Ha pasado más de un año y el gobierno vuelve a convocar al llamado Diálogo con las más diversas fuerzas políticas. Pero ¿se requiere dialogar? Todos coinciden que sí. Particularmente porque varios ministros, el más visible Urresti, se han encargado de agredir verbalmente a los principales opositores y varios periodistas. El diálogo sería una manera formal de reconstruir los puentes comunicativos supuestamente rotos. Es que el llamado diálogo contiene un término revestido de connotaciones positivas.
Pero este no es un mecanismo regular en las democracias. En estas, el ámbito institucionalizado del diálogo es el parlamento. Allí están presentes las fuerzas representativas. A través del diálogo se debate, se acuerda y se vota. El diálogo es ciertamente comunicación. Comunicación política con reglas de juego. Es cierto que en algunos casos, muy excepcionales, el gobernante establece conversaciones con líderes de oposición. Pero es imposible ver a Holland, Merkel e incluso en América Latina, que el gobernante convoque a un masivo grupo de partidos inscritos y no inscritos para establecer un diálogo a la peruana.
Este mecanismo puede funcionar cuando se está frente a una crisis, por lo que se usa para ayudar a salir de ella. Así ocurrió en nuestro país en el tramo terminal del fujimorismo en la llamada Mesa de Diálogo entre gobierno y oposición. Ciertamente, producto de este espacio de trabajo se evacuaron una serie de decisiones que el parlamento con mayoría oficialista solo tuvo que dedicarse a aprobar sin más trámite, pues había perdido legitimidad.
Esta situación excepcional se tomó como modelo. Es más, en la medida en que dialogar debe encaminarse a tomar decisiones como frutos de acuerdos políticos, se creó el “Acuerdo Nacional” en el que estaban presentes los partidos políticos y la sociedad civil. Muchas cosas interesantes se discutieron, pero terminaron siendo ineficaces. Es que lo excepcional no puede convertirse en permanente, aunque permanentemente así ocurra en nuestro país.
Aquí, diálogo político hay. Lo que no hay son ideas. Un gobierno pragmático y sin ideas, resulta siendo mediocre. Una oposición iracible y sin ideas resulta siendo lo mismo. Así el diálogo público resulta siendo de baja calidad, en donde las formas oscurecen los pocos contenidos. Presidente, ex presidentes, parlamentarios, ministros, jueces y fiscales agreden y levantan la voz, con una audiencia que vitorea al que más grita o al que tiene la salida más criolla.
Querer dialogar al margen de las instituciones es debilitar más las instituciones. Por lo demas, todo esto se convierte en inaplicable. Sino veamos ¿Sobre qué dialogar? Responder sobre los principales problemas del país, es tan genérico como inútil. Llegar a un listado es ya un problema, si muchos tienen una silla en la mesa. Por eso ¿quiénes deben dialogar? los que tienen representación parlamentaria. Pero hay varios parlamentarios que no tienen partidos, solo bancadas. Asimismo, de los veinte partidos inscritos, menos de la mitad carecen de representantes en el Congreso. Más aún, hay partidos que no tienen inscripción ni representantes en el Congreso, pero que han sido invitados. Todo esto se agrava cuando la mayoría no se siente representada por aquellos que pugnan por ser invitados.
Luego de la primera reunión masiva –opacada por la ausencia del Apra y el fujimorismo– y la foto de rigor, se pasará a la siguiente etapa donde la oscuridad es mayor, pese al mayor esfuerzo de los técnicos. Es que fuera de los reflectores, no hay líder partidario que le obligue o interese permanecer más allá de este lunes.
Quizá el diálogo sirva más para establecerlo al interior del gobierno, fortalecer a Ana Jara y darle un jalón de orejas a Urresti. Finalmente, el término y el mecanismo (que nadie tiene un manual para armarlo) se guardarán hasta nueva ocasión o hasta un nuevo gobierno (La República, 8 de febrero del 2015).