HISTORIA DEL MOVIMIENTO ANIMALISTA

La palabra “animalista” no está recogida en el diccionario ni es por tanto reconocida por los rigurosos de la lengua, pero como viene siendo cada vez más habitual en el uso común y popular, bien merece una definición: Persona que aboga por los derechos de los animales, por su trato ético en nuestra sociedad, y por su respeto en su propio mundo.

Existen muchos y diversos grupos animalistas que defienden cada uno diferentes posturas y maneras de ver las cosas, pero todos comparten en común las líneas generales de lo que puede llamarse el movimiento animalista, es decir, la reivindicación de una nueva moral emergente que tiene en cuenta a todos los seres sensibles, y la reflexión filosófica acerca de la aceptación de nuestra naturaleza y de la relación de semejanza con la de otras especies. Y para lograrlo no solo se sirve de reclamar un cambio jurídico en la legislación sino también de apostar por un cambio en las costumbres mediante la educación. Porque todavía hoy se masacran anualmente más de 6000 millones de criaturas, la mayor parte para comida, pero también para la experimentación animal donde se somete a los animales a verdaderas torturas y mutilaciones muchas veces con innecesarios y dudosos fines como la cosmética. Se les trata como a meros productos de fabricación, concentrándolos en reducidos espacios, apilándolos para su transporte, torturándolos para exquisiteces gastronómicas. Todavía hoy se alienta desde los poderes públicos y se airean en los medios de comunicación espectáculos lamentables y denigrantes como las corridas de toros, y se mata por diversión, ostentación y prepotencia, en la caza, y a veces con formas crueles. Quizá algún día sea barrida por fin de la faz de la Tierra toda la incultura y la barbarie y quizá entonces se trate a los demás animales como lo que son, seres sensibles.. Quizá, pero mientras tanto, el movimiento animalista continuará molestando, como una pequeña nube de pequeños e insignificantes mosquitos en el camino, que no detiene el terco paso del hombre, pero que lo persuade sutilmente de elegir ciertos otros caminos. Esto es lo que el bienintencionado movimiento animalista pretende hoy y confía, por simple justicia, conseguir mañana. Mucho por hacer, pero también muchos avances y logros alcanzados en el ayer del movimiento animalista. Recapitulemos. Esta es su historia.

El primer indicio en la historia de un enfoque animalista procede del Extremo Oriente en donde, contrariamente a la tradición judeo-cristiana-islámica de Occidente que desvirtúa y desprecia nuestra relación con los animales, las filosofías budistas y afines ya enseñaban hace más de 25 siglos las doctrinas de la no violencia y del apego a la vida de todas las criaturas. Ya por el siglo IV a.C. el persa Zaratustra, considerado hoy el primer protector conocido de los animales, prohibió los sacrificios de bueyes en Persia.
Posteriormente, estos pensamientos e influencias de la India y Persia se transmitieron hacia el oeste y llegaron hasta la antigua Grecia. Los filósofos Pitágoras y Empédocles, entre otros, optaban por el vegetarianismo y se declaraban a favor del respeto hacia los animales por ser de nuestra misma naturaleza.

Desde la época de los sensibles griegos en adelante, sin embargo, la crueldad, el maltrato, y el absoluto desprecio por los animales fue la tónica dominante de la mayoría de los pueblos que pasaron por Europa, con especial énfasis en los romanos, que utilizaban animales salvajes en los anfiteatros para luchar contra los gladiadores mientras el público se regocijaba con la sangre.

Tampoco se salva la Europa de las edades Media y Moderna. Entre el año 1000 y principios del S. XVIII, la superstición, la ignorancia, la crueldad, y la barbarie, llevadas de la mano de la desconsideración de la filosofía clásica de tradición cristiana, causó verdaderos estragos en los animales de la manera más rutinaria y con la mayor naturalidad. Miles de gatos fueron quemados en hogueras, y la población de lobos de casi la totalidad de Europa esquilmada, por su identificación con la brujería. Existían espectáculos públicos degradantes en los que se torturaba, mutilaba, y humillaba a animales: peleas de gallos, peleas de perros, peleas de toros con perros bull-dogs en Inglaterra, azuzamientos de osos con perros,…Y un sinfín de más atrocidades espeluznantes estaban a la orden del día.

