ENTRE LOS SIGLOS XVI Y XVII
ANEXOS DOCUMENTALES
Anexo Nº 1: Tasa del repartimiento cajamarquino de Melchor Verdugo autorizada por el marqués de Cañete en 1557 (Véase la versión publicada en el Boletín del Instituto Riva-Agüero).
Anexo Nº 2: Relación de los pueblos de indios del área de las siete guarangas, según las visitas de Diego Velázquez de Acuña (1571-1572) y del corregidor Diego de Salazar (1578) (Véase la versión publicada en el Boletín del Instituto Riva-Agüero).
Anexo Nº 3: Documentos tempranos sobre el obraje de la villa de Cajamarca (1579-1603). (Se acompaña en esta versión electrónica)
Anexo Nº 4: Visita del obraje de la Villa de Cajamarca en 1642 (extracto de la parte inicial del documento). (Se acompaña en esta versión electrónica)
Anexo Nº 5: Relación de las doctrinas (curatos) en 1766, según Cosme Bueno. Corregimientos de Cajamarca y Huamachuco. (Se acompaña en esta versión electrónica)
“Al llegar a este pueblo [de Cajamarca] descubri desde un alto la poblacion mas vistosa que e visto en el Peru, donde e visto muchas […] Es un parayso todo él, y por eso lo eligio el inga Atabalipa para su corte donde esta su palacio real. La tierra es tan fértil que se siembra todos los años y no se cansa. Es abundantissima de todo genero de semillas y en su contorno ay crias de todo ganado y saca para todo este reyno. El temple es de una primavera y el hibierno mas apazible porque no ay yelos […] Este fue el primer pueblo que se conquisto en la sierra y de aqui se entablo el miedo para lo restante del Peru. Aqui sono la primera voz de la trompeta del Evangelio. Aqui fue donde se bautizo el primer yndio y se salvo, que fue el inga, y luego lo degollaron. Aqui se descubrio la primera muestra de la riqueza de esta tierra y tan quantiosos quintos reales como refieren las historias. Y quando llegué a este pueblo vide tanto numero de españoles, gente crezida, rica y noble y tantos yndios que me causaron admiracion y jusgué que avia sido orden de Dios que tantas obejas viesen su pastor y él las conociese y remediase y consolase…”
Carta de Andrés García de Zurita, obispo electo de Trujillo, al rey Felipe IV (Cajamarca, 31 de agosto de 1651) (1)
1. INTRODUCCION
Marco temporal y espacial
Este trabajo tiene como principal interés el estudio de la formación y consolidación temprana del sistema colonial en el espacio del corregimiento de Cajamarca entre los siglos XVI y XVII.
Los datos referentes al siglo XVIII serán utilizados en función del tema central antes mencionado. En primer lugar, con el propósito de completar la información que no aparezca en los documentos quinientistas o seiscientistas, particularmente en lo referente a casos de estructuras de desgaste lento (en el sentido que Braudel le da a este término). En efecto, el hecho de encontrar ciertas estructuras parciales en el siglo XVIII -como podría ser el caso de lenguas regionales o de dialectos del quechua en la región cajamarquina- podría dar pie a señalar que estas mismas estructuras existían también entre los siglos XVI y XVII. Es evidente que este recurso debe ser tomado con las precauciones del caso, pues hay estructuras que, pese a la lentitud de su cambio, llegan a transformarse en lo esencial. Incorrecto sería, por ejemplo, identificar la religiosidad de los habitantes de Cajamarca en el siglo XVIII -ya fuertemente cristianizada- con los cultos nativos que encontraron en esta región los encomenderos y frailes doctrineros del siglo XVI.
En segundo lugar, los datos del siglo XVIII serán muy útiles a la hora de completar series -sobre todo demográficas- de corte secular. Sólo de esta manera será posible realizar apreciaciones de conjunto con el objetivo de percibir si hay rupturas o continuidades en una perspectiva de larga duración.
Cajamarca colonial en la historiografía.
Cajamarca no ha escapado al tratamiento usual que la historiografía ha dado a las regiones del país. Durante las últimas décadas, este tratamiento ha atravesado por una primera fase caracterizada por el predominio de la historia institucional y acontecimiental (años cincuenta y sesenta), por un segundo momento en el que fueron privilegiados los aspectos etnohistóricos (localizado aproximadamente en la década del setenta y la mayor parte de los ochenta) y, finalmente, un tercer período (el actual) que pone mayor énfasis en los temas de historia económica y social.
Representativo de la primera fase es el historiador cajamarquino Horacio Villanueva Urteaga con sus monografías sobre historia colonial cajamarquina que han abarcado diversos temas. Resulta evidente, en su caso, un tratamiento tradicional de las fuentes. Los intereses de este investigador han abarcado temas tan variados como la fundación de localidades, los curacazgos, y la historia de la Iglesia en Cajamarca. También ha desplegado significativos esfuerzos en la identificación y publicación de fuentes manuscritas (2). Aunque no está especializado en el tema que nos toca, viene al caso mencionar aquí al Dr. José Antonio del Busto quien, en 1969, publicó una interesante biografía de Melchor Verdugo (3).
