El proyecto del congresista Kenji Fujimori sobre la bicameralidad merece algunos, aun cuando apretados, comentarios. Acierta en proponer que la Cámara de Diputados se encargue del control político y apruebe los proyectos de ley y el Senado los revise, encargándose también del nombramiento de los altos funcionarios del Estado.
El proyecto señala que el presidente de la República puede disolver la Cámara de Diputados, mas no la de Senadores, si se censura o se niega el voto de confianza a tres consejos de ministros, salvo el último año, en el que no puede ser disuelta, aun cuando sí puede censurar al Gabinete Ministerial. El resultado es una cancha inclinada desfavorable al Ejecutivo, si no tiene mayoría en dicha cámara. Se debe mantener las dos censuras o negativa de confianza, a la que se debe agregar que en el último año tampoco se pueda censurar al Consejo de Ministros. El equilibrio de poderes estaría así protegido.
Pero el proyecto plantea que el Congreso esté compuesto por cien diputados y treinta senadores. Hasta 1992, el Perú tenía un Congreso de 240 parlamentarios, con 180 diputados y 60 senadores. Hoy el Congreso tiene 130 representantes. Pero, si a inicios de los 90 un diputado representaba a 55.629 electores, en la actualidad un congresista representa a 176.923 electores. Tenemos un Congresosubrepresentado que no tiene proporción con un electorado de 23 millones. Por lo que si se plantea un diputado por cada 100 mil electores, la Cámara Baja debería estar compuesta por 230 diputados. El Senado, a su vez, podría tener 78 senadores, tres por cada circunscripción. Este número de representantes podría alcanzarse en un par de períodos de mandato, para evitar un alto crecimiento inicial.
Sobre el origen del mandato, la propuesta no dice mucho. Se debe aprovechar para implementar un sistema en el que la mitad de la Cámara de Diputados se elija por circunscripciones uninominales y, la otra mitad, en proporción al número de electores de cada circunscripción, con lista cerrada. Esto permitiría una combinación de voto al candidato y voto a la lista del partido, como sucede en varios países, especialmente Alemania. En el caso del Senado, debería tener una representación territorial, con 26 circunscripciones, departamentos, más Lima Metropolitana, Lima Provincias y Callao, cada una con tres representantes. Es decir, paritario como ocurre en Estados Unidos, Argentina, Brasil, Chile o Bolivia, permitiendo el desarrollo de vínculos con los niveles de gobiernos subnacionales, que por ahora están desarticulados. Es decir, una cámara que incluya los intereses y demandas de estas circunscripciones que han adquirido poder y autonomía como nunca antes.
Finalmente, el período de mandato. Una propuesta podría ser recortar el de la presidencia a cuatro años, como la mayor parte de las democracias, con una Cámara de Diputados del mismo período de mandato, elegida posteriormente a la segunda vuelta presidencial y renovable por mitades cada dos años. Y un Senado de seis años de mandato, renovable por tercios cada dos años. Propuestas evidentemente debatibles, pero que merecen ser acompañadas de otras y, sobre todo, de un debate serio y responsable. Quizá lo más difícil de conseguir (El Comercio, jueves 28 de setiembre del 2017).