Un presidente que carece de mayoría en el Congreso, más aun, si esta es de oposición, siempre desarrolla una relación tensa con el Parlamento. En nuestra historia, los precedentes han sido nefastos. Terminaron con un golpe de Estado contra el presidente (Bustamante, 1948, y Belaunde, 1968), golpe de Estado contra el Congreso(Fujimori, 1992) o renuncia del presidente (PPK, 2018). Es decir, no hemos podido superar esta relación que, más allá de los buenos deseos de los involucrados, se expresa con gran claridad en estos días.
En los sistemas presidenciales como el nuestro, estos escenarios se pueden presentar, pues tanto el presidente como el Congreso se eligen de manera directa, adquiriendo ambos, legitimidad a través del voto. En cambio, en los sistemas parlamentarios, el jefe de gobierno es elegido por el Parlamento, lo que permite una mayor fluidez en la relación entre los poderes del Estado.
Pero en nuestro caso, a lo largo de las diversas constituciones se ha ido construyendo un sistema presidencial con muchos mecanismos de los sistemas parlamentarios, creando un híbrido que genera escenarios peligrosos. Es así que tenemos figuras como la del primer ministro, Gabinete Ministerial, interpelación, censura de ministros, voto de investidura, voto de confianza y disolución del Congreso. Ningún país de la región, con sistemas presidenciales, tiene este paquete de mecanismos parlamentarios.
Si bien este diseño de presidencialismo parlamentarizado es complejo y lleva a riesgos, lo cierto es que sí contiene un sentido de equilibrio de poderes que no se puede soslayar. Pero son instrumentos (armas) muy poderosos que deben ser usados cuidadosamente. Por eso, si el Parlamento puede censurar ministros y no otorgar voto de confianza, el presidente puede disolver el Congreso. Si no funcionan como contrapesos, solo habrá pesos (de uno de los lados) y un poder avasallará a otro.
Y es que, a lo largo del presente gobierno, empezando por el período de la presidencia de PPK, el Congreso ha hecho uso extensivo de sus atribuciones constitucionales, ante el retroceso y debilitamiento del presidente, lo que lo llevó –también por responsabilidad propia– a la renuncia ya conocida.
En esas circunstancias y conocedor de la historia de su predecesor, el presidente Martín Vizcarra asumió el mando en una situación especial. Como en la serie, el sobreviviente designado debe crearse su propia legitimidad, allí donde todos se la retacean. Por eso el camino de políticas públicas de cara a las regiones, iniciativas reformadoras y firmeza en las decisiones lo han enganchado con su único aliado, la ciudadanía descreída de los políticos y las instituciones.
En cualquier escenario, el presidente ha ganado la partida a la oposición y probablemente el apoyo de la opinión pública crezca. Pero esto solo es un peldaño. Pasada la turbulencia de este año, le toca enfrentar algo más complicado, a lo largo de la mitad del período del mandato. Tendrá que mostrar que sus políticas públicas benefician a la gente, de la mano de fortalecer las instituciones con espíritu reformador. Tremendo reto que, si no lo cumple, la caída será más fuerte, sobre todo si se ha subido alto. Allí lo puede esperar la oposición, que ya le perdió la confianza (El Comercio, jueves 20 de setiembre del 2018).