Precoz perversión

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Además de soportar sus uñas, a veces también tenía soportar sus ataques de afecto. Su cambiante ánimo me tenía siempre a la defensiva.  Nunca la quise cerca, y siempre la evité, pero la cercanía física terminó por unirnos para el resto de la vida. Vivía al lado, y se las arreglaba para escabullirse en mi casa. Mis padres la adoraban, y aunque trababa de negarme, ellos siempre decían: -Ha venido tu noviecita a buscarte.-

Niña tonta, ella sabía que la detestaba. Pero nunca se rendía, y no paró hasta convertirme en su muñeco de trapo. Me tomaba de las manos y me arrastraba hasta algún lugar solitario, con cierta predilección por los closets, donde me besuqueaba ferozmente, siempre intentando morderme. Detestaba su prepotencia, pero el tiempo hizo que comenzara a gozar de sus besos. –No- Decía tajantemente cuando le pedía uno, y me daba tanta rabia que juraba negarme cuando ella tuviera ganas. Que ingenuo… no tenía ni la menor idea de con quién trataba, ¡la chica tenía maña!, y siempre se las arreglaba para seducirme, y por si fuera poco terminaba con sus manos bien posicionadas, donde fuera que le antojara.

Me provocaba mucha vergüenza, lo admito, y al parecer no le interesaba que la negara frente a mis amigos. Me consolaba con la idea de que en el fondo ella era consciente de que no existía nada entre nosotros. Sin embargo, tan pronto la tenía cerca, comprendía con facilidad que eso no era cierto. Algo muy fuerte nos unía… curiosidad, curiosidad, curiosidad… ella era tan perversa para su corta edad.

Un buen día se recostó en mis brazos y me miró a los ojos embobada. Solo entonces me percaté de lo bonita que era ella, y me pregunté ¿Qué hacía yo con una niña mientras los otros chicos jugaban a la pelota afuera? ¿Examinaba su cuerpo mientras los otros investigaban a los bichos? Si, si… a la larga me pegó su perversión, sin embargo yo no pude contagiarle esa sumisión que me caracterizaba cuando estaba con ella.

-Quítate también la ropa interior- Decía cuando me encerraba en su cuarto, y luego se deleitaba con lo que sus ojos veían. Pero, por supuesto, como iba a bastarle ver… su verdadera afición era tocarme todo el cuerpo, con especial énfasis en mi intimidad. –Está algo chico- me decía con descaro, y continuaba jugueteando. Y si se negaba con los besos, simplemente ni contestaba mis plegarias de tocarla.

Y así pasamos algunos meses. Claro que accedió algunas veces a besarme, y hasta dejó que metiera mi mano en sus pantaletas, -“pero solo por unos segundos”- recuerdo que aclaró, pero lo que sucedió después fue algo sin precedentes. Algo que ni siquiera se había cruzado por mi mente…: Una noche después de ver una larga y tediosa película, mis padres accedieron a que me quedara a dormir en su casa. Se pensó que dormiría en el sofá de su cuarto, pero después de que puso el seguro a su puerta me vi obligado a acostarme a su lado. ¿Alguna vez han sentido que una noche es más calurosa de lo normal?, bueno al menos esa fue la excusa que utilizó para despojarme de toda mi ropa, algo que ya suponía sucedería. Pero lo que nunca previne fue que ella también se desnudara. Un cuerpo tibio, mi corazón agitado… -te quiero tanto…- me dijo al oído, y esa niña que había sido tan torpe y brusca conmigo, se volvió delicada y dulce.

Después de lo que hicimos, y después de dormir abrazados… sentimos por primera vez remordimiento, y temor de que nuestros padres se enteraran.

Aún me despierto en las madrugadas pensando que somos niños, pero me basta ponerle las manos sobre el pecho para darme cuenta que el tiempo ha pasado, y que hemos crecido. Y sin embargo, ni siquiera cuando ajusto un poco se despierta, y tengo que hacerle frente a la nostalgia solo. Sé que no me oye, pero siempre le susurro al oído… ¿Recuerdas cuando éramos niños?

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