No fue hasta bien entrado el S. XVIII, con la llegada del pensamiento ilustrado, cuando las cosas empezaron a cambiar. En 1780, el filósofo inglés Jeremy Benthan publicó el libro “The Priciples of Morals and Legislation” en el cual se preguntaba por qué razón no se debía extender también a los animales la consideración moral: “ La cuestión no es ¿pueden razonar? o ¿pueden hablar?, sino ¿pueden sufrir?”. En 1822, culminándose un cada vez mayor corriente de reacción contra los espectáculos degradantes, se promulga en Inglaterra la “Ley del Parlamento Británico contra la crueldad” o “Ley Martin”, propuesta por Richard Martin, que prohibía el maltrato a los animales de tiro y otros espectáculos como las peleas de gallos. Dos años después se creó la RSPCA (la Real Sociedad para la Prevención de la Crueldad para con los Animales). Estos logros, junto con la aparición en 1859 del libro El Origen de las Especies de Charles Darwin en cuya teoría se deducía el “continuun” evolutivo y emocional existente entre los humanos y los animales, culminaron en una nueva ley británica, la “Ley de 1876 sobre la Crueldad para con los Animales”, que regulaba la experimentación animal y prohibía a los cirujanos ingleses que se entrenasen con animales.

Otros hitos en la historia del movimiento animalista, ya dentro del S. XX, fueron los reiterados intentos que se dieron en las décadas de los cincuenta y sesenta por tratar de conciliar la ciencia y la ética de protección de los animales. En este contexto, William M. S. Russell y Rex L. Burch propusieron una serie de preceptos para la ética del investigador consecuente: Reemplazar los animales por métodos in vitro; reducir la cantidad de animales utilizados; y refinar los experimentos para que causen el menor sufrimiento posible. Estos preceptos, aunque pecaban de insuficientes desde un punto de vista verdaderamente animalista, sentaron no obstante las bases para una nueva búsqueda de alternativas a la experimentación con animales.

Todos estos hechos relatados hasta aquí, fueron inmensos esfuerzos proteccionistas para cambiar la situación de los animales. Pero fue realmente en la década de los setenta donde se reconoce que se dio el verdadero resurgir y nacimiento de lo que hemos dado en llamar el movimiento animalista, pro derechos de los animales, tras el impulso conferido por el filósofo Peter Singer con la publicación en 1975 de su libro Animal Liberation. Con él irrumpió en escena la filosofía de la consideración moral de los animales, una nueva ética de nuestro tratamiento hacia ellos, y la creación del término “Especieísmo” para dar a entender la discriminación por razón de especie, igual que el término “Racismo” lo es por razón de raza. Para Singer la mera pertenencia a una raza, o especie, o grupo, no es razón para determinar qué es un mal moral y qué no lo es, es más, se debe considerar a cada individuo por sí mismo, y por tanto no se pueden aplicar estándares distintos al sufrimiento de animales humanos y no humanos.

Y así, la mera consideración moral de los animales se convirtió al fin en concesión de derechos, cuando la Liga Internacional de los Derechos del Animal aprobó en 1977 y proclamó en 1978, la Declaración Universal de los Derechos del Animal, que fue posteriormente aprobada por la UNESCO y por la ONU.

Otro libro importante que contribuyó también posteriormente al movimiento animalista fue el publicado por Tom Regan en 1983. En “The Case for Animal Rights”, Regan argumenta que todos los seres tienen “valor intrínseco”(inherent value) y que por tanto tienen derechos morales.

En 1993, Peter Singer, Jane Goodall (gran investigadora de los chimpancés en libertad), y otros autores, suscribieron el Proyecto Gran Simio, una declaración que reconoce al menos los derechos más básicos para los animales “evolutivamente” más próximos a nosotros: chimpancés, gorilas, orangutanes, … y que contempla su derecho a la vida, la protección de su libertad, y la prohibición de su tortura. Si Dian Fossey, la valiente protectora de los gorilas de montaña, se levantara de su tumba al lado de la de su amigo Digit en los montes Virunga, donde fue enterrada después de ser vilmente asesinada en 1977, seguro que se sentiría muy feliz.

Hoy, es tal la relevancia y el interés que empieza a despertar el movimiento animalista, que se esta afianzando y ganando terreno sin parar, al tiempo que se va clarificando cada vez más la sensibilidad del público por los animales.

FUENTE : http://www.alternactivaorg/redsistencia/modules.php?op=modload&name=News&file=article&sid=39

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Comentarios

  1. cRISTINA PORTOCARRERO rEY escribió:

    EXCELENTE .PROMOVER ESTA CLASE DE DIVULGACIÓN.

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