Viernes 3:00 am

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Cuando abrió los ojos el cuarto se encontraba demasiado oscuro. Era una oscuridad impenetrable. Casi como la sensación de vacío que se siente en el estómago cuando la comprensión se ha hace esquiva.

Había terminado de escribir un documento que debía presentar en su trabajo. Una de esas cosas que se escriben sin sentido pero que le permitían tener un ingreso cada mes para poder pagar sus gastos. Había estado bebiendo unas cervezas mientras estaba escribiendo y aunque de un tiempo acá la cerveza no le hacía mucho efecto, ese día el cansancio de la semana, la sombría sensación de la soledad que de vez en cuando lo tomaba y una especie de agotamiento ontológico hizo que pronto se vaya a la cama con la ilusión de que esa noche dormiría como hacía tiempo no lo hacía.

No tardó mucho tiempo en conciliar el sueño. Pronto se quedó dormido profundamente, sumergido así en un descanso casi absoluto, como si estuviera muerto. Por aquel tiempo su dormitorio daba a una avenida transitada de esta caótica ciudad, y aunque los carros pasaban sin consideración alguna con rumbos esquivos para la conciencia de cualquier transeúnte, él no se inmutó ni un segundo de ese generoso sueño. Pero pasó lo que no esperó.

Tenía la costumbre de dormir con la televisión prendida programada para que se apague luego de unos minutos. Ese día la programó para que se apague luego de una hora. Cuando la televisión se apagó hizo un sonido más profundo que su sueño. No tardó en despertar y fue en ese momento que se vio más solo que nunca rodeado de una oscuridad que arremetió hasta sus vísceras.

Lo único a lo que atinó fue a decir el nombre de su madre. No encontró respuesta alguna. Luego llamó a su padre, tampoco encontró respuesta. Salió de la cama y fue a la puerta del dormitorio, se sentó junto a ella y se puso a llorar mientras llamaba a su madre sin consuelo alguno. Esta vez no hubo vecinos que lo vengan a consolar del otro lado del cuarto.

Trató de reponerse, de recuperar la conciencia, de ubicarse en el espacio y tiempo pero fue en vano. Todo lo devolvió a esa experiencia originaria de la que él nunca tuvo mucha conciencia, y que sin embargo había determinado en buena medida el curso de su vida hasta ese momento.  Quiso volver a conciliar el sueño pero le resultó imposible. Buscó al lado de su cama y no había nadie. Se levantó a ver la hora y en efecto, había pasado una hora desde que se acostó, eran las 3:00 am y era viernes. Recordó una canción de Charly García, su cantante favorito, que lleva ese título. Una buena hora para despedirse del mundo, pensó. Pero lo que no fue capaz de darse cuenta era que él había muerto hacía muchos años atrás. En realidad nunca estuvo vivo, nació muerto por la voluntad de quienes lo engendraron. De ahí que siempre sintió que su vida era opaca y sin mucho significado. Todas sus actividades siempre habían estado impregnadas de un sentido de mediocridad contra las que luchó incansablemente y sin muchos resultados. Si bien había tenido un éxito relativo en algunas cosas que había hecho, nunca tuvo el brillo que él hubiera deseado, y esa sensación de ausencia nunca lo abandonó.

Cuando ella regresó de su fiesta, él ya había partido. Ella lo buscó, lo llamó, le escribió mensajes al celular y a su correo electrónico, pero él había partido sin que ella, ni nadie, pudiera saber nunca más de él.

 

 

 

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