En el Perú, antes de 1963, no se elegían representantes ediles por votación universal. Era el gobierno central el que los designaba directamente. En muchos casos era la extensión de su presencia como gobierno. Sus atribuciones, eran también limitadas. Con el proceso migratorio, el crecimiento de las ciudades, la presencia importante de las clases medias y la concentración de la mayor parte de la población en ellas, y ya no en las zonas rurales, el proceso de expansión de los derechos políticos estaba a la orden del día. Así, al inicio del primer gobierno de Belaunde, con un programa claramente reformista, convoca por primera vez a elecciones municipales directas y universales. Su socio -en aquel entonces democristiano- Luis Bedoya Reyes gana en forma consecutiva el sillón edil de Lima en 1963 y 1966. Las fuerzas de AP y la DC se reparten las principales plazas del país, pero asimismo lo hacían la coalición conservadora Apra-Uno. En 1968, con el gobierno militar se regresó a los nombramientos desde el ejecutivo.
En 1980, con el retorno a la democracia representativa, el Perú inicia una nueva etapa de elección de sus cuerpos ediles. Los comicios se hacen más competitivas (no existen partidos excluidos), se amplia el derecho al sufragio (voto de analfabetos, jóvenes mayores de 18 años) y los municipios adquieren nuevas atribuciones. A partir de ese año 1980 se han realizado cuatro elecciones municipales: 1980, 1983, 1986 y 1989. Se puede diferenciar aquellas que se realizaron en los inicios de las administraciones de Belaunde (1980) y Alan García (1986), ganadas tanto en Lima como a nivel nacional por los candidatos oficiales. No fue solo por el apoyo gubernamental sino por que el gobierno gozaba del estado de gracia que el electorado otorga a los inicios de sus gestiones. Las otras dos elecciones (1983 y 1989), por el contrario, se sitúan en el otro extremo. Coincidían con los momentos de declive del gobierno de turno. Las candidaturas oficialistas fueron derrotadas y consiguieron sus peores resultados históricos.
Asimismo, que las elecciones son, finalmente, la sumatoria de múltiples campañas a nivel provincial y distrital, pues se eligen más de millar y medio de alcaldes y concejales. Por ello, las maquinarias políticas tienen que estar adecuadas a este despliegue de organización nacional que requiere de recursos económicos, materiales y humanos que sólo los partidos políticos están en condiciones de realizar. Sólo ellos han podido presentar, a lo largo de toda la década pasada, candidatos en todo el país. Esta dispersión hace que las competencias se transformen en locales y que los máximos referentes se sitúen en Lima, sin que esto -a diferencia de elecciones nacionales- repercuta necesariamente en el resultado total nacional. El Apra, por ejemplo, ganó a nivel nacional en 1983, pero perdió en Lima. En 1989 el Fredemo, por su lado, obtuvo el mayor porcentaje nacional, pero perdió también en Lima.
Por las características de esta elección, dispersas, menos interesantes que las nacionales y, en muchos casos, peligrosas por la presencia de Sendero Luminoso, el porcentaje de ausentismo ha sido mayor que en las elecciones nacionales. Por ejemplo, en 1983 este se empinó al 35%, el más alto de todas las competencias.
De otro lado, se puede apreciar dos momentos en relación a las adhesiones ciudadanas. Las tres primeras elecciones municipales (1980, 1983 y 1986) mostraban un apoyo casi total a las ofertas de los partidos políticos: AP, IU, Apra, PPC. Los tres primeros se turnaron en la administración de Lima y entre estas cuatro fuerzas representaron -como promedio- el 93% de los votos válidos. Por el contrario, otros partidos y las listas independientes bordeaban el 7% de respaldo. La crisis del conjunto de la sociedad peruana y de sus instituciones, que se recrudeció aceleradamente a partir de 1987, produjo un distanciamiento y, en muchos casos, rechazo a los partidos políticos que produjo un cambio notorio en el esquema de partidos hasta aquí reseñado. Las elecciones municipales de 1989 mostraron palmariamente este cambio, particularmente en los resultados de las elecciones en las plazas políticamente más importantes como, por ejemplo, Lima y Arequipa. Fue el primer llamado de atención. El escenario electoral cambiaba aceleradamente. Las elecciones presidenciales, con el triunfo de Fujimori confirmaron esta tendencia. Es así que en esta oportunidad se han presentado la mayor cantidad de candidaturas a la alcaldía de Lima.
