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Reflexiones en torno a la cultura y la ciudadanía intercultural

Dormir con un muerto

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Habían pasado varios días desde la ultima vez que conversaron. Quizá ya semanas. Desde aquella noche, se repetía el mismo ritual cuando iban a juntos a la cama. Ella tomaba su lugar a un lado y él al otro.

Esto no siempre fue así. Durante mucho tiempo, mientras vivieron juntos, hablaban de la misma sensación. Ambos creían que la cama donde dormían era pequeña y que pronto debían cambiarla por una queen size. Especialmente durante los meses de veranos que siempre eran en extremo calurosos por las noches. Claro, no era de extrañar ello, dado que para dormir tenían que estar abrazados hasta que hubiesen agarrado sueño. Luego se desenganchaban y cada cual tomaba su lado hasta que uno de los dos se volvía a despertar para buscarse nuevamente en el abrazo del otro. Ese acto podía repetirse varias veces durante una noche. De esa manera ambos se daban cariño y se sentían seguros. Juntos . Ya sea sudando o prestándose abrigo cuando hacía frío. También cuando sentían miedo por algo que habían soñado o por cualquier otro pensamiento que les asaltaba durante la noche y que los ponía en estado de alerta o de inseguridad. Por lo general se levantaban al día siguiente descansados y alegres. Con deseos de besos y abrazos, los constituían el ritual de las mañanas.

De pronto, la noche que él murió, al regresar a la casa luego del accidente, las cosas habían cambiado. Algo se fue transformando con el correr del tiempo. De pronto ya no hablaban de comprar una cama más grande, porque al parecer la cama había crecido. Lo había hecho de modo progresivo y silencioso desde que el muerto volvió a casa. Ello fue ocurriendo sin que ambos lo notaran. Y de ese modo, los abrazos y los besos fueron también disminuyendo en su frecuencia y en su duración, porque no se alcanzaban en la amplitud de la nueva cama. Poco a poco la cama se transformó en un espacio cada vez más amplio donde cada cual encontró pronto su propio espacio. Lo único que mantuvieron fue un pequeño beso de buenas noches en el un a penas se rozaban sus labios. El ensanchamiento de la cama trajo consigo otros ensanchamientos. La casa se hizo más grande, los espacios que solían compartir eran más amplios como para que cada uno tome su propio lugar sin tener que estar tan cerca del otro. El silencio también fue ampliándose como consecuencia de estos otros ensanchamientos.

Una mañana notaron que sus cuerpos habían enflaquecido y durante los días siguientes siguieron en ese camino de ir perdiendo masa. Hasta que pronto ya no podían ni siquiera escuchar sus respiraciones. Ambos empezaron a experimentar el hecho de dormir solos, a pesar de que estuvieran juntos en la misma cama. De hecho ya ni siquiera tenían la conciencia de que dormían acompañados. Una noche, quizá la última de la que pudiera registrar su memoria, se acostaron sin decirse una sola palabra. Ambos amanecieron en otro dormitorio con un vago recuerdo de aquella vez que por última vez se vieron. Nunca tuvieron la certeza de que aquello haya sido real, o quizá solo haya sido un triste sueño de una historia que tuvo mucho por dar, pero que feneció en el camino como algo que tenía que ocurrir necesariamente. Porque hay cosas que no son contingentes.

Febrero de 2017

Intensamente. Emociones, fútbol y subjetividad.

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El día de ayer, horas antes del partido de Perú frente a Chile fui a ver con mi hija Miranda,  de seis años, Intensamente, película de Pixar que está dando mucho que hablar en la crítica especializada y en la opinión pública en general. La historia versa sobre el rol de emociones en las personas, representadas en pequeños personajes que actúan en la cabeza o en el interior de una persona, como se prefiera asumir su ubicación, y muy específicamente en una niña, la cual protagoniza el relato. Las emociones básicas representadas son la alegría, la furia, la tristeza, el miedo y la incomodidad.

