La mayoría de los movimientos de mujeres en el siglo XIX se estructuraron como movimientos "sufragistas". En 1869, las mujeres norteamericanas, luego de confrontaciones, muchas de ellas violentas, obtuvieron por primera vez en el estado de Wyoming su derecho al voto. Estos movimientos sufragistas luchaban, sin embargo, por el voto restringido. Exigían el voto sólo para las mujeres de las capas medias y capacitadas económicamente. Pero no es sino hasta inicios de siglo que las reivindicaciones feministas hallaron el entusiasta apoyo de los partidos socialistas, quienes en el Congreso Internacional de Stutgartt (1907) asumieron la lucha por el voto para las mujeres, sin restricciones. Progresivamente se fueron incorporando las mujeres a las organizaciones políticas. Nombres como la alemana Clara Zeltkin, la polaca Rosa Luxemburgo, las rusas Alexandra Kollontay, Angélica Balabanoff, N. Krupskaja o la inglesa Silvia Pankhust permitieron se consagraron como grandes lideresas en sus respectivas organizaciones.
En el Perú, por el peso de una sociedad aristocrática y oligárquica, la mujer fue abiertamente marginada en la política. No debe, sin embargo, dejar de anotarse que hubo intentos de pequeños núcleos aislados de mujeres que pidieron el voto femenino aunque restringido. Fueron las primeras socialistas mujeres, María Jesús Alvarado y Adela Montesinos, quienes plantearon como un derecho también de las mujeres el voto universal para todos, sin restricción. En la segunda década del siglo conformaron el grupo "Evolución femenina", que tenía como sustento luchar en pro de la cultura y derechos de la mujer. Otras como Zoila Aurora Cáceres y Elvira García y García luchaban, a su vez, por la educación general y el derecho al voto.
Fue, sin embargo, en los cruciales años 30, cuando la discusión sobre los derechos de la mujer se planteó de manera más abierta. En el parlamento, los grupos oligárquicos se opusieron al voto femenino al igual que al de los analfabetos; los apristas abogaron por el voto calificado, es decir, sólo a las mujeres que trabajan; y los socialistas, como Alberto Arca Parró, defendieron el voto femenino irrestricto, señalando sus reservas sobre la aplicación inmediata de dicha medida por las condiciones de inmadurez en que se encontraban las mujeres. Magda Portal, la poetisa y luchadora aprista de primera hora, tuvo una voz disidente en su partido. Más tarde, por su vanguardismo incómodo para la dirigencia, dejó las filas apristas. Finalmente, el Congreso Constituyente otorgó el derecho al voto para la mujer sólo para la elección municipal. Pero, ésta no se realizó sino hasta 1963. Los gobiernos de Sánchez Cerro (1931), Oscar R. Benavides (1936), Manuel Prado (1939) y José Luis Bustamante y Rivero (1945) no cambiaron la situación de los derechos políticos de las mujeres.
La década del 50 nuestro país es gobernado por el general Manuel A. Odría, siendo testigo de profundos cambios en la sociedad: migración masiva del campo a la ciudad, conformación de las llamadas barriadas marginales, industrialización e incorporación creciente de fuerza de trabajo proletaria y su organización gremial, conformación de un movimiento campesino. El General de la Alegría, fue el típico gobernante que combinó el oscurantismo represivo y el clientelismo con determinadas capas sociales, todo ello permitido por un contexto económico internacional de cierta bonanza de postguerra. En vista que no iba a volver a reelegirse como candidato único, como sucedió en 1950, cuando perpetró una de las mayores farsas electorales que se recuerda, decidió otorgar a través de la Ley 12391, el derecho de sufragio a las mujeres mayores de 21 años que supieran leer y escribir o a las casadas mayores de 18 años con el mismo requisito. El calendario marcaba: 5 de setiembre de 1955.
Odría pensaba que el voto de la mujer era conservador, por lo que encontraría un potencial aliado. Pero, el sentimiento antidictatorial al ochenio impidió que el general se presentara como candidato. Fue así como las elecciones de junio de 1956 permitió la presencia en el Parlamento, por primera vez, de mujeres. Estas fueron las pradistas Irene Silva, Lola Blanco, Carlota Ramos, Juana Ubillús, Manuela Billinghurst, la aprista María Gotuzzo y la acciopopulista Matilde Pérez Palacio. Eran mujeres de clases medias y altas de la segmentada sociedad peruana. La segunda representación parlamentaria disminuyó ostensiblemente en el Congreso de 1963 con la sólo participación de las reelegidas, María de Gotuzzo y Matilde Pérez Palacio. Igual número fue la representación femenina que llegó a ocupar un escaño en la Constituyente de 1978, con la pepecista Gabriela Porto de Power y la focepista Magda Benavides, primera sindicalista mujer en ocupar un cargo de esta naturaleza. De allí en adelante el número de representantes mujeres se incrementó en términos absolutos y porcentajes, y su variedad social y política permitió una mayor democratización de la representación parlamentaria.
