Las elecciones regionales y municipales del 19 de noviembre en Perú, han reafirmado la precariedad que existe en la relación entre partidos políticos y electores, así como la diferencia que muestra la elección presidencial y parlamentaria de abril y junio último con ésta, medio año después.
Una desarticulada representación
El promedio del elector peruano ha preferido a una lista local a un partido político. Un castigo para los partidos, pero también una total desarticulación de la representación política, que prolonga la seria dificultad de los peruanos por construir o reconstruir colectivos políticos que le permitan no solo canalizar sus intereses, sino que éstos sean eficientemente agregados y sistematizados. Es por eso que esta elección subnacional a nivel regional y municipal tiene un impacto considerable no solo en el proceso de descentralización, sino también en las relaciones entre los diversos niveles del poder. Por ello, más allá de lo bueno que pueda resultar premiar a un buen alcalde con la reelección y castigar con el voto a otros por una mala gestión, lo cierto es que el Perú de hoy construye un archipiélago de su representación política. El intento por ganar las elecciones ha concluido con un reparto del poder entre los competidores, tan amplio y disperso de regiones y municipios que encontrar el buen impacto de la representación política, es tan difícil como gobernar Lima.
Ganancias y pérdidas
Los partidos nacionales, como el Partido Aprista, Unidad Nacional, Restauración Nacional, Sí Cumple, Somos Perú, entre otros, han ganado más municipios que otras organizaciones por que han presentado listas en un número alto de provincias y distritos, pero del universo total, han ganado poco. Es más, han descendido en el caudal de votos comparativamente con los resultados del 9 abril y, en muchos casos, no se compara con los resultados del 2002.
Quienes han ganado son las variadas listas regionales y locales, mal llamadas independientes. Se las agrupa por oposición a los partidos nacionales, pero es lo único que tienen en común. Por lo tanto, las autoridades de muchos distritos mirarán únicamente en su localidad, sin perspectiva del conjunto de la provincia. A su vez, los alcaldes provinciales, que no provienen del mismo partido reproducirán la misma lógica, como las autoridades regionales.
Al APRA no le fue bien, no solo en Lima, capital que generalmente la da la espalda, sino en varias regiones y provincias, pero sobre todo por la histórica derrota de Trujillo, la primera desde 1963, en que hay elecciones directas. Este resultado desfavorable para el APRA no se nota, por que a otros partidos como Unidad Nacional y, sobretodo, el Partido Nacionalista Peruano, les ha ido peor. En Lima, el triunfo que le permite reelegirse a Luís Castañeda, tiene poco que ver con Unidad Nacional que si bien gana en algunos distritos, desaparece del mapa cuando se aleja de la capital. En el caso del partido de Ollanta Humala, no ha podido canalizar el aluvión electoral de su líder, que pese a su recorrido por las provincias, casi como candidato, demuestra lo episódico de un respaldo personalista. El triunfo en Arequipa y alguna otra provincia no responde a las expectativas creadas por el humalismo, que tiene un largo y difícil camino para construir una agrupación que vaya más allá de las circunstancias.
Si Somos Perú desciende -perdiendo municipios emblemáticos como Miraflores-, Restauración Nacional, un tanto igual, Acción Popular (AP), Perú Posible, el fujimorista Sí Cumple, todos partidos con representación parlamentaria, han sido barridos del mapa electoral y si no se cuidan de su propia inscripción legal. La alternativa y recambio ha sido un listado largo de siglas, muchos de cuyos candidatos han transitado por varias organizaciones, creando una atomización tal que ahora solo se percibe un archipiélago político.
El domingo 19 de noviembre mientras muchos medios señalaban con una frase convencional y repetida que el país vivía una fiesta democrática y el comportamiento del elector daba muestra de civismo, varios pobladores de Sarayacu en Loreto, Huallanca en Ancash, pasando por Puente Piedra en Lima, interrumpieron las elecciones, destrozando el material electoral y atacaron diversos locales especialmente los municipios. Para algunos, no pocos, las elecciones no son ni tan festivas ni las reglas respetadas.
Ante esto se vuelve a repetir aquel lugar común que señala que los partidos políticos están en crisis. Término impreciso pues crisis implica un momento grave, es decir, acotado en el tiempo. En cambio en el Perú se hace referencia a un fenómeno que, cuando menos, ya tiene década y media. Pero, nada está en crisis tanto tiempo, lo que lleva a pensar que estamos delante de la naturaleza misma de nuestro sistema partidista y no un momento grave de su vida. Todo indica que la relación de estructuración económica y social que exige inclusión de ciudadanos es una variable que es necesario recordar para explicar lo que ocurre en la representación política.
En las elecciones generales últimas se pensaba que el humalismo representaba la franja antisistema anómica que tenía que ser derrotada. Efectivamente fue derrotada en su pretensión de ganar la presidencia, como que desaparece del mapa en las elecciones regionales y municipales. Sin embargo, aquellas zonas del territorio nacional que expresaron su adhesión a Humala y antes lo hicieron por Fujimori, hoy lo hacen por listas regionales y locales.