Pero, ¿cuál ha sido la actuación de estas fuerzas a lo largo de la década?. El Apra se presentó en todas ellas como el partido más organizado. Obtuvo el mayor respaldo electoral tanto en 1983, como partido opositor, y como en 1986, al poco tiempo de alcanzado el gobierno. En esta última oportunidad logró el mayor respaldo alcanzado por partido alguno en elecciones municipales: 47% y su más bajo lo obtuvo el año 89 con el 20.4%. Es decir, el Apra es el partido que mejor promedio electoral logró que cualquier otro. Sin embargo, Lima no fue nunca una buena plaza para el partido de Haya de la Torre. Sólo ganó una vez (1986) y siempre sus porcentajes en la capital fueron menores que en su promedio general. Eso crea un espejismo, entre sus rivales que, lo colocan como derrotado cuando en muchos casos sólo lo es en Lima. Eso es así también por que se trata de un partido enraizado a nivel nacional. El Apra ha postulado candidaturas diversas en Lima. Desde el aprista "buen vecino" como Justo Enrique Debarbieri (1980), pasando por el renovado aprista Barnechea (1983), para regresar por el aprista militante como Del Castillo (1986) y Cabanillas (1989). Ahora el viejo partido de la Av. Alfonso Ugarte se encuentra a la defensiva. La candidatura de última hora de un aprista parlamentario como Luis Alvarado, es para pasar el mal tiempo y para cumplir con su militancia. Hubieran preferido no participar.
El caso de AP también es de particular importancia. Es el partido que ha manejado la idea de la restauración de los fueros municipales como reivindicación democrática contra el gobierno autoritario de Fujimori. Ha participado en sólo dos de los cuatro elecciones municipales (1980 y 1983) ganando en la primera con Eduardo Orrego y mandando al sacrificio la siguiente con el independiente Alfonso Grados Bertolini, quien quedó cuarto. En 1986, no se presentó por encontrarse en crisis luego de su estrepitosa derrota en las presidenciales de 1985. Coloca, sin suerte, la cabeza de la candidatura del ing. Inchaústegui con el Fredemo. Luego de 1980, donde ganó también la mayoría de las alcaldías provinciales, no tuvo la misma suerte. Este año ha decidido relanzar el partido, presentando al ex-parlamentario Raúl Diez Canseco a la alcaldía de Lima, evitando desde el inicio cualquier alianza, ya no sólo de un frente antidictatorial, sino con sus socios últimos PPC y Libertad. Por primera vez, se enfrentará con ellos y, posiblemente, en muchos distritos se entorpecerán.
En el caso del PPC, el entusiasmo ha sido mayor que su respaldo electoral. Se ha presentado 3 veces con candidaturas propias y una al interior del Fredemo (1989). Siempre fue tercero, incluyendo a su histórico Luis Bedoya Reyes en 1986, sin conquistar nunca la alcaldía limeña, aunque sus porcentajes electorales siempre fueron mejores en Lima que a nivel nacional. A diferencia de los otros grandes partidos, apenas logró conquistar, con listas propias, alcaldías provinciales. En esta oportunidad, compitiendo en Lima, con el poco experimentado Neuhaus Tudela, enfrentará también a sus ex-socios, lo que le será difícil lograr la primera mayoría.
La izquierda unida, se formó justamente en las primeras elecciones municipales de 1980. De allí en adelante, como representante de la izquierda peruana, obtuvo un buen promedio participativo a nivel nacional, siendo variable en Lima. En el primer caso logró su mejor actuación en 1986 con el 30% de los votos, pero fue en 1983 cuando ganó la alcaldía de Lima. En Lima, la división de 1989 -se formó el Acuerdo Socialista- fue una de las causas de la baja votación de Henry Pease. El buen respaldo de Barrantes en las tres primeras elecciones se debió básicamente a que representaba a una izquierda unida y no sólo, como muchos pensaban, a un respaldo propio. Así lo demostró su 4% de 1990, como candidato presidencial. En las municipales de 1993, la izquierda presentará dos o tres candidaturas al Concejo Provincial de Lima y varias candidaturas que compiten entre sí, en diversos distritos de Lima. Esta diáspora izquierdista podrá significar la perdida de varios distritos populares de Lima y provincias en las que tenía la dirección municipal. Michel Azcueta y Plataforma Democrática, tendrá entre ellas las mayores posibilidades, sin que ello compense la posible baja votación a nivel nacional. Por primera vez, la izquierda no tendrá un referente nacional como si lo fue izquierda unida en toda la década pasada.
En el caso de Libertad, con la candidatura de Miguel Vega Alvear, busca recobrar espacios que se le van cerrando. La fuga a las filas fujimoristas de muchos de sus seguidores y el apoyo de algunos electores de Renovación en las últimas elecciones, han apresuradado a las filas liberales a participar. Tienen un duro reto si se tiene en cuenta que competirán con pepecistas y populistas en un mar de candidaturas.
En relación a las candidaturas independientes, tuvieron poco apoyo electoral a la alcaldía de Lima en las tres primeras oportunidades y lograron su gran salto con el triunfo de Belmont en Lima en 1989. De allí en adelante, las perspectivas de muchos políticos y aspirantes a las alcaldías eran distanciarse de los partidos políticos y asumirse como independientes (si es contra de los partidos, mejor todavía) y técnicos. Perspectiva que tendrá algunos réditos electorales, pero que se satura cuando hay muchos candidatos con las mismas pretensiones. Si se mantienen las candidaturas de Belmont, Luis Cáceres, Pablo Gutierrez, Michel Azcueta, entre otros, este espacio será muy peleado, pero traerá también una gran dispersión del electorado a nivel nacional. Por eso, quizá, no habrá ganadores ni perdedores.
(Caretas, 17 de diciembre de 1992)