Como sabemos, para este 7 de octubre están programadas las Elecciones Regionales y Municipales 2018. Estas nuevas elecciones serán una oportunidad más que tenemos los ciudadanos y ciudadanas para elegir a autoridades que realmente quieren trabajar por su distrito-provincia-región.
La historia política más reciente nos dice que al momento de elegir, los peruanos y las peruanas elegimos mal a sabiendas. Los motivos para ‘equivocarnos’ son muchos, pero dentro de los comentarios más comunes que se usan para justificar por quien se vota son por ejemplo: “elijo al mal menor”; “que salga cualquiera, al final todos son iguales”; “el que entra, entra a robar”; “me da igual quien salga”; “a ese candidato ya le toca”; “ese candidato no es sobrado (orgulloso)”; etc… Estas expresiones son usadas en todas las elecciones. Sin embargo, cuanto más cerrada se hace la elección los comentarios se van adecuando a la realidad de cada distrito.
En los distritos alejados de las ciudades, puedo afirmar (porque he vivido en provincia y hago vistas periódicas) que, dependiendo de la idiosincrasia de la población, las decisiones electorales pasan por los ámbitos familiares, amicales y del dinero, principalmente y mayoritariamente, que tienen una relación directa con el clientelismo; menos con propuestas serias y la moral.
A donde voy de vacaciones, en los distritos y en la provincia misma, la valoración del candidato municipal (no hay candidatas [mujeres], hasta ahora) y regidores pasa por un filtro nada exigente que consiste en saber cuán grande es la familia, cuán extenso es el círculo de amigos y cuánta plata tiene para invertirla en dádivas durante la campaña. Frente a esos intereses, fácilmente quedan sin importancia lo realmente valioso: propuestas y moral. Por un lado, la exposición y explicación del plan de trabajo y otras promesas de gestión, que los candidatos están obligados a ofrecer a la población, se pierden en el debate porque no son dadas ni escuchadas con seriedad. Por otro lado, nadie valora la moral de los postulantes. Los candidatos y opositores se creen inmaculados; por tanto, se sienten autorizados para insultar y difamar a sus oponentes. En elecciones, todos ven ‘la paja en el ojo ajeno…’ En otras palabras, nadie cuestiona responsablemente. Los candidatos pasan piola la prueba moral; por ejemplo, nadie se pregunta cuál ha sido (es) su trayectoria moral (comportamiento) en la comunidad; si tuvo procesos legales cómo fueron resueltos; si fue alguna vez autoridad (o si tuvo un cargo importante) cómo lo desempeñó; si es participativo o solidario; o cómo se reinsertó a la sociedad luego de sus errores o de cumplir condena judicial; etc. Es decir, de qué forma los actos de los candidatos contribuyen (contribuyeron) de alguna manera a ayudar en la resolución de los problemas de la comunidad (ojo, no solo para la foto del Facebook).
A donde voy de vacaciones, existe una ausencia real de muchos alcaldes y regidores. Además, hay una amnesia colectiva entre pobladores y autoridades que los vuelve cómplices. Esta complicidad hace que se forme un círculo vicioso electoral que se manifiesta de la siguiente manera: por un lado, los alcaldes fueron elegidos porque aprovecharon la fórmula familia-amigos-dinero; por tanto, no están obligados a elaborar planes serios de trabajo. Si mostraron algún plan en su candidatura, como alcaldes no se acuerdan que existe y, por la dejadez de los distritos, algunos hasta se olvidan que son alcaldes. Mientras que, por otro lado, los pobladores desilusionados (con culpa o sin ella) y sin dádivas del alcalde no les queda otra opción que aguantar hasta las siguientes elecciones para que, supuestamente, se corrija el error cometido… Corrección que no llegará. En las siguientes elecciones, gran parte de la población ve otra vez la oportunidad de ‘sacarles algo’ a los candidatos; a cambio, los candidatos ven la forma de llegar a la Municipalidad para sacarle todo. Y el círculo vicioso nuevamente empieza eligiendo al más regalón.
Segunda parte: propuestas de cambio
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