En cuanto a la segunda etapa, llaman particularmente la atención los trabajos de Waldemar Espinoza y de María del Pilar Remy, quienes canalizaron su interés básicamente hacia el estudio de las “permanencias” del mundo prehispánico en la época colonial (4). Se trata de historiadores que tienen como referencia un marco teórico bastante más rico y amplio que el de la fase previa, pero que interrogaron a los documentos con relación a ciertos temas característicamente etnohistóricos. Entre sus temas favoritos, cabe mencionar el de los criterios de organización étnica y la historia de los cultos religiosos. Ello, aparentemente, casi sin haber reparado en que los mismos documentos que manejaron -interrogados de otra manera- son auténticas minas para el estudio de la época colonial temprana y de sus estructuras en formación. Quien quizá rompió un tanto con esta tendencia reduccionista fue María Rostworowski, con su interés -marginal, aunque evidente- sobre la actividad económica de los encomenderos (5).
La tercera fase de los estudios sobre historia colonial cajamarquina se encuentra ya perfilada con nitidez en el trabajo de Carlos Contreras sobre las minas de Hualgayoc en el siglo XVIII (6).
Excepción notable a esta categorización de los investigadores es el historiador cajamarquino Fernando Silva Santisteban, fallecido hace poco, quien atravesó todos los planos de interés en las tres fases antes precisadas. Que conozcamos, el único trabajo específico y panorámico sobre los obrajes cajamarquinos fue escrito por Silva Santisteban (7).
Finalmente, cabría añadir que la información que se pueda obtener de los estudios de índole geográfica y arqueológica, referidos a la región cajamarquina, tiene sólo un interés tangencial para los alcances de este trabajo. No obstante, esta información debe ser tenida en cuenta para llenar los vacíos que aparezcan en las fuentes primarias, particularmente en lo que se refiere a aspectos ecológicos y, en general, frente a la rica e interesante temática sobre la relativa influencia de los factores geográficos en la organización social y económica (8).
Justificación de este trabajo
Salvo el artículo que Teodoro Hampe publicó entre 1986-1987 bajo el título de “Notas sobre población y tributo indígena en Cajamarca (Primera mitad del siglo XVII)”, no existen investigaciones de conjunto sobre el funcionamiento del sistema colonial en Cajamarca para los dos primeros siglos de la época virreinal. Nos referimos, evidentemente, a trabajos que estudien la articulación interdependiente, y en perspectiva secular, de estructuras parciales tanto económicas, políticas, sociales e ideológicas que hayan existido en la región cajamarquina en la época de los reyes Austrias (9).
2. CARACTERÍSTICAS GENERALES DEL CORREGIMIENTO DE CAJAMARCA.
El área que estudiaremos está localizada sólo parcialmente en lo que hoy es el departamento de Cajamarca. Hasta 1759, el corregimiento de Cajamarca incluyó los territorios de once provincias del actual departamento homónimo, y de tres provincias localizadas en la serranía del actual departamento de La Libertad, situadas al occidente del río Marañón. El viejo corregimiento abarcó, asimismo, las entradas a la sierra de lo que actualmente son dos provincias del departamento de Lambayeque (10).
El espacio del corregimiento de Cajamarca nunca incluyó a Jaén de Bracamoros. Esta provincia perteneció, desde el siglo XVI, al ámbito de la Audiencia de Quito (aunque formando todavía parte del virreinato del Perú). En forma definitiva, desde 1739, Quito y sus territorios de Jaén fueron adscritos al recién creado Virreinato de la Nueva Granada. Desde entonces, hasta la Independencia, el ámbito de Huambos (al norte del viejo corregimiento cajamarquino) limitó, pues, estrictamente, con otro virreinato (11).
2.1 Grupos étnicos y encomiendas.
Antes de la llegada de los españoles, el área que estudiamos tuvo tres ámbitos étnicos relativamente diferenciados. Hacia el norte se encontraba Huambos. El centro estaba poblado principalmente por habitantes de las Siete Guarangas de Cuismanco, Chuquimango, Chondal, Bambamarca, Cajamarca, Pomamarca y Mitmas. Hacia el sur se encontraba la etnía Huamachuco. Estos ámbitos étnicos darán posteriormente origen a la “provincias” coloniales de Huambos, Cajamarca (propiamente dicha) y Huamachuco.
Hablamos aquí de ámbitos “relativamente diferenciados” debido al espinoso problema de la “territorialidad discontinua” de la época prehispánica, en particular de las llamadas “islas multiétnicas”, que eran habitadas por colonos de distinta procedencia. Nada más alejado de la noción española de provincia que este peculiar patrón andino de ocupación del suelo, que no tenía otro objetivo que el de optimizar la producción, mediante el aprovechamiento de la mayor variedad posible de pisos ecológicos. Este patrón fue característico de la región cajamarquina en su conjunto (12). Probablemente desde antes de los Incas, y bien entrado el período colonial, confluyeron a este territorio grupos de distinta procedencia geográfica y étnica. Algunos tuvieron su origen en zonas alejadas, localizadas hacia el este del Marañón (Chilchos, Leimebambas, Bracamoros y Chachapoyas), o en la misma costa (Sañas). Hubo también mitmaquna de origen cuzqueño, cañari (Quito), huayacuntu (Piura) y “collasuyu”, que fueron transplantados al territorio de las Siete Guarangas por los Incas. Tampoco hay que olvidar que existieron pobladores de Huambos que vivieron -temporal o permanentemente- en algunos territorios localizados más hacia el sur de sus asentamientos nucleares (cuenca del río Chotano y zona de Cutervo), prácticamente entremezclados con los habitantes de las Siete Guarangas (13).