El Sistema de Cuotas
Si bien es innegable que la participación de la mujer en la vida nacional es incuestionable, esto no se ha traducido de modo significativo a nivel de la representación política institucional. Es así por ejemplo, que si el derecho a voto para las mujeres en el Perú tiene 42 años de vigencia, al ritmo de incorporación actual como representantes parlamentarias, se tendría que esperar hasta el año 2051 para que se llegue al 25% del total parlamentario. Pese a ser la mitad de la población electoral tenemos el siguiente panorama: a nivel parlamentario las mujeres sólo representa el 11%; no ha sido elegida ninguna presidenta ni vice-presidenta de la República; entre 1956-1995 sólo han sido elegidas 71 parlamentarias; sólo hemos tenido una Presidenta del Congreso; en toda la historia republicana sólo han jurado 5 ministras; Lima sólo ha tenido una alcaldesa, pero no por elección sino por designación; desde 1963 sólo hemos elegido 41 alcaldesas provinciales y 21 distritales de Lima. Ante situaciones parecidas, en varios países se ha introducido en las legislaciones electorales el llamado “Sistema de Cuotas”. El Perú también lo incorpora en la nueva Ley Orgánica de Elecciones, que está lista para promulgarse. En ella se estipula que las listas parlamentarias deben inscribir cuando menos 25% de mujeres.
Los críticos sostienen que el Sistema de Cuotas obliga a votar por algo que se impone. Se olvida que en el actual panorama de los partidos y listas independientes, la gran mayoría de la población no participa en su confección. Mal se haría en ser celosos en esta ocasión. Se dice también que la cuota permite que lleguen candidatas no capaces. Es posible, pero la historia parlamentaria ha sido mucho más benevolente con los hombres, que en porcentajes abrumadores se agruparían en esta categoría. Por lo demás, a los hombres no se les exige este requisito. Finalmente, se señala que las mujeres no están preparadas para tareas legislativas. Esto no hay forma de probarlo y depende que variables se consideren. Pero a modo de ejercicio, se puede escoger a la menos preparada del presente Parlamento y se tendrá con seguridad varios hombres en un nivel inferior. Nuevamente, se trata de exigir requisitos que ni los mismos hombres cumplen. En el fondo no se quiere reconocer que existe una desigualdad de hecho, que el Sistema de Cuotas es temporal, que por si mismo no corrige las desigualdades, pero colabora para crear un escenario más propicio para la participación de la mujer. Por lo menos hay que observar esta experiencia con detenimiento, toda vez que la aplastante mayoría de hombres en los Parlamentos, ha resultado un fracaso repetido.
¿Las mujeres deciden una elección?
Muchos estrategas de campaña se han hecho esta pregunta. Siendo las mujeres la mitad de la población electoral del país, es evidente que su peso electoral es significativo. Sin embargo, no hay estudios que determinen las preferencias electorales de las mujeres. Hay que recordar que en nuestro país, a diferencia de otros, las mesas de sufragio no están diferenciadas por géneros, lo que no permite saber los resultados de una elección de hombres y mujeres de manera separada. Todo lo que se ha dicho hasta ahora son meras especulaciones. Sólo existen aproximaciones a partir de los resultados de los sondeos de opinión que nos proporcionan alguna información interesante. Lo primero que salta a la vista es que los tres hipotéticos candidatos mejor ubicados en la actualidad -Alberto Andrade, Alberto Fujimori y Javier Pérez de Cuellar- tienen menores preferencias femeninas que masculinas. Situación que se invierte con Luis Castañeda Lossio y con mayor claridad con miembros de la oposición más reconocidos: Lourdes Flores, con mucha nitidez, Alan García y Javier Diez Canseco. Pese a ello ante la clásica pregunta ¿por quién votaría usted si las elecciones fueran mañana? Un quinto de las mujeres son más cautas y aún no deciden. Esto si es un hecho recurrente, pues un importantes sector de las mujeres tardan un poco más que los hombres en tomar posturas políticas. Se toman su tiempo, colocando muchas veces a las elecciones en una situación imprevisible. Lo cual está muy bien. Pero, resulta que las elecciones presidenciales no son mañana sino dentro de poco menos de tres años, en donde mediará no sólo una parte importante de gestión gubernamental sino también una elección municipal en noviembre del próximo año que puede reubicar a los potenciales candidatos de manera muy distinta a la que tenemos por delante. Lo que si es cierto que 42 años después de otorgarse el voto a las mujeres no es posible pensar la política sin ellas. Toda campaña electoral deberá considerarlas como destacadas participantes y no sólo como un mercado electoral pasivo. Este es un evidente reto para todas las candidaturas que piensan competir seriamente.
(Caretas, 02 de Octubre de 1997)
Hola me parece lindo y esta buenicimo poder votar las mujeres por que es una buena y hermosa responsabilidad