Alrededor de las emociones operan ideas centrales -formadas por experiencias fundantes en el desarrollo de la vida-; islas de personalidad, que vienen a ser algo así como elementos subjetivos o geografías íntimas que le dan sentido a la vida de las personas como la familia, la diversión, las actividades claves que los sujetos realizan, etc. Y un poco más allá, en ese gran paisaje de la subjetividad humana, los recuerdos, tanto los de corto como los de largo plazo.

Lo extraordinario de esta película es la gráfica tan sencilla y amigable de elementos tan complejos como las emociones y la subjetividad humana en general. Asimismo, me agrada mucho la manera como en dicha gráfica se puede observar aquello que sospechamos desde siempre, desde los inicios de la filosofía occidental (es la única que conozco un poquito) hasta nuestro tiempo y sus múltiples investigaciones que desde distintas disciplinas teóricas y aplicadas se ha desarrollado: que son las emociones las que orientan en buena medida nuestras acciones, opciones y adhesiones. Y no tanto la racionalidad pura y dura a la que solemos apelar cuando queremos explicar algo significativo acerca de nosotros.

No deja de ser interesante la manera como aborda la película la disposición de  las emociones, dependiendo el momento o estado en el que se encuentra la persona. Mientras que en el caso de la niña Alegría es la que organiza al equipo de las emociones, asumiendo un liderazgo sumamente relevante, haciéndonos pensar que en la etapa de la niñez lo que se persigue es vivir en estados de alegría y felicidad prioritariamente. En el caso de los adultos -medianamente consistentes-, estas, las emociones, conforman una suerte de colegiado deliberativo que orientan o posibilitan en las personas la realización de actos prudentes -en la mayoría de ocasiones-. Es decir, el mensaje es que en los adultos no tendría que haber una emoción protagónica, que se superponga al resto, sino que el conjunto de emociones deberían operar dialógicamente para lograr actos equilibrados. De esta forma, la idea de felicidad, según lo que pretende mostrar esta historia, no es la búsqueda preeminente de la alegría, sino de una suerte de equilibrio reflexivo dado por la capacidad de diálogo de nuestras distintas emociones para lograr funcionamientos adecuados en las relaciones humanas. Es lo que se espera, generalmente, de un adulto.

Cuando vi el partido de Perú, casi a penas de haber acabado de ver esta bonita película, y durante los primeros 20 minutos parecía que nuestra selección no sólo podía ganarle a Chile en su cancha, sino hasta golearlo, pensaba en como estaría operando en ese momento las distintas emociones en los jugadores peruanos. El juego alegre y  al mismo tiempo estructurado y bien resguardado, se vino abajo por la abrupta expulsión de nuestro defensa Zambrano, en el que evidentemente prevalecía la furia por encima de cualquier otra emoción. La historia ya la sabemos. Chile ganó el encuentro con mucha dificultad, frente a un equipo peruano entregado hasta el final, pero con un hombre menos, todo cuesta arriba. Uno menos que además había sido  nuestro mejor defensa en todo el campeonato. Dadas así las cosas, era muy poco probable que pudiésemos ganar el partido. Como de hecho no ocurrió.

La furia nos hizo perder el encuentro. La furia no es lo mismo que el pundonor. Ni la garra. Pero tampoco la alegría por sí sola, ni el miedo mucho menos, nos hubiera podido llevar al triunfo anhelado. Ya hemos visto en nuestra historia futbolística varios equipos que se centran únicamente en el juego bonito inspirado en la alegría y no logran grandes cosas. Menos ocurre con equipos timoratos que especulan en los partidos.