La estructura jurídica de las encomiendas se superpuso a esta compleja realidad étnica:
a) En 1535, todavía en vida del Marqués Gobernador Francisco Pizarro, el repartimiento de Huambos (que agrupaba a los pobladores del ámbito étnico homónimo) fue encomendado a Lorenzo de Ulloa.
b) También en 1535, las Siete Guarangas fueron encomendadas a Melchor Verdugo, uno de los españoles que participaron en la captura de Atahualpa.
c) En un momento no bien determinado, pero en todo caso anterior a 1549, el repartimiento de Huamachuco fue entregado a Diego de Aguilera.
Los colonos procedentes de regiones lejanas también fueron agrupados en repartimientos, aunque comenzaron a depender de encomenderos que vivían fuera del ámbito que estudiamos:
a) Los Sañas fueron adscritos al repartimiento de Mocupe (jurisdicción de la ciudad de Trujillo.
b) Los Chilchos y Leimebambas, provenientes de la ceja de montaña adycente al Marañón, fueron adscritos a encomiendas de la ciudad de Chachapoyas.
c) Los Bracamoros y Chachapoyas, colonos selváticos de la “rupa rupa”, fueron adscritos a seis encomenderos avecindaedos en las ciudades de Chachapoyas y Jaén de Bracamoros (14).
Menciones especiales merece el área de las Siete Guarangas (al centro del territorio que estudiamos) que tuvo un desarrollo histórico al parecer más complicado que Huambos (al norte) y Huamachuco (al sur). Lo primero que salta a la vista es la constante mención que hacen las fuentes primarias a la organización por guarangas y pachacas allí existió. Este sistema de agrupación (una pachaca igual a cien familias, y una guaranga igual a diez pachacas) parece haber sido impuesto -o, en todo caso, adoptado y perfeccionado- por los Incas (15).
El 19 de octubre de 1542, el gobernador Cristóbal Vaca de Castro desgajó del repartimiento original de Melchor Verdugo las guarangas de Chondal, Bambamarca y Pomamarca, las cuales fueron otorgadas en encomienda a Hernando de Alvarado, vecino de Chachapoyas. Todo parece indicar que la causa de esta división fue el ambiguo comportamiento de Melchor Verdugo en la batalla de Chupas, contra Diego de Almagro el Mozo, lo que al parecer molestó mucho a Vaca de Castro (16). A partir de ese momento existieron dos repartimientos con el nombre de Cajamarca: el de las Cuatro Guarangas (que correspondió a Verdugo), y el de las Tres Guarangas (que correspondió inicialmente a Alvarado).
A la muerte de Verdugo, en 1567, el repartimiento de las Cuatro Guarangas pasó a su viuda, doña Jordana Mejía, quien falleció en 1602, luego de haber contraído matrimonio por segunda vez con don Alvaro de Mendoza Carbajal. A esta encomendera se le atribuye la construcción de un obraje que funcionó, durante gran parte de la época colonial, en la misma localidad de Cajamarca (véase el acápite 3.1)
En cuanto al repartimiento de las Tres Guarangas, a la muerte de Alvarado pasó a Diego de Urbina, vecino de Trujillo, ya en tiempos del pacificador Pedro de la Gasca (1547-1550). Hacia 1567 se encontraba en posesión de García Holguín y, en 1571, en manos de la viuda de éste, doña Beatriz de Isásaga (17).
En 1603, ya fallecidas Jordana Mejía y Beatriz de Isásaga, tuvo lugar una reunificación de las Siete Guarangas. Por decisión real, éstas fueron encomendadas al conde de Altamira, residente en España. En 1630, dicho repartimiento ofrecía una importante renta, que ascendía a los 11,000 pesos. En un caso verdadermente insólito, esta encomienda fue aún gozada por la casa de Altamira por tres vidas más, luego de 1720 (año fijado -por lo visto en teoría- para la incorporación de toda encomienda vacante en el patrimonio de la corona) (18).
2.2 La formación del corregimiento de Cajamarca.
2.2.1 Los primeros corregidores de indios.
Ya en un momento tan temprano como enero de 1566, en tiempos del gobernador Lope García de Castro, un tal Joan de Fuentes aparece mencionado en la documentación como “corregidor destas provinçias” residente en el “asyento de Sant Antonio de Caxamarca” (19). No están claras las razones que llevaron a escoger a este lugar como residencia del corregidor, aunque no es descabellado suponer que esta decisión pudo fundamentarse en la asociación de esta localidad con los sucesos de la conquista, y al hecho de existir aquí construcciones de piedra heredadas de la ocupación incaica. De hecho, al momento de la Conquista, los principales curacas cajamarquinos tenían aquí sus casas (20).
