupaba a los pobladores del ámbito étnico homónimo) fue encomendado a Lorenzo de Ulloa.

b) También en 1535, las Siete Guarangas fueron encomendadas a Melchor Verdugo, uno de los españoles que participaron en la captura de Atahualpa.

c) En un momento no bien determinado, pero en todo caso anterior a 1549, el repartimiento de Huamachuco fue entregado a Diego de Aguilera.

Los colonos procedentes de regiones lejanas también fueron agrupados en repartimientos, aunque comenzaron a depender de encomenderos que vivían fuera del ámbito que estudiamos:

a) Los Sañas fueron adscritos al repartimiento de Mocupe (jurisdicción de la ciudad de Trujillo.

b) Los Chilchos y Leimebambas, provenientes de la ceja de montaña adycente al Marañón, fueron adscritos a encomiendas de la ciudad de Chachapoyas.

c) Los Bracamoros y Chachapoyas, colonos selváticos de la “rupa rupa”, fueron adscritos a seis encomenderos avecindaedos en las ciudades de Chachapoyas y Jaén de Bracamoros (14).

Menciones especiales merece el área de las Siete Guarangas (al centro del territorio que estudiamos) que tuvo un desarrollo histórico al parecer más complicado que Huambos (al norte) y Huamachuco (al sur). Lo primero que salta a la vista es la constante mención que hacen las fuentes primarias a la organización por guarangas y pachacas allí existió. Este sistema de agrupación (una pachaca igual a cien familias, y una guaranga igual a diez pachacas) parece haber sido impuesto -o, en todo caso, adoptado y perfeccionado- por los Incas (15).

El 19 de octubre de 1542, el gobernador Cristóbal Vaca de Castro desgajó del repartimiento original de Melchor Verdugo las guarangas de Chondal, Bambamarca y Pomamarca, las cuales fueron otorgadas en encomienda a Hernando de Alvarado, vecino de Chachapoyas. Todo parece indicar que la causa de esta división fue el ambiguo comportamiento de Melchor Verdugo en la batalla de Chupas, contra Diego de Almagro el Mozo, lo que al parecer molestó mucho a Vaca de Castro (16). A partir de ese momento existieron dos repartimientos con el nombre de Cajamarca: el de las Cuatro Guarangas (que correspondió a Verdugo), y el de las Tres Guarangas (que correspondió inicialmente a Alvarado).

A la muerte de Verdugo, en 1567, el repartimiento de las Cuatro Guarangas pasó a su viuda, doña Jordana Mejía, quien falleció en 1602, luego de haber contraído matrimonio por segunda vez con don Alvaro de Mendoza Carbajal. A esta encomendera se le atribuye la construcción de un obraje que funcionó, durante gran parte de la época colonial, en la misma localidad de Cajamarca (véase el acápite 3.1)

En cuanto al repartimiento de las Tres Guarangas, a la muerte de Alvarado pasó a Diego de Urbina, vecino de Trujillo, ya en tiempos del pacificador Pedro de la Gasca (1547-1550). Hacia 1567 se encontraba en posesión de García Holguín y, en 1571, en manos de la viuda de éste, doña Beatriz de Isásaga (17).

En 1603, ya fallecidas Jordana Mejía y Beatriz de Isásaga, tuvo lugar una reunificación de las Siete Guarangas. Por decisión real, éstas fueron encomendadas al conde de Altamira, residente en España. En 1630, dicho repartimiento ofrecía una importante renta, que ascendía a los 11,000 pesos. En un caso verdadermente insólito, esta encomienda fue aún gozada por la casa de Altamira por tres vidas más, luego de 1720 (año fijado -por lo visto en teoría- para la incorporación de toda encomienda vacante en el patrimonio de la corona) (18).


2.2 La formación del corregimiento de Cajamarca.

2.2.1 Los primeros corregidores de indios.

Ya en un momento tan temprano como enero de 1566, en tiempos del gobernador Lope García de Castro, un tal Joan de Fuentes aparece mencionado en la documentación como “corregidor destas provinçias” residente en el “asyento de Sant Antonio de Caxamarca” (19). No están claras las razones que llevaron a escoger a este lugar como residencia del corregidor, aunque no es descabellado suponer que esta decisión pudo fundamentarse en la asociación de esta localidad con los sucesos de la conquista, y al hecho de existir aquí construcciones de piedra heredadas de la ocupación incaica. De hecho, al momento de la Conquista, los principales curacas cajamarquinos tenían aquí sus casas (20).


2.2.2 La “jurisdicción” del corregimiento y el nacimiento de las reducciones.

Durante la mayor parte de la época colonial, entre 1566 y 1759, el corregimiento de Cajamarca abarcó los ámbitos combinados de Huambos, Cajamarca propiamente dicha (en el viejo espacio de las Siete Guarangas), y Huamachuco. El área del corregimiento llegaba casi a los 28,000 km. Cuadrados (21).

Cuando los primeros corregidores de indios de Cajamarca comenzaron a ser nombrados hacia 1566, la jurisdicción de la nueva circunscripción fue definida al comienzo -según todos los indicios- únicamente en función de los espacios ocupados de manera más o menos continua por los tres conglomerados étnicos antes mencionados, divididos en la forma jurídica de cuatro repartimientos (véase el acápite 2.1). La determinación de esta “jurisdicción” (término que aparece con claridad en los documentos de la época) era un asunto capital para el funcionamiento del sistema colonial: ella definía el ámbito hasta donde llegaba la autoridad política y judicial de un corregidor, así como el territorio donde éste podía cobrar el tributo. De hecho, muchos de los nombramientos tempranos de corregidores definieron la jurisdicción de la nueva autoridad teniendo como referencia tácita la dispersión en el espacio de grupos étnicos. Sólo son mencionados explícitamente los nombres de los repartimientos (que eran muchas veces los mismos que los de los grupos étnicos). No hay -que conozcamos- menciones a límites naturales (arcifinios), tales como ríos o cadenas montañosas. En el caso concreto de Cajamarca, es evidente que el criterio de dispersión étnica para definir la jurisdicción presentaba muchos inconvenientes. En el siglo XVI, al estar todavía frescas las estructuras prehispánicas de ocupación del suelo, podía darse perfectamente el caso de áreas que eran habitadas simultáneamente por pobladores de dos o más grupos étnicos. Otras áreas de la dispersión étnica -las llamadas zonas nucleares- donde tendía a concentrarse la población de un sólo conglomerado étnico, podían servir mejor como referencia para el establecimiento de la jurisdicción. En estas zonas nucleares, la población étnica estaba también relativamente dispersa (a ojos europeos), aunque de manera un tanto más continua, y con menos intrusiones de otros grupos étnicos (22).

Posteriormente, a medida que fue avanzando el proceso de concentración masiva de la población andina en “reducciones”, éstas aparecen cada vez más en los nombramientos de corregidores como referencia para el establecimiento de sus jurisdicciónes. Se trataba ciertamente de un criterio mucho más claro que el de la dispersión de las etnías, y correspondía también a la concepción de “territorialidad continua” (a la manera de las provincias españolas) que postulaba idealmente la legislación colonial. Y ello también porque podemos suponer (lo que habría que demostrar fehacientemente en cada caso concreto) que había una tendencia (aunque de ninguna manera una regla fija) a agrupar, en cada reducción, a pobladores de un solo origen étnico. El avance o lentitud de la política de “reducir” a la población en “pueblos de indios” dependió de las condiciones geográficas (que facilitaban o dificultaban esta tarea) y, quizá principalmente, del valor relativo que era asignado a las diferentes regiones del Alto y Bajo Perú de acuerdo a su posición como proveedoras de mano de obra para puntos claves del sistema económico colonial (ciudades españolas, centros mineros etc.). En el caso del corregimiento de Cajamarca, la documentación parece sugerir que la red de reducciones comenzó a asentarse aquí recién en la década del setenta del siglo XVI. Esta situación también pudo contribuir a ir aclarando no sólo la personalidad territorial del corregimiento frente a otras circunscripciones sino, asimismo, la distinción interna de los propios ámbitos cajamarquinos de Huambos, Cajamarca y Huamachuco (23).

Otro elemento que pudo contribuir a este lento proceso de aclaración de la jurisdicción fue la afirmación de la costumbre de utilizar referencias geográficas como límites arcifinios. Por ejemplo, en el caso de Cajamarca, el límite natural hacia el oriente terminó siendo el río Marañón.

Estamos hablando, pues, de un proceso lento de definición de la jurisdicción que tuvo su origen en la gradual disolución del antiguo patrón andino de ocupación del suelo, en el éxito final de la política de reducciones, y en la utilización gradual de accidentes naturales como referentes limítrofes. A esta definición también debió contribuir la decadencia, o incluso la desaparición, de los encomenderos, que mantuvieron y acentuaron las dificultades que se derivaban de la existencia del patrón andino de ocupación del suelo, pues era frecuente que reclamaran recibir el tributo de todos los pobladores que les habían sido encomendados, no sólo de los de las áreas nucleares, sino de los que vivían y trabajaban, en calidad de colonos, en zonas muy alejadas (24).

¿Cuándo ocurrió la fijación de la jurisdicción del corregimiento de Cajamarca? A juzgar por ciertas referencias dispersas en las fuentes primarias, ello debió ocurrir durante el tránsito entre los siglos XVI y XVII. Es muy razonable pensar que la jurisdicción cajamarquina, que ya es descrita con claridad en documentos del siglo XVIII ya haya sido entendida así también por los corregidores y burócratas coloniales por lo menos a partir de un momento no bien precisado de las primeras décadas del siglo XVII.

Teniendo como referencia la jurisdicción ya fijada con claridad, puede señalarse que el espacio histórico que ocupó el corregimiento de Cajamarca hasta 1759 tuvo los siguientes límites:

-Hacia el este, siendo el límite natural el río Marañón, confinaba con los espacios históricos que ocuparon los corregimientos de Cajamarquilla (llamado también Pataz) y Chachapoyas.

-Hacia el nor-este, teniendo también como límite el Marañón, Cajamarca limitaba con el espacio histórico del corregimiento de Luya y Chillaos.

-Hacia el norte, confinaba con Jaén de Bracamoros.

-Hacia el nor oeste, limitaba con el corregimiento de Piura.

-Hacia el oeste, limitaba con los corregimientos de Saña (Lambayeque) y Trujillo (Chicama).

-Finalmente, hacia el sur, confinaba con el corregimiento de Conchucos, siendo el río Santa el límite natural (25).

Para finalizar este acápite, mencionaremos que el cargo de corregidor de Cajamarca fue, al parecer, bastante apetecido en la época colonial. Hasta 1626, el nombramiento de corregidor de Cajamarca fue frecuentemente utilizado por el virrey saliente para agraciar, en un postrero acto de soberanía, al embajador o emisario que el nuevo virrey enviaba por adelantado anunciando la inminencia de su ingreso en la capital. A partir de 1626, sus titulares fueron propuestos por la corona (con título otorgado por el virrey). En 1642, la corona reasumió en su plenitud sus atribuciones y designó directamente a don Martín de la Riva Herrera (26).


2.2.3 Dependencia del obispado de Trujillo en lo espiritual. Presencia de la Iglesia en Cajamarca. Las doctrinas.

A partir de 1616, los tres espacios históricos del corregimiento de Cajamarca (Huambos, Cajamarca propiamente dicha y Huamachuco) dejaron de pertenecer, en lo espiritual, al ámbito del arzobispado de Lima, y pasaron a depender del obispado de Trujillo. Esta situación se mantuvo hasta el fin de la época virreinal (27).

Una característica peculiar del corregimiento de Cajamarca parece haber sido la notable influencia espiritual y económica que tuvieron aquí las órdenes religiosas, particularmente los franciscanos, conocidos usualmente como los “regulares”. De hecho, el poder de éstos últimos sólo parece haber sido cuestionado con cierto éxito por el clero secular recién en los primeros años del siglo XIX, luego de una pugna literalmente secular (28).

Con relación al ámbito temporal que hemos escogido, un documento de 1557 menciona la presencia de un “monesterio de la horden de señor Sant Francisco” en el “valle de Caxamalca” donde residían frailes dedicados a la “doctrina y conversion” de los naturales (Véase el Anexo Nº 1 de esta monografía, f. 137).

En 1681, un observador acucioso, residente en la villa de Cajamarca, señaló lo siguiente:

“Este corregimiento tiene veinte y tres yglesias donde está colocado el Sanctissimo Sacramento, las treze de religiosos de señor San Francisco, siete de religiosos de señor San Agustin, y tres de Nuestra Señora de las Mercedes” (29).

Una relación de las doctrinas (curatos) en 1766, según el geógrafo colonial Cosme Bueno, se incluye como Anexo Nº 5 de la presente monografía.

2.3 Características económicas del corregimiento.

2.3.1 Variedades climáticas y recursos naturales.

Un rasgo dominante del corregimiento de Cajamarca fue la proverbial riqueza de su suelo y la variedad de sus pisos ecológicos. En 1766, Cosme Bueno describió así los ámbitos de Huambos y Cajamarca:

“No obstante estar esta provincia [de Cajamarca] al otro lado de la cordillera, hay bastantes cerros de los cuales muchos son ramas de ella que, por su altura y situación, hacen que se hallen en esta provincia variedad de temperamentos, sintiéndose en el año en unas partes mucho frío y en otras mucho calor; y así se reputa esta provincia como de sierra, porque es bastantemente quebrada. Pero por lo general es de buen temperamento, especialmente su capital. Es abundantísima de todo género de frutos y ganados de toda especie […] Riéganla muchos ríos, de los cuales los que nacen de la parte occidental de la cordillera desaguan en el Mar del Sur, como son el de Saña, el de Lambayeque y los que riegan la provincia de Trujillo. Los otros se incorporan con el Marañón, en cuyas orillas hay algunos lavaderos de oro. El de más nombre es el que llaman de las Criznejas, el cual recibe el río de Huamachuco y otros, caminando al este antes de entrar en el Marañón […]. Además de los frutos y frutas de todo género, hay en esta provincia muchas minas de plata y oro de las cuales se trabajan algunas…” (30).

2.3.1.1 Agricultura, ganadería y pesca.

Existen muchas referencias sobre la riqueza agrícola del corregimiento de Cajamarca. En 1723, el bethlemita Joseph García de la Concepción, señaló lo siguiente:

“La benignidad de este cielo, cuyas influencias son tan suaves, que sin permitir extremos al calor, y al frío, reducen todo el año a gustosa primavera, es argumento de la extremada fecundidad de su terreno; que en granos, carne y azúcar abunda con exceso” (31).

Una información posterior permite deducir que, para 1784, el mercado de azúcar de Lima había sido tomado por los corregimientos de Cajamarca y Huamachuco. Con referencia a otros productos agrarios, Cosme Bueno (1766) señala la presencia hacia el nor oeste “por donde toca con la provincia de Jaén” […] de algunos árboles de cascarilla, aunque no como la de Loja”(32).

En cuanto a la ganadería, las siguentes citas sucesivas de Francisco López de Caravantes (1630) y de Joseph García de la Concepción (1723) son bastante expresivas:

“También hay en este partido [de Cajamarca] más de ducientas y cincuenta estancias de ganados en que se crían vacas, ovejas, caballos, mulas y puercos, de que se provee la ciudad de los Reyes y se da lana a todos los obrajes para las bayetas, cordellates, sayales, pañetes y frezadas que labran… ”

“Lo que más califica la abundancia […] es el baxo precio que [los bienes agropecuarios] tienen en aquella tierra: pues en ella por cinco reales se compra un carnero, por seis pesos una vaca, y un caballo por ocho […]. A lo que más debe esta villa [de Cajamarca] su opulencia es a los cerdos, que en número de onze a doze mil cabezas se crían cada año en sus campiñas: porque, como por no aver azeite en el país, usan de la manteca para el aderezo de las comidas, aún en tiempo de Quaresma; los llevan a Lima, donde hazen de su venta cresidissimos caudales” (33).

Otro rubro importante, tanto para el siglo XVII como para el XVIII, parece haber sido la producción de mulas, de cuya comercialización participaron frecuentemente los corregidores (34).

En cuanto a la pesca, Cosme Bueno señala que, para 1766, “los más” de los ríos de Cajamarca afluentes del Marañón “abundan de pescados muy sanos y sabrosos” (35).


2.3.1.2 Recursos minerales

Durante toda la época colonial, Cajamarca fue área de explotación de metales preciosos. No en vano los “pesos en oro y en plata” aparecen claramente mencionados -en primer lugar- en las tasas de las encomiendas cajamarquinas por lo menos desde 1550 (36).

En 1630, López de Caravantes hizo la siguiente semblanza de la minería en el corregimiento de Cajamarca:

“Hay en este partido [de Cajamarca] en un asiento que llaman Chilete junto al pueblo de San Pablo minas de plata y plomo que se benefician por fundición. Tambien hay minas de plata en el pueblo de Cutervo en la provincia de los Guambos y no se labran desde que las dejó Fructuoso de Ulloa. En el sitio de Combaya deste partido camino de Chota hay una grandiosa mina de piedra azufre. En el asiento de Oñolo junto al pueblo de San Miguel se beneficia salitre para labrar polvora para la Armada Real. Tambien hay una mina de cobre en el asiento e Chuquripampa entre el pueblo de Chota y San Miguel, provincia de Guambos” (37).

La producción minera continuaba activa en 1766, lo que permite deducir que el “boom” platero de Hualgayoc, de fines del siglo XVIII, no representó sino la aceleración de un proceso que se había iniciado mucho antes:

“Hay en esta provincia [de Cajamarca] muchas minas de plata y oro, de las cuales se trabajan algunas, como también de cobre y plomo muy finos, de azufre y alcaparrosa […] Hállanse [en Huamachuco] muchas minas de oro y plata, de las cuales se trabajan algunas como las del Cerro de Algamarca, del de San José, del de Achocomas, del rico de Carangas y otras de oro, aunque pocas. En el cerro de Aupillán hay una veta de hierro. También hay vetas de azufre y de piedra imán”(38).


2.3.2 Comercio, arrieraje y producción obrajera.

Según el carmelita Vázquez de Espinoza, quien visitó el Perú entre 1615 y 1619, la localidad de Cajamarca parece haber sido por aquellos años un activo centro de comercio y punto importante del tránsito de arrieros:

“[…] en esta villa […] hay muchas tiendas de mercaderes y tratantes, por ser el lugar grande y de mucho trato, y camino real por la sierra para todos los que vienen del Nuevo Reino y de Quito con mercaderías para el Cuzco, Potosí y toda la tierra de arriba, y así tiene la comunidad y cabildo de los indios de esta villa un mesón muy grande y capaz y bien hecho, para que en él se aposenten todos los arrieros y mercaderes con mucho servicio de indios, tambero y alguaciles para el servicio de los españoles que alli llegan; éste está en la plaza que es muy grande…” (39).

Además de la ya referida abundancia de estancias ganaderas productoras de lana, otro factor que indudablemente contribuyó a la aparición de obrajes en Cajamarca fue la existencia de tradiciones artesanales textiles en el área, que sin duda se remontaban a la época prehispánica. Prácticamente desde su llegada, los españoles no tardaron en utilizar esta mano de obra textil en su beneficio, tal como aparece reflejado en las tempranas tasas de encomienda del siglo XVI (40). Veamos a continuación esta expresiva cita de Vázquez de Espinoza, correspondiente a 1615-1619:

“[…] luego [en la plaza principal de la villa de Cajamarca] está la casa del corregidor donde tiene muchos indios que le hacen y labran paños de cumbe muy curiosos con figuras de pincel monteria y otras cosas curiosas de mucha estima y valor que hacen de lana unos de vicuña, y otros de lana de carneros de la tierra con muchas labores muy curiosas y de muchos colores y labran muchachos indios pequeños, y los instrumentos con que hacen estas labores del cumbi tan tupidas y perfecta son con huesos de gallina y de carnero muy amolados y afilados, que causa notable admiración el verlos labrar estos cumbes y otras cosas que hacen” (41).

López de Caravantes enumera así los obrajes que existían en el corregimiento de Cajamarca hacia 1630:

“Hay en este corregimiento ocho obrajes, uno en Cajamarca de don Nicolás de Mendoza, que por su muerte heredaron los indios; otro en el pueblo de San Pablo del cacique del mismo pueblo; otro en el pueblo de Contumasa del cacique y gobernacion [sic] de Cajamarca; otro en el pueblo de Asuncion que es de la Iglesia y de los indios; otro en el pueblo de Guambos de Pedro de Santa Cruz; otro en el pueblo de Chuzgón de los frailes de San Agustín; otro en Carabamba de los frailes mercedarios y otro en Zinzipapa [sic] de la comunidad de los mismos indios […] Tambien hay en este partido mas de ducientas y cincuenta estancias de ganados en que […] se da lana a todos los obrajes para las bayetas, cordellates, sayales, pañetes y frezadas que labran” (42).

La situación de la producción obrajera está también expresivamente graficada en estas dos citas sucesivas correspondientes a 1723 y 1766:

“Ay en Cajamarca gran copia de telares en que se fabrican paños, bayetas y lienzos de algodón, que en idioma de aquel país llaman tocuyos. Y de todo ésto tienen grandes intereses, porque es continua su saca para otras provincias”

“Se fabrica en algunos obrajes [del corregimiento de Cajamarca] bayetas, pañetes, frazadas, sayales y jergas. También se labran ropas de algodón, y algunas muy finas y exquisitas […] Críase [en el corregimiento de Huamachuco] todo género de ganados, especialmente carneros, de cuyas lanas se fabrica mucha ropa de la tierra en los muchos y grandes obrajes que hay en ella” (43).

Como dato curioso, debe mencionarse que, en el siglo XVIII, los obrajes cajamarquinos incluían entre sus productos habituales a las lonas para velas de navíos. Este dato aparece en dos fuentes independientes fechadas en 1748 y 1786 (44).

Al revés de lo que ocurrió en otros puntos del área andina, la producción obrajera cajamarquina parece haber perdurado, por lo menos parcialmente, prácticamente hasta los albores de la Independencia. Esto sucedió, por ejemplo, en el caso del obraje de Porcón, activo en 1821. Por otra parte, en lo que se refiere a la época borbónica en general, el área que estudiamos parece haber sido escenario de levantamientos asociados a abusos en los obrajes (45).

2.4 Demografía

Pese a haber sido un corregimiento localizado en una región que fue particularmente golpeada por el llamado colapso demográfico de los siglos XVI y XVII, Cajamarca parece haber gozado, en líneas generales, de bastante estabilidad poblacional durante toda la época colonial. Noble David Cook, quien se ha centrado en el estudio del período 1520-1620, ha señalado que esta estabilidad cajamarquina constituye un rasgo verdaderamente peculiar. Este autor indica lo siguiente:

“The rate of population decline for the repartimiento of Cajamarca [que nosotros hemos llamado en este trabajo Cuatro Guarangas] was especially low from 1575 to 1611, -0.2 percent annually. There were four repartimientos in Cajamarca with substantial populations: Cajamarca, Guarangas [que nosotros hemos llamado Tres Guarangas], Guamachuco, and Guambos. The population of all four was exceptionally stable. We have seen that the decline for Cajamarca was slight. Between the 1570s and the 1600s Guarangas declined at a rate of only -0.6 percent yearly, Guamachuco at -1.3 percent; and Guambos actually increased at a rate of 0.6 percent” (46).

