En nuestro país se dan muchos incentivos para que se produzca un alto fraccionamiento de la representación parlamentaria. Difícilmente un sistema político puede cumplir sus funciones con un número alto de partidos políticos con representación parlamentaria. Un escenario de esta naturaleza crea serias dificultades para construir mayorías, establecer acuerdos y tomar decisiones, por no decir problemas para elegir comisiones, elaborar la agenda legislativa o realizar reuniones de Junta de Portavoces. Un Congreso así, atomizado y disperso, siempre tendrá inadecuadas relaciones con el Ejecutivo, que es el ingrediente de toda ingobernabilidad.
Ante esto, hay medidas del sistema electoral que buscan desincentivar el número alto de partidos a partir de incorporar mecanismos como, por ejemplo, una valla mínima o umbral de representación para el reparto de los escaños. Este invento alemán de posguerra es una medida que se toma en muchos sistemas electorales en el mundo con el propósito de evitar el fraccionalismo. Se aplica un umbral mínimo de los votos válidos a nivel nacional para que el partido político pueda acceder a la distribución de escaños de acuerdo a su porcentaje obtenido.
Otra medida que se puede aplicar es la realización de la elección al Parlamento en la fecha de la hipotética segunda vuelta electoral presidencial, como lo venimos proponiendo desde hace un par de décadas. En países donde existe una simultaneidad entre la elección presidencial y parlamentaria, el elector emite un voto ciego; es decir, sin conocer ningún resultado de la elección presidencial. La consecuencia es la dispersión del voto no solo presidencial, sino parlamentario. De esta manera no se construyen mayorías y se alimenta el fraccionalismo. Si la elección parlamentaria se realizara posteriormente a la presidencial, el elector tendría dos escenarios. Uno en el que gana algún candidato en primera vuelta, por lo que el elector decidirá si otorga su voto al partido del presidente o fortalece a la futura oposición. Otro, si hay segunda vuelta, en cuyo caso tendría solo dos posibilidades de elegir a nivel presidencial y pensará mejor su voto para el Congreso. En ambos casos, se desarrolla un efecto concentrador alrededor de los partidos más votados, por lo que el elector ejercerá así un voto estratégico. Estas medidas en algo contribuyen a evitar el fraccionalismo.
Sin embargo, en nuestro caso, por falta de una visión integradora de las reformas, el umbral de representación permite el ingreso de partidos que ni siquiera logran el número de escaños suficientes para formar una bancada, por lo que dicho mecanismo pierde eficacia.
A esto se agrega que los incentivos para mantener la inscripción de un partido cascarón son muchos como, por ejemplo, permitir no participar en una elección, inscribir listas de candidatos y luego retirarse de la competencia, formar parte de una alianza y no conseguir ni un escaño y que la valoración del umbral de representación no sea exclusivamente de la elección parlamentaria. Esto tiene como consecuencia que hoy tengamos 23 partidos legalmente inscritos, pero tan solo seis de ellos con representación en el Congreso. No solo se incentiva el fraccionamiento, sino la mercantilización de la política de parte de los partidos cascarón. Por lo tanto, cualquier reforma debe tener una visión integradora de las normas y sus efectos (El Comercio, jueves 10 de enero del 2019).