Algunos meses atrás, Jorge Velaochaga, director regional de Transearch en Perú, sostenía que: “somos un país que ha crecido más rápido que lo que hemos educado a nuestros ejecutivos y a todo el personal en la empresa.”
La mano de obra técnica no parece haber sido un componente estratégico en el reciente crecimiento económico peruano y la educación técnica que tenemos hoy no es parte de un plan o política, sino una resultante poco deseada. La educación técnica se ha convertido en la educación de los excluidos, de los que en muchos casos no pudieron entrar y pagar una universidad o dedicar cinco años de su vida a los estudios universitarios y mantienen proyectos de vida inconclusos.
La Educación Superior Tecnológica ha devenido así en una educación de poca calidad, con muy pocas excepciones. En 1996, un estudio promovido por el BID midió la calidad de la educación ofrecida en Institutos de Educación Superior Tecnológica (IEST) y en Centros de Educación Técnico Productiva (CETPRO) en trece departamentos del país y encontró que sólo el 20% de IEST y el 13% de CETPRO operaban en óptimas condiciones de calidad
La otra cara que comprueba este mal ensamblaje es que solo la mitad de las 688 mil personas que trabajan como técnicos en el Perú tuvieron formación técnica. Como puede observarse, la pertinencia no es una característica del mundo del trabajo técnico y de su sistema educativo: no coloca a los que forma y no forma a los que se insertan a trabajar.
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