Reflexiones éticas en tiempos de cuarentena

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Por: Carlo Mario Velarde Bazán

Mantenernos en aislamiento obligatorio nos plantea algunas obligaciones morales que no todos están dispuestos a considerar en sus agendas personales como algo bueno en estos tiempos: no salir a la calle más que por lo necesario en el horario permitido, hacerlo con mascarilla y manteniendo la distancia social, esto es, manteniendo una distancia prudente de un metro y medio o dos de las demás personas, lavarse las manos y mantener una higiene pulcra, entre otros, nos habla de la obligación moral del cuidado del otro aunque parezca que esto es más bien el cuidado de uno mismo.

En tal sentido, no parece tan claro que mantener la salud de la comunidad es, en principio, mantener la salud de uno mismo. Sin esto, es imposible enfrentar colectivamente un problema que es público. Lo lo contrario no solo es ir en contra de nosotros mismos -y atentar contra el cuidado del sí mismo-, sino que atenta contra la salud de las y los ciudadanos con quienes compartimos la vida en común en nuestras sociedades.

La posibilidad de que salgamos adelante en esta crisis y que podamos retomar nuestros proyectos personales, pasa por mantener viva la expectativa de que esto ocurra con las demás personas de nuestras comunidades. Asumir nuestra responsabilidad, en este sentido, como agentes morales que pretendemos ser, supone asumir nuestra fragilidad humana y por lo tanto la necesidad de cuidar al otro para cuidarnos a nosotros mismos y cuidando de nosotros, cuidar a las demás personas de nuestra comunidad. Es el único camino plausible para poder aspirar a recuperar en algo nuestra vida tal como la teníamos planeada antes de que ocurra esta pandemia. Y en este aspecto se abre, por otro lado, una ventana importante para la reflexión moral: ¿Qué es lo que verdaderamente vale la pena mantener de nuestra vida tal y como estaba planeada antes de que ocurra la pandemia? Hoy somos testigos de cómo el aislamiento obligatorio ha traído como consecuencia una mejora sustantiva de nuestro medio ambiente. Somos testigos a través de las redes sociales de cómo los animales han vuelto a hábitats que habían abandonado hace mucho tiempo por nuestro acaparamiento del mundo natural para su goce y su agotamiento. El retorno a la familia, a la conversación con los seres queridos más distendidamente en el tiempo sin tener que estar tan agobiados por el trabajo y las actividades sociales que nos demandan más horas de las que muchas veces no somos capaces de asumir. Quizá en estos aspectos se nos plantean interrogantes éticas que debiéramos tomar en cuenta para nuestra reinserción en la sociedad una vez que concluya este periodo de cuarentena.

Al mismo tiempo, existe otro imperativo moral que resulta necesario asumir en este tiempo: la solidaridad con quienes se encuentran en una situación de desventaja social. Las poblaciones vulnerables de nuestra sociedad necesitan que pensemos en ellas como primer sujeto de nuestras intenciones morales: los niños y las niñas, las personas mayores, los pobres. Las mujeres que padecen violencia. Las personas que viven en extrema pobreza y aquellos que viven de su trabajo diario. Ejercer la solidaridad con estas personas en tiempos de crisis sanitaria, para que puedan sostenerse y no terminar siendo arrastradas por la pandemia resulta clave de nuestra reflexión ética en estos tiempos. Al final de cuentas, si la ética no se experimenta en acciones concretas de cuidado y solidaridad con quienes forman parte de nuestra comunidad, no puede ser tomada en serio como ética.

 

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