Además de los tributarios propiamente dichos (quienes muchas veces eran llamados simplemente “originarios”), los burócratas de la época incluyeron frecuentemente, como categorías demográficas aparte, a los curacas, a los forasteros (que eran un tipo especial de tributarios), a los reservados (mayores de cincuenta años), a los muchachos (menores de dieciocho años) y a las mujeres. En 1754, de acuerdo con esta categorización, existían en el corregimiento de Cajamarca 82 curacas, 5,743 originarios, 3,537 forasteros, 1,663 reservados, 10,862 muchachos y 20,250 mujeres (47).

En una perspectiva secular, la población total india localizada en los ámbitos de Huambos, Cajamarca propiamente dicha y Huamachuco, fue de 43,195 personas en 1583, 42,137 personas en 1754, y 73,401 personas en 1795 (48).

En cuanto a la evolución de la población total india en los tres ámbitos, disponemos de datos para observar este proceso entre 1583 y 1795:

1583 1795

HUAMBOS (2,638) (18,751)

CAJAMARCA (15,240 + 9,434) (27,314)

HUAMACHUCO (14,431) (27,336)

TOTAL (41,734) (73,401) (49).

Es probable que la marcada estabilidad de la población india en el territorio del viejo corregimiento de Cajamarca se haya debido a la relativa benignidad de las condiciones ecológicas y productivas de la zona. Una fuente de 1723 -mencionada en el acápite 2.3.1.1- habla de los bajos precios que entonces tenían los bienes agropecuarios, particularmente los granos, la carne, el azúcar y los ganados de diverso tipo (50).

El desarrollo demográfico colonial del corregimiento de Cajamarca recuerda, en algunas cosas, al de la Audiencia de Quito. Según Robson Tyrer, luego de una caída en la segunda mitad del siglo XVI, a partir de 1591 la población andina de esta Audiencia aumentó considerablemente hasta llegar a un pico poblacional en año 1690. A partir de ese momento, una serie de epidemias y desastres naturales determinaron un descenso moderado de la población. La población andina del ámbito de Quito pudo recuperar sus niveles del año 1690 recién en el siglo XIX. Ensayando una explicación tentativa del fenómeno del crecimiento poblacional hasta 1690, Tyrer ha señalado que éste pudo deberse a la regularidad que existió en el abastecimiento de alimentos en el territorio de la Audiencia de Quito. Esta situación hizo disminuir los períodos de escasez, que estaban íntimamente asociados con la aparición y dispersión de epidemias. Según Tyrer, esta regularidad en el abastecimiento de alimentos no fue tan marcada en el conjunto del territorio de la Audiencia de Lima. Cajamarca aparece, en efecto, como una de las excepciones a la regla. Como en el caso de la Audiencia de Quito, es probable que la riqueza agropecuaria del espacio cajamarquino, y sus bajos precios, hayan sido las causas de fondo que se encontrarían detrás de la relativa estabilidad demográfica del corregimiento. En cuanto a las diferencias entre el ámbito de Quito y el corregimiento de Cajamarca, saltan a la vista ciertas discrepancias en las trayectorias demográficas respectivas. Para Cajamarca, el siglo XVII y la primera mitad del siglo XVIII fueron momentos de estabilización. La población cajamarquina crece recién en la segunda mitad del siglo XVIII. En Quito, por el contrario, el siglo XVII es un siglo de claro crecimiento poblacional, mientras que el siglo XVIII representa primero un momento de caída y, luego, un período de crecimiento muy lento, casi asimilable -diríamos- a un estancamiento (51).

2.4.1 El proceso de hispanización en la Cajamarca colonial

Es posible realizar una comparación entre la población total existente en los ámbitos de Huambos, Cajamarca y Huamachuco en 1583 y la que había en 1795. En 1583 había 43,195 personas, mientras que en 1795 la población total llegó a las 126,938 almas. En este último año, vívían en dichos tres ámbitos poco más de diez mil españoles y algo más de cuarenta mil mestizos. (52).

Estas cifras son bastante reveladoras. Todo parece indicar que, por lo menos desde comienzos del siglo XVII, el corregimiento de Cajamarca comenzó a atraer a mucha población española colonizadora. Esta situación fue particularmente visible en la misma localidad de San Antonio de Cajamarca, que en el siglo XVI era conocida simplemente como un “asyento”. Desde el siglo XVII, hasta la segunda mitad del siglo XVIII, las fuentes llaman indistintamente a esta localidad como “pueblo de indios”, como “pueblo” a secas, o también como “villa”. Esta ambigüedad refleja una paradójica situación que caracterizó a la localidad de San Antonio de Cajamarca durante casi toda la época colonial: se trató de un centro urbano grande y muy poblado por europeos (lo que daba pie a considerarla como una villa), pero que no tenía cabildo de españoles, sino únicamente alcaldes indios (lo que, contradictoriamente, reducía su rango urbano al de “pueblo”) (53).

El gradual establecimiento de españoles en el área que estudiamos se refleja claramente en el tono de las cartas dirigidas al rey de España por los naturales de Cajamarca, así como por el protector de indios del área. Y ello particularmente durante el siglo XVII. Una carta dirigida al rey de España, suscrita por las autoridades étnicas cajamarquinas en 1690, habla elocuentemente del “pillaje” actual de la “nación española”:

“Estanse [los españoles] ymbentando trapiches, cañaberales, obraxes, chorrillos, molinos, batanes, minas sin fruto ninguno y todos quantos generos de ocupaciones puede pensar la ambiciosa codicia para afligir a los pobres indios en cuyo exercicio se ocupan los negros esclavos en otras provincias y en esta no se allan beinte negros útiles para ésto…”(54).

En 1681, el protector de los naturales de Cajamarca dirigió una carta al rey de España con la siguiente semblanza:

“Este corregimiento tiene muchas haçiendas de campo y obrajes fundados en que se benefiçia lana y los españoles dueños destas haçiendas an sacado gran numero de yndios de los pueblos […] y a mas de quatro años que no se haze pagas a los yndios obrajeros deviendose hazer cada seis meses, y aunque se a pedido no se a ejecutado en gran perjuiçio de los miserables yndios”(55).

Hacia fines del siglo XVII, alcanzó particular virulencia una disputa entre los españoles de la villa de Cajamarca y los indios de dicha localidad por el derecho a sacar el estandarte de San Antonio de Padua (patrón de la localidad). También era disputado entonces el derecho de preferencia y de antigüedad en la celebración de la fiesta del Corpus (56).

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EL CORREGIMIENTO DE CAJAMARCA Continuación

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3. EL CASO DEL OBRAJE DE COMUNIDAD DE LA VILLA DE CAJAMARCA.

3.1 Fundación del obraje y características generales

Hacia la segunda mitad de los años setenta del siglo XVI, la encomendera Jordana Mejía, viuda de Melchor Verdugo, fundó un obraje en la misma localidad de Cajamarca. Como ocurrió en los casos de muchos encomenderos y encomenderas del área andina, la solvencia que trajo el tributo de las encomiendas constituyó, por lo general, el respaldo de muchas de las empresas que emprendieron. La base material que fundamentó, en última instancia, la fundación del obraje en la localidad de Cajamarca fue más que sustanciosa: hacia 1570, y con 2,654 tributarios, el repartimiento de las Cuatro Guarangas (que precisamente tenía Jordana Mejía) era considerado el más grande de la jurisdicción de Trujillo. Tampoco debemos dejar de mencionar que este repartimiento, poseído sucesivamente por Melchor Verdugo y doña Jordana, incluyó a muchos artesanos que manejaban tradiciones textiles heredadas de la época prehispánica.

El obraje fundado por Jordana Mejía se paralizó temporalmente en tiempos del virrey Toledo, cuando éste mandó “por las nuebas tassas que los encomenderos no se pudiessen servir de sus yndios”. El 21 de abril de 1579, a instancias de la encomendera, el mismo virrey Toledo ordenó al corregidor de Cajamarca que hiciera “dar a la dicha doña Jordana los yndios que ubiere menester para el dicho obrage”. Amparándose en esta provisión, el 24 de agosto del año siguiente, Pedro de Arévalo, apoderado de Jordana Mejía, solicitó y obtuvo del corregidor Francisco Alvarez de Cueto “ciento y çinquenta yndios” para el servicio del obraje.

En 1593, el obraje tenía diez telares y setenticinco tornos, y trabajaban en él ochentisiete indios. Anejo funcionaba el batán para el enfurtido y acabado de las piezas de tela. Las instalaciones del obraje se componían de un galpón techado con paja, donde trabajaban los indios hilanderos, y varias habitaciones más, con sus bardas de adobe y un cobertizo de paja donde se guardaban las lanas y el algodón. Había, además, cuatro aposentos donde funcionaba la urdidera, donde se lavaba la lana, y donde estaban la prensa y las planchas de bronce y otro para el tinte azul. El complejo incluía finalmente una cocina y un horno para cocer pan.

A la muerte de Jordana Mejía, en 1602, dicho obraje pasó a manos de Nicolás de Mendoza, sobrino del segundo marido de la encomendera. En tiempos de Nicolás de Mendoza, y por disposición explícita de doña Jordana antes de morir, los indios cajamarquinos dispusieron de mil pesos de renta anuales sobre el mencionado obraje. En 1603, Nicolás de Mendoza, vecino de Los Reyes (y usufructuario del obraje), mantenía a Pedro Fernández del Castillo como “administrador y obrajero”. Poco antes, el obraje había estado arrendado a Roque García y a Lucas Meniz.

Hacia 1630, ya muerto Nicolás de Mendoza, el obraje había sido heredado por los indios. En 1642, funcionaba con aproximadamente 300 trabajadores, y daba diez mil pesos de renta cada año (57).

3.2 Paralelismos con los obrajes de comunidad del ámbito de la Audiencia de Quito.

La bibliografía referida a los obrajes de comunidad de la Audiencia de Quito podría orientar de alguna manera la investigación futura sobre la trayectoria de este mismo tipo de obrajes tuvieron en el corregimiento de Cajamarca. Véase, por ejemplo, la siguiente cita de Robson Tyrer:

“Obrajes, as part of encomienda grants, became subject to royal intervention and supervision, and were removed from the direct control of the encomenderos by the late sixteenth century. Administrators were appointed for the obrajes by the viceroy in Lima. Since these posts could be very lucrative, they constituted an important part of the vicerregal patronage system […] Encomenderos founded the obrajes to pay off tribute debts, but the Crown altered this function somewhat by including current tributes in the obraje’s financial obligations. In 1621 Oidor Matías de Peralta, author of Quito’s Ordenanzas de Obrajes, stated: “El principal yntento con que se dieron las lisensias para fundar los obrajes de comunidad los yndios tienen fue de relevarlos en parte de la satisfaccion y paga de tributos, mayormente causados por rezagos”. Revenues from the communal obrajes were analogous to funds deposited in the cajas de comunidad of Peru and Mexico”(58).

4. CONCLUSIONES

El corregimiento de Cajamarca, que mantuvo su jurisdicción primigenia hasta 1759, fue uno de los más extensos y poblados de toda el área andina. Estuvo sólo parcialmente localizado en lo que hoy es el departamento de Cajamarca, pues no incluyó Jaén. Si abarcó, por otra parte, la actual serranía del departamento de La Libertad, hasta el río Marañón.

El viejo corregimiento, nacido en la década del sesenta del siglo XVI, comprendió Huambos (al norte), Cajamarca propiamente dicha (al centro), y Huamachuco (al sur). En el siglo XVI, estos tres nombres designaron, en la práctica, a aglomeraciones étnicas y a repartimientos. En los siglos XVII y XVIII, cada uno de estos nombres designó por lo general a una “provincia”, entendida ya cada vez más como porción de territorio a secas (sin importar quién lo ocupa), y cada vez menos como área asociada estrechamente a su ocupación por un grupo humano específico, que terminaba frecuentemente haciendo extensivo su nombre al territorio. Este último es el sentido que se le da a la expresión “provincia” en el siglo XVI. En cuanto a los siglos posteriores, “provincia”, en su sentido de territorio (más próximo al que manejamos hoy), puede entenderse, en el contexto colonial, de dos maneras: como corregimiento, o como porción de éste.

Se trató de un cambio apreciable, que reflejó la consolidación del sistema colonial, y cuyo período de gestación tuvo lugar en el momento de tránsito entre los siglos XVI y XVII. En efecto, aproximadamente entre la década del setenta del XVI y las dos primeras décadas del siglo siguiente, se verificaron cuatro procesos que tuvieron decisiva influencia en esta modificación de la “personalidad territorial” de la región que estudiamos: 1) la gradual disolución del patrón andino de ocupación “discontinua” del suelo (que confundió tanto a los burócratas españoles de la primera hora); 2) la consecuente consolidación de la red de “reducciones” o pueblos de indios (a la manera de Castilla); 3) la afirmación de la autoridad del corregidor de indios frente a los encomenderos; y 4) la formación de una estructura productiva especializada en el área cajamarquina, centrada principalmente en la ganadería y en los obrajes.

Veamos un ejemplo ilustrativo de este proceso. En el siglo XVI, la parte central del corregimiento de Cajamarca era vagamente distinguida de Huambos (al norte) y de Huamachuco (al sur) allí donde la dispersión poblacional de los habitantes de las Siete Guarangas era más o menos continua. De hecho, existían entonces varias porciones del territorio central del corregimiento que estaban ocupadas no sólo por gente de las Siete Guarangas, sino también por integrantes de otras etnías que llegaban temporal o permanentemente a esta región para aprovechar la riqueza de sus pisos ecológicos. En un contraste marcado, esta misma región central se encontraba, en el siglo XVIII, perfectamente distinguida en el espacio tanto de las “provincias” de Huambos y Huamachuco, como de otras regiones situadas fuera del territorio que ocupó el antiguo corregimiento. Ya bien entrado el siglo XVII, “Cajamarca” dejó gradualmente de designar a la aglomeración étnica de las Siete Guarangas -o a los dos repartimientos en que dicha aglomeración fue dividida- y pasó a ser el nombre de una “provincia” definida, como las de Huambos y Huamachuco. Las tres, ubicadas dentro de una “provincia” más grande que era el corregimiento de Cajamarca.

Entre la década del sesenta del siglo XVI y 1759, el corregimiento de Cajamarca estuvo constituido, pues, por los ámbitos combinados de Huambos, Cajamarca y Huamacucho. Entre 1759 y 1784, Huamacucho pasó a constituir un corregimiento separado de Cajamarca (que retuvo a Huambos). Entre 1784 y 1787, con sus mismos territorios de la época de los corregimientos, Cajamarca y Huamachuco pasaron a formar parte de la Intendencia de Trujillo en calidad de “subdelegaciones” o “partidos”. Finalmente, en 1787, el auge de las minas de plata de Hualgayoc condujo a la creación de Huambos como subdelegación independiente de Cajamarca. Esta situación, que entrañó la división del viejo espacio cajamarquino en tres subdelegaciones, se mantuvo hasta el fin de la época colonial.

Medida de la riqueza -natural y humana- del viejo corregimiento de Cajamarca fueron tanto los pleitos que enfrentaron a los encomenderos en el siglo XVI (por el tributo y la mano de obra), como la indudable importancia y el prestigio que tuvieron sus corregidores, muchos de los cuales fueron nombrados directamente por el rey de España. En ese sentido, es verdaderamente revelador que, durante los siglos XVII y XVIII, la encomienda de las “Siete Guarangas” haya estado en posesión del condado de Altamira, cuyo titular cobraba su considerable tributo desde España. También es significativo observar que tanto la localidad de San Antonio de Cajamarca -residencia del corregidor-, como otras localidades de la región, atrajeron constemente a población española colonizadora -en proporciones considerables para la época- por lo menos desde comienzos del siglo XVII. Se trató de un caso verdaderamente paradójico para toda el área andina: hacia 1766, la localidad de Cajamarca no tenía cabildo de españoles, pero concentraba entonces probablemente más población europea que la ciudad de Trujillo. En general, a fines del siglo XVIII, la población española de los ámbitos combinados de Huambos, Cajamarca y Huamacucho superaba las 10,000 personas.

Otro rasgo peculiar del espacio ocupado por el viejo corregimiento de Cajamarca fue la relativa estabilidad de su población andina. Esta alcanzó los 43,195 habitantes en 1583, 42,137 en 1754, y 73,401 en 1795. Esta situación fue verdaderamente singular, sobre todo si consideramos que dicho corregimiento se localizó en el contexto geográfico general de una de las regiones del virreinato que más sufrieron los embates del llamado “colapso demográfico” de los siglos XVI y XVII. La relativa estabilidad poblacional a que aludimos pudo deberse a la proverbial riqueza agropecuaria de la región cajamarquina (que hizo más benignas las condiciones de vida) y/o a la circunstancia de haber atraído -en parte por estas mismas condiciones de benignidad del medio ecológico- a trabajadores y familias enteras de otras áreas. Es muy probable que este último proceso se haya acelerado en la segunda mitad del siglo XVIII, debido a las necesidades de mano de obra que muy probablemente surgieron a raíz del crecimiento de la producción minera en Hualgayoc.

Todo apunta a sostener que, entre finales del siglo XVI y mediados del siglo XVIII, el corregimiento de Cajamarca se especializó en la ganadería y en la producción obrajera. Las fuentes hablan de la considerable cría de puercos y de mulas en el corregimiento, cuya venta se realizaba en gran parte fuera de Cajamarca. Los documentos mencionan también, de manera explícita, la existencia de gran cantidad de estancias dedicadas a la crianza ganado lanar, fuente de materia prima esencial para el abastecimiento de los obrajes. La combinación de tradiciones textiles heredadas de la época prehispánica, la abundancia de mano de obra, y las facilidades de abastecimiento de lana, hicieron casi natural el surgimiento de obrajes en el área, por lo menos desde la década del setenta del siglo XVI. En un desarrollo diferente al de otras regiones, la producción obrajera en Cajamarca se mantuvo, por lo menos parcialmente, casi hasta los mismos albores de la Independencia. Quedaría por estudiar el vínculo que existió entre el “boom” platero de Hualgayoc -en la segunda mitad del siglo XVIII- y el mantemiento de la producción manufacturera textil hasta una época tan tardía.

Para el caso de la producción textil, el presente trabajo ha tomado como modelo al obraje de comunidad de la villa de Cajamarca que funcionó en el siglo XVII. Este obraje fue fundado por Jordana Mejía en la década del setenta del siglo XVI. Doña Jordana (viuda del tristemente célebre Melchor Verdugo) fue encomendera de uno de los dos repartimientos en que fue dividido el ámbito étnico de las Siete Guarangas. Interesa destacar aquí que, como ocurrió en los casos de varios de los obrajes que fueron fundados por encomenderos en la Audiencia de Quito y en la sierra norte del Perú, el de la villa de Cajamarca nació con el propósito de mejorar la recaudación tributaria y terminó, con el correr de los años, en manos de la comunidad de los indios. Hacia las primeras décadas del siglo XVII, el obraje de comunidad de la villa de Cajamarca llegó a tener aproximadamente trescientos trabajadores. El costo de su arrendamiento fue asimismo considerable (diez mil pesos anuales).

En cuanto a la actividad agrícola, existen referencias del siglo XVIII que hablan de la existencia de una considerable producción de azúcar en Cajamarca, que era colocada en ciudades grandes como Lima. En cuanto a la producción agrícola relacionada directamente con los obrajes, es muy probable que el algodón utilizado en las fábricas textiles -materia prima que se menciona reiteradamente, desde mediados del siglo XVI, en las tasas de encomiendas- haya sido cultivado en el mismo corregimiento.

Desde comienzos del siglo XVII, la villa de Cajamarca parece haber sido punto activo de tránsito de arrieros y comerciantes que hacían operaciones cuyos puntos de origen y destino estaban a veces fuera del ámbito de la Audiencia de Lima, e incluso fuera del mismo virreinato del Perú. Por lo menos un testimonio, ubicado cronológicamente entre 1615 y 1619, habla de la villa de Cajamarca como punto importante en itinerarios de arrieros que unían al Nuevo Reino de Granada y a Quito con el Cuzco y Potosí.

La segunda mitad del siglo XVIII asiste a un significativo crecimiento de la producción minera en la región, centrada particularmente en el asiento platero de Hualgayoc (en el ámbito norteño de Huambos). Se trató, efectivamente, de un crecimiento, y no de una súbita aparición de la producción minera, pues Cajamarca parece haber sido famosa por sus yacimientos de metales preciosos desde el temprano siglo XVI.

La presente investigación ha tenido el propósito de presentar apenas un perfil de las características económicas del corregimiento de Cajamarca durante los siglos XVI y XVII. De acuerdo con el presente estado de los conocimientos, resultaría muy difícil adelantar apreciaciones sobre los ciclos económicos de auge o de depresión que debieron marcar el ritmo de la economía regional cajamarquina. Una fase de investigación posterior, deberá comprender claramente el siglo XVIII, y privilegiar el uso sistemático de fuentes de carácter microeconómico (caso de los libros de cuentas de obrajes y de haciendas). Sería particularmente importante determinar hasta qué punto los ciclos económicos del corregimiento de Cajamarca correspondieron con aquéllos que han sido detectados para las regiones de Huamanga y del Cuzco, siempre dentro de una perspectiva de larga duración (59). Sigue leyendo

EL CORREGIMIENTO DE CAJAMARCA Notas y Fuentes

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NOTAS

(1) Archivo General de Indias de Sevilla (AGI en adelante), Lima 307 (Cartas y expedientes de los obispos de Trujillo vistos en el Consejo entre 1611 y 1698). Esta carta del obispo García de Zurita ha sido incluida en: HISTORIA DE CAJAMARCA (III. SIGLOS XVI – XVIII). Lima: Instituto Nacional de Cultura-Cajamarca y Corporación de Desarrollo de Cajamarca, 1986, pp. 159 y s.

(2) Véase, por ejemplo, VILLANUEVA URTEAGA, Horacio. Cajamarca. Apuntes para su historia. Cuzco, 1975. Este trabajo es una recopilación de artículos publicados en años anteriores.

(3) BUSTO DUTHURBURU, José Antonio del. Dos personajes de la conquista del Perú. Lima: Editorial Universitaria, 1969. Para la biografía de Verdugo, véase también BUSTO DUTHURBURU, José Antonio del. La hueste perulera. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1981, pp. 63-137. Este último trabajo es una recopilación de artículos publicados en años anteriores.

(4) Los principales trabajos que estos etnohistoriadores dedicaron a la región cajamarquina han sido compilados en el libro: HISTORIA DE CAJAMARCA (II. Etnohistoria y Lingüística). Lima: Instituto Nacional de Cultura-Cajamarca y Corporación de Desarrollo de Cajamarca, 1986. Particularmente en el caso de Waldemar Espinoza se trata de aportes pioneros, algunos de los cuales fueron escritos inicialmente en la misma década de los sesenta.

