A partir de ello, su propuesta era eliminar el pernicioso voto preferencial para las próximas elecciones parlamentarias. De la misma idea era un candidato fredemista a senador, uno de los que más ha gastado en campaña televisiva, quien sostenía que se veía obligado a esta competencia darwiniana, pese a no estar de acuerdo con el sistema. Esto no es más que el punto más alto de una campaña que se ha ganado los adjetivos de saturación, festín, carnaval, etc. del voto preferencial. La discusión está, sin embargo, mal planteada: el problema no es la comida, sino la gula. Las aguas, movidas por el aprendiz de brujo, han terminado por ahogarlo.
En otras palabras, el problema no es el sistema del voto preferencial, que permite al electorado hacer una reubicación dentro de las listas parlamentarias propuestas por los partidos (Ej. 43 de los 100 representantes constituyentes en 1978 y un tercio del Senado actual salieron elegidos gracias al voto preferencial). El problema radica en la forma y el contenido de las campañas. Existe una tremenda desproporción entre los recursos económicos de los distintos partidos y su importancia en la vida social y política del país. Esto es muy claro en el uso de los medios de comunicación, especialmente la televisión. El empleo de este medio es lo que distingue a la comunicación en las campañas electorales modernas. La TV ha influido de manera determinante en la forma y estilo de la campaña política. Pero su uso, lleno de los mayores avances de la tecnología, es extremadamente costoso. De esta manera, el elemento discriminador de los partidos, para acceder a una gran audiencia, es su capacidad económica o la de sus candidatos. Es así que el partido que logra obtener importantes recursos está en condiciones de tener una cobertura mayor y potencial audiencia, que no se lo logra ningún otro medio. Para ilustrar el caso nuestro, podemos señalar que Lima posee 963,000 hogares con televisor, que cubre un universo de 3’134,400 personas mayores de 18 años, es decir, el 98% del electorado limeño. Asimismo, en la capital peruana se concentran algo menos que la mitad de los televisores en el ámbito nacional. No existe, pues, un medio más masificado que la televisión. Más aún si tenemos en cuenta que, como promedio general, el televidente en horario estelar (7 a 11 pm.), se encuentra frente al televisor por lo menos dos horas y media diarias. Por lo tanto, en épocas electorales, es un potencial consumidor de información política y publicidad electoral.
INVERSION EN TELEVISION EN LIMA (1985-1990)
Partido 1985 1990
Fredemo 1’481.713 (*) 1’811.721
PAP 613.953 1’464.898
IS – 986.135
IU 165.675 93.848
Otros 297.819 86.095
TOTAL: 2’559.160 4’442.697
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1985= Corresponde a la campaña presidencial entre nov. 84 a Abril 85.
1990= Corresponde a la campaña presidencial entre nov. 89 a 15 de marzo de 1990.
(*) Es la suma de AP ($ 646,480) y CODE ($ 835,233).
Fuente: CPI.
EN LIMA (1985 – 1990)
PARTIDO 1985 1989 1990
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Fredemo 6,804 (*) 3,304 2,691
PAP 2,181 992 2,245
IS — 256 (**) 1,340
IU 816 265 156
Otros 1,691 867 363
_______________________________________________________________
TOTAL 11,492 5,684 6,795
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1989= -Corresponde a la campaña municipal provincial entre
enero a octubre de 1989.
(*) Es suma de AP (2,963) y CODE (3,841)
Fuente: CPI
Ahora bien, si la democracia tiene como uno de sus fundamentos no sólo la libertad para elegir y ser elegido, sino también la posibilidad de tener las mismas oportunidades, estamos -como muestran los cuadros- delante de las mayores desigualdades.