2.2.2 La “jurisdicción” del corregimiento y el nacimiento de las reducciones.
Durante la mayor parte de la época colonial, entre 1566 y 1759, el corregimiento de Cajamarca abarcó los ámbitos combinados de Huambos, Cajamarca propiamente dicha (en el viejo espacio de las Siete Guarangas), y Huamachuco. El área del corregimiento llegaba casi a los 28,000 km. Cuadrados (21).
Cuando los primeros corregidores de indios de Cajamarca comenzaron a ser nombrados hacia 1566, la jurisdicción de la nueva circunscripción fue definida al comienzo -según todos los indicios- únicamente en función de los espacios ocupados de manera más o menos continua por los tres conglomerados étnicos antes mencionados, divididos en la forma jurídica de cuatro repartimientos (véase el acápite 2.1). La determinación de esta “jurisdicción” (término que aparece con claridad en los documentos de la época) era un asunto capital para el funcionamiento del sistema colonial: ella definía el ámbito hasta donde llegaba la autoridad política y judicial de un corregidor, así como el territorio donde éste podía cobrar el tributo. De hecho, muchos de los nombramientos tempranos de corregidores definieron la jurisdicción de la nueva autoridad teniendo como referencia tácita la dispersión en el espacio de grupos étnicos. Sólo son mencionados explícitamente los nombres de los repartimientos (que eran muchas veces los mismos que los de los grupos étnicos). No hay -que conozcamos- menciones a límites naturales (arcifinios), tales como ríos o cadenas montañosas. En el caso concreto de Cajamarca, es evidente que el criterio de dispersión étnica para definir la jurisdicción presentaba muchos inconvenientes. En el siglo XVI, al estar todavía frescas las estructuras prehispánicas de ocupación del suelo, podía darse perfectamente el caso de áreas que eran habitadas simultáneamente por pobladores de dos o más grupos étnicos. Otras áreas de la dispersión étnica -las llamadas zonas nucleares- donde tendía a concentrarse la población de un sólo conglomerado étnico, podían servir mejor como referencia para el establecimiento de la jurisdicción. En estas zonas nucleares, la población étnica estaba también relativamente dispersa (a ojos europeos), aunque de manera un tanto más continua, y con menos intrusiones de otros grupos étnicos (22).
Posteriormente, a medida que fue avanzando el proceso de concentración masiva de la población andina en “reducciones”, éstas aparecen cada vez más en los nombramientos de corregidores como referencia para el establecimiento de sus jurisdicciónes. Se trataba ciertamente de un criterio mucho más claro que el de la dispersión de las etnías, y correspondía también a la concepción de “territorialidad continua” (a la manera de las provincias españolas) que postulaba idealmente la legislación colonial. Y ello también porque podemos suponer (lo que habría que demostrar fehacientemente en cada caso concreto) que había una tendencia (aunque de ninguna manera una regla fija) a agrupar, en cada reducción, a pobladores de un solo origen étnico. El avance o lentitud de la política de “reducir” a la población en “pueblos de indios” dependió de las condiciones geográficas (que facilitaban o dificultaban esta tarea) y, quizá principalmente, del valor relativo que era asignado a las diferentes regiones del Alto y Bajo Perú de acuerdo a su posición como proveedoras de mano de obra para puntos claves del sistema económico colonial (ciudades españolas, centros mineros etc.). En el caso del corregimiento de Cajamarca, la documentación parece sugerir que la red de reducciones comenzó a asentarse aquí recién en la década del setenta del siglo XVI. Esta situación también pudo contribuir a ir aclarando no sólo la personalidad territorial del corregimiento frente a otras circunscripciones sino, asimismo, la distinción interna de los propios ámbitos cajamarquinos de Huambos, Cajamarca y Huamachuco (23).
Otro elemento que pudo contribuir a este lento proceso de aclaración de la jurisdicción fue la afirmación de la costumbre de utilizar referencias geográficas como límites arcifinios. Por ejemplo, en el caso de Cajamarca, el límite natural hacia el oriente terminó siendo el río Marañón.
Estamos hablando, pues, de un proceso lento de definición de la jurisdicción que tuvo su origen en la gradual disolución del antiguo patrón andino de ocupación del suelo, en el éxito final de la política de reducciones, y en la utilización gradual de accidentes naturales como referentes limítrofes. A esta definición también debió contribuir la decadencia, o incluso la desaparición, de los encomenderos, que mantuvieron y acentuaron las dificultades que se derivaban de la existencia del patrón andino de ocupación del suelo, pues era frecuente que reclamaran recibir el tributo de todos los pobladores que les habían sido encomendados, no sólo de los de las áreas nucleares, sino de los que vivían y trabajaban, en calidad de colonos, en zonas muy alejadas (24).
¿Cuándo ocurrió la fijación de la jurisdicción del corregimiento de Cajamarca? A juzgar por ciertas referencias dispersas en las fuentes primarias, ello debió ocurrir durante el tránsito entre los siglos XVI y XVII. Es muy razonable pensar que la jurisdicción cajamarquina, que ya es descrita con claridad en documentos del siglo XVIII ya haya sido entendida así también por los corregidores y burócratas coloniales por lo menos a partir de un momento no bien precisado de las primeras décadas del siglo XVII.