(5) Véase, por ejemplo, la tasa de La Gasca del repartimiento de Huamachuco en: ROSTWOROWSKI DE DIEZ CANSECO, María. “La tasa ordenada por el licenciado Pedro de la Gasca (1549)”. En: Revista Histórica, Lima, 1983-84, t. XXXIV, pp. 53-102. Ejemplo de trabajo de esta autora de interés propiamente etnohistórico, y referido parcialmente al área cajamarquina, es: “La estratificación social y el Hatun Curaca en el mundo andino”. En: Histórica, volumen I, Nº 2, diciembre de 1977, pp. 249-286. Ambos artículos formaron parte de la reciente compilación de esta autora, titulada: Ensayos de Historia Andina. Elites, Etnías, Recursos. Lima: Instituto de Estudios Peruanos / Banco Central de Reserva del Perú, 1993.

(6) CONTRERAS, Carlos. Los Mineros y el Rey. Los Andes del norte: Hualgayoc, 1770-1825. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1995.

Sobre otros trabajos, tenemos la referencia de una investigacion inédita de Miriam Salas sobre el obraje de comunidad de Sinsicap (en el ámbito de Huamachuco).

(7) SILVA SANTISTEBAN, Fernando. “Los obrajes en el corregimiento de Cajamarca”. En: HISTORIA DE CAJAMARCA (III. Siglos XVI – XVIII). Lima: Instituto Nacional de Cultura-Cajamarca y Corporación de Desarrollo de Cajamarca, 1986, pp. 181-191.

Sobre temas etnohistóricos, véase, de este mismo autor: “El reino de Cuismanco” y “La lengua culle de Cajamarca” en: HISTORIA DE CAJAMARCA (II. Etnohistoria y Lingüística). Lima: Instituto Nacional de Cultura-Cajamarca y Corporación de Desarrollo de Cajamarca, 1986, pp. 15-33, y 365-369, respectivamente.

(8) Abundante información sobre temas de arqueología cajamarquina puede encontrarse en el libro: HISTORIA DE CAJAMARCA (I. Arqueología). Lima: Instituto Nacional de Cultura-Cajamarca y Corporación de Desarrollo de Cajamarca, 1985.

(9) HAMPE MARTINEZ, Teodoro. “Notas sobre población y tributo indígena en Cajamarca (Primera mitad del siglo XVII)”. En: Boletín del Instituto Riva-Agüero. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1986-1987, pp. 65-81.

Un estudio en profundidad de la región cajamarquina en la época de los Austrias entrañaría, necesariamente, la consulta del Archivo Departamental de Cajamarca. Dicho repositorio tiene, dentro de su “Sección Colonial” y -dentro de ella- de la serie “Corregimiento”, dos subsecciones claves: “Protector de Naturales” (particularmente “Mitas y Obrajes”, 92 expedientes de 1603-1784), y “Mitas y obrajes” (165 expedientes de 1603-1784). Véase: GAITÁN PAJARES, Evelio. Cajamarca, guía del Archivo Departamental. CONCYTEC, 1990.

(10) Las provincias del actual departamento de Cajamarca cuyos territorios coinciden con el espacio del viejo corregimiento homónimo son Cutervo, Chota, Santa Cruz, Hualgayoc, Celendín, San Miguel, San Pablo, Cajamarca, Contumazá, San Marcos y Cajabamba. Las provincias de lo que hoy es la serranía del departamento de La Libertad, al occidente del Marañón, cuyos territorios coinciden asimismo con el área que ocupó el antiguo corregimiento cajamarquino son Otuzco, Santiago de Chuco y Sánchez Carrión. También formaron parte del primigenio corregimiento de Cajamarca las entradas a la sierra situadas en lo que hoy son parcialmente las provincias de Ferreñafe y Chiclayo del departamento de Lambayeque.

(11) PORRAS BARRENECHEA, Raúl y WAGNER DE REYNA, Alberto. Historia de los límites del Perú. Lima: Editorial Universitaria, 1981, pp. 28 y 45.

(12) En opinión de Hampe, el caso cajamarquino “confirma la clásica tesis de John V. Murra sobre el acceso a la mayor variedad posible de pisos ecológicos, que habría sido un ideal compartido por casi todos los pueblos del mundo andino prehispánico”. Véase: HAMPE, Teodoro. “Notas…” Op. cit., p.78.

(13) HAMPE, Teodoro. “Notas…” Op. cit., pp. 74-78; y REMY SIMATOVIC, María del Pilar. “Organización y cambios del reino de Cuismancu (1540-1570)”. En: HISTORIA DE CAJAMARCA (II. Etnohistoria y Lingüística). Lima: Instituto Nacional de Cultura-Cajamarca y Corporación de Desarrollo de Cajamarca, 1986, pp. 35-68. pp. 56 y s.

(14) PUENTE BRUNKE, José de la. Encomienda y encomenderos en el Perú. Sevilla, 1992, pp. 452, 458 y 459; y HAMPE, Teodoro. “Notas…” Op. cit., loc. cit.

(15) HAMPE, Teodoro. “Notas…” Op. cit., p. 66.

(16) “La de Chupas fue la derrota más sangrienta que registran las guerras de los conquistadores. A lo largo del combate la crueldad y el heroísmo se dieron la mano varias veces […] Pero Melchor Verdugo no estaba para arriesgar su vida y menos para alcanzar laureles al severo licenciado [Vaca de Castro]: combatió sin entusiasmo, como aquel que combate por cumplir. En otras palabras, su comportamiento fue incoloro, al extremo que la soldadesca dio nuevamente en murmurar. Entre otras cosas, se dijo que había pretendido huir a la mitad de la batalla, pero que alejándose con su caballo fue visto por el capitán Pedro de Vergara, su amigo y superior, el cual lo hizo volver a cintarazos […] Su odio a don Cristóbal Vaca de Castro llegó a su mayor intensidad cuando éste, en el Cusco (el 19 de octubre de 1542), le restó casi la cuarta parte de sus indios para darlos a Hernando de Alvarado“. Véase: BUSTO DUTHURBURU, José Antonio del. “El infante: Melchor Verdugo”. En: La hueste perulera. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1981, pp. 76 y s.

(17) Debe destacarse que no es absolutamente claro que la división de las Siete Guarangas hecha por Vaca de Castro en 1542 haya sido tan tajante. De hecho, la tasa del repartimiento cajamarquino de Melchor Verdugo de 1557 parece referirse a las Siete Guarangas en su totalidad. Esta duda puede ser materia de un esclarecimiento posterior, pero por ahora nos mantendremos apegados a la interpretación de Hampe y De la Puente, quienes distinguen claramente a los repartimientos de Tres y Cuatro Guarangas con dos trayectorias casi independientes entre 1542 y 1603. Hitos particularmente importantes en la historia de las Siete Guarangas fueron las visitas que en 1567, 1571-72, y 1578 realizaron, respectivamente, el oidor Gregorio González de Cuenca, Diego Velázquez de Acuña, y el corregidor Diego de Salazar. Estas dos últimas fueron realizadas en el contexto del litigio específico que enfrentó a las encomenderas Jordana Mejía y Beatriz de Isásaga, circunstancia que limita su valor como fuente general para todo el espacio cajamarquino. Desafortunadamente, no ha sido hallada todavía la visita que el corregidor Francisco Alvarez de Cueto realizó en Cajamarca entre 1572 y 1574, en el contexto de la Visita General del Perú ordenada por el virrey Toledo. Véase: REMY SIMATOVIC, María del Pilar. “Organización y cambios…” Op. cit., pp. 36-38; PUENTE BRUNKE, José de la. Encomienda y encomenderos… Op. Cit., p. 452; y HAMPE, Teodoro. “Notas…” Op. cit., pp. 67-73.

(18) PUENTE BRUNKE, José de la. Encomienda y encomenderos… Op. Cit., pp. 71 (nota 202), y 104.

(19) La expresión “destas provinçias” alude, casi con seguridad, a los ámbitos de ocupación étnica de Huambos, Cajamarca propiamente dicha (Siete Guarangas) y Huamachuco. Archivo General de la Nación del Perú (AGNP), Derecho Indígena, c. 7, 1566, f. 27 r.

En una carta de Lope García de Castro, fechada el 30 de abril de 1565, se dice a la letra: “los yndios de la provincia de Caxamarca [¿Siete Guarangas?] me escrivieron una carta en que rogavan que por amor de Dios los proveyese de corregidor porque no tenian quien los defendiese ni amparase de los daños que les hazian sino era él”. Los indios se refieren aquí probablemente a los abusos que sufrían de su encomendero, el tenebroso y cruel Melchor Verdugo. No obstante, el contexto general de la carta se refiere, estrictamente, a la protección que los corregidores podrían brindar a los indios de todas las provincias del Perú frente a los curacas. Esta cita de 1565 está en: LISSON CHAVES, Emilio. La iglesia de España en el Perú. Sevilla, 1944, vol. II, Nº 7, p. 296.

(20) Cieza habla de los “edificios de los Ingas y depósitos” del área. Véase: CIEZA DE LEON, Pedro de. Crónica del Perú (Primera parte). Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú y Academia Nacional de la Historia, 1984, p. 228. Véase también: REMY SIMATOVIC, María del Pilar. “Organización y cambios…” Op. cit. p.55

(21) Recién en 1759, el ámbito de Huamachuco le fue desgajado al corregimiento de Cajamarca para constituir otro corregimiento. Así, entre 1759 y 1784 Huamacucho pasó a constituir un corregimiento separado de Cajamarca (que retuvo a Huambos). Entre 1784 y 1787, con sus mismos territorios de la época de los corregimientos, Cajamarca y Huamachuco pasaron a formar parte de la Intendencia de Trujillo en calidad de “subdelegaciones” o “partidos”. Finalmente, en 1787, el auge de las minas de plata de Hualgayoc condujo a la creación de Huambos como subdelegación independiente de Cajamarca. Dicha nueva subdelegación también fue conocida bajo el nombre de Chota. Esta situación, que entrañó la división del viejo espacio cajamarquino en tres subdelegaciones, se mantuvo hasta el fin de la época colonial. Véase: BUENO, Cosme. Geografía del Perú Virreinal (siglo XVIII). Lima, 1951, pp. 59 y 11 (la última página corresponde a la introducción por Daniel Valcárcel); FISHER, John R. Gobierno y sociedad en el Perú colonial: el régimen de las Intendencias, 1784-1814. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1981, pp. 95 y 276.

(22) Lamentablemente no hemos podido aún ubicar alguno de los nombramientos de los primeros corregidores de Cajamarca. No obstante, para ilustrar lo señalado líneas arriba sobre la utilización del criterio de dispersión étnica para el establecimiento de las jurisdicciones, podemos mencionar un ejemplo específico. Se trata del nombramiento del primer corregidor de Cajatambo, que está fechado el 22 de mayo de 1576. En este documento, el virrey Toledo nombró a Pedro de Montesdoca como juez o corregidor de naturales “…de los repartimientos de Caxatanbo y Ambar de la encomienda de Joan [Fernández] de Heredia […] y Lanpas de Joan Velazquez […] y el de Ocros de la encomienda de don Fernando Niño…” (LIBRO DE CABILDOS DE LIMA. Lima: Concejo Provincial de Lima, 1935-1958, tomo VIII, p. 266). Posteriormente, ya constituidas claramente las reducciones o pueblos de indios en Cajatambo (lo que debió ocurrir después del gobierno de Toledo en este caso concreto), los nombramientos de corregidores ya utilizaron como referencia de la jurisdicción a los pueblos, además de los repartimientos. Por ejemplo, el 13 de junio de 1609, el marqués de Montesclaros nombró a Francisco de Jería “por corregidor de la dicha provinçia de Cajatambo y de todos los pueblos y repartimientos del distrito y jurisdiçion del dicho corregimiento…” (Archivo Histórico de la Municipalidad de Lima, Libro segundo de cédulas y provisiones, ff. 238 r. – 240 r.)

(23) El Anexo Nº 2 es una relación de los pueblos de indios del área de las Siete Guarangas (parte central del corregimiento), que aparecen mencionados en las visitas de Diego Velázquez de Acuña (1571-1572) y del corregidor Diego de Salazar (1578). En cuanto al área de Huamachuco, al sur del corregimiento, un documento relativamente tardío de 1578-1583 simplemente pone puntos suspensivos en la parte que corresponde a la enumeración de los pueblos de indios de esa zona, lo que podría sugerir que la política de reducciones se encontraba allí apenas en sus inicios (MIRANDA, Cristóbal de. “Relación de los oficios que se proveen en el reino del Perú, de las personas que los confieren y de los salarios asignados a ellos. Años 1578 a 1583” En: Víctor M. MAURTUA. Juicio de límites entre el Perú y Bolivia. Barcelona: Imprenta de Henrich y Comp., 1906, t. I, p. 258.)

(24) A la larga, ya entrado el siglo XVII, y debido a las circunstancias enumeradas, los pobladores transplantados a territorio cajamarquino que no pertenecían a los grupos étnicos del área, terminaron perdiendo sus vínculos con sus lugares de origen, y fueron a la postre considerados como habitantes del corregimiento de Cajamarca, particularmente para fines tributarios.

(25) Esta descripción de los límites del corregimiento de Cajamarca ha sido reconstruida a partir de referencias proporcionadas por Cosme BUENO, en sus trabajos del siglo XVIII compilados en la publicación Geografía del Perú Virreinal. Lima, 1951, pp. 56-57 y 59. Los datos de Cosme Bueno corresponden en este caso a 1766. Reflejan, por tanto, el reciente desgajamiento de Huamachuco de la jurisdicción primigenia del corregimiento de Cajamarca, que tuvo lugar en 1759 (véase la nota 21). Con el propósito de describir los límites del antiguo corregimiento, las jurisdicciones de Huamachuco y Cajamarca (que aparecen distinguidas en Bueno) han sido consideradas en forma conjunta.

(26) LOHMANN VILLENA, Guillermo. El corregidor de indios en el Perú bajo los Austrias. Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1957, pp. 114 y 120.

(27) BUENO, Cosme. Geografía… Op. cit., pp. 18 y 49.

(28) El 7 de diciembre de 1809 el virrey Abascal ordenó a la Orden Franciscana la entrega de la iglesia de San Antonio de Cajamarca (la más importante de la ciudad de Cajamarca) al cura de la Doctrina de San José (de las filas del clero secular). Los padres franciscanos abandonaron Cajamarca en 1815 para retornar finalmente en 1870. Véase: VILLANUEVA URTEAGA, Horacio. Cajamarca… Op. cit. pp. 44 y s.

(29) Carta de Mateo Domínguez de la Oliva y Moncada S.M. (Cajamarca, 20 de abril de 1681). Domínguez era “vezino desta villa de Cajamarca la grande obispado de Truxillo del Perú, protetor de los naturales de este corregimiento” AGI, Lima 171. Debe notarse que Domínguez aparece mencionado, con este mismo cargo de protector, en la visita al obraje de la villa de Cajamarca de 1642 (f. 4 r.) que se incluye como Anexo Nº 4.

(30) BUENO, Cosme. Op. cit. p. 57. Sobre Huamachuco, añade Bueno que esta provincia “por lo general es fría, en lo que difiere de la de Cajamarca, siendo en lo demás muy semejante en frutos y comercios” Ibid, p.60.

(31) GARCIA DE LA CONCEPCION, Joseph. Historia Betlemitica. Vida exemplar y admirable del venerable siervo de Dios y padre Pedro de San Joseph Betancur, fundador del regular instituto de Bethlehen en las Indias Occidentales, etc. Sevilla: Juan de la Puerta, 1723, libro II, cap. XXVI. En: VILLANUEVA URTEAGA, Horacio. Cajamarca… Op. cit., p. 211.

(32) FISHER, John R. Op. cit., p.145; BUENO, Cosme. Op. cit. p.57.

(33) LOPEZ DE CARAVANTES, Francisco. Noticia General del Perú. Madrid: Biblioteca de Autores Españoles, 1986, t. II, p. 115; y VILLANUEVA URTEGA, Horacio. Cajamarca… Op. cit. p. 211. Los puercos ya aparecen como producto importante en las tasas de encomienda de mediados del siglo XVI: véase, por ejemplo, el f. 135 v. de la tasa de 1557 del repartimiento cajamarquino de Melchor Verdugo, incluida en el Anexo Nº 1. Para 1766, según Cosme Bueno, la cría y comercialización de cerdos había dejado de ser el “principal comercio” de Cajamarca, debido a la multiplicación de esta actividad en otras regiones del virreinato. BUENO, Cosme. Geografía… Op. cit. p. 57.

(34) LOHMANN VILLENA, Guillermo. Op. cit., pp. 364 y s.

(35) BUENO, Cosme. Geografía… Op. cit. p. 57.

(36) REMY SIMATOVIC, María del Pilar. “Tasas tributarias pre-toledanas de la provincia de Cajamarca”. En: Historia y Cultura (Revista del Museo Nacional de Historia). Lima: Instituto Nacional de Cultura, 1983, Nro. 16, pp. 69 (tasa del repartimiento cajamarquino de Diego de Urbina, 1550), 75 y 79 (tasa del repartimiento cajamarquino de Melchor Verdugo, 1557), y 80 (tasa del repartimiento cajamarquino de Jordana Mejía, 1567). Todos los datos anteriores se refieren al área de las Siete Guarangas. La tasa de 1557 puede verse en el Anexo Nº 1 del presente trabajo. En cuanto a Huamachuco, la tasa de La Gasca (1549) habla de “minas de oro razonables a diez a doze e quinze leguas de sus tierras” y de por lo menos tres mil pesos “de ley perfeta en oro o en plata” (ROSTWOROWSKI DE DIEZ CANSECO, María. Ensayos… Op. cit., pp. 337 y 339).

(37) LOPEZ DE CARAVANTES, Francisco. Op. cit., p. 115.

(38) BUENO, Cosme. Geografía… Op. cit. pp. 57 y 60.

(39) HISTORIA DE CAJAMARCA (III…) Op. cit. p. 144.

(40) Véase, por ejemplo, el f. 135 v. de la tasa de 1557 del repartimiento de Melchor Verdugo (incluida en el Anexo Nº 1 de esta monografía), que habla de la producción de telas de lana y de algodón.

(41) HISTORIA DE CAJAMARCA (III…) Op. cit. p. 144.

(42) LOPEZ DE CARAVANTES, Francisco. Op. cit., p. 115.

(43) VILLANUEVA URTEGA, Horacio. Cajamarca… Op. cit. p. 211; y BUENO, Cosme. Geografía… Op. cit., pp. 57 y 60.

(44) Son referencias de la Relación histórica del viaje a la América Meridional… de Jorge Juan y Antonio de Ulloa, así como del Diccionario geográfico-histórico de las Indias Occidentales del coronel don Antonio de Alcedo. Véase, respectivamente: ZAVALA, Silvio. El servicio personal de los indios en el Perú (extractos del siglo XVIII), México: El Colegio de México, 1980, p. 44; y VILLANUEVA URTEGA, Horacio. Cajamarca… Op. cit. p. 218.

(45) SILVA SANTISTEBAN, Fernando. Los obrajes en el virreinato del Perú. Lima, 1964, pp. 98 y s. (para los motines en Usquil, Carabamba y Julcán), y p. 100 (para las referencias sobre el obraje de Porcón).

(46) De la Puente Brunke señala que, entre 1570 y 1600, las encomiendas del ámbito de Trujillo (donde estaban localizadas las del área cajamarquina) fueron, después de las de Chachapoyas, las que registraron el mayor descenso (del 42.8%) en el volumen de la población tributaria. No obstante ello, la población india total del corregimiento de Cajamarca, según autores como Cook, se mantuvo estable, por lo menos en el momento de tránsito entre los siglos XVI y XVII. Véase: PUENTE BRUNKE, José de la. Encomienda y encomenderos… Op. cit., p.157. La referencia de Cook se encuentra en: COOK, Noble David. Demographic Collapse. Indian Peru, 1520-1620. Cambridge University Press, 1981, p. 182.

Para una opinión discordante de Cook, véase: HAMPE, Teodoro. “Notas…” Op. cit., pp. 79-81. Para el período 1567-1651, y fundamentalmente en base a conclusiones extraídas del estudio de encuestas y padrones de tributarios de las Siete Guarangas (sin incluir a la población india en general), Hampe concluye que se produjo una “aguda caída demográfica”, por lo menos durante el lapso de tiempo que escoge para observación. Hay que mencionar, no obstante, que la estabilidad de la población total cajamarquina de origen indio aparece bastante clara en otras fuentes, prticularmente cuando ella es observada en perspectiva secular (véase este mismo acápite a la altura de la nota 48).

(47) ZAVALA, Silvio. El servicio…, Op. cit., p. 178.

(48) La cifra de 1583 se obtiene en: MIRANDA, Cristóbal de. “Relación de los oficios…” Op. cit. pp. 257 y s. (en el contexto de una reseña del corregimiento de Cajamarca); la de 1754 en: ZAVALA, Silvio. El servicio…, Op. cit., p. 178 (en la transcripción de un “Cuadro que por orden del virrey conde de Superunda formó el contador de retasas D. José de Orellana, su fecha el 22 de junio de 1754…”); y, finalmente, la de 1795 en: FISHER, John R. Op. cit., p. 276 (en el contexto de un cuadro ubicado en el Archivo General de Indias, Indiferente General 1525, “Estado con Bonet a Gil, 29 de diciembre de 1795”).

(49) La cifra de 1583, incluida en este cuadro, no comprende a los 1,452 “yndios mitimaes encomendados en diferentes personas” (cuya existencia se explica en el acápite 2.1), sino únicamente a la población originaria de Huambos, de la zona central de las Siete Guarangas (con dos encomiendas llamadas, cada una de ellas, “Cajamarca”) y de Huamachuco. Esta distinción de los mitimaes ya no se puede hacer en 1795 por la relativa uniformización de las realidades étnicas que sobrevino con el correr de los años. Tampoco debemos dejar de mencionar que, muy probablemente, la baja cifra que registra Huambos para 1583 se explique debido a que, por entonces, muchos de los habitantes de este grupo étnico vivían entremezclados con los de las Siete Guarangas en la parte central del corregimiento en virtud del llamado patrón de poblamiento “discontinuo” (acápite 2.1 a la altura de la nota 13). Véase: MIRANDA, Cristóbal de. “Relación de los oficios…” Op. cit. pp. 257 y s.

(50) VILLANUEVA URTEGA, Horacio. Cajamarca… Op. cit. p. 211.

(51) Los datos de la Audiencia de Quito se encuentran en: TYRER, Robson Brines. The Demographic and Economic History of the Audiencia of Quito: India Population and the Textile Industry, 1600-1800. Tesis inédita. Universidad de California, Berkeley, 1976. pp. 38-39 y 76-78. Véase particularmente el cuadro de la p. 81, que lleva por título “Tributary Indians in the Province of Quito, 1560-1830”.

(52) Se asume que, debido a la poca cantidad de habitantes no indígenas en 1583, el total de la población en los tres ámbitos coincide prácticamente con el total de la población indígena. La situación se había transformado radicalmente poco más de dos siglos después: en 1795, había 73,401 indios dentro del conjunto total de la población que era de 126,938 personas. En efecto, además de los indios, en 1795 vivían en los ámbitos de Huambos, Cajamarca y Huamachuco 2,125 negros libres, 407 esclavos, 40,666 mestizos, y 10,339 españoles. Véase: FISHER, John R. Op. cit., p. 276.