Lo mismo sucede en otros ámbitos de la vida: en la política, en las relaciones personales, en el trabajo. En todo, son las emociones las que orientan nuestros actos y decisiones. A ello se ha dedicado un estudio notable de Martha Nussbaum: Paisajes del pensamiento. La inteligencia de las emociones, en la cual describe el papel que desempeñan a la hora de valorar algo. Y de decidir por algo. En otras palabras, al parecer, nuestra conducta moral no es tan racional como nos han hecho creer los ilustrados. Aunque seguramente aquello que se denomina como racional, es también bastante discutible.

Más allá de toda esta reflexión, lo verdaderamente significativo de esta película, para mí, es haberla visto con mi pequeña Miranda, cuyo rostro, sin dudas, representa el fiel de todas mis emociones.

EL VELO DE VARGAS LLOSA

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En su último artículo publicado en el Comercio el domingo 07 de octubre de este año, Mario Vargas Llosa reflexiona sobre las condiciones que deben promover los Estados liberales para que no se vulneren derechos individulaes a través de prácticas culturales establecidas por las tradiciones. Lo pueden leer en el siguiente enlace: http://www.elcomercio.com.pe/edicionimpresa/Html/2007-10-07/imecportada0795418.html

Quisiera referirme a algunos de los puntos en los que se detiene Vargas Llosa. La situación en la que basa su reflexión es la siguiente: “La Generalitat, o gobierno autónomo de Cataluña, ha obligado a un colegio público de Gerona a admitir a Shaima, una niña marroquí de 8 años, que desde hacía una semana faltaba a clases porque las autoridades del plantel le habían prohibido el ingreso mientras llevara el ‘hiyab’ o velo islámico. El director fundó la prohibición en el reglamento del colegio, que rechaza en el atuendo de los alumnos “cualquier elemento que pueda causar discriminación”. Por su parte, la Generalitat considera que “el derecho a la escolarización” debe prevalecer sobre las normas internas de los centros educativos”. Según su opinión, “Lo ocurrido con la niña marroquí establece un precedente que, de prevalecer y extenderse, abriría las puertas de la instrucción pública al llamado multiculturalismo o comunitarismo. A mi juicio, semejante perspectiva es sumamente riesgosa para el futuro de la cultura de la libertad en España”..

Lo que hace Mario no es otra cosa que juzgar esta acción desde una perspectiva enteramente liberal, es decir, bajo el dogma de que nadie, ningún sujeto en el mundo, puede ver restringido sus derechos individuales a causa de prácticas comunitarias o culturales arraigadas en la tradición, aun cuando éstas puedan ser aceptadas por los propios sujetos, como en el caso de la niña Shaima. Se podría objetar, no sin razón, que siendo niña puede ser inducida fácilmente por sus mayores, aunque esto también pueda resultar bastante discutible en un tiempo como el nuestro donde, cada vez más, los niños y niñas desarrollan con mayor precosidad su juicio.

Sin embargo no es el caso de muchos hombres y mujeres adultas quienes en ejercicio de su libertad optan por mantener sus tradiciones, las cuales muchas de ellas son vistas por nuestras miradas occidentales-liberales como primitivas, inhumanas y degradantes. No me inquieta el que algunas de las prácticas de culturas ajenas a la nuestra puedan causar este tipo de sentimientos: ¿quién podría determinar y en última instancia juzgar un hecho desde un punto de vista neutral, desarraigado y ajeno a un tipo de concepción, que de alguna u otra forma determina nuestras opciones cualtitativamente valisosas para uno mismo? Me parece que nadie, y ello está bien. Sin embargo, pretender intervenir en prácticas aceptadas y valoradas por los propios sujetos ¿No contraviene el principio liberal de la libertad que tienen todos los sujetos para elegir lo mejor para sí mismos? ¿Acaso la postura de Mario Vargas Llosa no se parece -en la forma, más no en el sentido- a lo hecho por Estados Unidos en su justificación de ocupación de Irak? En última instancia, siendo los liberales los principales promotores de las libertadades humanas, ¿quiénes pretender ser para juzgar el ejercicio de libertad de otros, manifestado en prácticas culturales distintas a las occidentales?