Teniendo como referencia la jurisdicción ya fijada con claridad, puede señalarse que el espacio histórico que ocupó el corregimiento de Cajamarca hasta 1759 tuvo los siguientes límites:
-Hacia el este, siendo el límite natural el río Marañón, confinaba con los espacios históricos que ocuparon los corregimientos de Cajamarquilla (llamado también Pataz) y Chachapoyas.
-Hacia el nor-este, teniendo también como límite el Marañón, Cajamarca limitaba con el espacio histórico del corregimiento de Luya y Chillaos.
-Hacia el norte, confinaba con Jaén de Bracamoros.
-Hacia el nor oeste, limitaba con el corregimiento de Piura.
-Hacia el oeste, limitaba con los corregimientos de Saña (Lambayeque) y Trujillo (Chicama).
-Finalmente, hacia el sur, confinaba con el corregimiento de Conchucos, siendo el río Santa el límite natural (25).
Para finalizar este acápite, mencionaremos que el cargo de corregidor de Cajamarca fue, al parecer, bastante apetecido en la época colonial. Hasta 1626, el nombramiento de corregidor de Cajamarca fue frecuentemente utilizado por el virrey saliente para agraciar, en un postrero acto de soberanía, al embajador o emisario que el nuevo virrey enviaba por adelantado anunciando la inminencia de su ingreso en la capital. A partir de 1626, sus titulares fueron propuestos por la corona (con título otorgado por el virrey). En 1642, la corona reasumió en su plenitud sus atribuciones y designó directamente a don Martín de la Riva Herrera (26).
2.2.3 Dependencia del obispado de Trujillo en lo espiritual. Presencia de la Iglesia en Cajamarca. Las doctrinas.
A partir de 1616, los tres espacios históricos del corregimiento de Cajamarca (Huambos, Cajamarca propiamente dicha y Huamachuco) dejaron de pertenecer, en lo espiritual, al ámbito del arzobispado de Lima, y pasaron a depender del obispado de Trujillo. Esta situación se mantuvo hasta el fin de la época virreinal (27).
Una característica peculiar del corregimiento de Cajamarca parece haber sido la notable influencia espiritual y económica que tuvieron aquí las órdenes religiosas, particularmente los franciscanos, conocidos usualmente como los “regulares”. De hecho, el poder de éstos últimos sólo parece haber sido cuestionado con cierto éxito por el clero secular recién en los primeros años del siglo XIX, luego de una pugna literalmente secular (28).
Con relación al ámbito temporal que hemos escogido, un documento de 1557 menciona la presencia de un “monesterio de la horden de señor Sant Francisco” en el “valle de Caxamalca” donde residían frailes dedicados a la “doctrina y conversion” de los naturales (Véase el Anexo Nº 1 de esta monografía, f. 137).
En 1681, un observador acucioso, residente en la villa de Cajamarca, señaló lo siguiente:
“Este corregimiento tiene veinte y tres yglesias donde está colocado el Sanctissimo Sacramento, las treze de religiosos de señor San Francisco, siete de religiosos de señor San Agustin, y tres de Nuestra Señora de las Mercedes” (29).
Una relación de las doctrinas (curatos) en 1766, según el geógrafo colonial Cosme Bueno, se incluye como Anexo Nº 5 de la presente monografía.
2.3 Características económicas del corregimiento.
2.3.1 Variedades climáticas y recursos naturales.
Un rasgo dominante del corregimiento de Cajamarca fue la proverbial riqueza de su suelo y la variedad de sus pisos ecológicos. En 1766, Cosme Bueno describió así los ámbitos de Huambos y Cajamarca:
“No obstante estar esta provincia [de Cajamarca] al otro lado de la cordillera, hay bastantes cerros de los cuales muchos son ramas de ella que, por su altura y situación, hacen que se hallen en esta provincia variedad de temperamentos, sintiéndose en el año en unas partes mucho frío y en otras mucho calor; y así se reputa esta provincia como de sierra, porque es bastantemente quebrada. Pero por lo general es de buen temperamento, especialmente su capital. Es abundantísima de todo género de frutos y ganados de toda especie […] Riéganla muchos ríos, de los cuales los que nacen de la parte occidental de la cordillera desaguan en el Mar del Sur, como son el de Saña, el de Lambayeque y los que riegan la provincia de Trujillo. Los otros se incorporan con el Marañón, en cuyas orillas hay algunos lavaderos de oro. El de más nombre es el que llaman de las Criznejas, el cual recibe el río de Huamachuco y otros, caminando al este antes de entrar en el Marañón […]. Además de los frutos y frutas de todo género, hay en esta provincia muchas minas de plata y oro de las cuales se trabajan algunas…” (30).
2.3.1.1 Agricultura, ganadería y pesca.
Existen muchas referencias sobre la riqueza agrícola del corregimiento de Cajamarca. En 1723, el bethlemita Joseph García de la Concepción, señaló lo siguiente:
“La benignidad de este cielo, cuyas influencias son tan suaves, que sin permitir extremos al calor, y al frío, reducen todo el año a gustosa primavera, es argumento de la extremada fecundidad de su terreno; que en granos, carne y azúcar abunda con exceso” (31).