(53) En 1566, San Antonio de Cajmarca era considerada como simplemente como un “asyento” (AGNP, Derecho Indígena, 1566, c. 7, f. 27 r.). A comienzos del siglo XVII, el carmelita Vázquez de Espinosa señalaba que, a su entender, Cajamarca era “el mayor pueblo de indios que ay en todo el reyno del Piru” (HISTORIA DE CAJAMARCA (III…). Op. cit., p. 143). Contradictoriamente, en 1681, el entonces protector de naturales de Cajamarca se declaraba “vezino desta villa de Cajamarca la grande obispado de Truxillo del Perú” (AGI, Lima 171). En 1766, Bueno señala que la capital del corregimiento era “el pueblo de Cajamarca, donde no hay cabildo de españoles, ni regidores, sólo alcaldes indios, como en los demás pueblos” (BUENO, Cosme. Geografía… Op. cit., p. 57.). Cajamarca sólo obtuvo el status de “ciudad” a comienzos del siglo XIX (VILLANUEVA URTEAGA, Horacio. Cajamarca… Op. cit. p. 101).

(54) Carta a S.M. de don Melchor Carvarayco, cacique principal de la provincia de Caxamarca la grande, y del maestro de campo don Juan Baptista Hastoquipan, su gobernador (Cajamarca, 27 de julio de 1690). AGI, Lima 175.

(55) Carta a S.M. de Mateo Domínguez de la Oliva y Moncada, protector de los naturales de Cajamarca (Cajamarca, 20 de abril de 1681). AGI. Lima, 171.

(56) AGI, Lima 174 y Lima 175.

(57) Las fuentes principales para este acápite son los Anexos Nºs 1, 3 y 4 del presente trabajo. Véase también: PUENTE BRUNKE, José de la. Encomienda y encomenderos… Op. cit. p. 151; SILVA SANTISTEBAN, Fernando. “Los obrajes… HISTORIA DE CAJAMARCA (III…), pp. 181 y s.; y LOPEZ DE CARAVANTES, Francisco. Op. cit., p. 115

(58) Véase: TYRER, Robson Brines. The Demographic… Op. cit. pp. 114 y s. Los temas del rezago de los tributos como elemento central en la fundación y mantenimiento de los obrajes de comunidad, así como el referido al sistema de su arrendamiento, también para el caso del área de Quito (específicamente en Otavalo) son tratados en: RUEDA NOVOA, Rocío. El obraje de San Joseph de Peguchi. Quito, 1988.

(59) Sobre el tema de los ciclos económicos en la época colonial, tomamos como referencia el trabajo de Miriam SALAS DE COLOMA, titulado “Crisis en desfase en el centro-sur-este del virreinato peruano: minería y manufactura textil”. En: BONILLA, Heraclio (editor). Las crisis económicas en la Historia del Perú. Lima: Centro Latinoamericano de Historia Económica y Social, y Fundación Friedrich Ebert, 1986, pp.139-165.

FUENTES

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B) FUENTES MANUSCRITAS

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Lima 171, Lima, 174, Lima 175, Lima 307.


Archivo General de la Nación del Perú (AGNP),

Derecho Indígena, c. 7, 1566

Archivo Histórico de la Municipalidad de Lima, Libro segundo de cédulas y provisiones.

Colección Horacio Villanueva Urteaga

Véanse los anexos Nºs 3 y 4 de la presente monografía.

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EL CORREGIMIENTO DE CAJAMARCA Anexos

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ANEXO Nº 3

DOCUMENTOS TEMPRANOS SOBRE EL OBRAJE DE LA VILLA DE CAJAMARCA (1579-1603) (*)

“Don Francisco de Toledo mayordomo de su magestad y su virrey governador y capitan general en estos reinos y provincias del Piru y Tierra Firme, etc. Por quanto doña Jordana Mexia me ha hecho relacion diziendo que en la provincia de Caxamarca de que es encomendera tiene un obrage de sayales y paños con que se ayuda a sustentar en el cual los yndios de la dicha su encomienda y provinçia sin salir de sus tierras y temples solian trabaxar assi los grandes como los pequeños y ganavan de comer y con qué pagar sus tassas y por su parte se les hazia todo buen tratamiento y paga y que por mandar yo por las nuebas tassas que los encomenderos no se pudiessen servir de sus yndios avian dexado de trabaxar en el dicho obrage y ella le tenia perdido y no se aprovechava de él y me pidio y suplico le mandasse dar ciento y treinta yndios hombres y muchachos de los que hay en la dicha provinçia para que trabaxasen en el dicho obrage pues los yndios de la dicha provinçia heran mas de cinco mil y quinientos yndios y les estava muy mejor trabaxar en el dicho obrage y ganar de comer en él que no yrlo a buscar a los llanos donde se quedavan y morian muchos que ella estava presta de les mandar pagar lo que por mi se ordenasse y mandasse y por mi visto atento a lo susodicho y los serviçios y calidad de la dicha doña Jordana Mexia acordé de dar y di la presente por la qual mando al corregidor de la dicha provincia de Caxamarca que dé los yndios della dé y haga dar a la dicha doña Jordana los yndios que ubiere menester para el dicho obrage a los quales pague conforme a lo que por mi esta hordenado y mandado en las ordenanças que tengo fechas para los obrages de Guanuco y los dichos yndios se los dara en el ynterin que por mi otra cosa no se proveyere y me dara aviso de los que le diere en birtud de esta mi provission y no dexe de lo assi cumplir so pena de quinientos pessos de oro para la camara de su magestad. Fecho en Lima a XXII dias del mes de abril de mil y quinientos y setenta y nueve años. Don Francisco de Toledo. Por mandado de su excelencia. Alvaro Ruiz de Navamuel.

En el pueblo de Sancto Antonio de Caxamarca en veynte y quatro dias del mes de agosto de mil y quinientos y ochenta años ante el ilustre señor Francisco Alvarez de Cueto corregidor de esta provinçia de Caxamarca y su partido. Pedro de Arevalo en nombre de doña Jordana Mexia y por su poder presentó esta provision de su excelencia y pidio al dicho señor corregidor la guardasse y cumpliesse mandandole dar ciento y çinquenta yndios que son los que buenamente se pueden ocupar al presente en el benefiçio del obraje de la dicha su parte porque tiene al presente falta de lana que en teniendola acudira a su merced para que le dé todos los que fueren menester para la labor y benefiçio de el dicho obrage como su exelencia lo manda. Y por el dicho señor corregidor vista dixo que la obedeçia y obedeçio con el acatamiento devido y que en quanto al cumplimiento della dixo que mandava y mando al governador don Pablo Vilcaden y a don Cristobal Caraguatay alcaldes que estan presentes y a los demas caçiques y principales de esta provinçia den luego y hagan dar al dicho Pedro de Arevalo los çiento y çinquenta yndios que pide en nombre de la dicha doña Jordana Mexia atento a que él a visto el dicho obrage y le consta son menester los quales le den y entreguen luego so pena de çinquenta pesos para la camara [f. 1. r./ v.] de su magestad y de privaçion de sus caçicasgos y que el dicho Pedro de Arevalo y la persona que los tenga a cargo les haga buen tratamiento y les pague como su excelencia lo manda siendo testigos Francisco de Arevalo Sedeño y Gieronimo de Acuña y lo firmó de su nombre. Francisco Alvarez de Cueto. Ante mi, Pedro Riquelme, escrivano nombrado.

Yo, Pedro de los Rios, escribano de su magestad real y del juzgado mayor de bienes de difuntos desta corte y chancilleria de los Reyes este treslado fize sacar del dicho original que ante mi se esibio por parte de doña Jordana Mexia e va cierto y verdadero corregido y conçertado y lo saque en esta dicha çibdad a veinte e seys dias del mes de setiembre de mil quinientos y noventa e çinco años siendo testigos Joan de Ribera e Francisco Hernandez moradores en esta cibdad y en fe dello fize mi signo en testimonio de verdad

Pedro de los Rios [rubricado]
escribano publico

[f. 2 r. en blanco]

[f. 2 r./v.]

Traslado de la çedula del virrey en razon de los yndios del obraje de doña Jordana.

[f. 2 v. /f. 3 r.]

En la villa de Caxamarca a veinte y siete dias del mes de octubre de mil e seiscientos y tres años se leyo la presente con la proviçion que haçe mençion ante Joan de Elixalde theniente de corregidor desta provinçia de Caxamarca por su magestad.

Pedro Fernandez Castillo administrador y obrajero del obraje de esta villa de Caxamarca en nombre de don Nicolas de Mendoza Carabaxal vezino de la çiudad de los Reyes ante vuestra merced parezco y digo que yo e estado en este obraje cinco meses poco mas o menos y en este tiempo todos los dias me an faltado treinta y quarenta yndios hiladores y de los demas ofiçios de cuia causa no se labra ropa ni las lanas que ay se pueden labrar en ninguna manera por no acudirme los dichos indios conforme a la probision que ay de su excelencia y aunque munchas veçes lo e dicho a vuestra merced no a querido ni lo quiere remediar haçiendome enterar los dichos yndios como su excelencia los manda de cuia causa resulta muncho daño a el dicho don Nicolas de Mendoza Carbaxal y ansi mismo resulta a los dichos yndios y los demas de la probincia por tener como tienen de renta en el dicho obraje mil pesos en cada un año que les dexo doña Jordana que sea en gloria y por la dicha falta no se puede labrar ropa para pagar los dichos mil pesos con los quales pagan parte de sus tributos y otros gastos que los dichos yndios tienen.

Por tanto a vuestra merced pido y suplico y siendo nezesario requiero una dos y tres vezes y las que de derecho puedo mande enterarme en la dicha cantidad de yndios que su excelencia por su probision manda apremiando a el gobernador desta probinçia y caziques della hasta que yo sea enterado en los dichos yndios donde no protesto a vuestra merced todos los daños costas e menoscabos que a el dicho don Nicolas de Mendoza Carbaxal se le sigiueren e recreçieren de aqui adelante en razon desto y ansi mismo [f. 3 r./ v.] los mil pesos que se pagan a los dichos yndios que por raçon de no aver quien labre las lanas que ay no se podian pagar demas de que me querellaré de vuestra merced ante su excelencia que este obraje esta perdido por no acudir vuestra merced a el a bisitar los dichos yndios y haçerlos enterar como los demas corregidores an hecho de cuia causa este obraxe antes andaba bien abiado de jente sin tener en él los dichos yndios renta como aora tienen de mil pesos cuia causa avia de mober aqui con mas dilijençia se acudiera a el abio del dicho obraje todo lo quel es en daño del dicho don Nicolas de Mendoza Carbaxal y de los dichos yndios en cantidad de mas de tres mil pesos en cada un año y protesto cobrarlos de vuestra merced y sus bienes no haciendome enterar luego en los dichos yndios todo lo qual pido se me dé por testimonio y a los presentes ruego me sean testigos

Otrosi requiero a vuestra merced con esta probision de su exelencia para que vuestra merced cumpla lo que por ella su excelencia manda dandome mas otros çinquenta muchachos que son nezesarios para labrar las dichas lanas porque tengo muncha cantidad de lana la cual se quedaría por labrar no dandoseme los dichos muchachos, y pido de todo el dicho testimonio justicia, etc.

Pedro Fernandez Castillo [rubricado]

E visto por el dicho theniente de corregidor mandó [f. 3 v. / f. 4 r.] que se dé traslado de la dicha prouiçion y de lo demas que pide a Diego Fernandez de Acuña protector de los naturales destas provinçias.

Gieronimo de Espinossa [rubricado]
escribano publico

En este dicho dia mes y año dichos yo el presente escribano notifique lo proveido de arriva a Diego Fernandez de Acuña protector de los naturales en su persona de que doy fe.

Gieronimo de Espinossa [rubricado]
escribano publico

[f. 4 v. en blanco]

[f. 4 v. / f. 5 r.]

27 de octubre

En la villa de Caxamarca a veinte y siete de otubre de mil y seiscientos y tres años se leyó la presente ante Joan de Elixalde theniente de corregidor destas provincias.

Diego Fernandez de Acuña protector de los naturales desta provincia de Caxamarca por lo que toca al bien del comun desta villa respondiendo a lo pedido por Pedro Hernandez del Castillo persona a cuyo cargo esta el beneficio y labor del obraxe questa en esta villa de que es ussofructuario don Niculas de Mendoza digo que vuestra merced, justicia mediante, no deve dar lugar a la demanda puesta por el susodicho por todo lo general que haze en favor de mis partes y por las razones siguientes:

Lo primero respondiendo a lo que dijo que le faltan yndios para el dicho benefiçio y lavor de las lanas digo que por el governador alcaldes y casiques le estan repartidos en conformidad del auto de Francisco Alvares de Cueto corregidor que fue deste partido siento y sinquenta yndios tributarios y muchachos y que si no tiene todo este numero es por el descuido que tiene en hazerlos recoger y traer al dicho obraxe pues tiene para el dicho efeto nombrado alcalde y alguaziles y siempre an sido nombrados para el dicho efeto y las personas que an tenido en renta el dicho obraxe como fue Roque Garcia y Lucas Meniz nunca an podido juntar mas numero de yndios de siento y beinte pocos mas y con esta gente dicha an podido pagar dos mil pesos de renta que con este cargo y paga de yndios an ganado en el dicho obraxe muchos pesos [f. 5 r. / v.] y an enrriquesido mediante el dicho arrendamiento.

Lo otro quando agora no ubiese el numero de yndios cumplido y le falten algunos o todos es la causa en estar en sus chacras y benefiçio de ellas gozando de la ocasion del tiempo por ser como es el en que suelen hazerlas y por gozar de la merced quel señor birrei les haze de los quarenta dias que en sus ordenansas manda ocupen los dichos yndios obrageros para su sustento y el de sus mugeres y hijos y presúmese que pues en este tiempo de hazer las dichas chacras se a quejado el susodicho que todo el demas tiempo que a estado no le a faltado la gente que avido menester para el dicho benefiçio del dicho obraje.

Lo otro porque las personas que an tenido en renta el dicho obraxe an acudido a socorrer al tiempo y quando los yndios an avido menester plata para su sustento y de sus familias y en el tiempo quel dicho Pedro del Castillo a estado en el dicho obraxe no les a dado plata para sus nesezidades ni paga de tributos y afligidos desto los yndios an procurado buscarla ocupandose en otros travajos por la qual caussa an faltado algunas bezes a travajar y para que conste de como a tenido mas numero del que en su peticion dize vuestra merced le mande ysiva el libro donde tiene asentados los yndios y las tareas suyas y paresera por él careser la relacion berdadera el quejarse como se a quejado a vuestra merced diziendo no tiene jente en el dicho obraje.

Lo otro quel susodicho por lo que los yndios dizen los a defraudado [f. 5 v. / f. 6 r.] las tareas poniendole por una entera media por cuia caussa se an quejado a algunos españoles los quales les an aconsejado hagan quipo para quando se haga la paga en el dicho obraxe y por la raçon dicha no quieren acudir a travajar como tienen obligacion y lo an echo en el tiempo que tubo en renta Lucas Meniz el dicho obraxe y es bastantee caussa la suso referida para que los yndios dejen de acudir al dicho travajo por todo lo qual y por lo que al derecho de mis partes conbiene:

A vuestra merced pido y suplico mande resivirme ynformacion y avida mi relacion por berdadera o la parte que baste para el bensimiento desta caussa y lo por mi alegado en nombre de mis partes hazerme cumplimiento de justicia poniendo en todo el remedio qual conbenga de manera que mis partes no sean agraviados y de su sudor y travaxo sean satisfechos haziendo como tengo dicho aberiguacion de la costumbre en que a estado siempre el acudir los yndios al travajo del dicho obraxe que en lo asi vuestra merced hazer ara justicia que pido y costas protesto y el oficio de vuestra merced ymploro.

Diego Fernandez Acuña [rubricado]”

(*) Colección Horacio Villanueva Urteaga

ANEXO Nº 4

VISITA DEL OBRAJE DE LA VILLA DE CAJAMARCA EN 1642
(EXTRACTO DE LA PARTE INICIAL DEL DOCUMENTO) (*)

“Visita
Año de 1642
No. 352

Visita del obraxe desta villa y autos que se an echo en birtud della. Juez don Eugenio de Segura, escribano Joseph Ruiz de Arana.

[fin de la carátula / f. 1 r.]

En la villa de Caxamarca a doce dias del mes de julio de mil y seiscientos y quarenta y dos años ante don Eugenio de Segura, justicia mayor desta provincia de Caxamarca por su magestad, se presento esta peticion por el contenido en ella:

Joan Chinchon, administrador del obraje desta villa digo que los caciques desta dicha villa estan obligados a dar y enterar en el dicho obraje trezientos yndios y muchachos y beinte tresquiladores y al presente faltan por enterar mas de sesenta yndios, falta muy considerable de que resulta gran daño y perjuizio al arrendador por la perdida grande que le sigue y seguira si no se provee del remedio conbiniente, que a de ser de apremio que an de tener los caciques y gobernadores a cuyo cargo esta el dicho entero sin que aya dilacion ninguna por no permitirlo el caso, pues mediante este entero se dan dies mil pesos de arrendamiento cada año, y el dia que no se enteraren como no se a hecho en otras ocaqiones aunque lo e pedido y se a mandado por no ejecutarse con rigor los caciques se dejan yr sin darseles nada, y anci va adelante el dicho daño, y oy con mas exceso y anci se a de estar al derecho de prorrata en el arrendamiento de parte del arrendador, que protesto pedir mas en forma y para hazello con la justificacion debida y que en todo tienpo conste la dicha falta conbiene a mi derecho que vuestra merced personalmente con asistensia del presente escribano vea la dicha falta e yndios que me estan por enterar y tornos y telares que estan parados por esta causa, mandando que dello se me de testimonio para el efecto dicho, por tanto:

A vuestra merced pido y suplico y debidamente requiero [f.1 r./v.] anci lo probea y mande que los dichos caciques sean apremiados con todo rigor de derecho al dicho entero con justicia, la qual pido protestando en debida forma todo lo que protestar puedo y debo y de pedillo como y contra quien puedo y debo, para en guarda de lo cual pido testimonio deste mi pedimiento y lo a
él probeydo y para ello, etc.

Joan Chinchon [rubricado]

Y vista por su merced, dixo que está presto de yr personalmente el lunes catorce deste presente mes con el presente escribano al obraxe a ver la falta de los dichos yndios y para ello se prevenga a los gobernadores y caciques se allen presentes en él para que se vea de qué parte ay la dicha falta y se remedie y echo se le dara testimonio y assi lo proveyo y mando

Don Eugenio de Segura [rubricado]

Ante mi,
Joseph Ruiz de Arana [rubricado]
escribano

En la villa de Caxamarca en diez y seis de julio de mil y seiscientos y quarenta y dos años,don Eugenio de Segura, justicia mayor destas provincias de Caxamarca por su magestad, aviendo benido al obraje desta villa para efecto de hazer la diligencia contenida en la peticion y auto de arriba, estando presente el protector de los naturales deste partido, don Sebastian Carguarayco cacique principal don Gabriel Astoquipan governador y otros caciques principales de guarangas y mandones de pachacas, y el administrador y mayordomo del obraje para hazer la diligencia mandó al mayordomo y maestro del dicho obraje exsiviera el libro original donde estan escritos todos los yndios deste obraje y tareas que hazen y aviendolo exsivido mandó que con asistencia y de los referidos se saque relación por mi el presente escribano de todos los yndios tributarios y muchachos que contiene el dicho libro poniendo los nombres de todos por sus pachacas y assi lo proveyo y firmo

Don Eugenio de Segura [rubricado]

Ante mi,
Joseph Ruiz de Arana [rubricado]
escribano [f.1 v./f.2 r.]

Relacion de los yndios tributarios que estan trabajando en el obraje desta villa y de los muchachos sacada del libro de tareas que para ello exsivio Joan de Chinchon y Domingo de Urquiça administrador y mayordomo de el en virtud del auto de la foxa antes desta la qual se haze estando el dicho señor justicia mayor en el dicho obraje en presencia del protector y demas personas que contiene el dicho auto y su tenor a la letra por los nombes y pachacas de los yndios que contiene el dicho libro autoriçado de mi el presente escribano son como se siguen:

Yndios tributarios

Guaranga de Mitimas

[siguen 15 nombres]

Guaranga de Pomamarca

[siguen 13 nombres]

Guaranga de Culquimarca

[siguen 9 nombres]

Guaranga de Guzmango

[siguen 37 nombres] [f.2 r./v.]

Guaranga de Chuquimango

[siguen 6 nombres]

Guaranga de Malcaden

[siguen 21 nombres]

Chonta

[siguen 5 nombres]

Guaranga de Caxamarca
Pachaca de Namora

[siguen 2 nombres]

Pachaca de Chimchim

[siguen 15 nombres]

Pachaca de Caxamarca y Otusco

[siguen 8 nombres]
Pachaca de Yanaiaco

[siguen 2 nombres]

Pachaca de Guacas

[siguen 7 nombres]

Pachaca de ambad

[siguen 11 nombres] [f.2v./f.3 r.]

Pachaca de Cayao

[siguen 9 nombres]

Guaranga de Bambamarca

[siguen 20 nombres]

Bracamoros

[siguen 2 nombres]

Chachapoias

[sigue un nombre]

Guambos

[siguen 3 nombres]

Sañas

[siguen 5 nombres]

Son ciento y nobenta y un yndios tributarios los que parece estan travajando en el dicho obraje y ademas destos se hallan de los forasteros haziendo mita los siguientes:

Forasteros

[siguen 9 nombres]

Por manera que son con estos nuebe duscientos tributarios los que estan trabajando en el dicho obraje y hazen mita.

Tributarios 200

[f. 3 r./v.]

Muchachos

Guaranga de mitimas

[siguen 6 nombres]

Pomamarca

[siguen 5 nombres]

Culquimarca

[siguen 2 nombres]

Guzmango

[siguen 13 nombres]

Chuquimango y Malcaden

[siguen 4 nombres]

Guaranga de Caxamarca Namora

[sigue un nombre]

Caxamarca y Otusco

[siguen 3 nombres]

Chimchim

[siguen 5 nombres]

Yanaiaco

[sigue un nombre]

Guacas

[siguen 5 nombres]

Çambad

[siguen 4 nombres]

Cayao

[siguen dos nombres]

Guaranga de Bambamarca

[siguen 5 nombres]

Guaranga de Malcaden digo Guambos

[siguen 2 nombres]

Sañas

[siguen 5 nombres]

Por manera que ay sesenta y tres muchachos travajando en el dicho obraje y son por todos duscientos tributarios y sesenta y tres muchachos.

Fecha en Cajamarca en diez y seis de julio de mil y seiscientos y quarenta y dos años [f.3 v./f.4 r.] y lo firmó el dicho justicia mayor y protetor en el dicho obraxe con que por oy se acabó esta diligencia.

