Si algo hace débil a un presidente es la pérdida de legitimidad. Eso se manifiesta, por ejemplo, cuando lo que hace y dice no se le escucha y menos se le cree. Su capacidad de persuasión disminuye e incluso, en ocasiones, sus actos tienen efectos contraproducentes. Este es el caso de Pedro Pablo Kuczynski, quien de ser hace año y medio un gobernante con niveles mayoritarios de aprobación hoy tiene cifras menores al 20%. Es decir, solo uno de cada cinco peruanos lo aprueba. De esta manera, PPK está en el cargo porque fue elegido, y eso se respeta, pero por ningún otro atributo más.
Los gobernantes requieren, sin embargo, que su palabra sea oída y sus actos aprobados. Puede darse el caso incluso de que las élites no lo aprueben, pero los ciudadanos sí. El caso más cercano, por mucho tiempo, es el de Luis Castañeda Lossio como alcalde de Lima, o el mismo Alberto Fujimori a inicios de los noventa. Carecían de apoyo político, pero mostraban un claro apoyo social. Ha habido casos que han sido al revés, cuando se carecía de apoyo social pero se mantenía cierto apoyo político. Fueron los casos de Alejandro Toledo, Alan García e incluso Ollanta Humala.
PPK carece de apoyo social y político y nada hace pensar que lo pueda conseguir en el corto plazo. Si no tiene una bancada numerosa y fuerte políticamente, un partido organizado y movilizador y un Gabinete centralmente político, su capacidad de sobrevivir en un contexto adverso es baja.
Es que así llega PPK en estos días: arrastrando su baja legitimidad y sin encontrar rumbo ni aliados. Pues jugado ya el indulto favorable a Alberto Fujimori, el presidente solo ha conseguido diez votos en el Congreso, pero ha perdido más, pues si de diciembre a estos días nada ha cambiado sustantivamente con relación a sus comprometedoras relaciones con Odebrecht, la posibilidad de ser vacado ha crecido enormemente.
Pero el fenómeno que hay que llamar la atención es que se ha instalado la idea, cada vez más extendida, de que PPK, en cualquiera de las modalidades, por renuncia o vacancia, no terminará su mandato. Ese hecho tiene una enorme fuerza en el curso de los acontecimientos. Si en diciembre la vacancia dividió a las fuerzas políticas y a la opinión pública, inclinándose la balanza a favor de PPK, evitando así un remezón político de efectos imprevisibles, hoy se discute con naturalidad y aceptación que su salida del cargo es cuestión de tiempo y oportunidad.
La idea instalada del término anticipado del mandato, más allá de lo justo o no que parezca, adquiere entonces un valor político enorme.
A estas alturas, faltando tres años y medio para el fin del período presidencial, ¿cuánto de la élite política y de la opinión pública cree que PPK terminará su mandato y entregará el poder a su sucesor en el 2021? Si es difícil o imposible avizorar ese escenario, es que PPK no llegará a aquella fecha (El Comercio, jueves 8 de febrero del 2018).