Sin lugar a dudas estoy en desacuerdo en toda forma de discriminación y de degradación humana, desde mi propia concepción cultural. Creo en la libertad, y por ello mismo creo también que el límite de toda acción y práctica cultural o comunitaria se encuentra representado en el consentimiento o rechazo de una persona, en el ejercicio mismo sus libertades.
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INTERCULTURALIDAD COMO ACCIÓN TRANSFORMATIVA

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Sin lugar a dudas el multiculturalismo tiene un papel protagónico en la reflexión filosófica y de las ciencias sociales desde las últimas décadas del siglo XX hasta nuestros días.

La relevancia de los planteamientos multiculturales versa en la constatación del fracaso de las políticas igualitarias asumidas por los Estados-nacionales multiculturales, que, procurando mantener una ilusoria cohesión entre los ciudadanos y ciudadanas, descuidaron el hecho de la diversidad y sus implicancias, así como de las distintas demandas de reconocimiento de las identidades culturales y nacionales, tal como lo refiere Kymlicka en su libro Ciudadanía multicultural.

La reflexión multicultural explicita el hecho de la diversidad, es decir, lo evidencia, elaborando un discurso reivindicativo. Como afirma Sartori en Sociedades multietnicas, antes de que los multiculturalistas “aparezcan” en el debate público, la idea de la diversidad no existía como tal al interior de los Estados y por lo tanto, los problemas de su reivindicación tampoco. Esto que se presenta como un problema para este autor, representa el principal aporte del multiculturalismo al debate y el desarrollo de políticas inclusivas al interior de los Estados multiculturales. Sin embargo, a pesar de su aporte, no es suficiente.

No es suficiente porque el reconocimiento que promueve el multiculturalismo se basa en políticas de acción afirmativa o de discriminación positiva, las cuales, si bien es cierto que establecen mecanismos que promueven la equidad en el acceso a oportunidades de desarrollo de los ciudadanos, éstas con el tiempo o se olvidan y generan otro tipo de inequidades, o bien se establecen como políticas permanentes que no abordan las causas que generan desencuentros culturales, tales como la discriminación, el racismo, la xenofobia, etc.

Por otro lado, las políticas multiculturales, con base en la tradición política liberal, establecen la mayor parte de las veces, una demarcación fuerte entre lo público y lo privado, de tal manera que lo público sigue siendo dominio de las culturas societales mayoritarias (con una sola lengua de acceso a los bienes y servicios públicos, con un enfoque educativo homogéneo y homogenezante, etc) mientras que las culturas societales minoritarias quedan reducidas a una expresión privada de la vida de las personas que pertenecen a estas culturas. Esto, por supuesto trae consigo la creación de formas de vidas paralelas y alienta la esquizofrenia identitaria de los ciudadanos.

El multiculturalismo desde una visión liberal, tal como lo refiere Xavier Etxeberria , se sustenta en un tipo de respeto formal, por lo cual, no promueve el encuentro real entre las diversas formas de vida o diversas racionalidades. En tal sentido, el multiculturalismo no alienta lo que se viene diciendo últimamente: acciones transformativas, es decir, acciones que apunten a la transformación en el nivel de los imaginarios sociales e individuales, capaces de promover diálogo entre culturas y racionalidades diferentes. O como apunta en su versión multiculturalista Charles Taylor (Multiculturalismo y políticas de reconocimiento), que el reconocimiento no sea solamente respeto formal por el otro, sino fusión de horizontes, posibilidad de intercambio a nivel de racionalidades y estilos de vida diversos. Esta visión del multiculturalismo de Charles Taylor, se parece más a la interculturalidad como horizonte ético y propuesta de una nueva práctica pública, capaz de generar espacios de diálogo y deliberación, tanto a nivel de las relaciones primarias en el mundo de la vida, como en la esfera de las decisiones políticas.
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