Don Eugenio de Segura [rubricado]

Mateo Domínguez de Moncada [rubricado]

Ante mi,
Joseph Ruiz de Arana [rubricado]
escribano”

(*) Colección Horacio Villanueva Urteaga.

ANEXO Nº 5

RELACION DE LAS DOCTRINAS (CURATOS) EN 1766,
SEGUN COSME BUENO (*)

Corregimiento (provincia) de Cajamarca
———————————————–

“Comprende esta provincia 17 Curatos. El I es el de Santa Catalina de Españoles en el Pueblo de Cajamarca, Capital de la Provincia. El II y el III son de Indios en la Iglesia de San Antonio. Al uno se le da el título de San Pedro y al otro de San José, por dos Iglesias que sirven con estos nombres de anexos en el mismo Pueblo. La Iglesia de San Antonio es el Convento de Religiosos Franciscanos. Estos Curas tienen por anexos dos pueblos, nombrados Chetilla y Llacanora. El IV es el del Pueblo de Jesús. El V es el del Pueblo de Asunción con dos anexos, nombrados San Jorge y la Magdalena. El VI es el del Pueblo de Contumazá con dos anexos, que son: Cascas y Dos Huertas. A tres leguas de Cascas, en una quebrada, se halla un piedra labrada, recostada sobre otra tosca o sin labrar, que tiene cerca de 13 varas de largo y tres cuartas de ancho por todas sus caras. El VII Curato es el del Pueblo de Guzmango, con un anexo nombrado San Benito. El VIII es el del Pueblo de la Santísima Trinidad de Chetu, con dos anexos que son: San Francisco de Catán y Santa Catalina de Chugod. El IX es el del Pueblo de San Pablo de Chalique, con tres anexos que son: San Luis de Tumbaden, San Bernardo de Nice y San Juan de Llallán. El X es el del Pueblo de Ñepos, con un anexo nombrado Tinguis. El XI es el del Pueblo de San Miguel de Palláquez. El XII es el del Pueblo de Celendín, que es de Estancias, con un anexo nombraddo Sorochuco. El XIII es el del Pueblo de San Marcos. El XIV es el de Amarcucho, alias la Tambería. Tiene un anexo en esta Provincia, nombrado Ichocán, Pueblo de más de 800 habitantes, descendientes de Cristóbal de Tapia, español natural de Cajamarca, quien el año 1760 tenía 140 años, habiendo sido casado tres veces. Pertenecen a este Curato varias Haciendas, donde hay Iglesias en que se administran Sacramentos, que son de la provincia de Huamachuco. El XV Curato es en el Partido de Huambos, perteneciente a esta Provincia, con el nombre de Curato de San Juan de Huambos. Tiene ocho anexos que son: Cochabamba, Llama, Cachén, Cutervo, Queracoto, Chichopón, Tocmoche y Zócota. El XVI es el del Pueblo de Todos los Santos de Chota, con un anexo nombrado Tacabamba. El XVII es el del Pueblo de Santa Cruz, con dos anexos que son: Catachi y Yauyucán. Hay además de estos un Pueblo nombrado Pion, que pertenece al Curato de Pimpincos de la Provincia de Jaén.”

Corregimiento (provincia) de Huamachuco
————————————————–

“Comprende en su distrito ocho curatos. El I es el del Pueblo de Sinsicapa, con dos Haciendas: Llaguen y San Ignacio. El II es el del Pueblo de Otuzco, con tres Haciendas que son: Carabamba, Motil y Chota. A la primera llaman también de Fulcán. El III es el del Pueblo de Usquil, con tres Haciendas que son: Callancas, Canibamba y Fulgueda. El IV es el de Lucma, con los Asientos de minas de Malín y de Huancay. El V es el del Pueblo de Santiago de Chuco, con cuatro Haciendas que son: Angasmarca, Porcón, Sangual y Unigambal. El VI es el del Pueblo de Huamachuco, con dos Haciendas que son: Chusgon y Caracmaca, y los Ingenios de Sanagorán y Sauce. El VII es el Pueblo de Cajabamba, con una Hacienda nombrada Nuñumabamba. El VIII es el Curato de las Estancias. Se compone de cuatro partidos, en los cuales tiene el Cura ocho ayudantes. Comprende 28 Iglesias, dispersas en casi toda la Provincia. El Pueblo o Asiento principal de Indios se llama Mollepata, y forma un partido con cuatro Estancias, nombradas: Tulpo, Serpaquino, Sarín y Chunchu. El 2º partido, cuya cabeza es el asiento de Jucusbamba, tiene seis Haciendas que son: Iratapampa, Pomabamba, Sartimbamba, Llautubamba, Llaupuy y Marca. El 3º partido, cuyo principal asiento es el de Marcabal, tiene seis Estancias que son: Corabamba, Jocos, Casahuati, Sucachoca, Malcamachay, Llagua y Fustán. El 4º partido es el de San Pedro de Chuquisongo, que es el principal asiento. Tiene siete Estancias que son: Calipuy, Llaray, Capachique, Llagueda, Cayanchal, Huayobamba y Colpa. El Obraje nombrado Otuto y la Hacienda de Chichir, cerca de Cajabamba; y en el Valle de Condebamba, las de Chimín, Marabamba, Araqueda, Yuracalpa, Colca y Culquibamba; aunque están en el distrito de esta Provincia, pertenecen al Curato de Amarcucho de la Provincia de Cajamarca.”

(*) Bueno, Cosme. Geografía del Perú Virreinal (siglo XVIII). Lima, 1951, pp. 58-61. Hasta 1759, Cajamarca constituyó un corregimiento que incluía el área de Huamachuco. En dicho año, Huamachuco le fue desgajado a Cajamarca para constituir un corregimiento aparte. La relación de doctrinas de Cosme Bueno, que agrupa por separado los curatos de Cajamarca y de Huamachuco, refleja esta situación de reciente división. Por esta razón, la enumeración conjunta de las doctrinas de los corregimientos de Huamachuco y Cajamarca, tal como aparece en la Geografía de Cosme Bueno, corresponde perfectamente a la relación de los curatos que existieron en el primigenio corregimiento de Cajamarca hasta 1759. Sigue leyendo

Reflexiones sobre el perfil del diplomático peruano contemporáneo

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Reflexiones sobre el perfil del diplomático peruano contemporáneo

Librado Orozco Zapata y Hugo Pereyra Plasencia.

En 2005, la Academia Diplomática del Perú cumplió medio siglo de vida institucional. Este aniversario dio pie para realizar una reflexión sobre el carácter y la proyección del diplomático peruano y sobre las tareas que está llamado a cumplir dentro del marco del nuevo panorama socioeconómico del país y de los desafíos y oportunidades que se presentan en el actual sistema internacional. El presente artículo intenta ubicar la profesión diplomática en el Perú dentro de una perspectiva histórica. A partir de este enfoque, son planteados, de manera tentativa, algunos rasgos del nuevo perfil del diplomático peruano. En este empeño, se ha buscado integrar las funciones clásicas del diplomático, tradicionalmente descritas por los tratadistas internacionales, con aquéllas que son específicas de la realidad peruana.

El 18 de agosto de 1955, siendo Ministro de Relaciones Exteriores el Dr. David Aguilar Cornejo, fue expedido el Decreto Supremo nro. 326 mediante el cual se creó la Academia Diplomática del Perú. El 14 de noviembre del mismo año se llevó a cabo la ceremonia de inauguración de este centro superior de estudios. Su primer director fue el ilustre internacionalista don Alberto Ulloa Sotomayor, mientras que Gonzalo Fernández Puyó, entonces joven diplomático, fue nombrado como secretario de la nueva institución.

Este acontecimiento marcó el punto culminante del proceso de profesionalización de la carrera diplomática en nuestro país. Recordemos que desde mediados del siglo XIX, con claro sentido innovador, el distinguido canciller José Gregorio Paz Soldán había sentado los fundamentos legales y funcionales de la profesión diplomática. La obra de este ilustre personaje marcó, sin lugar a dudas, la fase fundacional de nuestra carrera. Con estos antecedentes, una nueva y promisoria etapa se iniciaba en 1955 con la creación de la Academia Diplomática.

Es justo recordar aquí al embajador Pedro Ugarteche, quien fue una de las personalidades que más abogó por la creación de un centro de formación profesional dedicado a la preparación de los miembros del Servicio Diplomático de la República. En el Proyecto de Ley Orgánica del Ministerio de Relaciones Exteriores que preparó en 1941 por encargo oficial, el embajador Ugarteche planteó por primera vez la creación de la Academia Diplomática. La idea germinó y, finalmente, como se ha visto, fue hecha realidad en la década siguiente.

El Perú fue uno de los primeros estados de América Latina que tuvo una Academia Diplomática. Se puso así a tono con las tendencias globales que aparecieron entre las dos guerras mundiales en las cancillerías de los principales países actores en las relaciones internacionales. El embajador Ugarteche ha recordado en alguna oportunidad que entonces se hablaba con claridad de la necesidad de vincular la actuación diplomática con la formación académica. En sus palabras, tenía lugar un movimiento de opinión pública en favor de la modernización del trabajo del funcionario diplomático conforme a nuevas orientaciones e ideas de la enseñanza científica de las Relaciones Internacionales.

Como lo han señalado los tratadistas clásicos de la diplomacia, esta actividad existe desde el momento mismo en que apareció, en los albores de la Humanidad, un sistema de relaciones entre comunidades organizadas. La diplomacia ha sido hasta hoy el instrumento clave que permite a los actores internacionales representar sus intereses y negociar entre ellos. A partir de la formación del moderno sistema internacional de estados con la Paz de Westphalia de 1648, la diplomacia moderna comenzó a adoptar los códigos, formalidades e instrumentos adecuados para una relación de mayor intensidad y contenido entre las naciones. La Revolución Industrial y los avances en las comunicaciones en el siglo XIX aportaron la base material para un reordenamiento de las relaciones entre los estados. En este contexto, la Diplomacia fue un instrumento fundamental para dar fluidez a las relaciones interestatales.

En el siglo XX, el panorama de las relaciones internacionales adquirió aún mayor complejidad. Los horrores de las guerras mundiales y la aceleración de los flujos económicos y financieros transnacionales que generaron crisis devastadoras como la de 1929, condujeron a la creación de foros multilaterales para afrontar desafíos de carácter mundial. Bajo este panorama, nació la disciplina de las Relaciones Internacionales como un intento de abordar con criterio científico y objetivo las relaciones que trascienden las fronteras nacionales. En esta nueva atmósfera internacional cayó por su propio peso la idea de que los agentes diplomáticos debían ser profesionales con una rigurosa preparación.

En el discurso de inauguración de la Academia Diplomática del Perú del 14 de noviembre de 1955, el Embajador Alberto Ulloa Sotomayor nos hacía ver que con la creación de esta institución en nuestro país la diplomacia volvía “a su lejano y alto punto de partida: el estudio de los intereses públicos, nacionales e internacionales, porque la interdependencia de la vida actual coloca, lenta o súbitamente, los intereses nacionales en el campo internacional”. El ilustre autor del libro Posición Internacional del Perú añadía que “la Diplomacia que nació del estudio para satisfacer las conveniencias de los príncipes, vuelve al estudio para satisfacer las conveniencias y las necesidades de los estados y del ser humano, cuyo servicio ha sustituido al de los primeros en la vida de relación.”

Ha transcurrido ya casi medio siglo desde que se creó la Academia Diplomática del Perú. El mundo ha seguido evolucionando y las relaciones internacionales han devenido en una suerte de telaraña en la que se da un cúmulo de vinculaciones entre diversos actores. Una nueva revolución científico-tecnológica ha transformado el orbe. Los flujos económicos, financieros, culturales y migratorios no reconocen ya, necesariamente, las fronteras tradicionales de los estados-nación. Sobre todo después del final de la Guerra Fría, los paradigmas diseñados por las Ciencias Sociales para describir y analizar los fenómenos internacionales fueron rápidamente rebasados por la cambiante realidad. Si bien el Estado sigue siendo el principal protagonista del sistema internacional, otros actores, como las organizaciones internacionales, las empresas, las organizaciones no gubernamentales y los propios individuos han adquirido mayor importancia en la escena contemporánea. Constituye un lugar común referirse a este panorama en términos de globalización. En nuestra era ya no es novedad afirmar que las distancias geográficas y culturales se han acortado y que el mundo ha devenido en una aldea global.

Se ha dicho en múltiples contextos y ocasiones que la globalización genera oportunidades y desafíos. A los países que no han terminado su despegue económico les brinda la posibilidad de conectarse a los flujos internacionales y, de esta manera, apuntalar su crecimiento. Sin embargo, si los estados no se articulan con eficiencia a las corrientes globales, corren el riesgo de convertirse en “naciones inviables”, para emplear la expresión acuñada por el embajador Oswaldo De Rivero en su clásico libro El Mito del Desarrollo.

Demás está decir que el desarrollo integral de un estado tiene su raíz en diversos factores. Entre ellos, se encuentran su política económica, su institucionalidad, su sistema social y sus valores culturales. Dentro de esta perspectiva, la acción diplomática en un país en vías de desarrollo puede servir como un elemento catalizador de este proceso. En la inauguración del año lectivo de la Academia Diplomática del Perú en 1979, el distinguido embajador y canciller Carlos García Bedoya nos hizo ver la importancia de contar con buenos cuadros diplomáticos para el logro de los objetivos de la política exterior. En su clase magistral, García Bedoya mencionó que todo país debía tener un concepto claro de sus intereses internacionales. Sobre esta base, debía dotar a los equipos encargados de manejar esos intereses. De esta manera, el país podía adquirir “una capacidad de negociación, una significación en el mundo” mucho mayores a las que correspondían, aparentemente, a su propia potencialidad interna.
Como un corolario de la tesis del embajador García Bedoya, podría decirse que, para un país como el Perú, el rigor y la excelencia en la formación de sus cuadros diplomáticos tienen una importancia incluso mayor que en las naciones desarrolladas. Iniciada en la academia, la preparación del diplomático peruano debe desarrollarse sin interrupción a lo largo de toda su carrera profesional.

Teniendo en cuenta el panorama actual de las relaciones internacionales y la realidad de nuestro país, ¿cuál debería ser entonces el perfil del diplomático peruano?

Existe una abundante literatura en torno a la definición del diplomático. A lo largo de la historia, en muchos tratados se ha escrito en torno a las aptitudes del “agente diplomático ideal”. De la misma forma, a nivel popular, existe una gama de imágenes muy diversas y estereotipadas sobre este métier, muchas de las cuales rayan en la anécdota y en la caricatura. Nos tomaría varias páginas repetir aquí la enorme cantidad de citas y frases que diversas personalidades han expresado para describir el quehacer diplomático. A modo de ejemplo, nos referiremos sólo a algunas de ellas. De manera claramente injusta, muchas veces se asocia a la diplomacia con la frivolidad y con la superficialidad. Con un tono sarcástico, alguna vez se dijo en Inglaterra que “la educación británica es la más exigente de todas; pero si alguien no logra tolerarla, siempre queda la alternativa de ingresar al servicio diplomático”. Para quienes identifican nuestra profesión con los cócteles y las reuniones sociales, tal vez no exista frase más hilarante que aquélla del diplomático y novelista francés Roger Peyrefitte quien señalaba que “los diplomáticos tienen garantizado su empleo por los siglos de los siglos, pues las computadoras no beben champán ni comen langosta”.

En la otra orilla, están quienes ven en la carrera diplomática un mar de sacrificios que no padecen sino quienes se encuentran dentro de ella. El embajador norteamericano Harry Schlaudeman señalaba que “la Diplomacia como profesión tiene muchos inconvenientes: es mal remunerada, normalmente los diplomáticos mueren pobres, la vida del diplomático es dura tanto en el aspecto personal como en el de su vida familiar; después de un tiempo las comidas y recepciones se vuelven tediosas y uno empieza a sentirse como un gitano, trasladándose constantemente de un lugar a otro.”

También hay quienes ven en la diplomacia la quintaesencia de la discreción y la mesura. Decía el actor inglés Peter Ustinov: “los diplomáticos son personas a las que no les gusta decir lo que piensan; a los políticos no les gusta pensar lo que dicen”.

Anécdotas y exageraciones aparte, es importante señalar que, en la hora actual, el perfil del diplomático peruano debe armonizar las cualidades clásicas de la profesión con las tareas propias del mundo de hoy. Para los autores más conocidos, como Harold Nicholson, el diplomático debe cumplir cuatro funciones fundamentales: observar, informar, negociar y representar. Roger Feltham señala que el diplomático debe contar con seis “habilidades funcionales” (functional skills). Ellas son:

1. Habilidad en la negociación
2. Habilidad en observar, analizar e informar
3. Habilidad en representar
4. Habilidad en la administración de una misión
5. Habilidad en comunicación y en la Diplomacia Pública
6. Habilidad para entender otras culturas (“cross cultural skills”)

Teniendo como marco el proceso socioeconómico del Perú y las actuales tendencias del sistema internacional, el diplomático peruano debe afirmar un perfil que tenga también presente las especificidades de la nación que representa. En otras palabras, debemos adaptar los criterios sentados por la doctrina clásica internacional a la historia y a la realidad actual de nuestro país. En este sentido, pensamos que los diplomáticos peruanos deben desarrollar siete funciones básicas:

1. Análisis de la realidad bajo observación y procesamiento de la información. Para efectos de la interpretación de la masa de datos, deben tenerse siempre en mente los intereses y las aspiraciones del Estado peruano. Para ello es vital que el agente diplomático tenga una sólida formación principalmente en Teoría de las Relaciones Internacionales, Ciencia Política, Economía Internacional, Derecho e Historia. Este punto es crucial porque aclara un prejuicio, muy extendido en nuestros días, que habla de la supuesta caducidad de la diplomacia como fuente de información de calidad frente a las facilidades comunicacionales que brinda el descomunal desarrollo mediático del mundo contemporáneo. Por el contrario, creemos que la diplomacia sigue teniendo una enorme importancia en este campo. En efecto, no basta con la información en simple formato periodístico. Es preciso tamizar, sistematizar y sintetizar la información en hipótesis y en conclusiones muy específicas que puedan ser útiles al estado y al gobierno para una adecuada toma de decisiones. Ello sin dejar de tener en cuenta que gran parte de la información relevante y fidedigna no se obtiene necesariamente de las fuentes mediáticas.

2. Negociación. Esta función ha sido consustancial al oficio del diplomático en todos los tiempos. En la hora actual, la negociación se ha hecho más compleja por la diversidad de temáticas que existen en el mundo globalizado. El diplomático debe estar en condiciones de participar en negociaciones bilaterales o multilaterales, con actores ya sea estatales o no estatales. Los principios de la negociación son universales. No obstante, cada temática requiere de una formación especial previa a la negociación propiamente dicha.

3. Representación adecuada de los intereses nacionales. Este es un concepto amplio que engloba también uno de los elementos clásicos de la diplomacia. En el mundo de hoy, la representación es fundamental para agilizar la comunicación y el flujo de información en la vida internacional. Entendemos por representación no sólo aquélla de corte tradicional, centrada en el protocolo y el ceremonial. Representar es también establecer, por ejemplo, una sólida vinculación con los medios políticos, económicos, culturales y sociales del país en el que el diplomático desarrolla su actividad.

4. Promoción de las oportunidades económicas, comerciales, financieras, así como el turismo receptivo y la transferencia de tecnología. Para el diplomático peruano ésta es una de sus principales funciones que lo vincula más directamente con las tareas orientadas al desarrollo de su país.

5. Comunicación adecuada de la realidad social del país y difusión de las manifestaciones de su cultura, arte e historia. En el mundo de hoy, los avances en la información han dado a la actividad diplomática una mayor exposición mediática. Se habla con cada vez mayor intensidad de la llamada Diplomacia Pública. En ese sentido, el diplomático moderno debe ser un permanente comunicador de las diversas facetas de la realidad de su país.

6. Asistencia y apoyo a las comunidades peruanas en el exterior. Desde comienzos de la década pasada, el número de peruanos que residen fuera de su país de origen ha crecido en forma exponencial. Por ello, la función consular ha debido adaptarse a esta nueva situación que requiere de una acción más eficaz y oportuna para asistir a los connacionales, y también para apoyarlos en el mantenimiento de su vínculo cultural y económico con el Perú.

7. Administración eficiente y transparente de los recursos del Estado. Al igual que en la empresa privada, los criterios de eficiencia y racionalidad en la asignación y administración de recursos deben estar presentes en la gestión del Estado. A lo largo de su carrera, el diplomático desarrolla, directa o indirectamente, tareas administrativas. Por ello, es fundamental que maneje con eficiencia y con absoluta transparencia los recursos humanos y materiales bajo su gestión.

De lo anterior fluye que el diplomático peruano de hoy debe ser un profesional que combine los atributos de diversas disciplinas. Decía el tratadista clásico de la Diplomacia, Harold Nicholson, que en el siglo XVI un embajador debía ser un consumado teólogo, perito en matemáticas, arquitectura, música, física, derecho civil y canónico; historiador, geógrafo, experto en ciencia militar y tener, además, un gusto refinado por la poesía. Sin duda, no podemos decir lo mismo de nuestra era. No obstante, trasladando a nuestros días el espíritu ecuménico que refleja la cita de Nicholson, referida al Renacimiento, no es exagerado afirmar que el diplomático de hoy, particularmente el de un país con las características del Perú, tiene que manejar con adecuada soltura el utillaje del economista, del politólogo, del historiador, del jurista, del comunicador social y del administrador.

También hay rasgos clásicos de la diplomacia que son intemporales. Uno de ellos es el uso apropiado del lenguaje escrito. No en vano la palabra Diplomacia tiene su etimología en el vocablo diploma, que significa documento doblado, con un mensaje escrito. Un informe político bien concebido y redactado ha sido siempre prueba genuina de la buena formación para un diplomático en todo tiempo y lugar. En nuestro ámbito, este talento, utilizado cotidianamente en las labores de la Cancillería de manera oculta para el gran público, se proyecta a veces en un ámbito académico. Ello ha ocurrido en el caso de la obra de grandes personalidades de la diplomacia peruana, cuyos escritos son todavía una importante referencia para las nuevas generaciones. A los nombres de grandes diplomáticos como Raúl Porras Barrenechea, se suman muchos valores que han dado un gran aporte intelectual a nuestra carrera.

Otro rasgo clásico de la diplomacia es la maestría en la expresión oral. Ella se manifiesta no sólo en los discursos públicos sino también, quizá de manera más diáfana, en las – muchas veces tensas – negociaciones multilaterales y en las diversas entrevistas y encuentros que cotidianamente debe sostener el agente diplomático en el puesto donde se encuentra destacado.