Una información posterior permite deducir que, para 1784, el mercado de azúcar de Lima había sido tomado por los corregimientos de Cajamarca y Huamachuco. Con referencia a otros productos agrarios, Cosme Bueno (1766) señala la presencia hacia el nor oeste “por donde toca con la provincia de Jaén” […] de algunos árboles de cascarilla, aunque no como la de Loja”(32).
En cuanto a la ganadería, las siguentes citas sucesivas de Francisco López de Caravantes (1630) y de Joseph García de la Concepción (1723) son bastante expresivas:
“También hay en este partido [de Cajamarca] más de ducientas y cincuenta estancias de ganados en que se crían vacas, ovejas, caballos, mulas y puercos, de que se provee la ciudad de los Reyes y se da lana a todos los obrajes para las bayetas, cordellates, sayales, pañetes y frezadas que labran… ”
“Lo que más califica la abundancia […] es el baxo precio que [los bienes agropecuarios] tienen en aquella tierra: pues en ella por cinco reales se compra un carnero, por seis pesos una vaca, y un caballo por ocho […]. A lo que más debe esta villa [de Cajamarca] su opulencia es a los cerdos, que en número de onze a doze mil cabezas se crían cada año en sus campiñas: porque, como por no aver azeite en el país, usan de la manteca para el aderezo de las comidas, aún en tiempo de Quaresma; los llevan a Lima, donde hazen de su venta cresidissimos caudales” (33).
Otro rubro importante, tanto para el siglo XVII como para el XVIII, parece haber sido la producción de mulas, de cuya comercialización participaron frecuentemente los corregidores (34).
En cuanto a la pesca, Cosme Bueno señala que, para 1766, “los más” de los ríos de Cajamarca afluentes del Marañón “abundan de pescados muy sanos y sabrosos” (35).
2.3.1.2 Recursos minerales
Durante toda la época colonial, Cajamarca fue área de explotación de metales preciosos. No en vano los “pesos en oro y en plata” aparecen claramente mencionados -en primer lugar- en las tasas de las encomiendas cajamarquinas por lo menos desde 1550 (36).
En 1630, López de Caravantes hizo la siguiente semblanza de la minería en el corregimiento de Cajamarca:
“Hay en este partido [de Cajamarca] en un asiento que llaman Chilete junto al pueblo de San Pablo minas de plata y plomo que se benefician por fundición. Tambien hay minas de plata en el pueblo de Cutervo en la provincia de los Guambos y no se labran desde que las dejó Fructuoso de Ulloa. En el sitio de Combaya deste partido camino de Chota hay una grandiosa mina de piedra azufre. En el asiento de Oñolo junto al pueblo de San Miguel se beneficia salitre para labrar polvora para la Armada Real. Tambien hay una mina de cobre en el asiento e Chuquripampa entre el pueblo de Chota y San Miguel, provincia de Guambos” (37).
La producción minera continuaba activa en 1766, lo que permite deducir que el “boom” platero de Hualgayoc, de fines del siglo XVIII, no representó sino la aceleración de un proceso que se había iniciado mucho antes:
“Hay en esta provincia [de Cajamarca] muchas minas de plata y oro, de las cuales se trabajan algunas, como también de cobre y plomo muy finos, de azufre y alcaparrosa […] Hállanse [en Huamachuco] muchas minas de oro y plata, de las cuales se trabajan algunas como las del Cerro de Algamarca, del de San José, del de Achocomas, del rico de Carangas y otras de oro, aunque pocas. En el cerro de Aupillán hay una veta de hierro. También hay vetas de azufre y de piedra imán”(38).
2.3.2 Comercio, arrieraje y producción obrajera.
Según el carmelita Vázquez de Espinoza, quien visitó el Perú entre 1615 y 1619, la localidad de Cajamarca parece haber sido por aquellos años un activo centro de comercio y punto importante del tránsito de arrieros:
“[…] en esta villa […] hay muchas tiendas de mercaderes y tratantes, por ser el lugar grande y de mucho trato, y camino real por la sierra para todos los que vienen del Nuevo Reino y de Quito con mercaderías para el Cuzco, Potosí y toda la tierra de arriba, y así tiene la comunidad y cabildo de los indios de esta villa un mesón muy grande y capaz y bien hecho, para que en él se aposenten todos los arrieros y mercaderes con mucho servicio de indios, tambero y alguaciles para el servicio de los españoles que alli llegan; éste está en la plaza que es muy grande…” (39).
Además de la ya referida abundancia de estancias ganaderas productoras de lana, otro factor que indudablemente contribuyó a la aparición de obrajes en Cajamarca fue la existencia de tradiciones artesanales textiles en el área, que sin duda se remontaban a la época prehispánica. Prácticamente desde su llegada, los españoles no tardaron en utilizar esta mano de obra textil en su beneficio, tal como aparece reflejado en las tempranas tasas de encomienda del siglo XVI (40). Veamos a continuación esta expresiva cita de Vázquez de Espinoza, correspondiente a 1615-1619:
“[…] luego [en la plaza principal de la villa de Cajamarca] está la casa del corregidor donde tiene muchos indios que le hacen y labran paños de cumbe muy curiosos con figuras de pincel monteria y otras cosas curiosas de mucha estima y valor que hacen de lana unos de vicuña, y otros de lana de carneros de la tierra con muchas labores muy curiosas y de muchos colores y labran muchachos indios pequeños, y los instrumentos con que hacen estas labores del cumbi tan tupidas y perfecta son con huesos de gallina y de carnero muy amolados y afilados, que causa notable admiración el verlos labrar estos cumbes y otras cosas que hacen” (41).
