Se inicia el quinto y último año de este mandato 2021-2026, que parece una eternidad. A diferencia de otros países, donde por alguna circunstancia el presidente electo deja el cargo, en el Perú los vicepresidentes o presidentes del Congreso se han convertido en puestos no solo de sucesión, sino de altas expectativas presidenciales. Además, desde hace un buen tiempo no tenemos gobiernos de partidos, sino gobiernos sin partidos. Pero la sucesión los hace gobiernos distintos en un mismo período, como PPK-Vizcarra-Merino-Sagasti o Castillo-Boluarte, pero con los mismos parlamentos al frente. Son gobiernos personalísimos. El extremo es la presidenta actual que, como se sabe, carece de partido, bancada, movimiento social de apoyo y, además, de liderazgo carismático que al menos hubiera servido de contrapeso.
A ello se agrega el aporte personal de Dina Boluarte, que exhibe graves y visibles carencias de formación de todo tipo. No solo es tremendamente vulnerable, sino que es directamente responsable de su bajísima aprobación. Si en las monarquías constitucionales es conocida la frase “el rey reina, pero no gobierna”, en nuestro presidencialismo republicano, Dina Boluarte preside, pero no gobierna. Parece solo jefa de Estado, pero no jefa de Gobierno. Hemos inventado, en los hechos, un novísimo sistema político.
Como la presidencia está vaciada de poder, debe su existencia a la coalición que manda en el Parlamento. Carece de autonomía, debe entregar cargos en el Ejecutivo, no observar leyes, hacerse de costado cuando se vulnera el Estado de derecho y distribuir presupuesto sin importar el equilibrio fiscal. Una cosa es consensuar y otra, subordinarse. Eso dibuja un curioso caso: un gobierno sin mayoría en el Congreso, pero tampoco con oposición. Es, pues, una presidenta funcional.
El problema es que el calendario electoral irá canalizando progresivamente todo el interés y desatará pasiones y tensiones. Nada es menos aconsejable que estar asociado a una presidenta tan rechazada, por lo que sus aliados en el Congreso, en una situación límite, podrían deshacerse de ella sin miramientos. En el interín, pueden exprimir todo hasta el último día: aprobar leyes cuestionables, censurar cuantos gabinetes deseen —ya no puede disolver el Congreso— y así mostrarse como opositores. Muchos presidentes de las últimas décadas han terminado procesados o sentenciados. La presidenta parece tener la misma hoja de ruta. Por eso, este año no parece que será mejor que los anteriores. Ni su largo discurso presidencial (Peru21, lunes 28 de julio del 2025).