En suma, como reza el viejo proverbio, hablamos de “vino nuevo en odres viejos”, donde los rasgos de la tradición y la novedad se funden para que la diplomacia funcione como un instrumento práctico y de mucha utilidad a una nación que busca su despegue económico dentro de un marco sostenible y de cohesión social. Como los antiguos embajadores venecianos en la corte de Felipe II o del Rey de Francia, los modernos diplomáticos peruanos son de igual manera los ojos y los oídos de su estado en el exterior. Son agentes conscientes de la diversidad de su nación y de las enormes potencialidades de la colectividad que representan. Por ello, deben estar en capacidad y en disposición de recoger, de manera rigurosamente selectiva, aquellos aportes que provienen del mundo exterior que puedan ser útiles al proyecto nacional, tanto en el corto como en el mediano plazo, particularmente en lo que se refiere a la meta de la superación de la pobreza. Es necesario que apoyen la expansión comercial, la captación de inversión extranjera, la transferencia de tecnología y el incremento de los flujos de turismo receptivo. También deben estar compenetrados con la necesidad de dotar de seguridad a su país, particularmente frente a los desafíos transnacionales que más directamente afectan al Perú, tales como el tráfico ilegal de estupefacientes, la corrupción y el deterioro del medio ambiente. Finalmente, la diplomacia peruana debe ser reflejo de la solidez de la institucionalidad democrática interna, así como medio privilegiado de integración con los países vecinos y con las demás naciones que conforman el ámbito sudamericano y hemisférico.

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IMÁGENES DE SEVILLA

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IMÁGENES DE SEVILLA
(a la memoria de mi amigo Fernando Serrano Mangas)

Arribé a la estación de Cádiz, en Sevilla, una fría noche de enero de 1982. Conmigo se apearon del tren muchos madrileños que tenían también un parecido desconcierto de recién llegados: su dura pronunciación del castellano disonaba quizá más que la mía frente a la cantarina y rápida forma de hablar de los pobladores de la capital andaluza.

Las primeras vistas que tuve de Sevilla (tristes, de noche, con poca gente y en pleno invierno) no pudieron ser más opuestas a la imagen deslumbrante que yo guardo de ella hasta la actualidad. Lo primero que hice fue deambular con mi maleta en busca de alojamiento por un sector de calles estrechas y a veces ciegas que, tiempo después, conocería como el barrio de Santa Cruz. Entonces, con el aturdimiento de la reciente llegada, esa parte de la ciudad me dio la sensación de ser un auténtico laberinto del cual no podía salir. Sin embargo, a la vuelta de una esquina se me apareció de pronto, iluminada y esplendorosa, la torre de base musulmana que los sevillanos conocen como la Giralda. Sólo entonces, al llegar a una plazoleta, comprendí que me hallaba ya casi fuera del dédalo de callejuelas. Fue en ese momento cuando varios muchachos bien vestidos surgieron de algunos rincones mal iluminados y me preguntaron con toda naturalidad, y con la sonrisa en los labios, si yo tenía chocolate para venderles. Les dije que no comprendía por qué me hacían semejante pregunta, que acababa de llegar a la ciudad, y me alejé rápidamente de aquel lugar, no sin bastante confusión, con la creencia de que había sido objeto de una broma o de algún malentendido.

El asunto del “chocolate” se aclaró al día siguiente, entre carcajadas destempladas, nada menos que en los pasillos del Archivo General de Indias, luego de conocer a Antonio Dueñas y Maite Pita, los primeros jóvenes españoles —él cordobés y ella vasca— con los que alterné durante ese mi primer día completo en la ciudad. Mis flamantes amigos me dijeron que aquellos muchachos de la noche anterior debieron haberme tomado por uno de esos traficantes moros de hachís, droga resinosa conocida popularmente en la localidad como chocolate, que no pocos intelectuales bohemios, pasotas (jóvenes marginales) y pijos (hijos de familias acomodadas) de la ciudad tenían la costumbre de fumar mezclada con tabaco.

Mi llegada a Sevilla se había producido de manera poco planificada, y a consecuencia de un conjunto de circunstancias más bien fortuitas. Apenas cuatro meses antes, cuando estaba a punto de concluir mis estudios de Historia en Lima, el Instituto Riva-Agüero (donde trabajaba por las tardes) me ofreció la posibilidad de postular como candidato a una beca para hacer investigaciones de mi especialidad —la época virreinal— en alguna ciudad española, durante un año (que, a la postre, dado interesante de la experiencia, logré convertir casi en dos). Era una oportunidad nada desdeñable para el aprendiz de historiador que yo era entonces. Junto con la posibilidad de pasar todo un año hurgando en legajos centenarios, es muy probable que la simple curiosidad por conocer España haya pesado aún más en mi decisión de acogerme a la beca que entonces se me ofrecía de manera tan inesperada.

El Archivo de Indias funcionaba, en la década de 1980, en el hermoso local que antaño, en la época del apogeo de la ciudad, perteneció a la Lonja (o punto de encuentro público) de los mercaderes sevillanos. Dentro de este recinto, situado en pleno corazón de la vieja Hispalis, muy cerca de la gigantesca catedral y de la torre de la Giralda, se conservan miles de documentos que cuentan la historia del imperio español en ultramar, y que cubren el dilatado arco temporal que va desde los viajes colombinos hasta el fin de la presencia colonial española en Cuba, a fines del siglo XIX. Casi no hay tema, por estrambótico que parezca, para el cual no pueda obtenerse algún expediente ilustrativo dentro de este auténtico mar de papeles.

Al lado de los investigadores serios, algunos de los cuales eran verdaderas eminencias en la especialidad de historia virreinal (como el británico David Brading, el francés Nathan Wachtel, el estadounidense John Rowe, o el peruano Guillermo Lohmann Villena), no escaseaban tampoco en el Archivo de Indias personajes pintorescos. Recuerdo, por ejemplo, a aquel acaudalado norteamericano que se apareció un día en los pasillos del archivo buscando a un par de historiadores (que resultamos ser al final un amiga española y yo) para ocuparse de un trabajo harto especial: mientras buceaba durante uno de sus cruceros en yate por el Caribe, este magnate había encontrado casualmente cierta antiquísima pieza de artillería de bronce, y moría de curiosidad por identificar el naufragio al que debió pertenecer dicha culebrina (tal era el nombre técnico) con la que terminó topándose en circunstancias tan singulares. No encontramos mucho. Poco tiempo después, llegó al Archivo de Indias un experto en piratas y en tesoros ocultos en el fondo del mar, también pintoresco, pero en otro sentido. Se llamaba Fernando Serrano Mangas y era extremeño. Sólo que el acaudalado norteamericano ya había partido a su país hacía semanas. Quién habría dicho entonces que el “pirata” Fernando se iba convertir, con los meses y con los años, en uno de los grandes amigos verdaderos (muy pocos) que he tenido en mi vida. Su sobriedad cultural de extremeño era sólo una primera impresión. Lograda la confianza, conversábamos de todo y de todos, con locuacidad muy poco extremeña,  desde los grandes temas históricos hasta el plano de la “cotilla”, el chisme español, tan sabroso como los chipirones o las gambas al ajillo que comíamos (devorábamos, sería mejor decir, a nuestros veintes) en los bares de Sevilla.

Las búsquedas consagradas a mi tema de estudio no dejaron de procurarme sorpresas. A cada paso, confundidos entre informes puramente burocráticos, aparecían expedientes que más parecían proporcionar materia prima para un relato literario que datos para las fichas de un historiador: desde solicitudes de arbitristas alucinados (o pícaros) que acompañaban a sus reportes mapas fantasiosos sobre minas o entradas desconocidas a la selva, hasta legajos que contaban historias de indios que eran comisionados para llevar a monarcas españoles contemporáneos de Lope de Vega, Góngora, Velázquez y Murillo (en viajes que debieron ser de Odisea), animales exóticos provenientes de sus lejanas posesiones peruanas. A la corte de Madrid arribaron, efectivamente, halcones andinos e incluso jaguares de la Montaña que, alguna vez -como consta en cierto documento-, se escaparon en los campos de Castilla, originando escándalos mayúsculos.

En el Archivo de Indias descubrí que el Inca Garcilaso de la Vega (quien precisamente pasó la mayor parte de su vida en Andalucía) no fue sino el más famoso de toda una serie de nobles indígenas que se aventuraron a hacer el viaje a través del Atlántico. Comprendí también las razones que llevaron a Guamán Poma de Ayala, el cronista indígena de los siglos XVI y XVII (o a quien haya sido verdaderamente), a dibujarse a sí mismo postrado frente al rey Felipe III, haciéndole entrega personal de su crónica, pues estoy casi seguro que‚ si existió como lo imaginamos, él concibió alguna vez el proyecto de embarcarse. No olvido tampoco curioso papel que leí entre los dictámenes del poderoso Consejo de Indias, donde se consigna una orden terminante de detención y de reembarque contra cierto “indio del Perú” que, en la Sevilla barroca de Valdés Leal, andaba —según parece sugerir el documento que comentamos— vagabundeando y de jolgorios, completamente olvidado de la gestión burocrática que lo había llevado a la Península. Por muchas razones, pese a los siglos que me separaban de ellos, no podía yo dejar de sentir simpatía frente a personajes tan humanos, y en los cuales, por momentos, parecía encontrar un reflejo de mi propia experiencia.

A decir verdad, las enormes satisfacciones que deparaba la investigación cotidiana en el Archivo de Indias daban paso, a la hora de salida, a otro tipo de experiencias muy diversas. Comenzaban entonces interminables tertulias y veladas que yo pasaba en compañía de numerosos amigos españoles e hispanoamericanos, y que tenían lugar tanto en el centro de la ciudad, como en la otra ribera del Guadalquivir, en el barrio de Triana, también entre fiestas y jolgorios, como le había sucedido trescientos años antes al indio peruano que descubrí en el archivo. Eran diversiones difíciles de esquivar, pues creo que Sevilla es y ha sido, casi desde tiempo inmemorial, una ciudad que siempre se encuentra celebrando algo, barrocamente, en el más exacto sentido que le podamos dar a esta palabra. Es un eterno retorno festivo que termina atrapándolo a uno casi irremediablemente, y que sin duda tiene que ver con las tradiciones heredadas del pasado fastuoso que tuvo la ciudad en sus diferentes épocas, muy particularmente del período que corre desde la llegada de los españoles a América hasta las primeras décadas del siglo XVII, cuando Sevilla y su gremio de mercaderes se convirtieron en un auténtico foco de poder mundial.

“¿Es que acaso estamos en Carnaval?”, recuerdo haber pensado durante una de mis salidas matinales de la Escuela de Estudios Hispanoamericanos (donde entonces vivía), cuando me topé con la chica que habitaba la casa del frente, como siempre ocurría a esa hora del día: estaba vestida con un traje desmesuradamente fiestero, rojo con motas blancas, y lleno de bobos y encajes. Era el mes de abril, casi inmediatamente después de Semana Santa, y mi sorpresa fue aún mayor cuando descubrí que la calle de Las Sierpes (especie de Jirón de la Unión sevillano) y todas las demás arterias del Centro estaban en realidad llenas de mujeres vestidas de manera parecida. La razón de este espectáculo multicolor era bastante simple: estaba contemplando el atavío tradicional que las mujeres sevillanas se ponen en tiempos de la Feria de Abril. Localizada físicamente en un inmenso recinto surcado de vías por donde transitan caballos y hasta carruajes, la parte más vital de la Feria tiene lugar en realidad al interior de las muchas casetas (excluyentes o públicas, aristocráticas o populares, familiares o con contenido político) que allí son montadas, y donde se conversa, se bebe fino y se baila y canta hasta el agotamiento al ritmo de rumbas y sevillanas. Este evento contagia con su espíritu al conjunto de la urbe y es, en verdad, la simple continuación profana del crescendo festivo que se inicia anteriormente con la Semana Santa. Está bien empleado aquí el término festivo, y no sólo con relación al temperamento de la Feria, sino al de la misma Semana Santa, pues la presencia de penitentes descalzos con capirotes, y de esas espaldas llagadas de los cargadores de las muchas imágenes (o pasos) que salen en procesión, no opaca en lo absoluto la alegría que transmite el desplazamiento multitudinario de la Macarena o de la Virgen de Triana (vírgenes rivales y con identidades propias a las que los andaluces cantan saetas que suenan como oraciones musulmanas, y a las que lanzan gritos de “¡guapa, guapísima!”, como si se tratara de reinas de belleza en un concurso). Ello tiene, en verdad, poco que ver con el carácter más bien trágico que suelen manifestar las procesiones peruanas, aún considerando la evidente ligazón histórica que une ambas tradiciones.

La Semana Santa y la Feria de Abril son ocasión perfecta para observar las tradiciones sincréticas y abiertas al mestizaje de una sociedad con un pasado sumamente denso y complejo. Allí se funden aportes bereberes, celtíberos, cartagineses, greco-romanos, germánicos, musulmanes, cristianos y judíos, y cuyo reflejo se advierte hoy en día, a simple vista, no sólo en las tradiciones culturales, sino incluso en los múltiples tipos raciales que se encuentran en la ciudad. Extraordinaria fusión y evidente vocación asimilativa de una cultura que tanto parece diferenciarse del temperamento de las sociedades del norte de Europa. Tradición y vocación sincréticas que, pese al trauma de la Conquista, explican también con claridad la profunda huella dejada por España en países como el nuestro, así como el importante contraste que distingue a este tipo de colonización de la que practicaron en su momento otros pueblos europeos. Por último, una tradición sincrética tampoco exenta de conflictos (que por momentos me hicieron recordar las ambivalentes actitudes peruanas en torno de lo indio), pues, por ejemplo, ninguna muchacha sevillana, aunque sea morena y bella como una Scherezade, y aunque mueva las manos al bailar con sensualidad francamente oriental, acepta rara vez que se la considere como descendiente de las mujeres de Al-Andalus y, en general, que se la asocie con los años del predominio musulmán. No en vano el pináculo de la Giralda, símbolo de Sevilla, sobrepuesto como lo está efectivamente al cuerpo esencialmente musulmán de dicha torre, representa, en verdad, el triunfo del Cristianismo, de manera parecida a lo que ocurrió en el Cusco con los templos españoles construidos sobre las ruinas incaicas. En todo caso, conflictivo y contradictorio o no, me quedó muy claro que el orgullo por la tradición local, por su recreación e importancia integradora, no era incompatible con el bienestar económico, que entonces, en el apogeo de la primavera democrática de la era posterior a Franco, se manifestaba de manera tan evidente en Andalucía y en toda España.

Esos meses estupendos que pasé en Sevilla culminaron para mí, realmente, una tarde de fines de septiembre de 1983, que pasé con amigos entrañables, en un bar-restaurante situado cerca de la Torre del Oro, casi mirando al río Guadalquivir, y no muy lejos de la celebérrima plaza de toros o Maestranza. Venía de finalizar mi última jornada de investigación en el Archivo de Indias, y sabía que me quedaba poco tiempo en la ciudad, pues mi beca había expirado el mes anterior. Fue precisamente en ese lugar, que parecía escogido deliberadamente para recrear la imagen tradicional que se tiene de Sevilla, cuando me invadió por completo una extraña sensación de haber pertenecido siempre a esa ciudad que tan bien me había acogido, como nunca imaginé que pudiera sucederme en algún lugar fuera del Perú.

Abandoné Sevilla pocos días después, presa de una irreprimible tristeza, desde la estación ferroviaria de Córdoba (que ya no existe), una todavía muy calurosa noche de comienzos de otoño. De vuelta en el Perú, todo volvió a la normalidad, a la familia, a los estudios, al trabajo. Pero la intensidad de la vida nunca borró del todo el recuerdo de la ciudad andaluza. Su imagen se me aparece en los momentos más inesperados, casi siempre entre los puentes de Triana y de San Telmo, frente a la Torre del Oro, deslumbrante con los naranjas y rojizos de la aurora, envuelta en aroma y frescor, sobre el espejo del Guadalquivir.

 

Lima, 21 de enero de 2015

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Discurso de presentación del libro Andrés A. Cáceres y la Campaña de la Breña

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PALABRAS DE AGRADECIMIENTO DEL MAGÍSTER HUGO PEREYRA PLASENCIA, EN LA CEREMONIA DE PRESENTACIÓN DEL LIBRO
ANDRÉS A. CÁCERES Y LA CAMPAÑA DE LA BREÑA (1882-1883)
Instituto Riva-Agüero, 14 de junio de 2007
Dra. Margarita Guerra Martinière, Directora del Instituto Riva- Agüero

Dr. José Agustín de la Puente Candamo, Presidente de la Academia Nacional de la Historia

Representante del Dr. Iván Rodríguez Chávez, Presidente de la Asamblea Nacional de Rectores

Señoras y señores:

Mis primeras palabras de gratitud se dirigen a los tres comentaristas de mi trabajo, doctores José Agustín de la Puente Candamo, Margarita Guerra Martinière y Oswaldo Holguín. Los tres fueron mis profesores en la Maestría y en el nivel formativo de la Licenciatura, y todavía lo son, y continuarán siéndolo, en un sentido más amplio. Sus interesantes y también generosas palabras me eximen de mayores comentarios en detalle, que no me corresponde hacer en mi calidad de autor del trabajo. Sólo quiero apuntar que el análisis de los presentadores me ha hecho ver facetas del libro en las que no había reparado. Creo que ello ocurre porque todo libro comienza a tener una vida independiente del autor que le dio origen. Esto, a mi juicio, es muy afortunado, porque refleja el inicio de un proceso de diálogo entre el texto y el público al que va dirigido.
Otra vez: muchísimas gracias por este inteligente despliegue de erudición y de sentido crítico.

La publicación de este libro ha sido posible por la iniciativa de la Asamblea Nacional de Rectores, cuya presidencia, a cargo del Dr. Iván Rodríguez Chávez, convocó en 2005 el Primer Concurso Nacional de Tesis Universitaria de Posgrado. Se trató de un importante y loable esfuerzo cuya prevista continuidad representará un evidente estímulo para la investigación académica en nuestro país.

Dicho esto, quisiera añadir solamente breves comentarios sobre tres temas. En primer lugar, sobre la urgente necesidad ubicar, transcribir, publicar y, eventualmente, digitalizar, el mayor número posible de documentos oficiales y privados del tiempo de la Guerra del Pacífico, que todavía permanecen inéditos en los archivos públicos y en las colecciones particulares. En segundo lugar, sobre la necesidad de afirmar la corriente historiográfica nacional orientada a los estudios biográficos. En tercer lugar, sobre el significado de la palabra héroe, aplicada a Cáceres, en la circunstancia de nuestro tiempo.

1) Ausencia de grandes trabajos documentales peruanos sobre el tiempo de la Guerra del Pacífico

Entre 1979 y 1981, cuando era alumno de los cursos de Etnohistoria Andina y de Etnohistoria Rural Andina, su catedrático, el renombrado y recordado Dr. Franklin Pease, nos decía que, salvo algunas excepciones, el trabajo positivista no había sido llevado a cabo en el Perú. Con esto quería decir que, a diferencia de lo que ocurrió en países como Francia, e incluso Chile, los años finales del siglo XIX e iniciales del siglo XX no habían sido marco de ningún trabajo sistemático de ubicación, restauración, interpretación y publicación de fuentes primarias, esencialmente conservadas en los archivos. Nunca sentí con mayor claridad la lucidez de esta observación que cuando inicié el trabajo de investigación que condujo al libro que hoy ha sido presentado. La idea inicial era, en apariencia, bastante sencilla: si quería conocer el pensamiento de Cáceres durante los años 1882 y 1883, me parecía imprescindible ubicar el mayor número posible de documentos firmados por él durante ese tiempo, en secuencia cronológica. En verdad, el esfuerzo probó ser muy grande porque sólo una parte de estos documentos habían sido publicados adecuadamente, la mayor parte de ellos en la colección Ahumada Moreno del siglo XIX y en las que ha realizado recientemente el historiador peruano Luis Guzmán Palomino. Cabe destacar también el esfuerzo llevado a cabo por el Ejército del Perú a propósito de la conmemoración del centenario de los triunfos de Pucará, Marcavalle y Concepción. Aparte de estos documentos publicados, unos debieron ser ubicados en antiguos impresos, especialmente en periódicos. Otros lo fueron en repositorios documentales. El Archivo General de la Nación, el Archivo Histórico-Militar, la Sala de Investigaciones de la Biblioteca Nacional, el Archivo Central del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú y el Archivo Histórico Riva- Agüero contienen manuscritos originales de Andrés A. Cáceres correspondientes al período estudiado y también, ocasionalmente, a épocas anteriores. Los que se conservan en esta Casa fueron oportuna e inteligentemente transcritos y comentados por Rafael Sánchez Concha en 1993. Es casi seguro que los archivos de Junín y de Ayacucho conservan manuscritos e impresos relevantes que pueden completar esta serie penosamente reconstruida. Este esfuerzo me hizo reflexionar en las palabras del Dr. Pease y en la perentoria necesidad de organizar una base de datos, de preferencia digitalizada, de documentación sobre toda la Guerra del Pacífico. Si para el período de la Independencia disponemos de una notable colección documental que data de la década de 1970, no veo la razón por la cual no se pueda hacer un esfuerzo similar para el tiempo de la Guerra del Pacífico, que pueda facilitar el trabajo de los historiadores interesados en el tema. No hay tampoco un catastro unificado que permita precisar en qué archivos se conservan los distintos periódicos peruanos y chilenos publicados en el país durante la invasión de 1879 a 1884. Con todo su valor, la vieja colección chilena Ahumada Moreno refleja sólo una parte del acervo documental de la guerra. Creo que ello ha quedado muy claro en el caso específico de esta investigación sobre el Brujo de los Andes.

2) Afirmación de la corriente de estudios biográficos

Resulta muy estimulante el crecimiento gradual de una corriente de estudios biográficos en nuestro país. Remontándome a los últimos lustros, puedo referirme, por ejemplo, a los trabajos del Dr. de la Puente sobre Miguel Grau, del Dr. Holguín sobre Ricardo Palma y de María Rostworowski sobre Francisca Pizarro. Hace pocos días compré en el Instituto Riva-Agüero la interesantísima biografía de Francisco Pizarro del historiador francés Bernard Lavallé, escrita en un apasionante lenguaje narrativo. Esta biografía es otra lectura, diferente, aunque complementaria, de los renombrados trabajos sobre el mismo tema llevados a cabo por el recordado Dr. José Antonio del Busto y por Rafael Varón Gabai.

Estoy convencido de que este crecimiento de la producción biográfica y de la historia política y narrativa refleja, en nuestro país, una sana renovación historiográfica. Como digo en mi libro, no se trata de volver a los estilos de Tácito y de Carlyle. La idea es aprovechar los estudios existentes en historia económica, social y cultural, para dotar al relato político-biográfico de un tramado serio y seguro, sin restarle pasión ni colorido.

Por otro lado, el redescubrimiento de la biografía refleja también, a mi entender, otra tendencia de la historiografía contemporánea: la afirmación de la descomunal importancia que la voluntad de los individuos, per se, puede alcanzar a tener en el desencadenamiento y sucesión de los acontecimientos políticos.

