VIEJOS RECUERDOS

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LA CUNA

Estoy en una cuna con barandas. No puedo salir. Me da la impresión de que trato de decir algo, pero no puedo. Busco trasponer las barandas, liberarme forcejeando, pero es inútil. Desde mi prisión en la cuna, veo a mi padre, a través de la puerta del cuarto, en otro ámbito de la casa, que se dirige a las escaleras, casi arrojándose a ellas, gritando, como si hubiera tenido lugar algún accidente gravísimo. Corre como si de su llegada rápido a la planta baja dependiera la vida de alguien. Creo ver a mi madre siguiéndolo, también angustiada. Gritos en la planta baja. Yo me pongo a llorar. No puedo sobrepasar la reja de mi cuna.

(Mi primer recuerdo.¿1959? ¿1960?, ¿1961?)

ELCOMBATE DE IQUIQUE

Luego de una muestra de pinturas infantiles sobre el combate naval de Iquique, cuyo tema central era el heroísmo de Arturo Prat, mi madre conversa con mi profesora del British High School quien le dice, riéndose: “Muy bonito el trabajo de Huguito, sólo que es el único que ha mostrado a la Esmeralda yéndose a pique, con sus tripulantes ahogándose en el mar”.

Todos mis otros compañeros chilenos habían pintado a Prat abordando el Huáscar, con gesto fiero y con su espada desenvainada.

(En el British High School de Santiago de Chile, hacia 1965. También creo recordar que en mi pintura infantil aparecía, junto al hundimiento de la Esmeralda, un Huáscar orgulloso con su bandera peruana al tope)

“EL BRUJO SE ME ESCAPÓ, MI MAYOR”

Mi madre hojea el suplemento de un periódico. Estamos en la cama del departamento en Santiago. Veo claramente un título que dice “El ´Brujo´ se me escapó, mi mayor”. Mi madre me dice que el artículo se refiere a Cáceres, el “Brujo de los Andes”, héroe peruano de la Guerra del Pacífico.

(Santiago de Chile, 1965)

LAS ESMERALDAS DE ALFONSO UGARTE

Estoy en Arica, en la playa La Lisera, junto a mi madre. Todo sabe a sal y a felicidad. Yo había encontrado unas conchitas estupendas de color verde. Mi madre me dijo que eran esmeraldas. Ella me señala con el dedo la cumbre del Morro y me dice: “Mira hijito, por allí se arrojó Alfonso Ugarte, con su caballo blanco, cuando los chilenos lo rodearon. Tenía en una mano la bandera peruana y, en la otra, un puñado de esmeraldas”.

Por eso había esmeraldas en la playa La Lisera.

(Arica, 1965)

EL TEMPORAL

Salgo de mi colegio, el “British High School”, hacia la calle. A lo lejos, en las casas del frente, calaminas se desprenden del techo y vuelan como si fueran plumas. Siento en la cara un viento desconocido para mi, que llega al extremo de impedirme respirar bien. Hace mucho frío. No sé por qué he salido a la calle. Hay un sabor a aventura y novedad en todo esto, pero no llego a comprender bien lo que está pasando. Sólo sé que estoy allí, con mi abrigo, contemplando algo rarísimo y violento.

(Santiago de Chile, 1965)

EL FUNICULAR

Me subo, saltando, a un vehículo raro. Su interior es anaranjado brillante (de pintura esmalte) y tiene dos bancas mirándose frente a frente. Por la ventana, las cosas y el paisaje comienzan a moverse. Cuesta abajo, como una caja de fósforos gigante, el funicular baja lento por su carril desde la parte superior del Cerro “San Cristóbal”. Poco antes he estado al pie de una estatua, que me parece inmensa.

(Santiago de Chile, entre 1964 y 1965)

EL PARQUE COUSIÑO

El olor de esas bolitas rojas que se descascaran al contacto con las uñas es peculiar. Cuelgan como racimos de un árbol con hojas pequeñas que, al ser rasgadas, también emiten un aroma idéntico e intenso. “Son árboles chinos”, me dicen mis padres, jóvenes y apuestos. Estoy en el parque “Cousiño” de Santiago de Chile y, en efecto, nada se me puede mostrar más parecido, en mis ojos de niño, a un parque oriental. Fresco, verde y muy cuidado. Y aromático, sobre todo aromático, envuelto en el aire puro de la sierra nevada que se ve a lo lejos. Acabamos de estar en un restaurante de comida china con mis padres y mi hermano pequeño. Veo cascaditas, puentecitos, quizá peces de colores. Y luego caminamos todos juntos por ese parque “Cousiño”, que aparece en mi memoria como una especie de paraíso.