López de Caravantes enumera así los obrajes que existían en el corregimiento de Cajamarca hacia 1630:
“Hay en este corregimiento ocho obrajes, uno en Cajamarca de don Nicolás de Mendoza, que por su muerte heredaron los indios; otro en el pueblo de San Pablo del cacique del mismo pueblo; otro en el pueblo de Contumasa del cacique y gobernacion [sic] de Cajamarca; otro en el pueblo de Asuncion que es de la Iglesia y de los indios; otro en el pueblo de Guambos de Pedro de Santa Cruz; otro en el pueblo de Chuzgón de los frailes de San Agustín; otro en Carabamba de los frailes mercedarios y otro en Zinzipapa [sic] de la comunidad de los mismos indios […] Tambien hay en este partido mas de ducientas y cincuenta estancias de ganados en que […] se da lana a todos los obrajes para las bayetas, cordellates, sayales, pañetes y frezadas que labran” (42).
La situación de la producción obrajera está también expresivamente graficada en estas dos citas sucesivas correspondientes a 1723 y 1766:
“Ay en Cajamarca gran copia de telares en que se fabrican paños, bayetas y lienzos de algodón, que en idioma de aquel país llaman tocuyos. Y de todo ésto tienen grandes intereses, porque es continua su saca para otras provincias”
“Se fabrica en algunos obrajes [del corregimiento de Cajamarca] bayetas, pañetes, frazadas, sayales y jergas. También se labran ropas de algodón, y algunas muy finas y exquisitas […] Críase [en el corregimiento de Huamachuco] todo género de ganados, especialmente carneros, de cuyas lanas se fabrica mucha ropa de la tierra en los muchos y grandes obrajes que hay en ella” (43).
Como dato curioso, debe mencionarse que, en el siglo XVIII, los obrajes cajamarquinos incluían entre sus productos habituales a las lonas para velas de navíos. Este dato aparece en dos fuentes independientes fechadas en 1748 y 1786 (44).
Al revés de lo que ocurrió en otros puntos del área andina, la producción obrajera cajamarquina parece haber perdurado, por lo menos parcialmente, prácticamente hasta los albores de la Independencia. Esto sucedió, por ejemplo, en el caso del obraje de Porcón, activo en 1821. Por otra parte, en lo que se refiere a la época borbónica en general, el área que estudiamos parece haber sido escenario de levantamientos asociados a abusos en los obrajes (45).
2.4 Demografía
Pese a haber sido un corregimiento localizado en una región que fue particularmente golpeada por el llamado colapso demográfico de los siglos XVI y XVII, Cajamarca parece haber gozado, en líneas generales, de bastante estabilidad poblacional durante toda la época colonial. Noble David Cook, quien se ha centrado en el estudio del período 1520-1620, ha señalado que esta estabilidad cajamarquina constituye un rasgo verdaderamente peculiar. Este autor indica lo siguiente:
“The rate of population decline for the repartimiento of Cajamarca [que nosotros hemos llamado en este trabajo Cuatro Guarangas] was especially low from 1575 to 1611, -0.2 percent annually. There were four repartimientos in Cajamarca with substantial populations: Cajamarca, Guarangas [que nosotros hemos llamado Tres Guarangas], Guamachuco, and Guambos. The population of all four was exceptionally stable. We have seen that the decline for Cajamarca was slight. Between the 1570s and the 1600s Guarangas declined at a rate of only -0.6 percent yearly, Guamachuco at -1.3 percent; and Guambos actually increased at a rate of 0.6 percent” (46).
Además de los tributarios propiamente dichos (quienes muchas veces eran llamados simplemente “originarios”), los burócratas de la época incluyeron frecuentemente, como categorías demográficas aparte, a los curacas, a los forasteros (que eran un tipo especial de tributarios), a los reservados (mayores de cincuenta años), a los muchachos (menores de dieciocho años) y a las mujeres. En 1754, de acuerdo con esta categorización, existían en el corregimiento de Cajamarca 82 curacas, 5,743 originarios, 3,537 forasteros, 1,663 reservados, 10,862 muchachos y 20,250 mujeres (47).
En una perspectiva secular, la población total india localizada en los ámbitos de Huambos, Cajamarca propiamente dicha y Huamachuco, fue de 43,195 personas en 1583, 42,137 personas en 1754, y 73,401 personas en 1795 (48).
En cuanto a la evolución de la población total india en los tres ámbitos, disponemos de datos para observar este proceso entre 1583 y 1795:
1583 1795
HUAMBOS (2,638) (18,751)
CAJAMARCA (15,240 + 9,434) (27,314)
HUAMACHUCO (14,431) (27,336)
TOTAL (41,734) (73,401) (49).