3) Reflexión sobre los héroes peruanos

Cáceres es un héroe nacional no sólo porque brotó de una tragedia colectiva, sino también porque representó una fuerza, un empuje, indoblegable hacia la unidad de todos los peruanos. Ello, a pesar del cáncer político-partidario que dividía a la clase gobernante de entonces en feudos prácticamente irreconciliables. Ello también, pese a las hondas diferencias sociales, e incluso ligüísticas, que separaban a los peruanos urbanos de la Costa y los campesinos de la Sierra, sólo por citar los dos casos más extremos, dentro de una gradación regional, social y racial verdaderamente extraordinaria. Es duro reconocer que el esfuerzo de Cáceres se siente, por momentos, como marchando a contracorriente de estas fuerzas desintegradoras. El resultado, que hasta ahora admira a los peruanos, fue el logro, en importantes sectores de la población, de una unidad que, aunque pasajera, no dejó de tener resultados espectaculares y, sobre todo, tangibles, en ese tiempo terrible de una invasión extranjera, cuando incluso llegó a hablarse alguna vez, en la prensa extranjera, y en otros círculos, de una posible desaparición del Perú. El Cáceres del tiempo de la Breña también es un héroe porque no actuó movido ni por el dinero ni por la vanidad, resortes habituales en muchos de los protagonistas de la Historia Universal. Y tampoco, por cierto, como alguna vez se ha insinuado con mala intención, por la apetencia de poder, el resorte de los resortes, también en un plano universal. Dos veces rechazó Cáceres la Presidencia de la República durante el tiempo que estudiamos: primero, a comienzos de 1882, poco tiempo después de haber sido proclamado por sus tropas de Chosica; y después, cuando, huido de Arequipa rumbo a Bolivia, el presidente Lizardo Montero le entregó el mando supremo. En esta última ocasión, Cáceres puso de lado este cargo y se aferró a su vieja posición de Jefe Superior Político y Militar de los Departamentos del Centro, cargo asociado a los días de gloria de Pucará, Marcavalle y Concepción. La verdad, con semejantes datos, resultaría absurdo adjudicar al soldado sencillo y profundamente abatido de los últimos meses de 1883 que fue Cáceres, el epíteto de ambicioso, tan recurrente en nuestra historia republicana.

Además del sentido de justicia que brota de fundamentar historiográficamente la grandeza y el significado de Cáceres como héroe nacional, echando por tierra el supuesto -sostenido por algunos- de que su heroísmo fue una construcción artificial del Segundo Militarismo y de las efemérides militares del siglo XX, resulta también muy importante proyectar esta imagen pura, sacada de las fuentes primarias, hacia el Perú de hoy y, muy particularmente, hacia su juventud.

Pertenezco a una generación que, en muchos sentidos, y particularmente en el contexto del vertiginoso desarrollo de la Cultura de la Información, ha aguzado su sentido crítico frente a la realidad que la circunda. Esta generación ha identificado muchas veces, con lucidez, a falsos (o dudosos) héroes, tanto del presente como del pasado, cuyos nombres no vale la pena repetir aquí. Pero este sentido crítico ha llevado también, a veces, de manera pavorosamente injusta, a barrer, por igual, y sin distinguir, a los falsos héroes y a los verdaderos. Qué duda cabe de que Grau, cuyo más distinguido biógrafo está aquí con nosotros, es uno de estos héroes auténticos. Lo mismo puede decirse de tantos otros, como Alfonso Ugarte, el millonario de Tarapacá y combatiente mártir de Arica, a quien no hace mucho, con gran sentido de justicia, se dedicó una hermosa estatua y un parque en San Isidro. Y lo mismo, en fin, puede y debe decirse de Cáceres y de sus infinitamente sacrificados jefes, oficiales, soldados y guerrilleros. A veces se cometen injusticias, y no sólo con relación al ilustre caudillo ayacuchano, que es el centro de nuestros comentarios. Además de la figura más conocida de Leoncio Prado, ¿qué joven de nuestros días conoce detalles de la vida de los mártires de Huamachuco Emiliano Vila y Enrique Oppenheimer? Ambos, muy jóvenes, de origen civil, intachables en sus vidas personales, murieron combatiendo desesperadamente en Huamachuco, espada en mano, con una valentía que nos hace recordar a los antiguos romanos del tiempo republicano. Ello ocurrió también en los casos mejor conocidos del marino Luis Germán Astete y del coronel Juan Gastó, por mencionar sólo dos entre muchos ejemplos. Por su sacrificio, su pureza conmovedora y su desinterés, el Perú les debe un reconocimiento público largamente mayor del que actualmente tienen. Si ellos no son héroes, entonces yo no sabría como llamarlos.

Desde hace apenas dos o tres décadas, y pese a la persistencia de los abismos sociales, hay muchas señales de que, por fin, nuestra Nación comienza a tener un perfil definido, particularmente en el ámbito cultural. La Sierra parece haberse abrazado a la Costa (como la abrazó fugazmente durante la Campaña de la Breña y en las postrimerías de la guerra civil que concluyó a fines de 1885). Los ojos de los peruanos curiosos de conocer lo nuevo ya no están centrados únicamente en el exterior, sino también en el viejo interior serrano y selvático de nuestro país. Productos culturales peruanos han sido ya elevados a un rango de apreciación universal. Y, finalmente, pese a enormes dificultades, parece vislumbrarse un esquema de desarrollo económico y social de largo plazo dentro de una realidad de alternancia de poder y de madurez política.

Esta sociedad bullente, llena de posibilidades, heredera de tantos tesoros culturales, requiere sin duda de símbolos. Y parte importante de estos símbolos son sus héroes. Me refiero a sus héroes auténticos. ¿Qué mejor lección de civismo y de amor por su país es la que cualquier profesor podría dar en las escuelas relatando simplemente a sus alumnos las vidas de estos héroes?

Y mal haríamos si no incluyéramos entre ellos a Cáceres, al líder de la resistencia en la Sierra contra la invasión extranjera, al tenaz unificador del país, al héroe que hablaba de la Patria, en quechua, a sus soldados y guerrilleros.

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BREVE NARRACIÓN DE LA CAMPAÑA DE LA BREÑA

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Breve narración de la Campaña de la Breña (1881-1883)

El 17 de enero de 1881, luego de las batallas de San Juan y Miraflores, Lima fue ocupada por el ejército de Chile. Desde marzo de 1881, movido por el deseo de tener un interlocutor, el gobierno chileno aceptó la constitución en Lima de un régimen peruano dominado por los civilistas, enemigos políticos del dictador Nicolás de Piérola, quien se había desplazado hacia el interior con unos pocos restos de sus fuerzas luego del desastre militar en las puertas de la capital. En la práctica, ello condujo a la existencia de dos regímenes peruanos paralelos: la dictadura en la Sierra y el gobierno de La Magdalena en Lima.

Entre abril y julio de ese año tuvo lugar la primera incursión chilena hacia la Sierra Central, encabezada por el comandante Ambrosio Letelier, quien se caracterizó por su corrupción, por la abusiva e indiscriminada imposición de cupos a nacionales y extranjeros, y por la brutalidad ejercida, especialmente, contra las poblaciones campesinas de Huánuco y de Junín. Esto fue, no cabe duda, un aviso para los habitantes de esa parte del país, que comenzaron a sentir una amenaza hasta ese momento desconocida.

Recuperado de una herida recibida en la batalla de Miraflores, el coronel Andrés A. Cáceres escapó de Lima bajo ocupación militar y subió a la Sierra a ponerse a las órdenes de Nicolás de Piérola. En abril, habiendo sido ascendido previamente a general de brigada por sus méritos en la defensa de Lima, fue nombrado por el dictador Jefe Superior Político y Militar de los Departamentos del Centro. En ese tiempo, coincidiendo con la expedición dirigida por Letelier —a la que casi no se pudo oponer resistencia— Cáceres apenas empezaba la organización de sus tropas regulares y de sus cuadros guerrilleros.

Para asombro de las fuerzas invasoras acantonadas en Lima bajo el comando de Patricio Lynch, muy pronto, a fines de 1881, todo un ejército peruano, organizado por Cáceres, ocupaba con tiendas de campaña la estrecha quebrada de Chosica. Los acontecimientos se precipitaron durante el último trecho del año cuando Francisco García Calderón, cabeza del régimen de La Magdalena, se negó altivamente a aceptar un tratado de paz que implicara la cesión formal de los territorios conquistados por Chile en el Sur del Perú durante las primeras fases de la guerra. Como represalia, García Calderón fue deportado a Chile y la autoridad pasó a manos del vicepresidente, el contralmirante Lizardo Montero, que entonces se encontraba en Cajamarca. Montero contaba con el respaldo del representante de los Estados Unidos en el Perú (que a la postre resultó efímero), dentro del ajedrez de poder de las potencias de la época, encabe- zadas por Inglaterra, que no dejaban de mirar con interés la guerra en el Pacífico, ávidas siempre por consolidar mercados, obtener materias primas y afirmar su influencia política en lo que para ellos era la lejana periferia del mundo.

En noviembre de 1881, acatando la voluntad de la mayor parte de las fuerzas peruanas del Norte, del Sur y las de su propio campamento de Chosica, Cáceres dio el paso de desconocer la autoridad de Piérola. Posteriormente, el 24 de enero de 1882, esperanzado en los ofrecimientos del Ministro de los Estados Unidos de presionar a Chile para obtener una paz sin cesión territorial, y no sin grandes dudas, optó por plegarse al régimen de Montero. Desde febrero de 1882, la autoridad del nuevo mandatario peruano se extendía, además de Arequipa y la Sierra Sur, a la Sierra Central, a cargo de Cáceres, y a la Sierra Norte, con base en el departamento de Cajamarca, bajo Miguel Iglesias, quien había recibido el mando en esta área de manos del propio Montero, el cual fijó temporalmente su gobierno en Huaraz. Apartado del poder, Nicolás de Piérola se había dirigido a Lima, donde residió por algún tiempo con la anuencia de las autoridades chilenas de ocupación.

Para comienzos de enero de 1882, una segunda expedición chilena había emprendido su marcha hacia la Sierra Central con el objeto de destruir a Cáceres. Luego de abandonar sus posiciones de Chosica y de permanecer por un breve tiempo en Jauja (donde reconoció a Montero el día 24), el jefe peruano esquivó el golpe y se batió hábilmente en retirada en el departamento de Junín, durante el primer combate de Pucará (el 5 de febrero), acantonándose por último en Ayacucho. Antes, en forma increíble, tuvo que dominar allí un motín militar encabezado por el coronel peruano Arnaldo Panizo, de simpatías pierolistas y declarado adversario del régimen de Montero que Cáceres acababa de reconocer. Ello había impedido hacer una resistencia más efectiva a los chilenos que avanzaban sobre Junín.

Establecido en Ayacucho, su ciudad natal, Cáceres se dispuso a acelerar la organización de sus fuerzas. Más al Norte, también desde febrero de 1882, y siempre continuando los malones contra las poblaciones campesinas «con todo su cortejo de horrores», los chilenos ocuparon La Oroya, Tarma, Cerro de Pasco y el eje Jauja-Huancayo hasta la zona fronteriza con el departamento de Huancavelica. Presos en sus cárceles mentales, y envenenando el ambiente local contra sus propios intereses, los oficiales y soldados chilenos acometían a las pacíficas comunidades campesinas peruanas con la misma voluntad de exterminio que habían mostrado, antes del conflicto, en las prácticas usuales de guerra contra los levantiscos mapuches del lejano Sur del Continente. Entre marzo y abril de 1882, las comunidades campesinas de Junín, con algún concurso de los terratenientes del área y de oficiales enviados por Cáceres, y con el claro respaldo de la Iglesia local, se levantaron contra sus opresores extranjeros. El episodio más dramático de esta lucha fue la defensa de Chupaca, el 19 de abril de 1882, donde hombres y mujeres débilmente armados resistieron con desesperación, casi hasta el exterminio, el feroz asalto de la caballería chilena.

Cáceres inició su ofensiva los primeros días de junio de 1882 y partió con su ejército desde Ayacucho rumbo al departamento de Junín, a tentar a la fortuna, en el que, sin duda, fue uno de los grandes momentos de la historia peruana. Muy poco antes de la salida de sus fuerzas, el primero de ese mes, se había dirigido a sus soldados, diciéndoles:

«Hace tres meses escasos que llegasteis a esta noble capital de gloriosos recuerdos históricos…Hoy la salud y la honra del Perú nos llaman al departamento de Junín, allí donde los pueblos han levantado la sagrada enseña de la nación contra el invasor…Vuestra misión no puede ser más noble y generosa… la victoria no podrá negaros sus favores…»

Para suerte de la causa nacional, las deserciones y los efectos desastrosos de las pestes de viruelas, tifoidea y fiebre amarilla que infestaban los cuarteles invasores, movieron al comando chileno de Lima a ordenar, el 16 de junio, un repliegue de sus fuerzas de solo parte de la zona ocupada en la Sierra. Muy probablemente enterado de esta situación pocos días después, Cáceres comenzó a dar los pasos necesarios para convertir este simple repliegue en una apurada retirada general chilena de toda la Sierra Central. Cáceres llegó a Izcuchaca, casi a las puertas del departamento de Junín, cuando las comunidades del área habían tomado las armas. Nueve días después, en el pueblo de Acostambo, el 29 de junio de 1882, Cáceres escribió un oficio a su amigo Tomás Patiño, Prefecto de Huancavelica, donde pueden leerse las siguientes palabras que reflejan el tenso ambiente de esos momentos:

«Tal ha sido el denuedo de nuestros guerrilleros, que tan solo armados de lanzas, no sólo han contenido a los opresores, sino que han marchado de frente, hasta hacerlos retroceder, dando muerte a lanzadas y despedazándolos. Ignoro las bajas del enemigo; sólo he visto con impresión algunas cabezas de ellos en las puntas de las lanzas que los indígenas traían como trofeos de guerra».

El mes siguiente, Cáceres dio la orden de ataque general de todas sus fuerzas sobre el departamento de Junín, que arremetieron con gran ímpetu sobre las avanzadas enemigas.

Con los buenos resultados de los combates en Marcavalle, Pucará (segundo) y Concepción (9-10 de julio de 1882), la campaña contra los invasores alcanzó su clímax. Como no se veía desde los días de la batalla de Tarapacá en la Campaña del Sur, los soldados chilenos retrocedían en pánico y arrojaban sus armas para correr mejor, acosados por grandes masas de guerrilleros y por las fuerzas regulares nacionales que atacaban en forma coordinada. En Concepción, un destacamento chileno que no quiso rendirse fue exterminado por campesinos enfurecidos a consecuencia de recientes agravios. En conjunto, fue el mejor momento del pequeño Ejército del Centro, así como de las fuerzas auxiliares indígenas de Junín y de Huancavelica, que se dirigían en quechua al taita Andrés A. Cáceres. El 19 de julio de 1882, apenas dos días después de que el ejército chileno del coronel Estanislao del Canto se retirara penosamente de la Sierra Central por pasos cubiertos de hielo cargando sus heridos y enfermos a cuestas, Cáceres ingresó en triunfo en Tarma en medio de repiques de campanas y rodeado del entusiasmo de sus compatriotas.

El 13 de julio de 1882, por la misma época de los triunfos de Cáceres en el Centro del país, el departamento de Cajamarca fue escenario de la exitosa acción de San Pablo contra una fuerza chilena merodeadora, como clara expresión de la cólera y del hastío del pueblo frente a los abusos del invasor. La desolación que trajo al departamento la operación punitiva chilena que siguió a San Pablo, y las enormes dificultades para contrarrestar la marea destructiva en ese terrible tiempo de desmoralización y de desorden social, estuvieron entre las motivaciones que tuvo Miguel Iglesias para ponerse a la cabeza de una corriente de opinión orientada a buscar la paz con Chile, de la cual —como revela el epistolario de Cáceres— llegó a ser consciente el mismo caudillo ayacuchano. El 31 de agosto de 1882, el mismo día en que Montero hacía su ingreso a la sede del gobierno constitucional en Arequipa luego de permanecer por unos meses en Huaraz, Iglesias lanzó desde su hacienda de Montán, en Cajamarca, un manifiesto donde se mostraba partidario de firmar la paz con Chile para terminar con la ocupación del país. Comenzaron a confluir, de un lado, un estilo de colaboración con los chilenos que en algunos casos asumió la forma de una abierta traición y, de otro, la necesidad cada vez más imperiosa del país vencedor de poner término a una ocupación ya demasiado larga y que empezaba a ser costosa por el agotamiento de los recursos del país luego de más de tres años de guerra. Preocupaba además a los dirigentes chilenos el elemento de incertidumbre que había introducido la inesperada resistencia de Cáceres, al extremo de haberles hecho considerar en agosto de 1882, luego de la precipitada evacuación chilena de la Sierra Central, la posibilidad de un retiro de todas sus fuerzas detrás de la Línea de Sama en el Sur del Perú.

Cáceres se distanció violentamente de Iglesias (a quien alguna vez llegó a llamar «teniente chileno»), y lo responsabilizó de la ruptura de la unidad de los peruanos en torno al gobierno de Arequipa que era, además, el nexo con la aliada República de Bolivia. Desde inicios de 1883, con el propósito de iniciar conversaciones para arribar al ansiado acuerdo político que confirmara las conquistas de Chile en el Sur, el gobierno ese país reconoció al régimen de Cajamarca todavía de manera informal. Luego de unos meses de vacilación, el presidente Domingo Santa María había terminado por convencerse de la utilidad que la actitud de Iglesias tenía para su causa. De hecho, las primeras conversaciones tuvieron como punto de partida la cesión incondicional de Tarapacá a Chile, que Iglesias y sus partidarios aceptaban como precio para obtener la paz.

Las Conferencias de Chorrillos entre los chilenos y los representantes de Iglesias tuvieron lugar en marzo, abril y mayo de 1883, precisamente por los días en que Cáceres ejercía mayor presión con sus fuerzas regulares y guerrilleras en las sierras aledañas a Lima. En febrero, con su lucidez característica, Santa María había expresado, refiriéndose a Cáceres: «ese montonero es el verdadero Arequipa hoy». Con ello quería decir que sus más temibles adversarios eran Cáceres, el Ejército del Centro y sus guerrilleros, y no las fuerzas peruanas acantonadas en la sede del gobierno de Lizardo Montero.

Ayudado indirectamente por la actividad incesante de Cáceres en la Sierra, José Antonio de Lavalle, el representante clave de Iglesias en las negociaciones diplomáticas, consiguió introducir la figura del plebiscito para el caso de Tacna y Arica. Aunque en la forma precaria que dictaban esas terribles circunstancias de derrota nacional, Lavalle pudo así salvar estos territorios de una simple fórmula de venta forzada que el presidente chileno había llegado a exigir antes del comienzo de las negociaciones. A inicios de mayo, en medio de la impaciencia chilena, el primer borrador del futuro tratado de paz fue aprobado por Miguel Iglesias. Entre abril y mayo de 1883, Santa María concentró nerviosamente sus actividades militares en el objetivo de destruir a Cáceres, cuyas debilitadas fuerzas terminaron replegándose a Tarma. Las tropas chilenas recibieron órdenes de acelerar su marcha hacia el interior en cuanto concluyó la cuarta y última de las Conferencias de Chorrillos, el 3 de mayo. Pese a los esfuerzos de sus soldados y guerrilleros para oponerse a la abrumadora «red de hierro» enemiga que empujó al pequeño ejército peruano hacia los departamentos del Norte del país, y luego de la proeza que representó trasmontar la cordillera Blanca en el paso de Llanganuco, Cáceres fue finalmente derrotado en Huamachuco el 10 de julio, donde estuvo a punto de perecer. A raíz del encuentro y de los fusilamientos ordenados por el coronel Alejandro Gorostiaga, el vencedor de la jornada, casi mil nacionales perdieron la vida. El jefe chileno no hacía sino cumplir las órdenes de Lynch, para quien Cáceres y sus valientes soldados eran montoneros, situados al margen de las leyes de la guerra, a los que había simplemente que exterminar. Huamachuco fue una de las más sangrientas batallas de la guerra, y una hecatombe que conmovió a todo el Perú, inclusive a muchos partidarios de Iglesias, el gran adversario nacional de Cáceres en ese momento. En el plano político, el trágico desenlace fortaleció al caudillo cajamarquino y dejó las manos libres a Chile para atacar a Montero en el Sur.

Poco antes del desastre de Huamachuco, el 23 de junio de 1883, mientras el ejército peruano se replegaba entre los grandes nevados de la Cordillera Blanca en Áncash, un Congreso convocado por Montero en Arequipa había dado una ley por la que se autorizaba una negociación de paz con Chile sobre la base de la cesión de Tarapacá.

Con tenacidad inaudita, Cáceres retornó al Centro a fines de ese mismo mes de julio dispuesto a continuar la resistencia. Sorteó una cacería humana llevada a cabo por chilenos y colaboracionistas que casi estuvo a punto de eliminarlo físicamente en Tarmatambo, donde se defendió a tiros de revólver. Desde Ayacucho, el 12 de agosto de 1883, escribió al gobierno de Montero en Arequipa: «…el desastre sufrido, lejos de abatir mi espíritu, ha avivado, si cabe, el fuego de mi entusiasmo». Sin embargo, y pese al intacto dinamismo de sus guerrilleros, no le fue posible rehacer su ejército por la devastación generalizada. Una última expedición chilena encabezada por el coronel Martiniano Urriola había subido a la Sierra Central desde mediados de 1883 con el propósito de obstaculizar una eventual reorganización militar peruana en los departamentos de Junín, Huancavelica y Ayacucho, área considerada por los chilenos, con gran claridad, como el «nidal» de Cáceres.

En otro ámbito, los propios enemigos, admirados del desempeño del Ejército del Centro en la campaña de Huamachuco, se encargaban, paradójicamente, a través de su prensa, de acrecentar la fama del guerrero ayacuchano entre la población peruana. De hecho, a comienzos de agosto, Cáceres había ingresado a su ciudad natal como un héroe. Iba naciendo así, de manera gradual, el líder político de años posteriores.

A inicios de octubre de 1883, presionado por las fuerzas chilenas de Urriola, Cáceres se refugió en Andahuaylas. Poco después, consideró la posibilidad de viajar a Arequipa para coordinar la resistencia con Montero, en medio de la confusión que comenzaba a apoderarse del gobierno. No obstante, ya era tarde. El 20 de octubre de 1883, dos días después de ser reconocido finalmente por Chile, el gobierno de Miguel Iglesias cedió a ese país el rico territorio salitrero del Sur. El Tratado de Ancón recogía esencialmente los acuerdos alcanzados previamente en las Conferencias de Chorrillos. El instrumento era doblemente traumático pues, junto con el territorio, era entregada a Chile, en los hechos, la población nacional de Tarapacá, de antiquísimas raíces históricas asociadas al Perú, a la que se añadían las de Tacna y Arica, cuyos territorios quedaban retenidos por diez años hasta la realización de un plebiscito.

Cuando todavía estaba fresca la tinta del tratado de paz, y liberado del problema militar que representaba Cáceres en el Centro, el presidente Santa María procedió a dar el siguiente paso dentro de su gran esquema geopolítico: la destrucción del gobierno de Arequipa encabezado por Montero, el aislamiento de Bolivia del mar, la liquidación de la unión peruano-boliviana y el descarte definitivo de toda posibilidad de un arreglo de paz que hubiese podido ser realizado a través de la Alianza. Luego de un confuso levantamiento popular arequipeño, que obstaculizó todo intento de contener a la expedición chilena, Montero abandonó la ciudad asediada y, de paso por Puno, alcanzó a delegar el poder en el segundo vicepresidente Andrés A. Cáceres (nombrado en este cargo por el Congreso de Arequipa) antes de refugiarse en Bolivia. El 29 de octubre de 1883, por la noche, una fuerza de 1,300 soldados chilenos inició la ocupación de Arequipa.