(Santiago de Chile, 1964 o 1965. Años después supe que las bolitas rojas eran del árbol andino llamado molle).

EL CINERAMA

Estoy con mi madre en un cine inmenso con una pantalla inmensa. Es el Cinerama de Santiago de Chile. En la pantalla: Jasón y los argonautas en pos del Vellocino de Oro. Un gigante aterrador arroja al mar una roca inmensa y con las justas no acierta en el barco de Jasón. En la pantalla: Elvis Presley bailando rítmicamente en Hawaii y arrojándose de un acantilado como proeza final. En la pantalla: un western desmesurado, de corte épico. El retumbar de caballos y ¿búfalos? se siente por toda la sala, en la oscuridad. En la pantalla: El Flying Clipper, un gran velero, surca veloz las aguas de mares desconocidos

Hoy, en el congestionado y contaminado Periférico de la Ciudad de México, he visto con claridad desde el fondo de mi memoria la parte externa del Cinerama, y su vistoso cartel, recortado contra un cielo intensamente azul. También se me aparecieron carros y ruidos de una ciudad bulliciosa. Y la repetición incesante de la canción “It´s been a hard day´s night” de los Beatles. Una Citroneta se para al lado de la vereda donde me encuentro y de ella sale una señora que me llama.

(Santiago de Chile, 1964).

LA HERRADURA

Siento el olor y el sabor a sal de la playa “La Herradura” cuando iba a ella con mi tío Jorge y con mi hermano. En la imagen aparece un habitué de “La Herradura”: el amigo Muy Muy, cuyo cuerpo hace, en efecto, recordar el de esos animalitos. Me veo corriendo olas con mi hermano, en una colchoneta de rayas de colores horizontales, en una perfecta tarde en febrero. Son olas medianas y el agua aparece cristalina. Me siento saludable, capaz de jugar con las olas toda la tarde. Hay mucho calor, incluso cuando el sol ya comienza a caer.

(Esta imagen en la playa limeña de La Herradura debe situarse a comienzos de los setentas ¿Quizá, precisamente, durante el Niño de 1970?).

EL BAÚL DE LA ABUELA

Siento el sabor de la Inca Kola que nos daba mi abuela Rosaura cuando la visitábamos en la casa de Breña. (A ver, quieren una soda?). e me aparece también la imagen de su loro sin plumas, luego de casi ahogarse en la tina, que mi abuela tenía siempre hasta el tope de agua. Estoy en una casa llena de cosas antiguas, muchas de ellas muy finas, aunque con polvo. Veo a mi abuela abriendo su baúl y sacando cosas raras, interesantes.

(Lima, ¿de 1966 a mediados de los setentas?)

LA TÍAS ALVA

La imagen es de la llegada de mis tías Alva a la casa de San Isidro en su carro con chofer. Veo, hacia las siete, siendo ya de noche, a los comensales de un opíparo lonche en el comedor con vista al jardín: humitas, panetón (evidentemente es diciembre, cerca de la Navidad, o en la Navidad), café pasado, tal vez chocolate… Los comensales son mi abuela Isabel, mi tío Carlos Malpica Rivarola, mi tía Tenche, mi tía Laura, mi tía Alfonsina, mi hermano pequeño, mi madre y mi padre. También veo en la cocina de al lado a la empleada de la familia, Angelita. Y, tal vez, a alguna de las tías Alva Saldaña cuyo nombre no recuerdo. No sé si está mi tío Jorge, pero parece estar asociado a este recuerdo, o quizá a otro parecido. Carcajadas en la mesa. Mi abuela sale a cada rato de la cocina trayendo más comida riquísima. De otro lado, yo aparezco en un ambiente cercano con Alejandro Abril de Vivero, mi amigo del colegio Peruano-Británico jugando con explosivos caseros y cohetones en el jardín, algunos de ellos al parecer muy peligrosos. La luz del jardín es de color verde, y da siempre un efecto extraño al terminar el día. Estamos, en efecto, ya de noche. Me siento libre: las clases del colegio han terminado. Más que los olores, los sabores, los ruidos y las imágenes, me viene directamente del pasado una euforia sin límites, una alegría perfecta.

(Lima, ¿de 1970 a 1974?).

(Textos escritos a fines del año 2,000)

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