Atrapada en su propio laberinto, la presidenta Dina Boluarte no saldrá bien librada del escándalo de los relojes y joyas que ostentaba con singular naturalidad, cuando estaba lejos de poder tenerlos como producto de sus propios ingresos. La figura presidencial ha sido gravemente dañada por una persona, que desde su llegada al poder, se ha abstenido de asumir responsabilidades. A sus grandes y graves limitaciones de formación y experiencia política se suman las no limitadas formas que ha administrado el poder con innecesarios viajes al exterior y la ostentación de relojes y joyas envueltos en discursos vacíos y victimizaciones no convincentes.
Intentar minimizar y mentir al país solo ha desatado más interés y preguntas. A estas alturas, se tiene claro que antes de llegar al gobierno, sus ingresos eran magros, como lo consignan sus declaraciones juradas. Posteriormente, ya en el gobierno, tampoco los compró y menos los declaró. Finalmente, si alguien se los regaló, no los consignó, como estaba obligada. Por lo demás, nadie hace regalos tan costosos a cambio de nada.
Ya está claro que el allanamiento de su casa y de Palacio de Gobierno estuvo amparado en una orden del juez. Es cierto que no se puede acusar a un presidente de la república en el período de mandato, pero el Ministerio Público sí puede desarrollar la etapa de investigación preliminar -como ocurrió con Pedro Castillo-, salvo aplicar la figura de la prisión preventiva. Ese es, en realidad, el único límite. Lo que ha querido la mandataría, en los últimos días, es ganar tiempo. Para esto, ha comprometido a sus ministros y, nadie más que ella, ha puesto en riesgo la gobernabilidad del país, a la que tanto invoca.
De esta situación, se presentan tres escenarios. En el Primero, el que más se vislumbra, la coalición del gobierno y la mayoría del Congreso cierran filas y responsabilizan a la prensa, al fantasma del comunismo y hasta al desfenestrado ex premier Alberto Otarola. La idea es dejar pasar el tiempo sabiendo que en el Perú puede escasear buenos políticos, pero no escándalos. Pedirán eso sí, cambios en algunas carteras ministeriales. Sin embargo, el Ministerio Público seguirá con la investigación y la prensa encontrará nuevas pistas que podrían generar una situación insostenible para Dina Boluarte.
Un segundo escenario es la vacancia, una figura invocada hasta en ocho oportunidades contra PPK, Vizcarra y Pedro Castillo. Pero este recurso deformado y usado indebidamente, que no se quiso precisar o cambiar por otro menos interpretable como el juicio político, ha sido rechazado por los anteriores entusiastas de su uso. Difícilmente prosperará, pues ya se han pronunciado en contra las mayoritarias bancadas de Fuerza Popular, Avanza País, Alianza para el Progreso y Renovación Popular. La negativa de los partidos está centrada fundamentalmente en que no quieren un adelanto de elecciones, pues nadie se quiere ir. Para muchos congresistas, implicaría perder ingresos, estatus y la función de canalizar intereses mercantilistas, cuando no mafiosos.
Sin embargo, si algunos congresistas logran conseguir las firmas para que se presente la solicitud de vacancia, así esta no prospere, la presidenta pasará un mal rato, su abogado hará malabares para defenderla y su ya desgastada figura llegará al deterioro máximo.
Finalmente, el tercer escenario es la renuncia de la presidenta. Más allá que no esté en sus planes, una salida del gobierno la pone a merced de la justicia sobre el tema de los relojes y también sobre la muerte de decenas de peruanos al inicio de su mandato. Pero los partidos en el Congreso, harían lo indecible para que eso no ocurra, como ya lo indicamos.
La política peruana se ha envilecido progresivamente desde hace más de tres décadas. Las élites políticas se han contagiado unas a otras, dejando atrás ideas, pasiones y creencias. Lo pequeño, pedestre e inmediato se ha convertido en su razón de ser. Los desincentivos para que hombres y mujeres de buena voluntad ingresen a la política han crecido como la espuma.
Gran parte de los congresistas aluden a favor de la gobernabilidad, la democracia y sus instituciones, pero son incapaces de definir aquello que no practican. Por eso, ya no debe causar sorpresa episodios de la ironía de la política peruana. De la inicial fórmula presidencial de Perú Libre, que luego ganó las elecciones, Pedro Castillo está preso, Vladimir Cerrón es prófugo de la justicia y Dina Boluarte puede encaminarse a encontrarlos esta vez tras las rejas. Solo quiere, con fervor, que el reloj -como el entrañable bolero de Roberto Cantoral- no marque las horas (Domingo, 31 de marzo del 2024).