Las líneas de conflicto
En realidad, el mapa electoral muestra cuando menos dos líneas de conflicto (clivajes), una horizontal: capital-provincias y otra vertical: nacional-local. Los partidos políticos han mostrado en Lima un desempeño distinto que en la provincia. En la capital tan solo han ganado dos listas locales de 42 posibles, el resto han quedado en manos de partidos encabezados por Unidad Nacional. Otro es el caso, cuando se trata de las provincias.
En otras palabras los partidos de alcance nacional son básicamente limeños, pero Lima (ya) no es el Perú. Y las listas locales, son cada vez más locales. No es posible estructurar un país cuando los partidos nacionales carecen de raíces que tocan lo local, ni cuando las listas locales no pueden ni pretenden convertirse en nacionales, creándose un archipiélago, que es la figura de la desarticulación y desintegración, negando la función misma del partido político.
Los partidos políticos nacen con posterioridad a la democracia, que en sus albores supone ciudadanos libres, iguales ante la ley y que acceden al poder a través de elecciones en las que compiten básicamente a nivel individual. El sufragio era restringido, censitario, por lo que el cuerpo electoral pequeño. Con los procesos de modernización, industrialización y urbanización, los derechos se amplían y el número de ciudadanos crece, por lo que intereses y conflictos se manifiestan de manera más amplia y clara. Esos diversos y distintos intereses para ser efectivamente representados y conducidos para ser procesados como políticas, permiten el surgimiento de los partidos políticos. De esta manera, el desarrollo económico y social estuvo acompañado por la integración también en el plano de las instituciones, en donde los partidos políticos jugaron un papel fundamental, al agregar y sistematizar los intereses. Es así que a mayor integración, partidos más nacionales y enraizados.
Partidos políticos no integradores
En nuestro país en gran parte de su historia, los partidos no jugaron un papel integrador. Sumidos en estructuras restringidas y excluyentes, los intereses no se incorporaron o se incorporaron poco, cuando no se reprimieron. Es desde 1980, cuando el sistema político se abre completamente y el sufragio se universaliza de manera definitiva, con el voto a los analfabetos. Los partidos políticos son incluidos positivamente en la Constitución y las elecciones se desarrollan de manera realmente competitivas, logrando ampliar su presencia y alcance como nunca antes en la historia. En las elecciones de la década del ochenta los cuatros partidos políticos, APRA, PPC, AP e IU lograron representar y por lo tanto ganar gobiernos, escaños parlamentarios y municipios. Sin embargo, la inclusión política no estuvo acompañada por un proceso de integración e inclusión social y económica, por lo que Sendero Luminoso, crisis económica y narcotráfico se desarrollaron como fenómenos perversos en medio de malos gobiernos.
Los partidos políticos no podían evitar aquello que no supieron reconocer como objetivo impostergable, integrar al país para ser más representativos y permanentes. El deterioro extremo, erosionó todo lo avanzado con el triunfo de Fujimori y lo condujo al desplome del sistema partidista, del que el profesor de matemática tuvo su punto de apoyo y generó su propio oxígeno. Los partidos perdieron capacidad de representación, llegando a lograr tan solo el 10% de los votos. A la hemorragia de votos que sufrieron los partidos, le sobrevino el surgimiento, como hongos, de un sin número de organizaciones locales, en las que se agazaparon muchos de los que antes arriaban banderas partidarias, pero sobretodo se instaló la política local cuando no tribal.
La mano dura de Fujimori en un país postrado, elaboró la falsa afirmación pero efectiva para todo autoritarismo que el partido político no es necesario, pues la “solución soy yo”. Para qué partidos, si el mismísimo jefe de estado se encargaría de llevar carreteras, servicios y regalar como propio aquello generado por todos. Los partidos no parecían canales sino trabas para la solución de los problemas. A lo más –como Cambio 90, Nueva Mayoría o Vamos Vecino- cumplían una función de comparsa del poder. Desde inicio de los noventa –y no desde ahora, como se repite- las listas locales lograron más triunfos que los partidos nacionales en elecciones municipales, como ocurrió en 1993, 1995, 1998 y 2002.
Lo que tenemos el 2006 es que si bien los partidos ganan las elecciones generales, pierden las locales en aquellos lugares donde presentan listas, prolongando la distancia y agravando el problema entre las líneas de conflicto Lima-provincias y lo nacional-local. Pero, un país como el nuestro, cuyo proceso de desarrollo convive con la extrema pobreza y la desarticulación con una descentralización fallida, pasarán los senderos, pero permanecerá el abono para que se violente agresivamente a las instituciones y se rechace a los partidos. El efecto es lo que hemos visto a partir del domingo 19 de noviembre, en donde cual ludistas ingleses de inicios del siglo XIX, los descontentos destruyen los locales, materiales electorales y agredieron a los opositores, intentando impedir las elecciones y erigiéndose como los verdaderos portadores de la representación.
Sin una real y efectiva descentralización, sin procesos de desarrollo realmente inclusivo y con autoridades que incentivan el localismo y el ingreso a la competencia de organizaciones que no cumplen realmente las exigentes normas, no tendremos un país integrado con partidos políticos representativos y la política se hará cada vez más tribal.
(Revista Ideele No.179, diciembre 2006)
muy bien lo que hasen les deseo suerte yo nahuel
ver el mapa de puente piedra