Es probable que la marcada estabilidad de la población india en el territorio del viejo corregimiento de Cajamarca se haya debido a la relativa benignidad de las condiciones ecológicas y productivas de la zona. Una fuente de 1723 -mencionada en el acápite 2.3.1.1- habla de los bajos precios que entonces tenían los bienes agropecuarios, particularmente los granos, la carne, el azúcar y los ganados de diverso tipo (50).
El desarrollo demográfico colonial del corregimiento de Cajamarca recuerda, en algunas cosas, al de la Audiencia de Quito. Según Robson Tyrer, luego de una caída en la segunda mitad del siglo XVI, a partir de 1591 la población andina de esta Audiencia aumentó considerablemente hasta llegar a un pico poblacional en año 1690. A partir de ese momento, una serie de epidemias y desastres naturales determinaron un descenso moderado de la población. La población andina del ámbito de Quito pudo recuperar sus niveles del año 1690 recién en el siglo XIX. Ensayando una explicación tentativa del fenómeno del crecimiento poblacional hasta 1690, Tyrer ha señalado que éste pudo deberse a la regularidad que existió en el abastecimiento de alimentos en el territorio de la Audiencia de Quito. Esta situación hizo disminuir los períodos de escasez, que estaban íntimamente asociados con la aparición y dispersión de epidemias. Según Tyrer, esta regularidad en el abastecimiento de alimentos no fue tan marcada en el conjunto del territorio de la Audiencia de Lima. Cajamarca aparece, en efecto, como una de las excepciones a la regla. Como en el caso de la Audiencia de Quito, es probable que la riqueza agropecuaria del espacio cajamarquino, y sus bajos precios, hayan sido las causas de fondo que se encontrarían detrás de la relativa estabilidad demográfica del corregimiento. En cuanto a las diferencias entre el ámbito de Quito y el corregimiento de Cajamarca, saltan a la vista ciertas discrepancias en las trayectorias demográficas respectivas. Para Cajamarca, el siglo XVII y la primera mitad del siglo XVIII fueron momentos de estabilización. La población cajamarquina crece recién en la segunda mitad del siglo XVIII. En Quito, por el contrario, el siglo XVII es un siglo de claro crecimiento poblacional, mientras que el siglo XVIII representa primero un momento de caída y, luego, un período de crecimiento muy lento, casi asimilable -diríamos- a un estancamiento (51).
2.4.1 El proceso de hispanización en la Cajamarca colonial
Es posible realizar una comparación entre la población total existente en los ámbitos de Huambos, Cajamarca y Huamachuco en 1583 y la que había en 1795. En 1583 había 43,195 personas, mientras que en 1795 la población total llegó a las 126,938 almas. En este último año, vívían en dichos tres ámbitos poco más de diez mil españoles y algo más de cuarenta mil mestizos. (52).
Estas cifras son bastante reveladoras. Todo parece indicar que, por lo menos desde comienzos del siglo XVII, el corregimiento de Cajamarca comenzó a atraer a mucha población española colonizadora. Esta situación fue particularmente visible en la misma localidad de San Antonio de Cajamarca, que en el siglo XVI era conocida simplemente como un “asyento”. Desde el siglo XVII, hasta la segunda mitad del siglo XVIII, las fuentes llaman indistintamente a esta localidad como “pueblo de indios”, como “pueblo” a secas, o también como “villa”. Esta ambigüedad refleja una paradójica situación que caracterizó a la localidad de San Antonio de Cajamarca durante casi toda la época colonial: se trató de un centro urbano grande y muy poblado por europeos (lo que daba pie a considerarla como una villa), pero que no tenía cabildo de españoles, sino únicamente alcaldes indios (lo que, contradictoriamente, reducía su rango urbano al de “pueblo”) (53).
El gradual establecimiento de españoles en el área que estudiamos se refleja claramente en el tono de las cartas dirigidas al rey de España por los naturales de Cajamarca, así como por el protector de indios del área. Y ello particularmente durante el siglo XVII. Una carta dirigida al rey de España, suscrita por las autoridades étnicas cajamarquinas en 1690, habla elocuentemente del “pillaje” actual de la “nación española”:
“Estanse [los españoles] ymbentando trapiches, cañaberales, obraxes, chorrillos, molinos, batanes, minas sin fruto ninguno y todos quantos generos de ocupaciones puede pensar la ambiciosa codicia para afligir a los pobres indios en cuyo exercicio se ocupan los negros esclavos en otras provincias y en esta no se allan beinte negros útiles para ésto…”(54).
En 1681, el protector de los naturales de Cajamarca dirigió una carta al rey de España con la siguiente semblanza:
“Este corregimiento tiene muchas haçiendas de campo y obrajes fundados en que se benefiçia lana y los españoles dueños destas haçiendas an sacado gran numero de yndios de los pueblos […] y a mas de quatro años que no se haze pagas a los yndios obrajeros deviendose hazer cada seis meses, y aunque se a pedido no se a ejecutado en gran perjuiçio de los miserables yndios”(55).
Hacia fines del siglo XVII, alcanzó particular virulencia una disputa entre los españoles de la villa de Cajamarca y los indios de dicha localidad por el derecho a sacar el estandarte de San Antonio de Padua (patrón de la localidad). También era disputado entonces el derecho de preferencia y de antigüedad en la celebración de la fiesta del Corpus (56).