OPINIÓN SOBRE EL LIBRO EL EXPEDIENTE PRADO, DEL CONGRESISTA VÍCTOR ANDRÉS GARCÍA BELAÚNDE

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Opinión sobre el libro El expediente Prado, del congresista Víctor Andrés García Belaúnde.

Quisiera dejar en claro que lo que sigue es la expresión de una opinión absolutamente personal, que no involucra a ninguna de las instituciones de las que formo parte o en las que trabajo. Tal y como se están produciendo las cosas, casi me siento moralmente obligado a intervenir en esta polémica nacional, con un ánimo de esclarecimiento. No obstante, deseo recalcar que es imposible que esta operación sea puramente académica o aséptica, porque involucra dos grandes ideales frente a los cuales los peruanos debemos tener siempre conceptos claros: la lucha contra la corrupción y la defensa de la integridad y de la soberanía nacional. En otras palabras, es un tema del pasado que tiene resonancias en el presente. Imposible negar una opinión: sería algo así como escabullirse.

Nadie duda de que Mariano Ignacio Prado fue un líder valiente cuando encabezó la protesta nacional contra el tratado Vivanco-Pareja de 1865. Nadie niega el tacto político que tuvo para nombrar a los integrantes del famoso “Gabinete de los talentos”, que incluyó a grandes peruanos como José Gálvez y Toribio Pacheco. Nadie niega que el combate del 2 de mayo de 1866 fue un episodio que enorgullece al Perú y a Hispanoamérica. Nadie niega que Prado fue un padre atento con sus hijos, tanto naturales como legítimos, y que nuestro gran héroe Leoncio Prado, su vástago, siempre le tuvo respeto filial.

Todo esto es cierto. Pero sobre Prado se cierne también una sombra.

Sobre el general Prado pesan dos líneas de acusación. En primer lugar, lo relacionado al famoso “viaje de Prado”, en diciembre de 1879, durante la guerra con Chile. En segundo lugar, lo relativo al origen mal habido de su fortuna, que es un episodio anterior al conflicto.

Con relación a lo primero, debo decir con todas sus letras que el “viaje de Prado” fue, por lo menos para mí, un pecado “venial”. Prado no robó nada de la colecta nacional que se llevó a cabo durante la guerra con Chile. Eso explica que el presidente Andrés A. Cáceres, quien había ascendido a la presidencia del país en 1886, haya recibido bien a Prado cuando éste regresó al Perú en tiempos de la Reconstrucción. Además, hay que decir que Prado viajó en diciembre de 1879 con la autorización del Congreso y que dejó en el Perú a su señora y a sus hijos (algo absurdo si hubiera, en verdad, deseado huir). El pecado “venial” al que me refiero tuvo que ver más bien con el miedo. Cuando Prado emprendió su viaje, Grau ya había muerto gloriosamente en Angamos, y el “Huáscar” (esa especie de “muralla móvil del Perú”) ya había sido capturado .Chile tenía toda la ventaja estratégica. Además, durante el terrible mes de noviembre de 1879, Tarapacá, con su riqueza salitrera, ya había caído en manos del entonces país enemigo. Lo que le debe haber entrado a Prado es pánico: no había recursos navales ni dinero para continuar con la guerra. Ello explica su atolondramiento. Ello permite comprender su “huida hacia adelante” en diciembre de 1879, cuando abandonó, nerviosamente, a su país en pleno conflicto con el argumento (incoherente, por cierto) de buscar “comprar barcos personalmente”: no se podía comprar barcos en estado de guerra. Por otro lado, concuerdo con Daniel Parodi cuando dice que no hay evidencias claras para sostener que Prado viajó para proteger sus intereses económicos en Chile.

Me sorprende que la opinión pública insista en este tema del viaje, que no tiene mayor relevancia. Sí entiendo, por el contrario, que los defensores de Prado concentren su atención en esta materia, porque, en efecto, no es un asunto particularmente grave, y puede servir para tapar, como una especie de biombo chino, lo que sí lo es.

