El fotógrafo Gary llegó molesto y sin ganas de comer al restaurante. Solo se pidió una jarrita de limonada helada. “María, tras el cruel asesinato de una docena de gatos en Jesús María, recordé las palabras que hace muchos años dijo Mahatma Gandhi: “La grandeza de una nación y su progreso moral pueden ser juzgados por el modo en el que se trata a sus animales”. Acepto que a muchas personas no les gusten los animales, incluso hasta que los aborrezcan por los motivos que sean, es su derecho.
Pero lo que no se puede aceptar, bajo ningún motivo, es que les hagan daño, que los torturen y maten. A los felinos de la Residencial San Felipe -que vivían en los jardines y eran alimentados por vecinos caritativos-, les dieron muerte de una forma horrible al envenenarlos. Es una forma de morir que nadie merece, y de ninguna manera unos inocentes animalitos. La crueldad de muchas personas hacia los animales, es decir, hacia los más débiles, se ampara en el argumento conveniente de que esos seres no tienen derechos. Entonces, cabe preguntarse, si no se castigara el asesinato de niños, o ancianos, o mujeres, o enfermos, ¿también los matarían? En Estados Unidos, donde las leyes generalmente son más justas y respetadas que en el nuestro, quien maltrata animales es investigado y, si se comprueba su responsabilidad, es castigado severamente. Y pobre de aquel que se resista, pues será capturado por la policía y encerrado.
Quien mató a esos gatos en Jesús María, o aquellos sádicos que disfrutan haciendo pelear a sus perros, deberían ver la emotiva cinta “Siempre a tu lado, Hachiko”, protagonizada el 2009 por Richard Gere. En ella se recrea la historia real de, tal vez, el perro más famoso del Japón. El noble animal, de raza Akita, vivió dos años felices junto a su amo, un profesor de una universidad de Tokio a la que debía ir todos los días en tren. Como el can, “Hachiko”, no podía hacer el viaje con él, todos los días lo acompañaba a la estación de Shibuya, lo despedía y, luego, le daba la bienvenida cuando llegaba. Así todos los días.
Una mañana, el profesor murió de una hemorragia cerebral, mientras daba clases. Pero ese y todos los días siguientes durante nueve años, hasta que murió, “Hachiko” se colocó en su habitual sitio en la pequeña plazuela frente a la estación para esperar la imposible aparición de su amo. No importaba si llovía, nevaba o hacía calor, él siempre estaba allí. Ese acto tan simple de esperar, a fuerza de repetirse cada día sin descanso, se convirtió en un monumento a la lealtad. Precisamente, los japoneses, conmovidos por el inmenso amor de “Hachiko”, le hicieron un monumento de bronce que colocaron en el lugar donde él siempre esperaba y que hoy sigue en pie.
Como vemos, los humanos tenemos mucho que aprender de los animalitos, que fácilmente pueden convertirse en nuestros maestros. Solo es cuestión de darles la oportunidad, y quererlos y respetarlos”. Voy a buscar esa película para verla. Me voy, cuídense.
FUENTE: http://trome.pe/actualidad/675460/noticia-asesinos-mascotas