Parece que los tambores de guerra han dejado de sonar en nuestra región. En la Cumbre de Río, el rechazo a la invasión al territorio ecuatoriano ha sido unánime, pues no existe justificación alguna que lo amerite. Pese a ello Uribe ha ganado, con solo disculparse. El apoyo de Bush lo tranquiliza y éste sonríe. Correa ha logrado la condena, pero no queda claro su relación con la FARC. Hugo Chávez asomó y mostró su influencia -y ascendencia como gusta a muchos militares- sobre Evo Morales, Daniel Ortega y la mismísima Cristina Fernández de Kirshner. Brasil y Chile, mostraron una medida distancia y Perú, sin Alan García, se mostró deslucido.
La FARC ya no es solo un problema colombiano, sino regional. No aspira al poder, ya lo tiene. Su uniforme guerrillero y un discurso castrista, encubre una organización degenerativa en donde confluye el fusil, el dinero y la coca. La toma de rehenes civiles, es su patente y su divisa para negociar. 40 años en el monte, crece cualquier cosa menos un proyecto político democrático. Si bien los paramilitares son la otra cara de esta moneda de la violencia, esa no debe ser razón para no condenar a la FARC y toda su mochila embustera. Profundizar la democracia con resultados y no boicotearla, es la única salida para librarse de la FARC y los liderazgos populacheros. Esta debe basarse, claro está, en el respeto entre los pueblos y sus fronteras, que es la única manera de vivir en paz.
Pero en otras latitudes se mata sin piedad. Irak es solo un ejemplo. La guerra es un campo en donde hay mucha retórica y otro tanto de hipocresía. Por eso, en nombre de supuesto valores se dispara contra la paz. Muchos viven, de la muerte de otros: narcotraficantes, terroristas, paramilitares, vendedores de armas y plumíferos de todo color. A estos sí hay que combatirlos.