Con relación a lo segundo, vale decir, a la operación fraudulenta de antes de la guerra que originó su fortuna personal, la condena sobre Prado debe caer sin ambages. En efecto, ¿de dónde surgió ese capital primigenio que permitió a Prado volverse un magnate en Chile? Yo creo que aquí radica la fortaleza del libro del congresista García Belaúnde, sobre todo en el trabajo de identificación de un conjunto específico de documentos en notarías y en otros registros chilenos (que antes estaban ocultos a la opinión pública peruana), cuya naturaleza posee un carácter casi incontestable. Que yo sepa, ningún peruano, sea historiador o no, había hecho antes estos hallazgos documentales tan detallados. Aquí hay un mérito enorme, no sólo historiográfico, sino por el interés nacional que reviste. La respuesta que da el congresista sobre el origen de la fortuna es clara: la acumulación inicial del general Prado provino de una compra estatal sobrevalorada en los EEUU. Hacia fines de su primer gobierno, Prado auspició la compra de dos barcos de río estadounidenses, los monitores Oneoto y Catawba. Cada uno de ellos costó un millón de soles. Recordemos que el legendario “Huáscar”, comprado en Inglaterra, había costado un poco más de 400,000 soles. Queda claro que se trató de una escandalosa operación de sobrevaloración, porque no se trataba de unidades de última generación que hubiesen podido representar un real fortalecimiento de la Marina peruana. Una vez compradas, estas dos unidades de río, rebautizadas como “Manco Cápac” y “Atahualpa”, tuvieron que ser remolcadas penosamente por el Atlántico e ingresadas al Pacífico a través del Cabo de Hornos, en lo que fue una auténtica proeza, aunque estéril, de nuestros expertos marinos. Recordemos que, en esos años, no existía un Canal de Panamá que hubiese podido facilitar esta operación. En todo caso, LO QUE HAY QUE RESALTAR AQUÍ ES QUE EL DINERO QUE SE EMPLEÓ EN ESTA OPERACIÓN CORRUPTA PUDO HABERSE USADO PARA COMPRAR UNIDADES QUE HUBIESEN REPRESENTADO UN FORTALECIMIENTO REAL DE LA MARINA PERUANA. De haberse adquirido una o dos unidades navales nuevas, el poder disuasivo de la Marina de entonces habría sido formidable. Se trataba de algo crucial en un tiempo en que no había aviones ni carreteras que permitieran el desplazamiento rápido de tropas. Debe recordarse que, en la época de la compra del Oneoto y del Catawba, el Perú ya disponía de sus barcos “Huáscar” e “Independencia” (adquiridos por el Presidente Pezet en tiempos de la amenaza española), por lo cual las unidades adicionales que pudieron haberse comprado con el dinero de la mencionada operación corrupta, habrían convertido a la Marina en una especie de muralla o disuasivo formidable para el Perú. En pocas palabras, de haberse procedido bien, con compras adecuadas, es probable que la guerra con Chile nunca hubiese tenido lugar. En verdad, resulta difícil imaginar a algún mandatario o grupo de poder en Chile que hubiese dado el paso de declarar la guerra al Perú (como ocurrió en abril de 1879) a la vista de una escuadra peruana tan formidable. (Otro mandatario que falló estrepitosamente en comprar barcos adecuados fue Manuel Pardo, pero esa es otra historia trágica para nuestro país, que no tiene conexión, por lo menos directa, con el tema que estamos tratando).

Por ello, con relación a este punto, el pecado de Prado ES DOBLE: no sólo por la corrupción en sí (el nacimiento de una fortuna privada a partir de fondos públicos), sino también por haber contribuido a debilitar la Marina peruana en un tiempo decisivo de la historia nacional, en medio de un entorno internacional agresivo, casi darwiniano, donde la protección que brindaba la armada nacional a la soberanía nacional era esencial.

Por todo lo anterior, debo decir lo siguiente en concisas palabras: es una tremenda injusticia intentar defender al general Prado escudándolo en la figura pura y extraordinaria de su hijo Leoncio, el mártir de la batalla de Huamachuco de julio de 1883. Creo que esto no ha sido subrayado debidamente. Hecha esta precisión, y enfocándome únicamente en el caso de la escandalosa compra sobrevalorada de los barcos Oneoto y Catawba, y sus efectos tanto en el nacimiento de una fortuna corrupta como en el debilitamiento de la Marina, debo decir con claridad que el congresista García Belaúnde tiene la razón en condenar a quien podemos llamar, sin medias tintas, como un traidor. Y me temo que las glorias que Prado pudo conseguir para el Perú entre 1865 y 1866, en tiempos de su distinguido y acertado liderazgo durante la amenaza española, no contribuyen un ápice para modificar este duro juicio. Lo lamento, pero Prado demostró ser un ambicioso corrupto, que tampoco comprendió los auténticos intereses nacionales en el ámbito de la defensa. Por ello, no puede ser considerado como un héroe inmaculado, como sí debe ser recordado, por el contrario, su hijo Leoncio, modelo de patriotismo y de sacrificio para los jóvenes de hoy.

Me resulta imposible no preguntarme si su hijo Manuel, el Presidente, tuvo conocimiento de la operación corrupta que, en los hechos, terminó siendo el origen del famoso “Imperio Prado”. Si no lo tuvo (lo que es probable) el nombrar a su padre como prócer fue un acto de amor filial. Pero si se demuestra que estaba al tanto, entonces entonces lo que hizo el Presidente Manuel Prado Ugarteche fue un acto de un cinismo monumental. Y otra mancha más que se podría añadir a su sumiso comportamiento frente a los EEUU en la crisis de 1960, cuando abandonó a su suerte a su Canciller Raúl Porras en su defensa de Cuba y de sus esfuerzos por impedir la intromisión soviética en nuestro Hemisferio.

Creo, finalmente, que tener claridad sobre este tema es fundamental en el contexto de la realidad peruana de hoy, todavía marcada por muchos casos de corrupción e incluso de traición a la Patria (como ocurrió recientemente con los operadores de la Marina que transmitieron información clasificada a Chile, en el último caso de espionaje). Si los mayores no somos capaces de hablar claro sobre el pasado a nuestros hijos y alumnos, ¿qué ejemplo de probidad y de patriotismo les podemos dar ante lo que ocurre hoy, si permanecemos con la boca cerrada, o hablando siempre “a media voz”?

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