En noviembre de 1883, enterado de la caída de Arequipa, Urriola decidió abandonar el escenario de la Sierra Central. Durante gran parte de su retirada, las tropas chilenas fueron hostigadas por los guerrilleros huantinos del terrateniente-coronel (y probablemente primer cacerista) Miguel Lazón. A fines de ese mes, Cáceres abandonó Andahuaylas y retornó a Ayacucho. En esas amargas semanas finales de 1883, golpeado por la noticia de la ocupación de Arequipa, rodeado de un núcleo de militares y civiles incondicionales en medio de una relativa popularidad nacional de Iglesias, Cáceres firmó algunos de sus documentos más célebres, entre los que sobresale la Nota al Honorable Cabildo de Ayacucho, donde se refirió a las causas que habían conducido al desastre nacional y donde elogiaba, en los términos más expresivos, la generosidad y la valentía de sus guerrilleros.

Los últimos días de diciembre de 1883, sostenido por un pequeño ejército de menos de mil hombres y por sus leales fuerzas irregulares indígenas, Cáceres rechazó una oferta de Miguel Iglesias, el «Presidente Regenerador», para deponer las armas y aceptar el tratado de paz con Chile. Este gesto fue el primer anuncio claro de la tormentosa guerra civil que asolaría el Perú en los dos años siguientes. Pese a haber recibido formalmente el poder por parte de Montero, Cáceres decidió por entonces continuar en su viejo cargo de Jefe Superior Político y Militar de los Departamentos del Centro, asociado a sus días de gloria en la lucha contra los chilenos. No obstante, en los hechos, mantuvo su jurisdicción rebelde al régimen de Montán. En la postrera carta que firmó ese año, Cáceres escribió:

«Cuando se ha pasado por Tarapacá y por Huamachuco, no se puede retroceder sin mengua: no quiero profanar con mis plantas, en ese extraño retroceso, las cenizas de tantas víctimas augustas, ni empañar con una monstruosa deserción las glorias que he podido conquistar para mi patria en sus desgracias».

Difícilmente podía imaginarse una situación más dura para la República: estaban acabadas las esperanzas de una resistencia efectiva, gran parte de las zonas más desarrolladas del país, sobre todo de la Costa, permanecían ocupadas por los invasores sin perspectivas de retiro inmediato, y un gigantesco desorden social dominaba el interior. Para empeorar cosas, comenzaban a asomar sobre el Perú los negros nubarrones de una confrontación civil.

Los desastres de la guerra, la destrucción del país y el pavoroso espectáculo de la división entre los peruanos, habían desencadenado en Andrés A. Cáceres, hacia fines de la Campaña de la Sierra, como se dijo antes, una reflexión sobre los orígenes de la derrota. En general, en sus diversos escritos de los años 1882 y 1883, Cáceres se refirió a algunos de los problemas centrales del país, entre los que destacaban la miopía partidista, la marginación y la explotación de las poblaciones campesinas, y la necesidad de afianzar un sentido más nacional, sobre todo en las «clases directoras de la sociedad». Las cartas y documentos oficiales suscritos por Cáceres en esa época dejan sentir, entre líneas, la inevitable comparación entre el orgulloso Perú de la preguerra, heredero del Virreinato y de las glorias del tiempo del Libertador Castilla y del 2 de mayo, y el país desolado, destruido y anarquizado de finales del conflicto. No obstante, sobre este lúgubre telón de fondo, resplandecen en los textos del general ayacuchano su patriotismo, su valentía y su indudable abnegación. También se perfilan en esas páginas las personalidades de los valerosos civiles que siguieron a Cáceres, así como el heroísmo de sus jefes, oficiales, soldados y guerrilleros, representantes todos ellos de los más diversos sectores sociales del país, unidos en una misma causa nacional, combatiendo sin cesar a los invasores entre los abismos de los Andes

(En su versión inicial, ligeramente distinta de la presente, este texto fue publicado como capítulo primero del libro Andrés A. Cáceres y la Campaña de la Breña (1882-1883). Lima: Asamblea Nacional de Rectores, diciembre de 2006 pp. 35-42. Los textos en itálicas corresponden a palabras de Cáceres.)

Nota del general Andrés A. Cáceres al Honorable Cabildo de Ayacucho

“Ayacucho, Noviembre 29 de 1883

Honorable Cabildo:

Esta Jefatura Superior ha tenido la patriótica satisfacción de recibir el oficio colectivo de ese Honorable Cabildo de fecha 20 de los corrientes.

Cuando todo el país es desmoralización i desconcierto; cuando la ruina de nuestras instituciones no reconoce otra causa que la falta absoluta del sentido moral; cuando los grandes móviles sociales han desaparecido ante el empuje de los innobles propósitos i de los mezquinos i personales intereses, es ciertamente consolador i de fecunda enseñanza el glorioso contraste que ofrecen el pueblo de Acostambo i los demás del Centro de la República levantándose con toda la altivez de la dignidad nacional herida pero no humillada, con toda la desesperación del patriotismo que no se detiene ni ante el sacrificio, resueltos a morir combatiendo contra los enemigos de fuera i de dentro del Perú.

La resistencia que hasta el último instante hacen los pueblos por salvar la integridad i el honor nacional merecerá un lugar en las pájinas [sic] brillantes de la historia del Perú, así como ha merecido ya el aplauso i la admiración sincera del mundo, cuyo alto criterio no juzga de las causas humanas por el éxito que tienen sino por la justicia que defienden.

En el trájico [sic] poema de nuestra guerra de cuatro años, los que mantenemos nuestra mente i nuestro corazón, tenemos forzosamente que desprender esta verdad que implica el remedio de nuestra rejeneración [sic] en el porvenir.

Dos clases de elementos ha contado el Perú en la lucha sangrienta a que Chile lo provocara. El elemento de los capitalistas i el de los audaces: compuesto el primero de comerciantes enriquecidos con la fortuna pública, i el segundo de empleados civiles i militares sin talento i sin carácter encumbrados por su propia miseria a la sombra de revoluciones injustificables que han desmoralizado la República.

Con bases tan efímeras, con medios de acción tan nulos, el resultado de la contienda tenía que ser fatalmente el que ha sido: una serie de derrotas ignominiosas i de estériles sacrificios individuales que sirven como de puntos luminosos en la oscura noche de nuestros infortunios sin ejemplo.

Mas cuando el vigor del patriotismo parecía haberse extinguido por completo; cuando el hundimiento del Perú amenazaba revestir los oprobiosos caracteres de la cobardía, entonces las grandes virtudes cívicas que no existían en las clases directoras de la sociedad reaparecen con más prestijio [sic] i esplendor que nunca en el corazón generoso de los pueblos, de esos mismos pueblos a quienes se titulaba masas inconscientes i a los que menospreciaban siempre, haciendo gravitar sobre ellos en la época de la paz los horrores del pauperismo i la ignorancia, i en el de la guerra los sacrificios i la sangre.

Por mi parte, jamás olvidaré esta lección que puede calificarse de providencial, i desde cualquier punto en que me arroje el destino, tendré una palabra de aplauso i un sentimiento de admiración para los pueblos del Centro i especialmente para el distrito de Acostambo que tantas pruebas de grandeza i valor ha dado en estos últimos años.

Reciba el Honorable Cabildo la expresión de mis respetos i del profundo dolor que esperimento [sic] por las nuevas víctimas de la guerra en esa comunidad, i tenga en todo caso presente que el sacrificio de hoy ha de ser la gloria de mañana.

ANDRÉS A. CÁCERES.

Al Honorable Cabildo de Ayacucho”.

(Fuente: Pascual Ahumada Moreno, Guerra del Pacífico. Recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referentes a la guerra que ha dado a luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo documentos inéditos de importancia (tomo VIII). Valparaíso: Imprenta de la Librería del Mercurio de Recaredo S. Tornero. 1891, p. 329. Véase también el diario limeño La Prensa Libre del martes 1 de enero de 1884 (p. 2). Esta última fuente peruana menciona que el documento fue publicado originalmente en el periódico El Perú de Ayacucho. La versión aquí reproducida respeta la ortografía del siglo XIX. Debido a un aparente error de las primeras reproducciones periodísticas, referido a la exactitud de su título, es probable que esta célebre Nota de Cáceres haya sido dirigida, en realidad, al Honorable Cabildo de Acostambo.)

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EL MÉTODO DE LA HISTORIA POLÍTICA

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EL MÉTODO DE LA HISTORIA POLÍTICA
¿Cómo enfrentarse a un tema que se aparece a nuestra vista como un mar de personajes y de fechas? En primer lugar, hay que tener clara la imagen que sobre el particular nos ha transmitido el historiador francés Fernand Braudel: el centro de nuestra atención –el entramado de los acontecimientos políticos– es como la superficie de un océano por debajo de la cual se agitan corrientes gigantescas que son una metáfora de las grandes fuerzas impersonales de la Historia. Entre éstas cabe citar, por ejemplo, en un nivel milenario, factores demográficos, idiomático-culturales y tecnológicos. También, más próximos a los acontecimientos históricos, encontramos elementos, en su mayoría centenarios, como las instituciones políticas de diversa naturaleza, entre las que sobresale su reina: el estado moderno.

He aquí otra idea que nos puede ayudar: los acontecimientos políticos son historia fugaz, mal registrada, y muchas veces no registrada, o con registro perdido (como ocurrió con los mochicas o los nazcas). ¿Dónde radica la diferencia, por un lado, entre un asesinato político o el discurso improvisado de un caudillo y, por otro, un idioma o la tecnología de construir y hacer funcionar molinos y acueductos? Si no hay un periodista, un analista o un simple testigo que las registre, las entidades del primer tipo –los acontecimientos políticos– se desvanecerán en el tiempo. Las entidades del segundo tipo no requieren registro: son estructuras (así las llamaremos) de desgaste lento, tenaces sobrevivientes de plagas, destrucciones, guerras e invasiones, o del simple paso del tiempo. Los contemporáneos raramente hablan de estas estructuras: simplemente las utilizan y las recrean de manera colectiva. A veces conocemos cuáles fueron algunas de las estructuras de un pueblo perdido del pasado –y nos referimos aquí a estructuras físicas– a través del rastro o de las “ruinas” que han llegado hasta el presente. Esto ocurrió con gran parte del saber andino que conocemos hasta nuestros días, reconstruido a partir de aproximaciones arqueológicas. El castellano puede considerarse también como una estructura. En verdad, este idioma es una poderosa herencia espiritual cuyo origen remoto puede rastrearse en la introducción del latín por los romanos en la antigua Hispania.

Lo que hay que tener en claro es que los acontecimientos políticos y las estructuras forman parte de un mismo paquete vital que nosotros abstraemos por razones de comodidad y de análisis. Tenemos que abstraerlos con el objeto de hacer inteligible el pasado. Lo importante es volverlos a integrar en la síntesis que hagamos. Lo ideal es ubicar un acontecimiento político con todo su trasfondo estructural. Aunque se trata de la simplificación de un vasto panorama historiográfico, puede decirse que los grandes maestros del análisis son los franceses. Allí están, para comprobarlo, El Mediterráneo y el Mundo Mediterráneo en la Época de Felipe II, y Civilización Material, Economía y Capitalismo, ambas obras fundamentales del ya citado Braudel, donde la realidad es dividida en niveles –casi disecada– para su mejor observación y estudio. Por otro lado, los maestros de la síntesis y de la narración son probablemente los anglosajones: la secuencia de los acontecimientos políticos aparece siempre fresca e interesante, descrita en toda su complejidad, pero también interpretada y sostenida, a cada paso, por explicaciones estructurales.

También hay que tener presente que las estructuras no sólo tienen un claro rasgo de permanencia, sino mayor fuerza explicativa en el largo plazo. Hay, por ejemplo, una relación entre los movimientos contra la esclavitud realizados en Europa entre los siglos XVIII y XIX (con toda su secuencia de discursos, protestas y otros episodios) y el desarrollo de la industrialización. De muchas formas, la mentalidad cotidiana ha sido acuñada secularmente por la tecnología. La mentalidad también es producto de tradiciones antiquísimas, muchas de las cuales –como las religiones– tienen una fuerza y una resistencia enormes.

Pero tampoco hay que sobrevalorar la observación de las estructuras. Con toda la imperfección que tienen las metáforas y los modelos para expresar la complejidad político-social (integrada por acontecimientos y estructuras), podríamos decir que, si hablamos de un concierto de música, las estructuras serían los intrumentos mismos, en tanto que los acontecimientos políticos estarían representados por la línea melódica. Recurriendo como espacio metafórico al teatro, diríamos que el escenario, la utilería, e incluso la idea de una obra serían las estructuras, mientras que la actuación y, específicamente, el diálogo, representarían los acontecimientos políticos.

Concentrémonos ahora únicamente en nuestro objeto de estudio: los acontecimientos políticos.

El ámbito de la historia política es, por esencia, diacrónico. El discurrir del tiempo es su alma. También es parte de su esencia el poder, vale decir, la capacidad de influir en el rumbo de una persona o de una colectividad. He aquí los dos elementos claves que merecerán nuestra atención privilegiada. La sola ubicación cronológica exacta de dos o más acontecimientos puede contribuir decisivamente a aclarar un tema. Por otro lado, probablemente por su carácter omnipresente y por enraizarse en la naturaleza humana, el poder es, sin duda, el hilo conductor de casi todas las aproximaciones de tipo político: hay relaciones de conflicto, rebelión, cooperación y sumisión tanto entre los miembros de un cabildo eclesiático o de una universidad, como en el seno de instituciones más convencionalmente situadas cerca de la autoridad, como puede ser una audiencia (en el pasado) o un consejo de ministros (en la actualidad).

La forma clásica de expresión de la historia política es la narración. Ella se refiere a la actuación y al peso diferenciado, dentro de una misma trama de acontecimientos, de un número determinado de personajes. En palabras de Lawrence Stone: “Para emplear la terminología de Maquiavelo, no es posible tratar acerca de la virtu ni de la fortuna si no es de una forma narrativa, o incluso anecdótica, ya que la primera es un atributo humano, mientras que la segunda es un accidente feliz o desafortunado” (véase su obra titulada El Pasado y el Presente).

Hay, no obstante, un grave problema: un mismo acontecimiento puede ser descrito e interpretado de manera diversa por distintos registradores (por lo general testigos de época) o interpretadores (por lo general historiadores o reconstructores del pasado). Para salir de este entrampamiento siempre es útil recurrir al viejo principio del positivismo: si dos o más fuentes independientes entre sí tienen una perspectiva similar sobre un mismo acontecimiento, entonces éste tiene muchas posibilidades de ser verdadero. Es cierto que el positivismo se refería casi exclusivamente a la verdad o falsedad de los acontecimientos históricos. Nosotros podemos hacer extensivo este principio de contrastación a las interpretaciones que diferentes observadores independientes puedan tener sobre los procesos mismos. Por ejemplo, cabe contrastar la visión que un agroexportador, un dirigente sindical, un partidario, o un opositor, tenían sobre un mismo proceso: el gobierno de Oscar R. Benavides en la década de 1930. Al margen de la importancia que puede tener el registro de las opiniones discrepantes, y habiendo tenido cuidado previo de escoger fuentes de calidad, es particularmente útil apreciar que todos los observadores estarán de acuerdo en algo, lo que podría ser un interesante punto de partida para encauzar la investigación.

Lo anterior nos conecta con un asunto teórico final, decisivo: la objetividad del investigador. Una cosa es recopilar visiones discrepantes sobre un mismo tema de historia política y otra, muy distinta (y equivocada), es asignar igual validez a cada uno de estos puntos de vista. Siempre se debe tener presente que la realidad político-social tiene, definitivamente, una consistencia objetiva. La lucidez y la calidad del investigador radican, precisamente, en procurar acercarse a la verdad. Este ejercicio, por momentos oscuro en la vida académica pura, es más claro en la actividad de los policy-makers: cuanto más exacta es la información de que se disponga, cuanto más sofisticada y apegada a la esencia del problema es la investigación, tanto más altas son las probabilidades de que una decisión política pueda tomarse correctamente sobre la base del estudio previo. Esta dimensión práctica del análisis político es bastante desconocida en muchos medios académicos, pero bien valdría la pena tenerla en cuenta. Por otro lado, decimos “procurar acercarse” a la verdad ya que, debido a la complejidad de la vida política y social (que es distinta de la complejidad del mundo natural o del ámbito de estudio de las ciencias exactas), se trata de un proceso de esclarecimiento que difícilmente llega a tener fin, entre otras cosas, porque cada generación resalta la parte de la realidad que explica (o justifica) mejor las circunstancias del momento.

Es recomendable seguir el siguiente procedimiento:

1) Tener claridad en la elección del tema (una persona, un acontecimiento, o un grupo de personas y sucesos relacionados dentro de un proceso). También debe haber claridad en el lapso que se quiere estudiar.

2) Establecer una primera versión de la cronología que sea lo más clara, escueta y exacta posible.

3) Acercarse a las fuentes primarias o de investigación en función de las fechas claves fijadas previamente en la cronología. Es preciso ver aquí cómo un mismo acontecimiento suele aparecer descrito en forma distinta, y hasta discrepante, en las diversas fuentes. Sin duda habrá sorpresas (como la que tuvo el autor cuando comparó las versiones peruana, chilena y española del combate del Callao del 2 de mayo de 1866).

4) Ir recopilando fichas de investigación, siempre en función de los hechos consignados en la cronología. No está demás decir que una ficha tiene tres partes: el título (por lo general en letras mayúsculas), su parte medular o central (cita textual o información no textual pero sí exacta). Y, abajo: la fuente simplificada (apellido del autor, una o dos palabras del título de la obra, y la página, si correspondiera). Las fichas pueden alimentarse de fuentes primarias (artículos de períodicos, documentos antiguos impresos o manuscritos, libros antiguos, testimonios orales, etc.); o de libros o artículos de investigación recientes. En el caso de éstos últimos, la acumulación de fichas bibliográficas (con todos los datos, a diferencia de la versión abreviada que aparece en las fichas de investigación) debe hacerse desde el principio. Similares fichas deben hacerse, de la manera más simplificada posible, con las fuentes primarias. Algo crucial: la recopilación de fichas y el afinamiento de la cronología se retroalimentan. Una cosa ilumina a la otra durante todo el proceso de investigación. La idea es tener una cronología cada vez más precisa y pulida.

5) Cuando ya esté avanzada la recopilación y se disponga por lo menos de una ficha por cada uno de los acontecimientos de la cronología (constantemente) depurada, puede procederse a armar un primer esquema tentativo. El esquema se arma planteando preguntas de lo que se está investigando, y poniéndolas después en forma de títulos numerados según jerarquía (título de capítulo, subcapítulos: 1., 1.1, 1.1.1, etc.). El esquema se va perfeccionando poco a poco. De hecho, a medida que se profundiza la investigación, las preguntas (que nutren al esquema) se pueden ir planteando cada vez de manera más clara. Hay preguntas sobre un tema, pero también está la pregunta. Me refiero a lo que será, de aquí en adelante, el faro iluminador de toda la investigación: la hipótesis. La respuesta adelantada a esa pregunta clave, es lo que se quiere demostrar. Esto equivale a sacar a la luz, con la debida fundamentación en las fuentes, lo que estaba oculto y que otros no veían hasta ese momento. Como la cronología, la hipótesis también se depura. La hipótesis raramente aparece clara desde el comienzo. Por lo general se arma y se afina recién en esta etapa de búsqueda avanzada de fichas y de elaboración del esquema. Una hipótesis clara será una poderosa herramienta de orientación para moverse entre las fuentes. Es, en verdad, como avanzar por un cuarto oscuro con una lámpara.

6) También en esta etapa se recomienda ir preparando pequeñas biografías o reseñas de los personajes más importantes. De hecho, las trayectorias particulares, vistas en detalle, pueden iluminar aspectos claves del proceso general bajo observación. Hay que trabajar pensando que los personajes son los protagonistas de esa especie de obra de teatro que es nuestro tema de estudio. No olvidemos que estamos en el campo de la historia política, donde las personalidades individuales suelen tener una influencia muy grande. Recordemos a Aníbal contra Roma, a Churchill durante la Segunda Guerra Mundial, o a Cáceres en la Guerra del Pacífico, por citar sólo unos pocos ejemplos. En general, hay que prestar atención a los personajes que cumplen un papel significativo en la trama que estudiamos.

7) Es muy útil ir seleccionando, a medida que se avanza en el trabajo, los epígrafes más adecuados. Los epígrafes son mucho más que un adorno colocado al comienzo de un trabajo, capítulo o subcapítulo. Son, más bien, un indicador del grado de profundidad de la lectura que hemos hecho de las fuentes, que nos permite, precisamente, escoger fragmentos que son como pequeños universos o nutshells borgianos. Estos epígrafes resumen la idea o el alma de cada pasaje de nuestra investigación. Por ejemplo, la cita anterior de Lawrence Stone podría ser utilizada como epígrafe para un texto referido al valor que tiene la forma historiográfica de tipo narrativo.

8) También es conveniente ir haciendo transcripciones cuidadosas de las principales fuentes primarias. No de todas, sino de las principales. Ello, porque nuestro objetivo es lograr síntesis históricas, y no repetir el loable (aunque mecánico) trabajo que los monjes benedictinos hicieron en el Medioevo, copiando pacientemente los documentos de la Antigüedad griega y romana.

9) Hechas estas digresiones sobre la hipótesis, las biografías, los epígrafes y las transcripciones, el siguiente paso es distribuir las fichas que tengamos según el orden del esquema. Este paso debe darse cuando el esquema ya esté esencialmente afinado y numerado.

10) A partir de aquí, la investigación es como intepretar una obra musical en un órgano con varios teclados: se retroalimetan paralelamente las biografías, la cronología, el apéndice documental y las nuevas fichas (de investigación y bibliográficas). En este punto, las nuevas fichas que se hagan deben incorporarse naturalmente a la sección correspondiente del esquema. Es normal que algunas fichas (producto de nuevos descubrimientos) generen cambios en el esquema. No obstante, si las nuevas incorporaciones de fichas no calzan en el esquema básico, ello será el mejor indicador de que éste último no ha sido bien planteado desde el principio. En este caso, habría que reformularlo.

11) Cuando se sienta que las principales preguntas que dieron origen al esquema son contestadas cada vez que son repasadas las fichas, entonces ha llegado el momento de redactar, siempre tienendo en cuenta, de modo prioritario, lo que se quiere demostrar, la idea central: la hipótesis.

12) Una redacción es siempre perfeccionable. Todos los historiadores y humanistas en general se enfrentan a esta realidad. En la etapa de principiante, lo importante es luchar por tener un texto inicial. No es necesario que ese texto sea una obra maestra, pero sí un encadenamiento lógico de ideas y de respuestas a las preguntas centrales. Si los elementos han sido bien planteados, la humilde redacción inicial, que en verdad es una especie de semilla, tenderá a convertirse en un árbol frondoso.

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