Si bien es cierto que una gran inversión en propaganda televisiva no garantiza un triunfo electoral, como se demuestra en los cuadros proporcionados por CPI, para los casos de Alva Orlandini de AP o el Frente de Morales Bermúdez en 1985 o Incháustegui, del Fredemo, en 1989; aquellos recursos les permitieron maximizar sus potencialidades electorales. De la información se desprenden dos cosas: este proceso electoral no es el primero en el que se desarrolla una extremada desproporcionalidad entre los gastos de los partidos y el peso electoral e importancia de éstos. Asimismo, los partidos más cercanos ha intereses de grupos económicos, han gastado mucho más que cualquier otra agrupación política. Esta desigualdad de oportunidades permite:
a) Hacer conocida la imagen de los candidatos y que ésta sea potencialmente aceptada por el elector. Esto puede convertir al político en altamente competitivo. El recurso televisivo del spot permite también adecuar al candidato a las necesidades, demandas, prejuicios del electorado. De esta manera, se maximiza los aspectos positivos de su personalidad y se minimiza u oculta sus elementos débiles. Para ello cuenta con el apoyo de los profesionales de la publicidad y el marketing (Ej. Ferrero Costa, en la actualidad, e Incháustegui, en 1989).
b) Presentar sus propuestas ideológicas, políticas y de plan de gobierno en forma clara y sostenida (Ej. crítica al Estado por parte de Vargas Llosa).
c) Someter a constante diagnóstico y crítica las políticas pasadas y presentes del gobierno (Ej. propagandas de Vargas Llosa sobre la inflación).
d) Criticar a candidatos o partidos opositores (Ej. spot de la Mecedora, de Enrique Chirinos Soto).
e) Elaborar contracampañas (Ej. spot de Barrantes sobre la propuesta de reducción del 10% de la inflación por parte de MVLL, o spot del Apra contra la propuesta de shock del Fredemo).
El uso intensivo de la TV trae, sin embargo, elementos negativos en el desarrollo de la política: énfasis en la persona y aspectos de la personalidad del político, por sobre encima de los partidos; uso intensivo de los elementos de demagogia y agresión sin límite del adversario y sus propuestas; y una cada vez mayor ausencia de elementos ideológicos y programáticos que disminuyen a un bajo nivel de discusión.
En la democracia de tradición liberal, se estipula, en las legislaciones electorales, un conjunto de articulados que regulan los gastos de campaña e ingresos de los partidos políticos, basados en el principio de igualdad de oportunidades y evitando su dependencia política de los grupos de poder económico. Las formas son muy variadas: imposición y límites en los gastos de campaña de los candidatos y partidos (Gran Bretaña, EE:UU, Canadá); límites a las contribuciones de individuos y empresas a los gastos de campaña; prohibición a contribución parcial o total de fuentes extranjeras (EE.UU, Alemania); medidas fiscales especiales: impuestos o incentivos fiscales. En compensación, se otorga financiamiento público a los candidatos (modelo americano), o a los partidos (modelo europeo), o a ambos (modelo canadiense). Este apoyo va desde gastos propios de la campaña hasta locales, periódicos, etc.
En relación a la televisión, vista su importancia definitiva en la presentación de las distintas propuestas electorales, el modelo europeo -con variaciones- prohíbe los anuncios (spots) propagandísticos. A los partidos se le concede espacios gratuitos, en algunos países proporcionales al número de votos -Austria, Bélgica, Alemania, Irlanda, Italia, Suecia, Suiza y Gran Bretaña- y en otros -Dinamarca, Finlandia y Francia- el tiempo es igual para todos. Si bien la televisión europea es mayoritariamente pública, estamos hablando de cadenas televisivas de gran prestigio, como la BBC de Londres, la RAI italiana, RTV española, la ARD y ZDF alemana. Donde hay fuerte presencia de televisión privada (EE.UU. y Canadá), hay límites de inversión y estos son parcialmente cubiertos por financiamiento público. Todo lo anterior nos permite señalar que, lo que sucede en nuestro país no es sino el predominio de la “ley de la jungla”, donde la fuerza es el poder económico. De tal manera, que a la luz de experiencias internacionales -y no sólo como queja de algún político- estamos delante de un escándalo. Sobre este aspecto es necesario legislar y nadie que se considere demócrata realmente se puede oponer. Por eso, el voto preferencial debe mantenerse, no así el tipo y contenido de los gastos de campaña -en lenguaje vargasllosiano- !eso sí tiene que cambiar!.